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FORMACIÓN PSICOANALÍTICA
E HISTORICIDAD: UNA LECTURA
SINTOMÁTICA DE SU ACTUALIDAD
Y PORVENIR
PSYCHOANALYTIC TRAINING AND HISTORICITY:
A SYMPTOMATIC READING OF
ITS ACTUALITY AND FUTURE
FORMAÇÃO PSICANALÍTICA E HISTORICIDADE:
UMA LEITURA SINTOMÁTICA DA
SUA ACTUALIDADE SEU FUTURO
Facundo Blestcher
Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología
de la Infancia y la Adolescencia
Buenos Aires, Argentina
Correo electrónico: facundoblestcher@gmail.com
ORCID: 0000-0002-3515-8719
Recibido: 22/3/2022
Aceptado: 19/4/2022
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 3
(1), enero-mayo 2022, pp. 117-134.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/e3.1.8
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
BLESTCHER, F. (2022). Formación psicoanalítica e historicidad: una lectura sintomática
de su actualidad y porvenir.
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 3
(1),
117-134. DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/e3.1.8
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
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Resumen
La formación psicoanalítica se inscribe en el horizonte de la historicidad y sus dis-
positivos se hallan afectados por las transformaciones sociales contemporáneas. Una
lectura sintomática de sus montajes y un trabajo sobre sus fundamentos epistemológi-
cos resultan necesarios para superar el dogmatismo, el eclecticismo, la burocratización
burguesa, la fractura entre teorías y prácticas y la despolitización y deshistorización que
signan el artefacto formativo, permitiendo que las nuevas generaciones de analistas se
sitúen con relación en una transmisión que las impulse a generar nuevas interrogacio-
nes, producir conocimientos y explorar herramientas innovadoras que mantengan vivo
nuestro oficio.
Palabras clave: formación psicoanalítica, epistemología, enseñanza del psicoanáli-
sis, historia.
Abstract
Psychoanalytic training is inscribed in the horizon of historicity and its devices
are affected by contemporary social transformations. A symptomatic reading of its
assemblies and a work on its epistemological foundations are necessary to overcome
dogmatism, eclecticism, bourgeois bureaucratization, the fracture between theories
and practices and the depoliticization and dehistoricization that mark the training
artifact, allowing new generations of analysts to situate themselves in relation to a
transmission that encourages them to generate new questions, produce knowledge and
explore innovative tools to keep our job alive.
Keywords: psychoanalytic training, epistemology, psychoanalytic teaching, history.
Resumo
A formação psicanalítica faz parte do horizonte da historicidade e seus dispositivos
são fortemente afetados pelas transformações sociais contemporâneas. São necessários
uma leitura sintomática de suas estruturas e um trabalho sobre seus fundamentos
epistemológicos para superar o dogmatismo, o ecletismo, a burocratização burguesa,
a fratura entre teorias e práticas, bem como a despolitização e deshistoricização que
marcam o aparelho formativo. Dessa forma, permite-se que as novas gerações de
psicanalistas se posicionem em relação a uma transmissão que as impele a gerar novas
questões, produzir conhecimento e explorar ferramentas inovadoras que mantenham
nosso ofício vivo.
Palavras-chave: formação, psicanalítica, epistemologia, ensino da psicanálise,
história.
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La preparación para la actividad analítica no es nada fácil ni simple,
el trabajo es duro y grande la responsabilidad.
Sigmund Freud (1999c, p. 213)
.
Mi mayor anhelo sería que quien recibiera lo que hoy tan trabajosamente
garabateamos pensase al menos que fuimos parte, junto a otras disciplinas,
del mayor intento realizado en nuestra época por conocer y transformar algo
de la condición humana, y, fundamentalmente, que esa tarea intelectual fue
investida con cierta dignidad.
Silvia Bleichmar (1997, p. 17).
En las vísperas del siglo que nos encontramos atravesando —momen-
to que, como todo fin de milenio, convocaba al balance y a la prospec-
tiva—, invitada a imaginar un psicoanalista en el 2050, Silvia Bleichmar
(1996) señalaba:
Antes de definir cómo serán los psicoanalistas del 2050, debemos saber
si están dadas las condiciones para que haya psicoanalistas en el 2050:
qué aptitudes tiene el psicoanálisis, en tanto región del conocimiento,
de engendrar nuevas ideas, y qué opciones tenemos los psicoanalistas
de fines del siglo xx de reproducirnos en nuevas camadas fecundas in-
telectualmente son cuestiones ambas que separan el estrecho margen
que puede abrirse entre el desaliento y la esperanza. (p. 46)
Ya recorridas las primeras décadas del siglo xxi, a contrapelo del tan
proclamado fin de la historia, en medio de la amenaza de una catástrofe a
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escala planetaria —en la conjunción dramática de capitalismo financiero
globalizado, destrucción de la naturaleza, pandemia, conflictos bélicos,
intensificaciones de los fundamentalismos, incremento de las desigual-
dades y mutaciones en las formas de la crueldad, entre otros— se inscri-
ben nuestros esfuerzos por sostener una praxis que apunta a mitigar el
sufrimiento humano y el malestar sobrante que estas condiciones generan
(Bleichmar, 2005). Y la formación de quienes la ejercemos no queda al
margen de las tensiones, conflictos y posibilidades que signan los proce-
sos históricos en curso.
Cuando aludimos a la formación psicoanalítica, resulta frecuente la re-
ferencia al conocido trípode freudiano: análisis personal, formación teórica
y supervisión clínica (Freud, 1913/1999a, 1926/1999c). Existe un cierto
acuerdo acerca de la pertinencia de estas exigencias, a las que sumamos
el intercambio entre colegas como soporte del lazo social entre analistas y
fuente de enriquecimiento de conocimientos y prácticas. Sin embargo, son
notorias también las controversias en torno a cada uno de los elementos
constitutivos de este artefacto, sobre todo en lo que concierne a sus formas
instituidas e institucionalizadas: la no equivalencia forzosa entre análisis
personal y el llamado análisis didáctico definido en el marco de las insti-
tuciones oficiales, con sus contradicciones en cuanto a la concepción de
las metas del proceso analítico (Laplanche, 2001); el alcance atribuido a
la supervisión, control, covisión o metavisión —advirtiendo que la dife-
rencia terminológica recoge distintos sesgos de este dispositivo y de las
relaciones de poder que lo subtienden—; las problemáticas derivadas de
los procedimientos, pasibles de ser cuestionados, para el reconocimiento
y autorización de quienes aspiran a obtener la admisión o alcanzar la ha-
bilitación institucional para el ejercicio de la práctica psicoanalítica, con
sus sistemas de jerarquías, estándares y prescripciones (Dagfal y González,
2012); la distinción entre enseñanza y transmisión, que recoge la singular
alquimia entre ciencia y arte característica del psicoanálisis.
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Estos dispositivos de formación, lejos de tratarse de aparatos de ca-
rácter universal y transhistórico, se hallan fuertemente intervenidos por
las conmociones que se experimentan en el horizonte social. Quienes
transitamos y trajinamos las instituciones psicoanalíticas, apostando a
la significatividad de la producción colectiva y de la transmisión como
recuperación de la experiencia, advertimos el impacto que generan la
dispersión de las transferencias —interpersonales e institucionales—, la
captura de la enseñanza por el régimen universitario, la pauperización de
la vida que conduce a una menor disponibilidad de recursos —no solo
económicos— para el investimiento de la formación, entre otros factores
que ponen a prueba nuestros proyectos y expectativas.
Nuevos fenómenos emergen en un contexto de metamorfosis históri-
ca y de redefinición de los procesos de producción de subjetividades. En
este marco, se nos impone la exigencia de una lectura sintomática de la
formación psicoanalítica: someter la formación y su maquinaria a las he-
rramientas mismas del psicoanálisis, localizar sus síntomas y resistencias,
resolver sus impases y encontrar nuevos caminos de simbolización que
permitan preservar su fecundidad y vigencia. Porque si nuestra teorética
y nuestra praxis son legítimas y necesarias, no lo son en sí y perennemen-
te, sino en la medida en que podemos ponerlas a trabajar para rescatar
su capacidad de comprensión y transformación de las condiciones del
padecimiento psíquico.
UNA LECTURA SINTOMÁTICA DE LA FORMACIÓN
PSICOANALÍTICA Y SUS MONTAJES
De los múltiples problemas que pueden analizarse, me interesa dete-
nerme en algunos aspectos epistemológicos de la formación psicoanalítica,
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su actualidad y porvenir
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cuyas incidencias clínicas, éticas y políticas se revelan como cruciales en
la actualidad.
En primer lugar, podemos observar que cada vez que el psicoanáli-
sis se encuentra ante fenómenos que parecen concernir a su campo se
instala una encrucijada: hay quienes consideran que nada nuevo puede
producirse, dado que las posibilidades combinatorias en términos es-
tructurales se hallarían restringidas a priori, por lo cual lo aparentemente
nuevo comportaría solo una variación de lo ya existente; mientras que
otras posiciones alientan la ilusión de una novedad continua en la que las
determinaciones resultan difícilmente cercables y lo permanente se pul-
veriza en un relativismo de escasa relevancia explicativa. De esta tensión
surgen muy diversos intentos de solución, más o menos conciliatorios,
que tienen efectos epistémicos en la producción teórica e implicancias
ético-políticas en las intervenciones clínicas.
Frente a estas alternativas, podemos identificar un primer síntoma
consistente en el reforzamiento del dogmatismo. La formación queda, en
muchas ocasiones, signada por una repetición dogmática —hasta litúr-
gica— de conceptos canónicos que abroquelan los marcos de compren-
sión en fórmulas consensuales que, aun provocando cierta sensación de
alivio y de reconocimiento en el estamento de pertenencia, se muestran
como insuficientes para la aproximación a las problemáticas contempo-
ráneas. Desde esta posición se apela de forma permanente al recurso a
la autoridad a partir de lecturas doctrinarias de los grandes textos psi-
coanalíticos como si se tratara de libros sagrados cuya vigencia no se
cuestiona. De esta manera, se refuerza una sujeción devocional a quien
ejerce el magisterio como si la verdad ya hubiera sido revelada una vez y
para siempre. En tanto «ya todo ha sido dicho», el montaje formativo se
erige en baluarte de la tradición bajo el ejercicio de dos funciones: la de
la exégesis —para quienes ya se han iniciado y recibido su unción profé-
tica y traducen la verdad encriptada en la palabra para comunicárnosla
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y hacernos participes de ella— o la de la copia —para quienes no han
accedido a la casta sacerdotal y cumplen la misión de mantener vivo el
mensaje a partir de su transcripción y citación recurrente—. Estas posi-
ciones clausuran las vías de crítica y enriquecimiento teorético. Además,
desde esta perspectiva se desconoce la historia de discontinuidades, im-
pases y controversias que atraviesan la producción psicoanalítica bajo la
pretensión de que alguien —uno— ha logrado decirlo todo y decirlo bien,
al punto de que se torna innecesaria la recuperación de sus fundamentos
o la lectura de sus fuentes.
Un extravío de esta índole solicita vencer las cerrazones que se po-
nen de manifiesto, advirtiendo que las teorizaciones conllevan de forma
implícita un procedimiento de construcción de hipótesis, de validación
de enunciados y de transmisión de conclusiones que modulan nuestros
intercambios y distribuyen sutilmente el saber tanto como el poder.
Por otro lado, una segunda formación sintomática puede notarse en
cierto eclecticismo que, partiendo de una concepción ingenua del cono-
cimiento, despliega una propuesta acumulativa que concibe a la teoría
como una sumatoria en la que se recolectan contribuciones fragmenta-
rias que presuntamente podrían conjugarse, sin reconocer el hiato exis-
tente entre los diferentes modelos psicoanalíticos de comprensión del su-
jeto psíquico. En este caso, las referencias conceptuales se yuxtaponen en
una combinatoria de débil coherencia que propicia un empobrecimiento
de la densidad metapsicológica de las categorías, forzando continuidades
o imputando equivalencias que eliden sus fundamentos, descontextua-
lizan sus implicaciones y liquidan el espesor de la trama en la que cada
noción se inserta. Esto no implica renegar del pluralismo en los diversos
desarrollos teóricos psicoanalíticos, sino afirmar que en las distintas con-
ceptualizaciones pueden rastrearse exigencias compartidas en términos
de intereses, experiencias o preocupaciones clínicas, pero esto no habilita
a afirmar un campo semántico común.
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Las consecuencias de esta situación epistémica afectan severa-
mente las condiciones de la formación analítica y de la producción de
conocimiento. El desarrollo de hipótesis adventicias, enunciados ad hoc y
conclusiones apresuradas que procuran emparchar transitoriamente las
anomalías internas del edificio conceptual requiere ser trabajado. Se trata
de sostener los paradigmas de base, sometiendo nuestros enunciados a la
prueba metapsicológica y clínica, y desprendernos del lastre de formula-
ciones que ya no solo resultan precarias, sino francamente insostenibles
(Bleichmar, 2005).
Hacia el final de su obra, Freud (1933/1999d) afirma:
El psicoanálisis nació como terapia; ha llegado a ser mucho más que
eso, pero nunca abandonó su patria de origen […]. Los fracasos que
experimentamos como terapeutas nos ponen una y otra vez delante
de nuevas tareas, y los reclamos de la vida real constituyen una eficaz
defensa contra la hipertrofia de la especulación que, sin embargo, nos
resulta imprescindible en nuestro trabajo. (p. 140)
Esta indicación nos recuerda que nuestras herramientas teóricas es-
tán en el sustrato de nuestras posibilidades de operar sobre el campo de
realidades a las que nos enfrentamos. Se sitúa en este marco un tercer
síntoma de la formación analítica: el desacople entre teorías y prácticas.
Esta fractura puede percibirse en la separación entre metapsicología y
clínica, como si pudieran cultivarse como dimensiones autónomas —in-
clusive en una pretendida oposición entre quienes otorgan primacía a
una, subestimando a la otra—, o entre discursos y prácticas concretas.
En función de ello, no es infrecuente el reclamo de quienes se encuen-
tran en formación, ya sea de que las categorías y modelizaciones teóricas
hipertrofian la especulación sin aportar a la orientación específica de las
intervenciones, ya de que los abordajes concretos quedan librados a la
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intuición espontánea ante la carencia de un andamiaje teórico que los
sustente.
Como señala Jean Laplanche (1990), nuestro descriptivo —modelo teo-
rético del sujeto psíquico— determina el prescriptivo —campo de la prácti-
ca en términos de intervenciones y estrategias animadas por el método—:
El psicoanálisis es desde luego un conocimiento: en este sentido es una
«teorética» (más que una teoría); pero es también cierta práctica, cierta
transformación del hombre […]. La teorética, tal como yo la opongo a
la práctica, incluye tanto los modelos con su nivel de abstracción como
esa descripción al ras del campo florido a la que se quiere reducir en
muchos casos la clínica. La práctica es siempre otra cosa, es siempre un
acto, es siempre algo prescriptivo […]. Es algo radicalmente diferente
de una técnica pura y simple, y también de una regla moral. (p. 62)
Tanto la producción teórica como la praxis, y su respectiva trans-
misión, nos revelan la dimensión del obstáculo como inherente a nues-
tro quehacer. El trabajo analítico se despliega en una espiral que aspira
a vencer los obstáculos clínicos —las resistencias— que se despliegan
a ambos lados del diván. Resistencias que, del lado de quienes ofician
como analizantes, obturan el saber acerca de lo inconsciente y, en quie-
nes operamos como analistas, entorpecen la escucha y conducen a una
mecanización de las intervenciones.
Gastón Bachelard le imprimió a la noción de obstáculo epistemoló-
gico una valencia semántica que puede resultar incitante para pensar los
progresos, estancamientos y retrocesos que podemos advertir en nues-
tras formulaciones y prácticas. Bachelard (1972) sostiene que tales es-
torbos no deben ser concebidos como impedimentos externos, sino que
es en el acto mismo de conocer donde aparecen, íntimamente, dichos
entorpecimientos y confusiones:
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El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna som-
bra. Jamás es inmediata y plena. Las revelaciones de lo real son siem-
pre recurrentes. Lo real no es jamás «lo que podría creerse», sino siem-
pre lo que debiera haberse pensado […]. En efecto, se conoce en contra
de un conocimiento anterior […]. Frente a lo real, lo que cree saberse
claramente ofusca lo que debiera saberse. (Bachelard, 1972, pp. 15-16)
Una traba de esta naturaleza debilita tanto las posibilidades de crea-
ción del pensamiento psicoanalítico como la fertilidad de sus instrumen-
tos clínicos. Una formación que pueda estar a la altura de la contempo-
raneidad, fracturando los encorsetamientos de los hábitos y expresiones
rutinarias, requiere poner bajo caución las fórmulas canónicas que poseen
ya un escaso valor explicativo y recuperar la pasión que estimula la pre-
gunta productiva: saber para interrogarse mejor. Esta verdadera exigen-
cia de trabajo supone una depuración de los conceptos para despojarlos
de las aporías y callejones sin salida acumulados a lo largo de la historia,
y un análisis de los mecanismos autoinmunes —sugerente figura introdu-
cida por Jacques Derrida (1998)— con los que ciertos sectores rechazan
la propuesta de nuevas interrogaciones o maquillan de originalidad las
viejas respuestas sin someter a prueba los presupuestos de partida.
No resulta una novedad que las presentaciones clínicas del padeci-
miento psíquico hayan experimentado una alteración. La inquietud acerca
de las presuntas nuevas patologías y de los cambios en las presentaciones
sintomáticas, recurrentemente presente en las preocupaciones de quie-
nes se aproximan a la formación analítica, no puede reducirse a una mera
problemática técnica ni a una preocupación impuesta por el mercado de
las psicoterapias, sino apuntar a la ampliación del campo de nuestros co-
nocimientos e intervenciones. Metapsicológicamente podemos entender
que las formas de funcionamiento psíquico en las que se produce una
dominancia de los procesos de desligazón resultan sintónicas con una
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desregulación del goce apuntalada en ciertos imperativos sociales. La vo-
racidad, el ejercicio pulsional desligado y la inmediatez en la búsqueda de
un desahogo superficial confluyen con discursos de época que prometen
la satisfacción por la vía corta del consumo. Sosteniendo la motivación
libidinal del padecimiento anímico y sus determinaciones intrapsíquicas,
no podemos desconocer la incidencia de las condiciones históricas como
uno de los polos que participan del conflicto o como factores que inter-
vienen en la cristalización de sus fallas.
Freud (1910/1999b) ya indicaba: «la técnica analítica tiene que expe-
rimentar ciertas modificaciones de acuerdo con la forma de enfermedad
y las pulsiones que predominan en el paciente» (p. 137). Esta sugerencia
permite expandir el campo de los instrumentos analíticos para incluir
otros que resultan preparatorios o complementarios de la interpretación.
Ante ciertas formas actuales de sufrimiento, el proceso analítico no pue-
de limitarse a la interpretación del deseo inconsciente o a la aplicación
del método en tanto movimiento de deconstrucción de las formas es-
pontáneas —defensivas— con las que el sujeto se ha representado una
versión de su padecimiento. La exploración de nuevas alternativas no
puede quedar al margen de los procesos de formación, más allá de los
constreñimientos escolásticos, si se trata de potenciar la idoneidad de
nuestro oficio.
En contraposición a cierta tendencia a la burocratización, profesiona-
lización y repetición del modelo burgués de la atención clínica —sosteni-
da en el estereotipo de las profesiones liberales que replican un sistema
individualista, elitista y colonial—, quienes practican el psicoanálisis, y
particularmente las generaciones jóvenes de colegas, se encuentran ante
el desafío de introducir variaciones en el encuadre tradicional y empujar
la creatividad hasta los límites. Múltiples experiencias, circunstancias y
contextos amplían en extensión el campo de aplicación del psicoanálisis:
dispositivos clínicos en centros de salud, que atienden poblaciones en
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situación de vulnerabilización psicosocial y articulan tratamientos indivi-
duales con abordajes comunitarios; estrategias de abordaje en contextos
de exclusión social por medio de dinámicas diversas (talleres, espacios
lúdicos y artísticos, grupos de reflexión, acompañamientos terapéuticos);
propuestas de trabajo analítico con personas en situación de encierro
(detenciones en comisarías, cárceles e institutos de reclusión); interven-
ciones en instituciones (educativas, de protección y amparo o jurídicas)
orientadas a víctimas de violencias y de vulneraciones de derechos; par-
ticipación en programas y equipos interdisciplinarios que llevan adelante
políticas públicas en el campo de la salud mental, entre muchos otros.
Esta proliferación de un psicoanálisis extramuros no siempre encuen-
tra acogida en los recintos formativos, fuertemente inclinados a la salva-
guarda del «psicoanálisis puro». En esas situaciones se torna notable la
insuficiencia de una técnica que pretenda solazarse en supuestos princi-
pios inamovibles, como así también ciertas categorías conceptuales que
entorpecen el entendimiento metapsicológico y promueven un engañoso
consuelo bajo la forma de enunciados autocomplacientes que funcionan
como coartada ante la angustia que genera la resonancia afectiva frente
al padecimiento del semejante y son compatibles con la propuesta que
reduce la presencia analítica a una mera función deshabitada de los suje-
tos reales que la encarnamos.
En función de ello, gran parte de los tratamientos actuales consisten
en un complejo y costoso proceso para constituir un sujeto analítico, para
crear las condiciones de analizabilidad que permitirán, eventualmente a
futuro, la aplicación del método en sentido estricto. Se trata de instituir
un sujeto de análisis en el marco mismo de un tratamiento que requie-
re previamente de procesos de recomposición subjetiva que permitan la
operatoria interpretativa. El trabajo de ligazón y simbolización apunta a
un equilibramiento menos sufriente de la economía psíquica que posibili-
te un posicionamiento diferente en relación con lo inconsciente.
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Ya no parece posible permanecer a la espera de que el sujeto analíti-
co habrá de instalarse por sí mismo, dando por descontada su condición
a priori, sino que es necesario desplegar una serie de gestos instauradores
que creen sus posibilidades de puesta en marcha. Esto supone, para los
procesos formativos, reconocer que quienes practicamos el psicoanálisis
no nos limitamos a ir al encuentro de un inconsciente que estaría allí des-
de siempre. En ciertas situaciones clínicas, nuestra intervención apunta
a generar las condiciones de fundación de la tópica o su estabilización
estructural, iniciando oportunidades de complejización psíquica para que
lo pulsional encuentre un emplazamiento más o menos definitivo en el
marco de un psiquismo abierto a lo real y sometido al traumatismo y al
après-coup.
Pensar al espacio analítico como lugar privilegiado de producción
simbólica nos lleva a considerar la oportunidad de construir ligámenes y
sistemas representacionales capaces de transformar la repetición en no-
vedad, de dar origen a nuevas vías simbolizantes que alejen al sujeto de
una inercia mortificante. En los bordes de la técnica y de los dispositivos
podemos ubicar un psicoanálisis de frontera: en los límites de la tópica
psíquica, en los márgenes de la relación intersubjetiva con el semejante,
en el filo entre lo individual y lo colectivo.
LA TRANSMISIÓN PSICOANALÍTICA:
DEVENIRES Y PORVENIRES
En el prefacio a Filosofía del Derecho, Georg Wilhelm Friedrich Hegel
(1968) ofrece una de las metáforas más bellas de la historia de la filosofía:
«cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha enve-
jecido y en la penumbra no se lo puede rejuvenecer, sino solo reconocer:
el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo» (p. 37).
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El búho de Minerva, diosa de la sabiduría, despliega sus alas en el
ocaso. No solo la filosofía, sino toda teoría —incluido el psicoanálisis—
llega en cierta medida a destiempo. Irremediable retraso del pensamiento
y del discurso como significación de lo real e irreductible imbricación del
sujeto y de la empresa científica con el tiempo y la historia. Y si se trata
del inconsciente, objeto de nuestra disciplina, aún más, ya que solo per-
mite un cercamiento parcial, una aproximación asintótica que se sustrae
en el mismo punto en que se supone conocido.
A pesar de la propagación de una cierta deshistorización y despoliti-
zación del psicoanálisis que se emparienta con el pretendido triunfo del
estructuralismo formalista, encaminamiento igual de sintomático como
los que ya hemos mencionado, la práctica analítica no puede desanudar-
se de las condiciones históricas en que se desenvuelve y de los comple-
jos procesos de producción de subjetividad que derivan del imaginario
social y sugieren nuevos desafíos e interrogaciones. En este sentido, si
bien operamos sobre fenómenos existentes, nos interesa producir trans-
formaciones, anticipar posibles desenlaces, mitigar los efectos de lo ya
acontecido e incluso inaugurar procesos de neogénesis para construir lo
no constituido.
Abordar las mudanzas que se producen en los ideales y discursos
dominantes en nuestra época confronta, en numerosas ocasiones, al psi-
coanálisis y a sus practicantes con el riesgo de reproducción de las signi-
ficaciones hegemónicas. La perspectiva de la historicidad configura una
escena de interpelación que nos incita a identificar en nuestro trabajo
el «conjunto de circunstancias que a lo largo del tiempo constituyen el
entramado de relaciones en las cuales se inserta y cobra sentido» (Girola,
2011, p. 17). La formación psicoanalítica también responde a un régimen
de historicidad (Delacroix et al., 2010), y situarla sincrónica y diacróni-
camente en la urdimbre de coordenadas (sociales, culturales, políticas,
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lingüísticas e ideológicas) en las que se inscribe permite cuestionarla, de-
construirla y analizarla en sus múltiples determinantes.
El devenir de la formación analítica no debiera excluir la aprehensión
de los modos plurales de subjetivación en el presente. Este discernimien-
to demanda comprensión de sus composiciones, respeto por las particu-
laridades de su conformación y consideración de los padecimientos a los
que se ven sometidos los sujetos concretos. El psicoanálisis no puede,
entonces, incrementar los sufrimientos que los ideales sociales provo-
can sustituyéndolos por otros no menos normativizantes y disciplinarios,
aunque parezcan legitimados por sus desarrollos conceptuales. En esta
encrucijada ética se plantea la exigencia de una toma de posición que
implica respuesta y responsabilidad (Laplanche, 2001).
La praxis psicoanalítica, como actividad práctico-poiética (Castoriadis,
1999), adquiere una dimensión política ineludible en la medida en que se
engarza con el magma de significaciones instituyentes de la sociedad. Sus
categorías definen esferas de inteligibilidad que visibilizan o invisibilizan fe-
nómenos humanos. Por ello, la supervivencia de prejuicios revestidos con
ropajes científicos y la reproducción de lógicas que liquidan las multiplicida-
des (Fernández, 2007) refuerzan la clausura de las significaciones imagina-
rias y la subordinación a los fines del control social. La teoría psicoanalítica
denuncia los malestares que la civilización provoca al someter a los sujetos
a un imperativo adaptacionista y normativo, y no debe quedar adherida a
la moral sexual cultural transformándose en ocasión del padecimiento que
aspira a resolver. Como sostenía Marie Langer (apud Sinay, 2008):
la realidad social se filtra, en el proceso analítico, a través del discurso
del paciente, pero también a través de las interpretaciones, lo quiera o
no el analista. Su «neutralidad» no existe, porque nadie puede ser real-
mente neutral: eso es una ficción. Ahora bien, que esta ficción haya sido
postulada por Freud y se haya mantenido para muchos analistas como
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válida y posible hasta ahora es, en sí, manifestación de una ideología
conservadora. (p. 125)
Nuestro oficio adopta un carácter francamente artesanal que nos
compromete en términos de implicación. El análisis de esta implicación
no puede relegarse como un aspecto marginal de la formación, ya que
define el emplazamiento ético frente al semejante humano, y no solo el
«bien hacer» en sentido técnico. Devolver a la transferencia su medida
humana, su vectorización en torno a la asimetría constitutiva que empla-
za al sujeto con relación al enigma, el reconocimiento intersubjetivo que
se despliega a partir de la presencia y acogida benevolente de quienes
nos ubicamos como analistas también representa una ocasión de vivificar
la formación analítica en su horizonte ético, sin reducirla a las distintas
imaginarizaciones que pueda asumir en términos posesión y distribución
del saber y del poder:
La experiencia analítica, por su supuesto mismo, instala las condiciones
que permiten que los conocimientos respectivos de los dos sujetos en
presencia se transformen en un conocimiento nuevo, compartido, que no
será ni la pura reasunción del saber teórico del analista, ni la reasunción,
por este último, de una versión singular que él transformaría en una teo-
ría universal de la que se pretendiera el inventor. A este intercambio de
los «conocimientos» es preciso agregar el que se produce en el registro
de los afectos y de su complementariedad. (Aulagnier, 1986, p. 22)
La clínica contemporánea reclama una apertura permanente de nues-
tra escucha, no solo para acoger la palabra de las personas que nos con-
sultan en su singularidad, sino también para examinar nuestros discursos
y representaciones —de género, raza, etnia y clase, entre otras—. Y esto
también debe entretejerse con el campo de la formación, recogiendo las
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Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 3
(1), enero-mayo 2022, pp. 117-134.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/e3.1.8
inquietudes de las nuevas generaciones, los entrecruzamientos con las
perspectivas de género y de derechos humanos y la salida de una tenden-
cia a la endogamia que malogra los diálogos e intersecciones con otros
campos del conocimiento.
Finalmente, el porvenir de la formación psicoanalítica se proyecta
en la cadena de las generaciones. Un itinerario formativo es también la
apropiación de un legado, la inscripción en una genealogía, la puesta en
cuestión de lo recibido y su relanzamiento en nuevas direcciones. Como
bien recuerda la sentencia de Goethe, tantas veces citada por Freud, la
asunción de una herencia exige trabajar para ganársela.
La transmisión intergeneracional siempre se establece sobre la base
del trasvasamiento amoroso. El reconocimiento del don recibido es ne-
cesario para poder dar e inaugura el circuito de la gratitud y de la deuda.
La vigencia de nuestra praxis solicita que la inteligencia de las nuevas
generaciones que se acercan a la formación no termine fagocitada por la
codificación burocrática, la fabricación de significaciones convencionales
y la alienación en transferencias devocionales. La apertura del enigma
y la pasión compartida pueden incitar el entusiasmo, la curiosidad y el
deseo, tan necesarios para mantener vivo nuestro oficio.
§
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