Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. xx-xx.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: xxxxx.
159
DESAFÍOS E INTERVENCIONES
EN LA CLÍNICA CON PERSONAS
CON DISCAPACIDAD
CONVERSACIÓN CON JORGE CANTIS
Ana Mosca
Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: anamosca@yahoo.com
ORCID: 0000-0002-7462-943X
María Elisa Domínguez
Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: maelisadominguez@gmail.com
ORCID: 0000-0001-7821-9422
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
MOSCA, A. y DOMÍNGUEZ, M. E. (2021). Desafíos e intervenciones en la clínica con
personas con discapacidad. Conversación con Jorge Cantis.
Equinoccio. Revista de
psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), 159-177. DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica - Vol. , N.o 1
160
Jorge G. Cantis es licenciado en Psicología y psicoanalista. Entre otras
áreas clínicas, se destaca por una extensa especialización en el área de la
discapacidad, particularmente en la psicoterapia con niños y adolescentes.
Es miembro de la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología de
Infancia y Adolescencia (asappia), institución dentro de la cual ha desempe-
ñado numerosas responsabilidades, incluida la presidencia. Desarrolla una
importante labor docente dentro de la mencionada asociación, así como en
otras universidades de Argentina. En efecto, ha sido coordinador del área de
Discapacidad de asappia y director de formación del posgrado Discapacidad:
Entramados Singulares, Familiares y Sociales, de la misma institución.
También es director de la carrera de especialización Discapacidad: Campos
de Intervención: Subjetividad e Interdisciplina (Colegio de Psicólogos de Mar
del Plata), director de la carrera de especialización Discapacidad: Perspectivas
Subjetivas e Intersubjetivas (Colegio de Psicólogos de Bahía Blanca), profe-
sor titular de Psicología III en la licenciatura de Fonoaudiología (Facultad
de Medicina, Universidad de Buenos Aires), profesor titular en la carrera
de especialización en Psicología Clínica de la Discapacidad (Facultad de
Psicología, Universidad de Buenos Aires) y profesor titular de Abordaje
Psicosocial de las Discapacidades en la maestría en Problemas y Patologías
del Desvalimiento (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales).
Asimismo, es supervisor institucional en centros educativos terapéuticos e
instituciones de educación especial.
Ha publicado artículos y libros sobre temáticas de su especialidad.
Entre ellos sobresalen: Vínculos, subjetividades y malestares contemporáneos,
compilado por Ilena Fischer y editado por Entreideas en octubre del 2020,
en el que participó en calidad de coautor; y Discapacidad: reflexiones psicoa-
nalíticas e intervenciones posibles. Familias-subjetividad-terapeutas, editado en
marzo del 2020 por Ricardo Vergara, del cual fue autor.
161
INTRODUCCIÓN
El tema de la discapacidad constituye un desafío contemporáneo para
las sociedades que, como la nuestra, aspiran a una vida en democracia.
Algunas estimaciones demográficas sitúan en un 10 % el porcentaje de
ciudadanos que evidencian mayor o menor compromiso en su capacidad
de autonomía. Ha de ser una labor colectiva el desarrollar en cada inte-
grante de esa comunidad la sensibilidad y la comprensión que sustenten
una genuina integración social. El rol de la educación está en la base de
estos procesos, la inclusión no será suficiente si no se acompaña de una
microlabor que genere un espíritu de integración como pilar ético que la
habilite.
Desde comienzos del siglo xx, nuestro país fue faro en América Latina
como pionero en avances de la educación especial, que es imprescindible
como complemento a una política de inclusión. Desde 1917 existieron
las llamadas «clases diferenciales», que desarrollaban una pedagogía re-
medial. En 1949 se fundó la primera Escuela de Recuperación Psíquica.
No obstante, a partir de 1980 se ha producido cierto estancamiento que
ha de ser revisitado y que demanda intervenciones interdisciplinarias. En
2006 la Organización de las Naciones Unidas promulgó la Convención
Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad, rati-
ficada por nuestro país en 2008. Evidentemente la normativa no es su-
ficiente: se necesita una labor de educación en derechos humanos que
fundamente una vida comunitaria en salud mental.
En el pensamiento psicoanalítico se ha producido una evolución y
se ha ampliado el criterio de analizabilidad desde una descalificación
162
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
desesperanzada hacia una mirada habilitante, en la cual, como decía
Alicia Fernández, «el verbo creer y el verbo crear, que en primera persona
del singular se conjugan de modo idéntico, habiliten una sinergia recípro-
ca». Es desde estas reflexiones que introducimos a nuestro entrevistado,
Jorge Cantis. Él ha sido un promotor, un mediador, un abanderado en la
lucha por visibilizar la mirada desesperanzada sobre las personas que
evidencian discapacidad.
En su libro Discapacidad: reflexiones psicoanalíticas e intervenciones po-
sibles. Familias-subjetividad-terapeutas (2020) transmite varias afirmaciones
contundentes que provienen de su práctica clínica, docente y académica.
Sostiene que el diagnóstico suele vivirse como estigma, como senten-
cia, y denuncia el sentimiento de compasión que encubre el desprecio.
Encara frontalmente los desafíos para la labor analítica al develar psico-
dinamismos en lo intrapsíquico, en lo interpersonal y en lo institucional.
Sugiere también intervenciones, buenas prácticas, sustentadas en cuatro
décadas de labor en el campo.
Ha sido, además, un amigo consecuente de audepp, presente en todos
nuestros congresos, especialmente en la temática de la discapacidad de
nuestra agenda científica.
163
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
LA CONVERSACIÓN
Jorge, tú adviertes las precauciones que han de tomarse en el mo-
mento de comunicar el diagnóstico a la familia para que no se viva
como estigma o como sentencia. ¿Cómo intervenir en el momento
del diagnóstico?
Muy interesante la pregunta porque en el campo de la discapacidad
los papás vienen muy abrumados con el diagnóstico o con el no-diagnós-
tico. La categoría diagnóstica, si bien le pone un nombre al niño, aban-
dona la subjetividad. El niño es un down, un ciego, un sordo, y pierde la
singularidad. Vivimos en tiempos de internet, entonces lo primero que
pregunto es qué googlearon, qué buscaron, porque el problema del goo-
gleo es que, aunque pueda ser muy exacta la descripción de la patología,
no contempla la singularidad, la subjetividad. Lo que intento hacer como
psicoterapeuta y psicoanalista es rescatar, dentro del diagnóstico, lo di-
ferencial. Ver qué es lo diferente. Dos niños con el mismo diagnóstico
tienen evoluciones diferentes según el contexto sociofamiliar. Hay que
pensar la discapacidad desde una mirada social y de derechos. Se cam-
bió el paradigma no solamente de la inclusión-exclusión, sino además la
mirada social y familiar. Depende de cómo es investido libidinalmente
por la madre y el padre, y ahí rescatamos al niño. El diagnóstico nos sirve
para planificar el tratamiento, pero tenemos que entender qué le pasa al
niño. Hay que ver, luego del diagnóstico, si la familia sigue viéndolo como
«Pablito» o como «el down». Puede ser que en la comunidad ya no sea «la
Familia González», sino «la familia del down». Tenemos que trabajar para
que el diagnóstico no cristalice la subjetividad y el vínculo.
¿Esto ejemplificaría lo que tú llamas neurosis traumática familiar?
También citas a Maldavsky.
164
Maldavsky fue mi profesor y supervisor por más de treinta años.
Se basa en el concepto de neurosis traumática de Freud. Él profundiza
ese concepto y sus variedades en la neurosis traumática familiar en
relación con el desvalimiento. Hay dos neurosis: la neurosis traumática
individual, que es la que padece el niño o el adolescente con discapa-
cidad, y la neurosis traumática familiar, que produce efectos diferentes
en cada uno de los integrantes de la familia y de la familia extendida.
Hay abuelas que cumplen una función importante, muchas veces ten-
go entrevistas con abuelas porque son las que los que acompañan a
sus nietos en los tratamientos. Ahora en pandemia es más complicado,
ahora se agrega el duelo por las abuelas que no están, estos niños que
tienen tanta pregnancia.
Entonces, neurosis traumática familiar en tanto la discapacidad pro-
duce efectos devastadores en la familia, no como desgracia sino como
impacto. Ninguna familia está preparada. La familia se va preparando de
acuerdo a la salud mental de cada integrante. Hay familias más resilientes
y otras que siguen duelando al hijo, extrañan aquello que nunca existió.
Abordo la discapacidad desde el lugar del trauma, no solamente del due-
lo. ¿Trauma por qué? Porque es la multiplicidad de incitaciones endóge-
nas y exógenas que el familiar tiene que procesar. Lo que dice internet, lo
que dice la sociedad. Por ejemplo, la familia tiene mucho amor por este
hijo: «Tengo un hijo con síndrome de down y lo quiero»; pero cuando lle-
ga la escolaridad empieza el trauma otra vez: lo incluyen, no lo incluyen,
los cumpleaños. Entonces siempre está la discapacidad a merced de la
resignificación de lo traumático.
En pandemia se complicó. Pasaron a estar todos guardados en casa,
sin escuelas, niños que estaban muy estimulados. Entonces, el terror
de la familia es qué hacemos con estos niños sin actividad. El niño con
más recursos podía entretenerse. Lo que tenemos que ir viendo es la
capacidad adaptativa que tiene la familia —en el buen sentido de la
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
165
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
palabra— frente a lo traumático, porque siempre algo se resignifica, se
resignifica todo el tiempo.
¿Cómo resistir al dolor furioso e impotente?
Trabajo mucho el tema del agotamiento profesional y los efectos
contratransferenciales, claves en cualquier clínica, pero especialmente
en esta, que es una clínica donde corremos el riesgo de la frustración,
entre la frustración y la omnipotencia. Hay mucho de omnipotencia
para querer trabajar con estos niños, pero también hay mucha frustra-
ción y obstáculo. Por eso, hay que trabajar con esto: uno queda como
impotentizado, con mucha impotencia frente a la imposibilidad. Vemos
cómo la impotencia es aquello que no fue dicho. Muchas veces uno tie-
ne que poder —a la manera kleiniana, por así decirlo— darse cuenta de
los sentimientos que nos genera esa escena. Los adolescentes tienen su
timing. En el encuentro virtual aparecen tarde y yo les comento que me
molesta que lleguen tarde a la sesión, porque es tiempo que perdemos.
En vez de enojarme, les digo lo que yo siento, les hablo de mi sentir. Les
digo que armo el zoom, pero que estar 20 minutos esperando, no. No les
va a servir la terapia. No le aviso a la mamá, lo trabajo con él. Considero
que él tiene herramientas.
Frente al niño con discapacidad, ¿cómo operar en la delgada línea
entre desahuciarlo y el furor curandis?
Tiene que ver con dos cuestiones: desahuciar al paciente es cuando
el terapeuta se quedó sin rumbo, está perdido, no sabe para dónde ir.
Como esta es una clínica que tiene mucho que ver con la monotonía, hay
que tratar de que el terapeuta capte lo diferencial en esa monotonía. En
una supervisión reciente, una colega decía que se cansaba mucho con
166
estos niños, por eso hablo de una contratransferencia somática, uno pone
el cansancio en el cuerpo. Una cosa que está vinculada a esto es ver el
posicionamiento de nuestro cuerpo. Si trabajamos virtual o presencial-
mente, cómo nos sentamos, porque tenemos que sostener una situación
que parece siempre la misma.
Uno de los problemas es que el terapeuta no escribe, no registra la
sesión porque, como son todas iguales, no lo hace. Uno debe anotar o
registrar para no desahuciar al paciente. Con un niño neurótico que sim-
boliza es más fácil armar la entrevista; juega, dibuja, ya tenés el material.
¿Qué hacer con el niño que no dibuja, no hay lenguaje? Una de las claves
es ir viendo cómo diferenciar ese mundo monótono y repetitivo. Al decir
de Bion, si uno cambia de perspectiva, aquello que es caótico se vuelve
más coherente o tiene más existencia. La clave es cambiar de perspecti-
va, pero no solamente de espacio físico, sino de mirada. Cómo miramos
al niño, cómo miramos a la familia, y esto es clave para no desahuciar.
Si siempre miramos lo mismo, estamos contagiados afectivamente. Me
indiscrimino y siento el aburrimiento, el cansancio y quiero que la sesión
termine porque me harté.
El furor curandis, que sería lo opuesto al desahucio, pasa mucho en
profesionales jóvenes, no tanto en los analistas con más experiencia. Está
la fantasía de que hay que hablar mucho con la familia, entonces te dicen:
«La voy a derivar». Ese es otro tema: hay mucho dolor en la familia, pero
no hay que derivar en la primera etapa; nosotros somos como el médico
de familia, somos nosotros el representante del niño en la psicoterapia.
Después, si es necesario derivar, la familia te lo va a pedir: «Bueno, Jorge,
es hora de que yo haga una terapia». A veces hago sesiones con la madre,
pero no es una terapia paralela, es una extensión. Derivar es una expul-
sión, es castrarlo, abandonarlo. Muchos terapeutas jóvenes se angustian
y derivan o viven el furor curandis de creer que va a poder. Tenemos que
aceptar que hay obstáculos y hay algo de la realidad.
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
167
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
En el texto Discapacidad: reflexiones psicoanalíticas e intervenciones po-
sibles. Familias-subjetividad-terapeutas afirmas que la construcción del
vínculo terapéutico es una tarea compleja debido a la interferencia
de elementos traumáticos, tanto en el paciente como en su familia.
El paciente con discapacidad despliega múltiples embates a la capa-
cidad de resistir del técnico, quien, contratransferencialmente puede
verse oscilando entre la desesperanza, la apatía y la somnolencia.
¿Podríamos buscar pistas de anticipación y rescate?
En esta clínica hay que pensar en estrategias de intervención, hay
que formarse y hay que reflexionar constantemente. A mí me enriquece
mucho la formación académica, por eso dirijo tres formaciones de pos-
grado en discapacidad. Cuando ingresé a asappia, hace treinta años, pude
formar y fundar el área de Discapacidad, pero era raro que un psicoana-
lista quisiera trabajar en este campo; había mucho cuestionamiento, no
desconfianza. No entendían y yo decía que crear un espacio de seminario,
de formación, nos rescata porque uno queda muy impregnado. Y en esta
clínica más. Por eso, las presentaciones ayudan mucho. Cada uno encuen-
tra la vía. Realmente, la creatividad en la formación y en otras cuestiones,
así como tener recursos propios para manejarse en el campo de la disca-
pacidad, ayuda mucho.
La consideración del proceso adolescente con discapacidad plantea
nuevos desafíos. ¿Cómo favorecer la experiencia de autonomía y el
autovalimiento?
Esto es muy interesante, porque se habla mucho del autovalimiento y
de la autonomía, pero de lo que tenemos que hablar es de la autonomía
psíquica y de la autodeterminación como expresiones del deseo, de la
subjetividad y de la capacidad de elegir del adolescente con discapacidad.
168
Un niño puede bañarse, comer solo; a pesar de su retraso, podría
hacerlo. Hay familias que van discapacitando al niño porque lo siguen
asistiendo en las actividades de la higiene o de la alimentación. La di-
ferencia con la autodeterminación es la subjetividad en relación con el
deseo. No hay autonomía si no hay deseo. Esto quiere decir que el niño
logra la autonomía no solo porque el padre habilita, sino porque el niño
desea la autonomía.
De mi experiencia con jóvenes con discapacidad, recuerdo particu-
larmente un caso. Luego de la entrevista con los padres, tocan timbre y
escucho la voz de la mamá, que dice: «Pablito» (joven que tenía entonces
veinticinco años) y yo, que soy bravo, respondo: «No escucho la voz de
ningún Pablito, escucho la voz de la mamá; no espero a ningún Pablito,
espero a Pablo». Todo por el portero eléctrico. Y la madre dice: «Pablo,
contestá, porque, si no, Jorge no nos va a atender». Más allá de la anéc-
dota, esta era una consulta debida a que el joven iba a empezar a trabajar.
Le digo a la madre que lo que me preocupa es que lo siga llevando en co-
che y me responde: «¿Y qué problema hay? Yo lo podría llevar a trabajar
porque me ocupo siempre de él». Ahí está lo de para toda la vida. Cuando
indago en el joven, a ver si había deseo, me dice: «¿Por qué voy a andar en
colectivo? A mí me gusta que mi mamá me lleve». Había que lograr que
el joven tuviera deseos de ser autónomo, no hay una ley que diga: «Vos
tenés que andar en colectivo».
Ahí trabajo con la terceridad. Si la familia no está en condiciones
de enseñarle a viajar en colectivo, tenemos que incorporar a un acom-
pañante, un asistente, y trabajar en equipo para que el chico salga a la
exogamia. Vivían en Buenos Aires, en un lugar con mucha conectividad.
Más allá de las inseguridades, yo le dije a la madre que, si lo iba a llevar a
trabajar, no le veía buen pronóstico. La madre quedó impactada. Era muy
interesante porque el joven luchaba entre la autonomía y la dependencia
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
169
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
materna, porque estaba muy cómodo en un apego desconectado y en su
beneficio secundario de ser un bebé para toda la vida.
En la clínica de la discapacidad se ve mucho que la autonomía fraca-
sa cuando está posicionada en un bebé para toda la vida. Entonces, hay
que rescatar con la ley paterna o la terceridad. A veces prefiero poner
acompañante y no dar tantas sesiones, no se soluciona con más sesio-
nes. Hay terapeutas que se confunden y piensan que sumando sesiones
logran autonomía. Hay que trabajar ese borde entre la casa y el afuera.
Ahí podremos ver si pasa de la autonomía a la autodeterminación, que él
tenga deseo, que él tenga ganas. Si no hay deseo de autonomía, por más
terapeuta que haya, no se logra.
Con las madres trabajo los miedos, los riesgos. Por ejemplo, este jo-
ven tenía problemas expresivos. El miedo era de tipo: «¿Y si no lo entien-
den?». Una vez, le dije: «Mire, capaz que es fuerte lo que le voy a decir,
¿usted sabe la cantidad de gente sin saber leer o comunicarse que viaja
en colectivo?». Fue fuerte porque su hijo no estaba en esa situación, no
había llegado a la lectoescritura dado su retraso mental, pero se le podía
enseñar a trasladarse en colectivo siempre y cuando él tuviera ganas.
Pero a veces es al revés: el joven tiene deseo y la familia no. «Vos lo
estás convenciendo —me dijo una madre—. Él me habla, me muestra las
monedas, quiere ir en colectivo.» Y mi respuesta: «Bueno, nosotros esta-
mos trabajando para que sea grande, los grandes suben a un colectivo, a
un subte».
¿Cómo profundizar en el concepto de economía pulsional devastada
desde adentro del paciente con discapacidad?
Esto es muy interesante y tiene que ver con el concepto de que el
trauma no es exterior, sino interior y puede estar devastado por los fac-
tores biológicos. Por ejemplo, un paciente que tiene convulsiones muy
170
seguido porque presenta una epilepsia temprana, muy medicado, muy
controlado, tiene ahí un componente biológico como una marca. En con-
secuencia, él está devastado todo el tiempo por el adentro, no por el afue-
ra. El trauma es interior-exterior. ¿Qué pasa cuando un niño o un adoles-
cente tiene dolores por su patología motora? Una atrofia muscular, una
distrofia, yo digo que el cuerpo duele lo real.
Entonces, de alguna manera hay que trabajar la fantasmática, cómo
irrumpe el dolor, cómo irrumpe el ataque epiléptico. A veces hay aura,
a veces no, el dolor irrumpe. En esos casos, les pregunto: «¿Qué hacés
cuando te duele?». Por poner un ejemplo, una paciente me dijo que el
piso la calmaba y —hablando de lo teatral— yo me tiré al piso. La pa-
ciente se sorprendió, era una adulta que además venía con los bastones
canadienses. «¿Qué hacés?», me preguntó. «Bueno, si vos estás tranquila
en el piso, yo te acompaño desde el piso», porque parecía que el piso
duro le daba fortaleza al cuerpo blando; Tustin habla mucho de cuerpo
blando y cuerpo duro. Ella quedó muy impresionada, toda la terapia fue
en el piso. «Aprovechá ahora porque no sé si cuando sea grande me voy
a poder tirar», se acuerda siempre del chiste que le hacía. Ella se organi-
zaba tirada en el piso duro, le hacía bien a los huesos, a los músculos; y
después de eso, podríamos decir que nunca estuvo molesta con el cuer-
po. Decía: «Lo voy a utilizar en otros lados, que todos se tiren al piso»
y yo contestaba: «Bueno, no sé si vas a poder lograrlo, no sé si te vas a
encontrar con otro terapeuta loco como yo en la vida». Ella trabajaba en
una oficina, difícil.
Tú afirmas reiteradamente que la desvitalización proviene de lo in-
trapsíquico porque existe una relación entre la economía pulsional y
la vitalidad anímica. También dices que permea la contratransferen-
cia. Yo lo recuerdo como una somnolencia, como la escena temida.
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
171
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
Uno desea que no se le cierren los ojos, la contratrasferencia en el
cuerpo. ¿Qué denuncia la frecuente queja de aburrimiento?
Del aburrimiento del paciente, de la persona con discapacidad, hablo
mucho en el libro Discapacidad..., hay un capítulo específico al respecto.
Ese embate pulsional en el cuerpo, ese tiempo paralizado, ese sentir
que no pasa más la sesión, que parece que nunca termina. Y la queja del
paciente. El aburrimiento es una forma de estar en el mundo. Es un po-
sicionamiento, no poder investir el mundo y una forma de estar ahí, en
ese mundo. Ahí hablo del aburrimiento como un equivalente depresivo, tal
como lo plantea Melitta Sperling. Hay muchos estados de tristeza, pero
son tristezas no neuróticas, tristezas no ligadas, no cualificadas, diríamos.
Y no pasa porque el pibe se entretenga y lo llenemos, porque ahí es cuan-
do la madre lo entretiene y le suma muchas cosas; tenemos que buscarle
un sentido. Yo hablo del estado envidioso del otro, de lo que tiene, como
un ataque a la producción y a la actividad, de alguna manera. Es un tema
bien complicado, el aburrimiento produce hastío en el terapeuta. Es muy
complicada la cosa quejosa, como una situación de ponerse en víctima
de alguna manera.
¿Las crisis de violencia adolescente no denuncian la experiencia de
sentirse violentado?
Sí, son violencias cruzadas entre la violencia pasiva y la denuncia
activa. Siempre en la crisis del adolescente con discapacidad, siempre, lo
que está en juego es la sexualidad no hablada, no verbalizada. Si bien la
podemos tomar en cuenta en cualquier clínica, de la sexualidad en disca-
pacidad no se habla hasta que estalla.
172
Hablas mucho de eso: de que hay un pudor en el terapeuta, como
que de esto no se habla y de que en las supervisiones te paras en este
punto y dices que hay que profundizar más el acercamiento.
Claro, el terapeuta tiene que ser activo y creativo. Ante todo, activo
y no esperar. No es un psicoanálisis en el que haya que esperar, hay que
ser activo, sin bajar línea, que se puede interpretar sin encuadrar. A veces
los colegas en formación me dicen: «Bueno, pero vos a veces te ponés
muy directivo». A veces a los padres hay que despabilarlos porque pasa
el tiempo y el paciente puede estar cinco años en terapia sin que hables
nunca de sexualidad.
Cuando una joven de veintidós años con retraso mental tiene que ir
al ginecólogo, sus padres me plantean: «¿Cómo ginecólogo, si ella es una
beba?», a lo cual respondo: «¿Tiene desarrollo? Yo la veo desarrollada».
Hay que ser cuidadoso porque, si no lo somos, la familia se confunde. Yo
veo una mujer ahí, con rasgos infantiles, regresivos, pero una mujer al
fin. Entonces me dicen: «Pero la terapeuta anterior, que era mujer, nunca
me dijo nada de todo esto», y yo aclaro que no sé lo que pasó allí, que
yo no me meto, pero que tiene que ir al ginecólogo. Los padres insisten y
agregan que ella no tiene relaciones. Entonces, le pregunto a la madre si
ella sí va al ginecólogo, a lo que me dice que a veces no «hay tiempo con
estos hijos». Indago la salud en la familia, me pongo en el lugar de médico
y pregunto cuánto hace que no van al médico los adultos.
A veces las familias no tienen tiempo de ir al médico y se generan
descuidos en la salud. No me refiero a ahora, en pandemia; ya antes pasa-
ba, independientemente de la facilidad de acceso a la atención sanitaria.
Lo que planteo es que en la violencia queda la sexualidad silenciada. Y
eso es violencia también. Una forma de violentar al adolescente es desco-
nocer la cuestión del cuerpo, de los estímulos, de la excitación. Durante
la pandemia recibí —y sigo recibiendo— muchas consultas por jóvenes
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
173
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
con discapacidad, con retrasos leves, que tienen mucha furia y presentan
ruptura de objetos en la casa. Y cuando pregunto si este síntoma es pan-
démico, me dicen que no, que antes lo hacía, pero que ahora hay mucha
repetición y están muy asustados. Después es importante ver si hay que
medicar, si hay que consultar con un psiquiatra, porque la furia puede ser
muy riesgosa; pero cuando empiezo a hablar de la sexualidad los padres
dicen que es un tema en el que ellos tienen miedo de indagar. «Yo sé que
él se toca, está mucho tiempo en el baño, pero nosotros no hablamos
porque es tan especial él».
Tenemos que asesorar a la familia sobre cómo poder hablar. Porque la
violencia es la expresión de un sufrimiento que está callado. Es violento
el adolescente porque está violentado en el silencio familiar. La sexuali-
dad es un derecho. «Yo no sé si puede tener relaciones», me dicen, pero
habría que ver por qué no podría tener relaciones, hay que ver con quién,
cómo, hay que hacer preguntas muy cuidadosas. Los padres plantean:
«Yo no quiero que pague por una mujer, una prostituta», pero no se trata
de eso, sino de su derecho a su propia sexualidad.
Tenemos que poder plantear la importancia de cuidar su sexualidad
como cuidamos la de cualquier hijo que va creciendo, al que uno le ha-
bla. Porque después, cuando la familia empieza a hablar o yo a indagar,
el joven ya se recorrió un montón de videos, ya estuvo por todos lados
y ahí le puede contar a la familia qué está haciendo. A lo mejor estuvo
chateando en foros en los que no sabemos con quién se vincula, incluso
con menores.
Insisto, en definitiva, en la violencia como un representante. Pueden
ser violencias pasivas, que la familia lo violente. Por ejemplo, en pande-
mia hubo mucho duelo, muchas muertes por familiares, y una forma de
violentar al adolescente es no hablar de que la abuela se murió, que no
sigue internada. Entonces, le planteo a la familia que él percibe todo esto,
que él sabe que algo pasa. «No, ¿cómo va a saber?». Y yo enfatizo en que
174
él percibe algún dolor y en que es importante que hablen de que la abuela
murió, de que no está internada. Porque para ellos es un gran esfuerzo,
incluso disimular el dolor, pero para él es un trabajo psíquico doble: sabe
que algo pasa en el ambiente, pero que no está dicho. Cuando la familia
lo logra comentar, el niño o adolescente dice que ya lo sabe y la familia
se impacta. Igual que en otros casos, el pibe queda muy arrasado. Esa es
una forma de ser violento con el hijo: la violencia invisible, no informar
sobre la realidad. Los padres están preocupados de que escriba, de que
se bañe, pero no le explican que murió la abuela.
Tú haces importantes aportes sobre el vínculo fraterno y sobre la
subjetividad del hermano sano, y enumeras los riesgos psicopatológi-
cos más frecuentes. ¿Podrías desarrollar o ejemplificar algún estado
de riesgo en los hermanos sanos?
El vínculo fraterno y la subjetividad del hermano sano es importantí-
simo, porque el hermano sano es dejado por «sano» y es enorme la culpa
que siente, la angustia, la sobreexigencia y demás.
El gran riesgo son los excesos del hermano por compensar la falta
de la casa: la sobreadaptacion, el falso self del hermano. El hermano está
exigido todo el tiempo. O identificado, como también lo digo, paralizado
por culpa. «¿Cómo voy a tener un logro si mi hermano no va a poder
ser médico nunca?», «Mi hermano nunca se va a poder casar». A estos
planteos yo respondo: «Quizás no se case, pero puede tener un vínculo
afectivo, ¿por qué no? No sabemos». Del otro lado: «¿Mi hermano?, ¿una
novia? ¿Puede tener?». Y yo: «No sé, ¿por qué decís que no?».
A modo de cierre: ¿cómo intervenir?, ¿cómo favorecer la esperanza?
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
175
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
La esperanza en este campo estaría dada por cuánto la familia pudo
enseñarle a ser autónomo. Si la familia le enseña a ser autónomo, hay
esperanza, hay autonomía de discriminación del rol y de los vínculos. La
esperanza tiene que ver con la capacidad que construyó la familia para
que la persona con discapacidad tenga algo. Lo pudo aprender con res-
pecto a su realidad. No me gusta la palabra techo, pero hay realidades. La
esperanza se relaciona con la capacidad de ser feliz —aunque esta pala-
bra está muy cuestionada en el contexto del capitalismo y atravesada por
cuestiones ideológicas—, la capacidad de disfrutar de la vida y de que el
niño o el adolescente con discapacidad pueda elegir. La autodetermina-
ción es subjetividad, deseo y elección. Elegir.
El otro día una familia estaba muy mal porque decían que su hijo
quería hacer teatro, «pero ¡no habla!, ¡está callado!». Lo que tenemos que
hacer, en estos casos, es buscar el mejor lugar, un lugar donde el profesor
sea continente. Pero que no le expliquen tanto, que lo conozca, que elija.
Nosotros trabajamos en la terapia para que él eligiera. Si quiere hacer
teatro, ¿por qué no va a poder hacer teatro? Tiene derecho. «No lo que-
remos frustrar», pero la frustración es que no lo haga; ahora estamos en
la búsqueda.
La esperanza es que pueda elegir algo: derecho a elegir.
En un momento dices «la posibilidad de ser genuino»…
Claro, que no sea una prótesis, si no, estos pibes están como en un fal-
so self, sobreadaptados, y lo que hacen no es genuino, es falso, y lo hacen
por el deseo materno. Acá hay que trabajar mucho el narcisismo de los
padres, cómo correrse de ese narcisismo y reconocer que su hijo puede
elegir y que, aunque vaya un mes, dos meses, ya lo verán.
A veces está la cuestión de arruinar el proyecto del hijo, por eso
hay que trabajar en familia. ¿Por qué nosotros disfrutamos tanto de la
176
profesión? Porque es algo que nos apasiona y encontramos ahí nuestra
identidad profesional, intelectual, de acompañar el dolor. Una persona
con discapacidad ¿por qué no lo puede encontrar? Por ejemplo, es muy
habitual —hablando de esperanza y expectativa— que los adolescentes
con discapacidad aprendan cocina en los famosos talleres de cocina de
las escuelas y centros de día, pero después, en la casa no los dejan porque
se pueden lastimar, pueden incendiar la cocina. Ahora en pandemia, una
de las cosas que trabajé con los familiares fue cómo lograr que lo que
hacían afuera lo hicieran en la casa. «Ustedes tienen que lograr que eso
que hacía afuera y le gustaba lo haga en casa», pero responden que no. Y
yo insisto: «Pero la cocina no es de ustedes, es de todos».
Empezamos a ver que eran los miedos maternos que no lo dejaban
elegir. Es cierto, podía hacer un zafarrancho, cortar media papa, había
riesgos, había que asistirlo. Se le podía preguntar al tallerista de cocina
cuáles eran los puntos flojos que había que cuidar. Lo que yo quería fun-
damentalmente era saber lo que el adolescente sabía hacer. «Hago pan»,
y yo: «Qué aburrido, ¿siempre pan?». Y la madre: «¿Cómo le dice eso a
mi hijo?». «Tiene que salir de la monotonía, debe haber aprendido algo
más», devuelvo yo.
El adolescente debía estar en la cómoda, quería hacer siempre pan,
por lo que la madre tenía cinco quilos de pan todos los días en la casa
para no dejar que se frustrara. Así la familia fomenta el ritual. Comento:
«Seguro habrá aprendido a hacer otras cosas, pizza, galletitas», y el chico:
«Sí, yo hago pizza, hago galletitas, pero mamá no quiere que haga galle-
titas». Entonces empezamos a trabajar esto de lo dulce, qué es lo dulce,
la galletita como el símbolo de la ternura. Interpretaba que había que ver
cómo la madre le habilitaba la ternura.
Ahora hace diez quilos de galletitas por día, todo el tiempo galletitas,
porque se pone obsesivo y compulsivo. Empezamos a hablar de donacio-
nes y el adolescente, con el barbijo puesto, va a llevarle a la gente que
Desafíos e intervenciones en la clínica con personas con discapacidad.
Conversación con Jorge Cantis
- Ana Mosca y María Elisa Domínguez
177
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 159-177.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.9.
lamentablemente tenemos en la calle. Está haciendo una fusión intere-
sante, el tema es que quiere charlar, pero pudimos lograr hacer algo y con
un lazo social. Después fuimos, también, a una parroquia. En fin, eso sería
la esperanza: ubicarlo en el mundo.
Son muchos años trabajando con la discapacidad y son muchos tus
recursos. Tu estilo propio, desdramatizando. Tenemos que agrade-
certe la generosidad y la disponibilidad para este encuentro, que nos
estimula a continuar trabajando y produciendo.
Es una clínica que agota también. Hay momentos en los que estoy
cansado, pero este encuentro me revitaliza. Poder acordar y ver el en-
tusiasmo de ustedes por el libro. Me fascina —en el buen sentido de la
palabra— lo que significó para ustedes. Además, audepp es una institución
que quiero mucho, donde está el afecto de queridas y queridos colegas
de tantos años.
Terminamos este encuentro con la esperanza, porque la utopía es
nuestra brújula y, en especial, con las personas con discapacidad: no
perder nunca la esperanza.