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«ELLA LO VA A PAGAR»:
DESAFÍOS DE LA CLÍNICA
EN CONTEXTOS VULNERABLES
SHE WILL PAY”: CLINICAL CHALLENGES
IN VULNERABLE ENVIRONMENTS
«ELA PAGARÁ POR ISSO»: DESAFIOS DA CLÍNICA
EM CONTEXTOS VULNERÁVEIS
Rosina Asuaga
Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: rasuaga@gmail.com
ORCID: 0000-0001-9757-2344
Recibido: 17/3/2021
Aceptado: 23/6/2021
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 63-84.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.4.
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
ASUAGA, R. (2021). «Ella lo va a pagar»: desafíos de la clínica en contextos vulnerables.
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), 63-84. DOI: doi.org/10.53693/
ERPPA/2.2.4.
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica - Vol. , N.o 1
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Resumen
En este trabajo me propongo reflexionar , a partir de un caso clínico, sobre algunos
aspectos de la clínica con jóvenes que provienen de contextos socioculturales carencia-
dos, donde el abandono, la violencia y el desamparo se repiten transgeneracionalmente.
La fragilidad de estos pacientes y la vulnerabilidad del entorno social, económico y cul-
tural en la que se encuentran dificultan la posibilidad de proyectarse en el tiempo y la
continuidad del tratamiento se ve amenazada. En estos casos las variables se hacen cons-
tantes. Dejar espacio para la espontaneidad y flexibilizar algunos aspectos del encuadre
posibilitan la continuidad de los tratamientos.
Palabras clave: continuidad existencial, impredecibilidad, falso self, verdadero self,
transgeneracional.
Abstract
In this article, from a clinical case, I reflect on some aspects of my clinical work with
young people who come from deprived sociocultural contexts, where abandonment,
violence and helplessness are repeated transgenerationally.
These patients’ fragility and the vulnerability of the social, economic, and cultural
environment in which they live make it difficult for them to project themselves over time,
threatening treatment continuation.
In these cases, variables become constants. Leaving room for spontaneity and
making some aspects of the setting more flexible contribute to treatment continuation.
Keywords: existential continuity, unpredictability, false self, true self,
transgenerational.
Resumo
Neste trabalho, a proposta é refletir a partir de um caso clínico sobre alguns
aspectos da clínica com jovens provenientes de contextos socioculturais carenciados, em
que o abandono, a violência e a desproteção se repetem através de todas as gerações.
A fragilidade destes pacientes e a vulnerabilidade do ambiente social, econômico e
cultural no qual estão inseridos tornam difícil a possibilidade de se projetar no tempo
e a continuidade do tratamento passa a ser ameaçada. Nestes casos, as variáveis se
tornam constantes. Deixar espaço para o espontâneo e flexibilizar alguns aspectos do
enquadramento permitem a continuidade da terapia.
Palavras-chave: continuidade existencial, imprevisibilidade, falso self, verdadeiro
self, transgeracional.
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UNA CONSULTA SINGULAR
Diego llega a la consulta particular traído por su madre, desesperada
por el comportamiento de su hijo y el sufrimiento que le genera. Al soli-
citar la hora por teléfono, Estela dijo: «La hora es para mi hijo, tiene vein-
tiún años, lo voy a acompañar, si quiere entrar él solo, mejor. El problema
es que él es adoptado y no lo puede aceptar».
Llegan juntos. Entre los dos relatan la historia que los une, de forma
deshilvanada, y yo intento desenredar un discurso confuso y develar la
trama dolorosa que los trae a la consulta.
TENGO QUE ARREGLARME SOLO
estela (E): Vinimos los dos... Él tiene un carácter muy explosivo.
diego (D): Sí, es cierto. No aguanto nada ni a nadie. Eso me trae proble-
mas. No me gusta falsear, a buenas me sacás todo, pero no me falsees.
terapeuta (T): ¿Falsear? ¿Qué sería?
d: Que te mienten en la cara o te están tomando el pelo, o hablás con
uno y sale repartiendo…, no digo de secreto…
t: ¿Con tu madre te pasa eso?
d: No, porque nos vemos de vez en cuando.
e: Él se fue a vivir solo desde los dieciocho años.
t: Y consultan juntos…
e: Hace muchos años que queríamos venir… Hay un problema: él nun-
ca aceptó ser hijo del corazón y que la madre no lo acepta.
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«Ella lo va a pagar»: desafíos de la clínica en contextos vulnerables
Rosina Asuaga
d: Ella no existe, eso no importa…, la vi alguna vez.
Estela cuenta que, en su juventud, ella tampoco aceptaba no quedar
embarazada y que a los veintiocho años había decidido adoptar. Un fa-
miliar la contactó con una mujer embarazada «dispuesta a dar» al bebé.
e: Era tanto el trauma que yo tenía…, deseaba tener un hijo y no que-
daba embarazada… A los seis meses de su embarazo comencé a visitar
a la madre, le llevaba verdura, leche en polvo para el otro hijo de dos
años… Fue legal, la abogada hacía los papeles. Unos días después del
nacimiento de Diego, me la encontré y me dijo: «Yo no lo quiero de
ninguna manera y, si alguna vez nos encontramos, alejate dos cuadras,
no quiero verlo».
Estela mira a Diego, me mira y agrega: «De esas cosas se está ente-
rando ahora». Cuando Diego tenía nueve meses, Estela quedó embara-
zada. Al año y medio nació su hermana y ocho años después nació su
hermano. «Tomó teta dos meses, él de un lado y su hermana del otro…
Siempre traté a mis hijos igual, no hay diferencia». A los seis años se en-
teró por una prima que era adoptado.
Diego vive sus veintiún años de actuación en actuación, generando
malestar en su entorno familiar y laboral. Al parecer todo le resbala, nada
le importa. Dice:
En el trabajo ahora estoy suspendido por nueve días… Hago cualquier
cosa, falto, hablo mal, me enojo. Solo dos compañeros me hablan, es-
peran a que se me pase… Quiero que me echen, pero no lo consigo…
Le hablo mal a la encargada, rompí un portón a propósito… No quiero
ir más, pero no me echan… ¿Renunciar? Ni loco, quiero irme con plata.
A los quince años hacía picadas en moto. A los diecisiete años, al-
coholizado, tuvo un grave accidente, que lo dejó internado en cti varios
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días. «Mi padre me dijo que había sufrido mucho cuando estuve inter-
nado, que así no podía seguir. Tenía diecisiete años; cuando cumplí los
dieciocho, me fui».
Al finalizar, planteo:
t: Es importante continuar pensando estas cosas, sin duda dolorosas
para todas las partes: la adopción, los secretos, las diferencias y simili-
tudes entre hermanos. En esta historia hay mucho sufrimiento…: una
mujer que no puede concebir, un niño que se entera de que es adopta-
do, una mujer embarazada que no puede criar a su hijo…
e: Que no quiere.
d: Sí, ella no quiso.
t: No quiso, no pudo… Estas cosas las podremos pensar más adelante.
e: Pero tenía otro hijo y con ese se quedó.
En su relato, Estela denuncia el abandono materno de un modo cruel,
como si ella fuera la víctima, sin poder cuidar a Diego ni discriminarse de
su dolor. En un intento de protegerlo, planteo la posibilidad de que Diego
venga solo la próxima consulta. La madre asiente y lo mira.
d: No, yo no vuelvo, yo ya te pagué.
e: Pero es importante que vengas de nuevo, por lo menos tres veces.
d: Ya te pagué.
t: ¿Qué es lo que pagaste?
d: Le dije que venía y vine.
t: ¿Tenés que pagarle a tu madre? ¿Le debés algo?
d: Sí, que me haya cuidado, por todo lo que me dio.
t: Estela, ¿usted cree que le debe algo?
e: No, yo lo que quiero es verlo bien.
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d: Sí, pero yo no vengo más, yo tengo que arreglarme solo, es mi pro-
blema. Yo no voy a volver.
Diego cree que tiene que arreglarse solo. Dudo que vuelvan, por lo
cual me arriesgo a hacer una devolución, para que al menos se lleven algo:
Pienso, Diego, que estás deprimido, por eso tus enojos, el mal carácter
y el abuso del alcohol. También veo una madre preocupada pidiendo
ayuda y un joven que sufre y no puede tomar las riendas de su vida,
que se pone en riesgo. Hay mucho dolor en todo lo que cuentan. Dar
este paso, consultar, es algo difícil y valorable, lo cual me genera un
gran respeto hacia ustedes. Me gustaría que volvieran para continuar
pensando juntos. Pienso que los puedo ayudar.
En este momento me siento conmovida y creo percibir que algo simi-
lar les sucede a ellos. Les digo que voy a reservar una hora para la próxi-
ma semana, que si deciden venir los voy a estar esperando. Sugiero que
Estela le recuerde con tiempo a Diego la cita. Dudo que vuelvan.
Mientras escribo, acuden a mi mente los versos de una canción que
continuará acompañándome a lo largo de esta escritura:
Soy quien soy
No preciso identificación
Sé de dónde vengo y dónde voy
Porque soy lo que soy
Y no quien quieras vos
El hijo de Hernández,
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HAY QUE ALAMBRARLA Y PRENDERLA FUEGO
Para mi sorpresa, vienen. Llegan juntos.
Horas antes, Estela se había ocupado de recordarle a Diego que hoy
era el día de la consulta. Diego no se acordaba. Tampoco recuerda lo que
hablamos en el encuentro pasado. Expreso que yo sí lo recuerdo y que
estuve pensando mucho en ellos.
e: Yo le dije: «No voy», y él me dijo: «Vos vas». Y, bueno, yo siempre
acompaño, mi marido es viajante…
d: Yo por mí no vendría, aunque sé que tengo que cambiar algunas
cosas.
t: ¿Cuáles?
d: El carácter, pensar más en los demás, que me empiecen a preocupar
más las cosas; todo me resbala, soy egoísta. Viviendo con mi abuela me
dejó ser así.
Diego se fue a vivir con su abuela paterna cuando cumplió los die-
ciocho años, tratando de evadir de este modo los límites que su padre le
había impuesto luego del accidente. Meses después, se fue a vivir solo.
«Era una bala perdida, pasaba dos o tres días sin ir a dormir, arranqué a
tomar… Por mí, vivía solo toda la vida».
Hablo sobre los dos Diegos: uno al que nada le importa y todo le
resbala, y otro que se preocupa y viene acá a pedido de su madre. Diego
asiente, me mira y percibo que puede escuchar.
e: Tal vez la culpa es nuestra, lo criamos egoísta, todo era para él pri-
mero, después venían los hermanos.
t: Había diferencias entonces…
e: Sí, él tenía todo primero.
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t: ¿Por qué?
e: Él necesitaba el doble de protección, él tenía su carga arriba, yo tenía
que salir a luchar por él. Yo lo elegí a él, los hijos biológicos vienen…
Después de él… vengo yo. Tengo mi carga de mi niñez, cuando él no
tenga que venir más voy a venir yo. Yo salí a pelear por él, me vestía de
acero, él era mi pequeño tesoro.
t: ¿Por qué tenía que pelear por él?
e: Al no poder tenerlo yo… Él había llegado a mi vida… Cada vez que
me llegaba la menstruación era desesperante. Mi marido no estaba en
la semana, casi todo lo hice yo sola, las visitas a la madre, buscar un
abogado. Cuando fuimos a conocer a la madre fuimos yo y Diego.
t: ¿Cómo es eso?
e: A los dieciséis años, él quería conocerla, insistió tanto que lo
acompañé.
d: Hay que alambrarla y prenderla fuego.
e: Ella dijo que no había nacido, que no fuéramos más o nos prendía
fuego. Eso lo tenés que hablar [mirando a Diego].
d: Si un día me levanto con el pie izquierdo…, ella lo va a pagar. Tal vez
por eso soy así, no conozco el límite.
e: A veces anda desgreñado, sucio, cochino, parece esos que piden en
los semáforos, esos que juntan basura. No entiendo por qué lo hace. ¿Es
para molestarnos?
d: Me visto así porque quiero, soy así [fastidiado].
e: Usted no se lo imagina, es otro.
t: ¿Será que a veces te sentís como una basura?
d: ¿Yo basura? Tengo un ego… A veces soy agrandado, me burlo de los
demás… Soy una mierda con las mujeres, las hago sufrir.
e: Las mujeres para él no tienen valor.
d: Siempre fui un hijo de puta: engancharlas, que dejen todo por mí y,
después de que dejan todo por mí, yo las dejo. Siempre me gusta salir
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con muchas a la misma vez... No se me escapa ni un «te quiero» ni por
joda. Y hubo una que pudo haber sido mi pareja…, pero no, yo salía un
día con una y otro día con otra.
t: Como si no pudieras elegir, dirigir tu vida. Parece que te sentís prisio-
nero de tu mal carácter, de tu historia, maltratando a los otros, tomando
para llenar un vacío.
d: Sí, así me siento, nada me importa.
t: Sin duda, cargás con una mochila muy pesada, el rechazo de tu pro-
genitora es como una puñalada. Pero también es cierto que viviste co-
sas buenas; sin embargo, esas experiencias se desvanecen… Yo no creo
que todo te resbale, que nada te importe. Creo que no podés llenarte de
cosas buenas, retenerlas y poder darlas en un vínculo amoroso con una
pareja o con tu familia… Sin embargo, estás acá. Tenemos que trabajar
juntos para que ese Diego, que sí quiere y se preocupa, se fortalezca,
crezca y le gane al Diego herido, apuñalado.
Finaliza la entrevista, al igual que la anterior me conmuevo. La madre
le dice que tiene que venir diez veces más, que ella lo va a traer si es ne-
cesario. Diego me pide un certificado para presentar en el trabajo. Tengo
la impresión de que van a volver.
Mi personalidad no va a cambiar
Porque alguien diga cómo tengo que actuar
Pero yo no permito que a mí nadie me mande
Yo no soy el hijo de Hernández
El hijo de Hernández,
Cuarteto de Nos
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¿QUIÉN TRAE A QUIÉN?
A la tercera entrevista, para mi sorpresa, no llegan. Llamo a Estela y
me comenta que, si bien el día anterior le había recordado a Diego la cita,
él no pasó a buscarla, como habían quedado, y no contesta el teléfono.
Le doy otra hora más tarde y le digo que, si no logra comunicarse con él,
igualmente venga ella.
Estela llega sola. Relata su historia de abandonos y sufrimiento, y
habla de la separación de sus padres y de las condiciones de pobreza y
soledad en las cuales creció:
Vengo de una madre abandónica, padre abandónico, crie a mis herma-
nos. […] Mi madre se junta con un…, hace pareja, ahí empieza otra tor-
tura más. Con mis hermanos estuvimos una semana durmiendo arriba
de un baño, no nos quería, yo a él le llevaba la contra… Ella no se puso
en el lugar de madre… Ella no quería que viéramos a nuestro padre, él
supuestamente vino un día a vernos y ella lo corrió.
También Estela corre a la progenitora de Diego cuando intenta co-
nocerlo a los diez años. «Le dije que todavía no. Ella pide una foto y le
dije que no. […] Diego siempre supo todo, el nombre de la madre, de los
hermanos». Sin embargo, ante mi pregunta confiesa que Diego no sabe
sobre este intento de visita. Tampoco le contó que su progenitora le ha
enviado una foto de ella.
El desconocimiento, la desmentida, el abandono y la traición trascien-
den las generaciones y los envuelven en un círculo de repetición. «Ella» es
el modo en que Estela nombra a su madre. «Ella» es el modo de nombrar
a la progenitora de Diego. En el discurso parecen confundirse y mostrar el
entretejido de identificaciones.
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«Diego me cansa, me agota, vengo luchando desde que nació… Todo
es Diego.» ¿De cuál lucha habla?, ¿de la suya como madre o como hija?
La llegada de Diego a su vida la enfrenta a la maternidad y, al mismo
tiempo, a su imposibilidad de concebir. Me pregunto: ¿qué lugar viene a
ocupar Diego?, ¿qué significantes le son asignados?, ¿qué vacío tiene que
llenar?, ¿qué posibilidades tiene de existir?1
Me pregunto también quién trae a quién a la consulta: ¿Estela trae a
Diego o es traída por él? ¿Qué sucedió en etapas tempranas del desarro-
llo de Diego? ¿Podríamos pensar en una depresión materna? ¿Qué cosas
no pasaron cuando algo tenía que pasar (Winnicott, 1989)?
Poco a poco, en el correr de los encuentros, logramos desenredar las
historias, abrir preguntas, encontrar respuestas. Poder centrar la atención
en el aquí y ahora del vínculo y salir de la terrible historia de abandono y
rechazo de Diego, para poder ahondar en la suya. Pasamos de la tragedia
al drama para que Estela pudiera afrontar por sí misma sus conflictos.2
Estela puede comenzar a pensar a partir de su historia y comprender
que su depresión viene de otros tiempos. «Es una cosa no resuelta de
niña, que yo tendría que haber resuelto antes de Diego… Él vino a que yo
pudiera», dirá Estela tiempo después.
Usted me confunde y no sé qué pretende
Ya le expliqué, pero se ve que no entiende
Y esa equivocación es un error grande
1 Ricardo Rodulfo (1989) plantea la importancia de preguntarnos frente a un paciente: ¿qué
representa este chico para el deseo de los padres?, ¿para qué se lo desea? El mito familiar
(puñado de significantes dispuestos de cierta manera) se caracteriza por lo que el niño respi-
ra allí donde está colocado.
2 Susana García Vázquez (2010) cita a Alain Fine (2002), quien plantea que los «pacientes cu-
yas inscripciones en el orden de lo trágico quedaron fijadas como tales y no pueden imaginar
ser ellos mismos autores de su propia existencia, quedando presos de un destino, un pasado
eternamente presente» (s. p.).
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Rosina Asuaga
Yo no soy el hijo de Hernández
No me siga ni me pida
Que sea cómplice en su mentira
El hijo de Hernández,
Cuarteto de Nos
SOY COMO EL ARROZ, SOLO ESTOY
PARA ACOMPAÑAR
Continúo trabajando en un encuadre incierto. Algunas veces Diego
no llega, su madre y yo intentamos darle al tratamiento la continuidad
que él no puede sostener. Trato de ordenar el discurso de ambos, otorgar-
le sentido, que logren escucharse y poder pensar el vínculo: ¿qué espera
uno del otro?, ¿cómo se sienten mirados?, ¿en qué cosas se parecen y en
cuáles son diferentes?
A Diego lo despiden de su trabajo, está molesto con una compañera:
«Me siento traicionado… Lo va a pagar. […] Por otro lado, me da pena
por el encargado, éramos muy pegados. Ahora la mochila queda para él.
Queda él solo con todo… Le fallé».
Diego puede acercarse a la idea de que sus actuaciones lo llevan a
perder cosas y que esto tiene consecuencias. Se enfurece al descubrir que
no es omnipotente:
d: Yo quería que me echaran, pero cuando yo lo decidiera.
t: No tolerás los límites.
d: Eso es así, no me aguanto nada de nadie. Estaría como un fiolo
con mi abuela. Era una convivencia como si fuera mi mujer, pero no la
tocaba…, como una mujer… A veces dormía con ella…, no mantenía
relaciones sexuales, claro… Un día discutimos, me pintó la locura y me
fui a la mierda.
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Falla la represión y prevalecen los mecanismos de escisión.3 Le mues-
tro estos aspectos escindidos, un Diego omnipotente que no necesita a
nadie, otro Diego indefenso que teme el abandono, quedarse solo.
d: La otra noche no quería estar solo, quería ver a mi abuela, eran las
once de la noche. Me subí a la moto y arranqué. A mitad de camino,
dije: «¿Qué hacés?». Me volví a mi casa.
t: Es importante que te permitas sentir que necesitás a las personas
que querés.
d: Lo que pasa es que es un ratito, el amor mío es un ratito. Voy a ver a
mi padre, a tomar mate y al ratito me empieza a hablar… y me voy. Yo
soy como el arroz, estoy solo para acompañar.
«Soy como el arroz blanco», repite Diego. También la madre dice que
ella está para acompañar. Sin embargo, el reclamo de ambos es que el
otro no acompaña.
d: Yo la invito a mi madre a salir, dar una vuelta, pero no quiere.
e: ¿A las picadas?
d: ¿Y por qué no? [se ríe]. A comer unas pizzas, vos nunca querés.
e: Y yo tengo que pagar…
d: Y, bueno, si me querés, manteneme [riéndose].
¿Cuál es el modo de Estela de acompañar el crecimiento de su
hijo? ¿Será que, tal vez, Diego llega a su vida para acompañarla y evitar
que caiga en una depresión? ¿Por eso Diego siente que solo sirve para
3 Al respecto, ver el concepto de regresión clínica comparado con el de organización defensiva
(Winnicott, 1989).
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acompañar, para amoldarse al otro? Me pregunto: ¿cuál es mi modo de
acompañarlos en este proceso?
Intento ser cautelosa, ya que también el tratamiento se ve amena-
zado con durar un ratito. Cada vez que Diego se despide, pienso que es
probable que no vuelva.
Al mismo tiempo, en algunos momentos puede pedir ayuda: «A veces
siento una locura en mi cabeza, un entrevero difícil de manejar. Quiero
que vos me arregles la cabeza».
Sin embargo, nunca se compromete a volver: «No sé si voy a estar la
semana que viene, me voy de gira con amigos», «De repente me voy a
trabajar a Treinta y Tres».
Lo impredecible amenaza la continuidad del tratamiento. Tal vez este
sea el modo de mostrar las fracturas de su continuidad existencial/per-
sonal debido a las fallas en la confiabilidad del ambiente en etapas tem-
pranas, previas al desarrollo de los mecanismos que vuelven predecible
lo impredecible (Winnicott, 1989). Esta impredecibilidad genera en mí
desasosiego, preocupación y desconcierto ante la invasión de emociones
y sentimientos encontrados.
Estela se queja de que su hijo es arrogante, mentiroso, sucio, alcohó-
lico. Diego se presenta como egoísta, indiferente, hijo de puta, mujerie-
go. Para mi sorpresa, no siento rechazo. Veo otro Diego. Su mirada, sus
gestos, parecen no acompañar del todo su discurso. No dudo de que su
petulancia, su sentido grandioso de autoimportancia, su falta de empatía,
es una máscara que responda a la construcción de un falso self.
Diego es un paciente grave. Su inestabilidad afectiva, sus sentimien-
tos crónicos de vacío, sus adicciones, su impulsividad y sus conductas
antisociales lo ponen en riesgo y configuran un trastorno de personalidad
borderline. Intento que realice una consulta psiquiátrica, pero se niega
rotundamente. Como este tratamiento se da en el marco de la consulta
particular, no cuento con un equipo interdisciplinario de apoyo.
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No voy a ser otro porque a usted le conviene
Aunque mi declaración me condene
Sé quién soy y ande donde ande
Yo no soy el hijo de Hernández
El hijo de Hernández,
Cuarteto de Nos
¿QUIÉN TIENE QUE PAGAR?
Al sexto encuentro Diego no viene, trabajo con Estela. Dirá:
Desde que fui concebida, nunca me quisieron… Siempre fui depresiva…
Yo era la hija mayor, supuestamente el hijo mayor es la ilusión… Mi ma-
dre quedó huérfana de madre a los ocho años, era la mayor, tenía siete
hermanos, el menor tenía un año. Es para escribir un libro. Yo tenía es-
crito un libro con la historia de Diego, un día nos peleamos y lo quemé.
Estela logra ver cómo su historia, la de su madre y la de su hijo se
entrecruzan. Me sorprende su capacidad de insight.
Los tres son los hijos mayores, los tres vivieron abandono materno.
«Yo siempre quise tener un hijo, fuera casada, soltera o divorciada…
Tuve un embarazo psicológico antes de adoptar a Diego; tenía barriga, el
médico me dijo que tenía que sacármelo de la cabeza».
Al parecer Diego la habita desde mucho tiempo antes de nacer. Existe
en ella sin necesidad de un hombre, sin embarazo, sin ley. Hace diez años
que Estela no ve a su madre. «Una vez pensamos venir las dos a una psi-
cóloga. Es una manera de saldar las cosas antes de irse».
¿Saldar? ¿Pagar? ¿Quién tiene que pagar…?
En los siguientes encuentros, Diego se enoja con su madre y amenaza
con abandonar el tratamiento. Propongo que asistan separados, a fin de
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Rosina Asuaga
apuntar a la discriminación y a que surja la demanda de Diego. Cada uno
tiene su espacio una vez por semana.
Logro comunicarme con el padre vía telefónica, ya que por razones
laborales no puede venir. Expresa preocupación por su hijo y muestra la
impotencia que siente ante su comportamiento, que no acepte límites y
dificulte el acercamiento, lo que provoca rechazo.
Al venir solo, Diego parece sentirse más cómodo y comienza a mos-
trar otros aspectos de su vida y de sus vínculos:
Mi madre es un tema, yo también. Es muy cerrada, lo que ella dice es
eso. Yo me fui por eso, yo soy yo y ta… Si ella no tuvo vida, que me
deje tenerla a mí… No te juntes con este, hacé esto, hacé lo otro. Que
no asfixie.
Ella dice que es blanco, y es blanco… No sé si la quiero, no sé qué es la
palabra querer… Mi abuela sí, es como una reina, es todo para ella, me
deja andar. Si se me va la mano, me frena, me da la pauta.
Mi madre, con lo que me hizo, me empezó a alejar, me decía que yo
era lo peor, que era un drogadicto. Yo no me drogaba en ese momento.
Diego se identifica con este mensaje materno y reiteradamente se
llamará a sí mismo «el peor». Este tipo de atribuciones configuran lo que
Hugo Bleichmar (1977) llama creencias matrices pasionales, que gobiernan
el comportamiento por medio de enunciados identificatorios que mode-
lan la subjetividad.
Marcelo L. Cao (2009) plantea que en la adolescencia el joven debe
construir una nueva dotación identitaria, que requiere la fundación de
un segundo y definitivo narcisismo. La presencia y el accionar de los
otros del vínculo, los posicionamientos subjetivos que adopten, tanto en
los momentos fundantes del psiquismo como a lo largo del ciclo vital,
son de suma importancia, ya que serán abastecedores de investiduras y
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significaciones. Las múltiples ambivalencias podrán infiltrarse en el su-
jeto, vía proyección o depósito, y dar lugar al desarrollo de los aspectos
tanáticos del narcisismo. Una vez incorporados, una vez que el sujeto las
haya hecho propias, continuarán en un diálogo interno (Cao, 2013).
Y continúa diciendo:
A este traspaso de afectos, representaciones y deseos actuales habría
que agregar aquello que llega por vía de la transmisión intergeneracio-
nal. Esta transmisión de procesos y contenidos inconscientes no solo
garantiza la continuidad de la vida psíquica en la sucesión de las gene-
raciones, sino que refrenda la hipótesis freudiana de que ninguna gene-
ración está en condiciones de ocultar a las siguientes, sucesos psíquicos
que resulten significativamente relevantes. (Cao, 2013, p. 97)
Me pregunto: ¿con que herramientas contaba Diego al transitar la
adolescencia?, ¿podemos pensarla como una etapa cumplida?, ¿acaso
el tratamiento podría ofrecerle el sostén y la confianza necesarios para
construir identidad, acompañarlo a explorar sus orígenes, historizarse?
SOY COMO SOY
Diego plantea:
Soy como soy, no voy a cambiar. Llegué a estar dos años sin ir a la casa,
sin dirigirle la palabra a mis padres… No me gusta despedirme, no me
despido, me voy. Eso hago con las mujeres. De mi casa me fui sin ha-
blar, no dije nada, hice el bolso y me fui.
Sin embargo, se queja de la indiferencia de su madre:
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Rosina Asuaga
Me dejó tirado… Cuando la necesité, no la tuve… Ella lo va a pagar,
esos dos años… Después que me fui de la casa de mi abuela, estuve
una semana en carpa. Después viví como un mes en el furgón de un
camión. ¿Viste eso que tengo problemas con los límites?, mi abuela me
puso un freno y me fui. Durante cuatro o seis meses no supieron nada
de mí. Mi viejo me llamó algunas veces y no le contesté.
Diego abandona, tal vez en un intento de discriminarse y comprobar
si es querido, si alguien lo busca y lo rescata. No logra ponerse en el lugar
del otro. Su familia se maneja del mismo modo. Hace años que el padre no
habla con su madre (abuela de Diego), a pesar de ser vecinos. La ofensa y el
corte en las relaciones es el modo de funcionamiento vincular. La traición,
la desconfianza y el deseo de venganza ganan espacio en esta familia.
Intento hacer pensables estos aspectos y, fundamentalmente, cons-
truir con él un vínculo diferente. Cada encuentro es movilizador. Quedo
extenuada y al mismo tiempo tengo esperanzas de poder ayudarlo. El día
antes de la sesión le recuerdo por mensaje. Cumple con el encuadre. Su
madre paga las sesiones. «Que pague ella y si no, mandala al clering».
Al parecer yo también puedo entrar en el círculo de traición y ven-
ganzas, puedo salir damnificada y transformarme en acreedora. ¿Quién
tiene que pagar?, ¿la madre biológica?, ¿la madre adoptiva?, ¿la madre de
Estela?, ¿Diego cuando accede a venir?, ¿yo?
Soy mis creencias y mis carencias
Soy mi materia y mi esencia
Soy mi presencia, mi ausencia, mi conciencia
Y mi apariencia, soy mi procedencia
El hijo de Hernández,
Cuarteto de Nos
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Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 63-84.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.4.
SI ME QUERÉS, MANTENEME
La relación entre Diego y su madre se complica, lo que amenaza la
continuidad del tratamiento, por lo cual resuelvo derivar a Estela con un
colega y continuar trabajando con Diego. Acompaño a Estela en el pro-
ceso y comienza un tratamiento.
Diego viene dos veces por semana. Continúo recordándole el día an-
terior que lo espero, pero un día me olvido y le mando un mensaje tempra-
no en la mañana. Diego no viene ni contesta. Luego me dirá que estuvo
dos días en fm (drogado) y que por eso no vino.
El alcohol, las drogas, las conductas delictivas, la venta de objetos de
dudosa procedencia, las peleas callejeras, las promesas de venganza, co-
mienzan a ocupar lugar en su discurso. Se siente despreciado por su familia
y desea vengarse: «Hoy si no caigo preso, me voy a drogar, voy a ir a la casa
de mi madre y le voy a tirar la puerta abajo, prendo fuego la casa».
Intento ayudarlo a relacionar su angustia con sus actuaciones y con
el consumo. Se preocupa, ya que tal vez sus padres no quieran seguir
pagando el tratamiento. Le planteo la posibilidad de que él se haga cargo
del pago. Con cara burlona expresa: «¿Pagarlo yo? Ni loco, prefiere to-
mármelo o comprar frula [droga]».
Diego se siente despreciado por su padre, desacreditado por su ma-
dre, desvalorizado por su entorno. Me muestra su sufrimiento y me hace
padecer lo mismo; me desprecia y se burla de mí, tal vez en el intento
de provocarme la rabia que él siente y poder nuevamente ubicarse en el
lugar de «el peor». Pero yo no siento enojo, sino desconcierto y tristeza, y
se lo muestro. Inmediatamente me dice: «No, no es así».
Es en estos momentos en los que aspectos del verdadero self comien-
zan a emerger y Diego puede deshacerse de esa máscara de indiferencia
que lo protege y preocuparse por lo que generan en mí sus dichos.
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Rosina Asuaga
John Bowlby (1989) plantea:
cada vez que el terapeuta queda desconcertado o resentido por el
modo en que es tratado por el paciente, es lo bastante sensato para
averiguar cuándo y de quién el paciente puede haber aprendido esa
forma de tratar a otras personas. Con frecuencia la ha aprendido de sus
progenitores. (p. 167)
Emocionalmente Diego es un niño asustado que se siente en riesgo
de abandono. Al no poder ponerlo en palabras, mentalizarlo, lo pone en
su cuerpo y en el acto. Él es entonces quien abandona y asusta con sus
conductas de riesgo. Mostrándome su fragilidad también me muestra el
camino por el cual yo debo transitar para acompañarlo. Un olvido de mi
parte es sentido como abandono.
Volviendo a Bowlby (1989):
un analista debe tener en cuenta su responsabilidad profesional; por-
que, en el caso de pacientes que presentan un falso sí-mismo, esto pue-
de ser muy oneroso. Winnicott describe el «período de dependencia ex-
trema» que tales pacientes atraviesan durante la terapia y advierte que
«los analistas que no están preparados para enfrentarse a las enormes
necesidades de pacientes que se vuelven dependientes en este sentido,
deben tener cuidado al elegir sus casos de no incluir los de tipo de falso
sí-mismo». (p. 72)
Al finalizar esta sesión siento la angustia en el cuerpo, una sensación
de vacío y una profunda tristeza. Estos sentimientos, en mayor y menor
medida, de algún modo me acompañarán durante el proceso y genera-
rán en mí desconcierto, curiosidad, necesidad de investigar y compartir.
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(2), julio-diciembre 2021, pp. 63-84.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.4.
Más tarde recibo un mensaje de Diego: «Gracias por los consejos de
hoy. Cada día le estoy tomando más aprecio. Gracias por estar».
Diego comienza a alojar nuevas emociones y sentimientos y logra
ponerlos en palabras. Puede empezar a interesarse en el otro y por el otro
y agradecer lo que recibe. Algo comienza a cambiar. Me cuenta, orgullo-
so, situaciones en las que logra controlar sus impulsos y evita peleas en
salidas nocturnas. Comienza un curso de mecánica en la utu.
Con frecuencia me escribe mensajes entre una sesión y la siguiente,
algo del orden de la permanencia y la continuidad existencial va tomando
forma. Yo continúo acompañándolo, sin dejar de sorprenderme y apren-
der con él, eternamente agradecida.
Sé de dónde vengo, sé dónde voy
Por eso sé dónde estoy, no me avergüenza lo que soy
Sé cuál es mi lugar y a dónde pertenezco
Lo que no me corresponde y lo que merezco
Soy sangre de mi sangre y soy mi costumbre
Mis hábitos y códigos y mis incertidumbres
Soy mis decisiones y mis elecciones
Soy mis acciones
Solo y en la muchedumbre
El hijo de Hernández,
Cuarteto de Nos
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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