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¿HAY ENCUADRE SIN GÉNERO?
IS THERE SETTING WITHOUT GENDER?
EXISTE UM ENQUADRAMENTO SEM GÊNERO?
Mercedes Martín Galante
Asociación Uruguaya de Psicoanálisis
de las Configuraciones Vinculares
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: mercedes.martin.galante@gmail.com
ORCID: 0000-0001-9046-1238
Recibido: 16/2/2021
Aceptado: 15/3/2021
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), julio-diciembre 2021, pp. 17-34.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.1.
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
MARTÍN GALANTE, M. (2021). ¿Hay encuadre sin género?
Equinoccio. Revista de
psicoterapia psicoanalítica, 2
(2), 17-34. DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/2.2.1.
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica - Vol. , N.o 1
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Resumen
El artículo reflexiona sobre aspectos teóricos y técnicos que surgen de la inclusión
de la categoría de género en la práctica psicoanalítica. Se conceptualiza sobre la cate-
goría de género y se mencionan algunas modificaciones que esta perspectiva supone
respecto a la teoría psicoanalítica clásica. A posteriori, se expone un fragmento de inter-
vención clínica que invita a considerar la pertinencia de flexibilizar el encuadre cuando
el paciente se encuentra inmerso en situaciones de vida particularmente angustiantes,
que parecen sin salida.
Palabras clave: encuadre psicoanalítico, teoría psicoanalítica, género, terapeuta.
Abstract
This article reflects on theoretical and technical aspects that arise from the
inclusion of the gender dimension in psychoanalytic practice. We conceptualize on the
category of gender and mention some modifications that this perspective supposes
with respect to classical psychoanalytic theory. A posteriori, a fragment of clinical
intervention is exposed to reflect on the relevance of making the setting more flexible
when the patient is immersed in particularly distressing life situations that seem to
have no way out.
Keywords: psychoanalytic setting, psychoanalytic theory, gender, psychotherapist.
Resumo
O artigo reflete sobre aspectos teóricos e técnicos que emergem da inclusão
da dimensão de gênero na prática psicanalítica. Apresentam-se conceitos sobre
a categoria de gênero e mencionam-se algumas alterações que esta perspectiva
supõe em relação à teoria psicanalítica clássica. Posteriormente, expõe-se um
trecho de intervenção clínica que convida a considerar a pertinência de flexibilizar o
enquadramento quando o paciente está inserido em situações de vida especialmente
angustiosas, que parecem não ter saída.
Palavras-chave: enquadramento psicanalítico, teoria psicanalítica, gênero,
terapeuta.
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Me doy vuelta hacia tu lado,
en el lecho o la vida,
y encuentro que estás hecha de imposible.
Me vuelvo entonces hacia mí
y hallo la misma cosa.
Es por eso
que aunque amemos lo posible,
terminaremos por encerrarlo en una caja,
para que no estorbe más a este imposible
sin el cual no podemos seguir juntos.
Roberto Juarroz (1958, s. p.)
INTRODUCCIÓN
La inclusión de la categoría de género en la práctica psicoanalítica
implicó repensar aspectos teóricos y técnicos. Al momento de titular
este trabajo valoré algunos términos en busca del que se ajustara más a
lo que quiero trasmitir. ¿Es que el género se ha incluido en la práctica?
¿Ha impactado en ella? ¿La ha influido? ¿Podemos hablar de lo que ha
permitido incorporar? ¿Ha aportado a su actualización? Quizás todos los
términos supongan connotaciones arriesgadas y valga la pena asumir
directamente que no hay encuadre sin género. Esto no implica que los
terapeutas1 entiendan la categoría de género de manera homogénea.
1 En adelante, utilizaré las formas de género gramatical con las que naturalmente me surge
escribir y que, entiendo, agilizan la lectura. Ello no implica que desconozca la complejidad
intrínseca del tema, así como tampoco la existencia de diversidad de géneros.
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Un artículo publicado en el diario La Nación de Argentina, titulado
«La perspectiva de género al diván: los pacientes ahora cuestionan a sus
terapeutas» (André, 2018), presenta la opinión de Leticia Glocer Fiorini,
expresidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Ella plantea que
las perspectivas de género
Amplían la comprensión de muchos conflictos personales, de pareja,
familiares y grupales vinculados a fenómenos de violencia de géne-
ro, inequidades entre hombres y mujeres, así como las sexualidades e
identidades no convencionales. Estas perspectivas analizan la fuerte in-
fluencia de discursos y prácticas sociales de orden androcéntrico, sobre
los conceptos de diferencia sexual y de género y que tienen efectos en
la clínica. (André, 2018, párr. 4)
Así como la psicoanalista destaca la forma en que el género amplía la
comprensión de muchos conflictos, un posicionamiento más contunden-
te como el de Norberto Inda (1996) supone que las determinaciones de
género pueden aportar al síntoma y colaboran a generar pautas rígidas, lo
cual complejiza ese proceso cuando se produce sin generar egodistonía.
CONCEPTUALIZACIÓN
Tal como lo venimos viendo, es posible entender el género como un
concepto nuevo que brinda cierta solución a determinados problemas, o
bien considerarlo como parte del problema mismo. La literatura riopla-
tense hace pensar que los terapeutas tendemos a posicionarnos respecto
a este tema más por razones ideológicas que teóricas. Asimismo, que
un artículo publicado por un medio masivo de comunicación plantee el
tema desde la perspectiva de los pacientes reconoce el estatuto social del
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género y evidencia su naturaleza política, en tanto categoría que opera
sobre escenarios también políticos: los espacios en los que se desarrollan
prácticas para una mejor salud mental.
Si el sexo refiere a lo biológico, el género se asocia a un sentido
otorgado por la cultura. Como el individuo es permeable al contexto
social y cultural, nada de lo referido al género posee un estatuto de
naturalidad. Para Ana María Fernández (1997), reconocer la constitu-
ción intersubjetiva del psiquismo conduce a repensar la sexualidad y
a descentrarla del lugar que ocupaba para la comprensión de todo lo
subjetivo. Desde el punto de vista teórico, aquel descentramiento le exi-
gió al psicoanálisis la realización de trabajos deconstructivos por haberse
antes instituido como un gran relato cuya narrativa se ofrecía cual teo-
ría completa, omnipotente. Como consecuencia, la teoría debió recons-
truirse sobre la base del cruzamiento con otras disciplinas y categorías
de análisis como la raza, la etnia, la clase social y la edad, que, así como
el género, suponen dejar atrás la comprensión ilusoria y binaria de las
diferencias.
Como categoría que se construye en relación intersubjetiva, el gé-
nero supone una primera diferencia de perspectiva respecto a la teoría
psicoanalítica clásica, focalizada en la identificación del niño o la niña con
alguno de los padres en el entramado del Edipo. Extender la mirada de lo
intrapsíquico e incorporar el registro vincular permite pensar que
El aspecto intersubjetivo —el significado social del género— es cons-
tante a lo largo del desarrollo, puesto que las representaciones cons-
cientes e inconscientes de la madre y el padre, de lo femenino o lo
masculino, se incluyen en sus modalidades de interacción y en el modo
en que cada miembro de la pareja se relaciona con el otro. La incorpo-
ración que el niño hace es de una relación más que de una figura, la re-
lación constituye el núcleo del proceso. (Dio Bleichmar, 2010, párr. 24)
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Los padres también evidencian que el género está presente desde el
origen en tanto poseen y trasmiten representaciones vinculadas al fan-
tasma de género asociado al hijo o hija. En paralelo a este circuito iden-
tificatorio se va estableciendo lo que entendemos como identidad de
género, tanto en el niño como en la niña, en tiempos previos al tránsito
edípico y a la definición de la orientación sexual. Esta perspectiva permi-
te diferenciar la identidad de género de la orientación sexual, que surgen
de procesos independientes. Tanto Robert Stoller (1968), al desarrollar
el concepto de núcleo de la identidad de género, como posteriormente
Jean Laplanche (1980), al cuestionar el método mito simbólico, plantean
que, por su origen social, la asignación de género precede a la capaci-
dad de simbolizar lo sexual. El proceso de generización (y un importan-
te espectro de prescripciones asociadas) se puede proponer, como lo
hace Bonder (1999), como fundante y simultáneo del de subjetivación.
Así, reconocido el carácter constitutivo del género sobre la subjetividad,
podemos reconocerlo también como categoría psicoanalítica. Algunos
postulados clásicos que se vieron afectados por la incorporación de la
categoría de género fueron la definición del trauma como inherente al
descubrimiento de la diferencia sexual, el reconocimiento de variadas
fantasías en la mujer que no se asocian real o simbólicamente al falo, la
maternidad como parte del destino de la mujer y el cuestionamiento de
la envidia del pene y del complejo de castración como piedras angulares
del desarrollo psicosexual de la niña.
Finalmente, una consecuencia identificable es reconocer la categoría
de género como cambiante. Así como el análisis freudiano da cuenta,
en historiales clínicos como el de Dora, de la tipificación de pacientes
mujeres por su carácter fálico (Freud, 1989), la perspectiva de género no
facilita la simplificación o el establecimiento de relaciones causales, linea-
les, entre componentes del psiquismo. Según lo recupera Judith Butler de
Simone de Beauvoir, el género no es un constructo acabado y, por tanto,
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no ejerce un determinismo ineludible. Me refiero a la obra El género en
disputa: feminismo y la subversión de la identidad, en la que Butler (1990)
dialoga con El segundo sexo de De Beauvoir (1949). La mutabilidad de lo
genérico se relaciona con que es parte de la representación del sí mismo,
componente del sistema narcisista y de ideales. Esto permite entender la
presión por cumplir con los mandatos y asignaciones atribuidas al géne-
ro. Tal como lo plantea Elina Carril (2000), la imposibilidad de cumplir
con esos ideales puede traer aparejadas pérdidas yoicas que amenazan el
equilibrio narcisista, con lo cual el psiquismo se enfrenta a la necesidad
de desinvestir esas ligaduras para investir otros ideales. Este es un punto
en el cual la ideología del terapeuta se pone en juego nuevamente, ya que
en ese proceso generador de padecimiento debería posicionarse como
promotor de cambios necesarios y no como aliado de identificaciones
sexistas.
Jorge Rosa (1989) se refiere a la neutralidad del analista como un
imposible, en tanto implica una ausencia ideológica; citando a Fanny
Schkolnik afirma que: «la regla de abstinencia no se cumple nunca en
forma estricta, de tal forma que el análisis bascula entre la transgresión y
la abstinencia» (Rosa, 1989, p. 40). Considero que las pacientes que son
víctimas de violencia de género exigen pensar en profundidad sobre el
cuidado del encuadre y la neutralidad, ya que el temor a la transgresión
puede conducirnos a una posición de pasiva complicidad. Es importante
tener en cuenta que
Este padre autoritario y/o golpeador y maltratador de la madre ubica a
las niñas como testigos, que van incorporando en su proceso de subje-
tivación el rol pasivo y el sometimiento como respuesta. La identifica-
ción con la madre abre el camino para el establecimiento y fijación de
una relación de abuso. (Allegue et al., 2014a, p. 67)
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SITUACIÓN CLÍNICA2
Susana llega a la consulta a partir de la recomendación de su hija, que
está cursando una psicoterapia y considera que podría ser un proceso
beneficioso también para su madre. La paciente convive con su hija y su
nieto (hijo de esta), con su hijo y con su madre. Son una familia trabaja-
dora de origen humilde.
susana: Te cuento más o menos. Tengo dos hijos adolescentes, de dieci-
nueve y veintiún años. Trabajo en un residencial para adultos mayores.
Estoy medio desbordada por todo, angustiada. Por problemas familia-
res. Sin ganas de nada, en una palabra. Tengo a mi mamá, de setenta y
nueve, que vive conmigo. Mi hijo es de carácter fuerte, tengo miedo que
sea como el padre. Nunca encuentro la manera de estar con él. Estoy
un poco cansada de todo. A veces siento que lo único que me da fuerza
es mi nieto de tres años. Con cuarenta y seis años quiero encontrar más
sentido a la vida. Es como una inercia, que no hago nada con ganas.
terapeuta: ¿Cuánto tiempo hace que se está sintiendo de esta manera?
susana: Bastante. Esto viene de hace rato. El papá de mis hijos no es mi
pareja actual. Cuando tenían cinco y seis años me vine de Porto Alegre
con ellos por problemas de violencia doméstica. Tuve que salir adelante
con ellos, siempre con miedo de que Mario viniera para Uruguay, por-
que es una persona violenta. En este momento él está preso allá. Según
lo que supe, degolló a la pareja que tenía ahora. Siempre tuve miedo,
miedo a que volviera. A veces pienso que ojalá se quede para siempre
ahí adentro. Es una lucha constante por salir adelante. Vivo angustiada.
Todo me pone mal y no me gusta estar así. No tengo fuerzas, veo a mi
2 Todos los nombres de personas y lugares fueron modificados para resguardar la identidad
de los involucrados.
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madre que tiene setenta y nueve años y tiene más fuerzas. Siento que
en la vida hay muchas cosas para hacer y la verdad no tengo ganas.
En las sesiones siguientes continúan surgiendo temas que preocu-
pan a Susana, vinculados a sus hijos y a la relación con su pareja ac-
tual, respecto a la cual plantea no estar sintiendo el mismo interés. El
relato sobre su desgano y sus sentimientos de tristeza va dando lugar
a recuerdos y sueños vinculados a vivencias traumáticas. El padre de
sus hijos la golpeaba en la cabeza para que las huellas de los golpes no
fueran visibles. Como no había señales, ella consideraba que sus hijos
no sabían de esos golpes. Cuando los niños cumplían años, sus vecinos
le permitían realizar el festejo en casa de ellos para evitar que quedaran
señales de la celebración en su propia casa, ya que el padre había pro-
hibido que se hiciera cualquier actividad de esa índole. Ella conseguía
que sus hijos tuvieran su celebración, al mismo tiempo que convivía con
el peligro de que fueran descubiertos. Los vecinos prometían no decir
nada: «Nos querían mucho y sabían de lo que él era capaz…». Vivir era
sobrevivir, nada más.
Avanzada la psicoterapia, Susana dirá que sus hijos no pueden haber
desconocido esos golpes, que «seguramente algo sabían». Surge la posibili-
dad de hablar con ellos sobre lo nunca antes hablado. El hijo comienza psi-
coterapia y dice de él mismo: «No quiero ser como mi padre», lo que pro-
duce alivio en la paciente, siempre asustada por ese posible parecido que
surgía del fantasma de género circulante en relación a su padre y abuelo.
Algunos meses después, Susana comienza a recibir mensajes de
Mario, el padre de sus hijos, que le envía por Instagram. Le transmite que
procurará acortar su sentencia para recuperar la libertad y el contacto
con ellos luego de quince años, y expresa su intención de volver a estar
todos juntos, en familia, cuando regrese al país. En los días que siguen a
estos mensajes Susana pierde el sueño y el apetito. Los aspectos técnicos
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a considerar son varios, en una situación que nos enfrenta al segundo
tiempo del trauma y a mucha angustia. El trabajo analítico sobre el ma-
terial que aporta en las sesiones permite develar fantasías inconscientes
y recuperar recuerdos muy dolorosos que acrecientan la angustia y la
ansiedad. Surgen sueños que develan fragmentos de su historia familiar.
En uno de esos sueños ella y su padre caminan por la vereda y la policía
se detiene para arrestarlo. La paciente expresa el dolor que esto le hizo
sentir por la impotencia de no poder ayudarlo. Sin embargo, el padre, al
que ella tanto quería, aparece en este segundo tiempo como un hombre
también violento que golpeaba a su madre; entendimos que por ese moti-
vo era arrestado en el sueño. La aprensión de Susana para con su madre
podría asociarse con su sentimiento de culpa por no haber «roto con mi
padre… Mis hermanos nunca más tuvieron relación con él». En el sueño
recupera la fidelidad a su madre, de quien siempre habla de forma infan-
til, a cuyo cuidado se refiere como si del de una niña se tratara, haciéndo-
se visible su identificación infantil con ella.
La perspectiva actual de Susana es aterradora: no tenemos cómo sa-
ber si lo que Mario dice en los mensajes sucederá ni cuándo. ¿Cómo
continuar trabajando con lo inconsciente cuando la realidad desborda
de esta manera? Susana me pregunta qué es conveniente hacer. Desde
mi función de brindar sostén y seguridad, manteniendo un encuadre e
interviniendo de la manera que estimo más oportuna, me doy cuenta
de que no tengo respuesta a su pregunta. Sin embargo, la orientación es
necesaria. No hacer algo vinculado directamente con la realidad de esas
amenazas aportaría, una vez más, a naturalizar la inacción frente a la
violencia, lo cual la legitimaría. Mantenerme en una posición de estricta
neutralidad me haría ocupar el mismo lugar que aquellos vecinos que la
querían mucho y al mismo tiempo compartían un silencio de pánico.
A tal punto compromete el tópico del encuadre, que Bleger (1967) lo
propone como parte del esquema corporal del paciente:
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es el esquema corporal en la parte en que el mismo todavía no se ha es-
tructurado y discriminado; quiere decir que es algo diferente del esque-
ma corporal propiamente dicho: es la indiferenciación cuerpo-espacio
y cuerpo-ambiente. Por ello, con frecuencia, la interpretación de gestos
o actitudes corporales resulta muy persecutoria, porque no ‘movemos’
el yo del paciente, sino su ‘meta-yo’. (p. 247)
Cuando Susana comenzó a darme detalles de cómo se sucedían los
episodios de violencia con su exesposo, se acomodaba al borde del sillón
y gesticulaba expresivamente. En una oportunidad relató que su esposo
la golpeaba diciendo que él tenía control sobre su cabeza. «Me golpea-
ba acá, me tenía controlada por acá», me decía, dándose golpecitos con
sus dedos sobre las sienes, para expresar que ella verdaderamente sentía
que estaba controlada y que nunca podría dejar de estarlo. Semanas más
tarde pude señalarle en una sesión cómo estaba golpeándose las sienes
mientras me relataba una situación angustiante en relación a su hijo. Este
funcionamiento alienante puede comprenderse si pensamos en las para-
dojas pragmáticas que hacen que en este vínculo Susana esté tan presa
como lo estará su marido después. Estas paradojas, como lo formulan
Pahn y Roitman de Woscoboinik (1993), no solamente la desacreditan y
generan órdenes que ella debe cumplir, sino que tienen el peso de antici-
par hechos, de generar predicciones. En el caso de Susana, una de esas
predicciones enunciaba que siempre estaría controlada por el vínculo del
que era parte, en el cual los golpes de Mario eran lo que más explícita-
mente se ponía de manifiesto.
Susana no me planteó explícitamente que la acompañara a determi-
nadas oficinas para solicitar ayuda; tampoco me solicitó que averiguara
sobre el paradero de Mario, que estaba preso y no se sabía exactamente
dónde. Por otra parte, entendí que ella no solicitaría a otra persona el
apoyo y la orientación que le estaban faltando, ni habría podido dar el
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primer paso en soledad. Le planteé cómo veía la situación: ella se enfren-
taba a pedir ayuda a nivel institucional para hacer frente a algo de lo que
nunca había hablado; eso seguramente la haría sentir expuesta y podría
reavivar sus temores. Sin embargo, hacerlo valdría la pena como parte
de un proceso de reconstrucción personal y también por la realidad en la
que estaba. Acordamos que yo le brindaría información sobre cómo pre-
sentarse en el Ministerio del Interior, así como el contacto de personas
en organizaciones de la sociedad civil que trabajan con violencia basada
en género. Una vez que dio los primeros pasos en ese sentido, pudimos
trabajar en las sesiones sobre lo que iba surgiendo.
Asimismo, me ofrecí a acompañarla en caso de que su hija no pudiera
hacerlo. Estábamos en otro tiempo de la toma de conciencia y el hecho
de que la hija fuera con Susana hacía caer la desmentida acerca de que
ellos nunca supieron de los golpes de su padre. El trabajo avanzaba en
los espacios de sesión y también a través de algunos mensajes de texto
los días entre sesiones. En paralelo a los avances de Susana, que lidiaba
con su angustia al mismo tiempo que tomaba decisiones, me vi exigida de
avanzar también, trascendiendo la idea clásica del encuadre como algo
que debe permanecer invariante.
Bleger (1967) advierte que, así como la alianza terapéutica es con
la parte sana del paciente, el encuadre implica una alianza con la parte
simbiótica de su personalidad. En este caso, considero que mantener un
encuadre rígido podía implicar un aumento de esa representación sim-
biótica, la misma que tenía en relación a su madre. Cabía tener presentes
las palabras de Susana cuando decía: «Siempre tuve miedo, miedo a que
volviera. A veces pienso que ojalá se quede para siempre ahí adentro».
En su momento entendí que en este caso la inflexibilidad podía generar
un claustro agobiante, que nos dejara para siempre ahí adentro, encarce-
ladas para resguardarnos de Mario. Por otra parte, asumir un rol más
activo podía contribuir a modificar una estructura de apego asociada a
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lo negativo. Este tipo de estructura fue descrita por Anzieu y es la que
mencionan Allegue et al. (2000) como la combinación de la pulsión
de apego con la pulsión de autodestrucción, pasible de ser trasmitida
transgeneracionalmente.
Recientemente, la psicoanalista Irene Fridman planteaba que debe-
mos interpelar los constructos subjetivantes que sostienen la violencia
de género, y eso sin duda no deja por fuera a los espacios terapéuticos.
Entiendo que, como también señala ella, ha sido nefasto el efecto iatrogé-
nico que históricamente ha tenido la interpretación del masoquismo en
la mujer como origen de la violencia de género (Fridman y Sicardi, 2021).
Finalmente, me parece oportuno recuperar la visión de Fernando
Ulloa (1964), quien define el encuadre como estructurado por cuatro
elementos:
1) Las condiciones materiales del campo.
2) El proyecto del mismo.
3) El esquema científico, metodológico y técnico.
4) El estilo personal del operador.
Cuando a partir de un esquema científico y metodológico soportado en
un estilo personal, se administra un proyecto clínico (adiestramiento,
consulta, interconsulta, etc.) es fácil establecer qué es lo que se puede
y lo que no se puede. (p. 25)
En el trabajo con Susana, el surgimiento de algunas situaciones di-
lemáticas hizo que me fuera difícil discriminar si lo que acontecía en el
campo tenía que ver con mi estilo personal o bien con modificaciones
técnicas que implicaban definir el marco de trabajo con mayor flexibili-
dad. El postulado de Ulloa (1964) de que, asegurándose la sinergia entre
los cuatro elementos principales del encuadre, se podría establecer fácil-
mente qué se puede hacer y qué no, debería quizás ser revisado a la luz de
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la práctica clínica de las últimas décadas (que, entre otras cosas, ha hecho
posible pensar con más profundidad en la diferencia entre psicoanálisis y
psicoterapia psicoanalítica). Entiendo que incluso el más rico marco teó-
rico, con una oportuna supervisión y análisis personal, no nos libera de
puntos ciegos que nos hacen creer que algo se puede o no se puede, sin
que luego podamos dar cuenta a cabalidad de lo que nos motivó.
CODA
El poema que elegí como epígrafe me pareció una definición recursi-
va de lo ajeno del vínculo, particularmente cuando hay violencia y opre-
sión. En ese tipo de vínculos,
se observa la tendencia narcisista de saber todo del otro, del no reco-
nocimiento de los espacios no compartibles que encierra todo vínculo.
Lo propio y lo ajeno se torna difícil de discriminar y el intento de auto-
nomía de alguno de ellos es vivido como aniquilación. (Allegue et al.,
2014b, p. 77)
Susana había escapado de ser aniquilada cambiándose de país. El
retorno de las amenazas la exponía a que su cabeza fuera controlada
nuevamente, al peligro real. En el orden simbólico, la cadena de sucesos
la hizo recuperar un hecho que había sido desmentido, como lo había
sido la violencia de su padre hacia su madre hacía muchos años y, des-
pués, sus propios golpes. Este hecho es un episodio de Mario con la pa-
reja que tenía antes de vincularse con Susana. Se trata de una situación
violenta en la que él arrastra por el piso a su pareja por varios metros
en una plaza pública. Susana no tiene claro cómo sabe de esa situación:
si la vio o se la relataron, pero sabe que sucedió. Ella se pregunta cómo
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pudo haber emprendido una relación con Mario conociendo este hecho.
El material emerge durante su tránsito terapéutico, alejándola del terreno
de la desmentida.
En nuestra disciplina, el género comenzó a ser repensado, entre
otras cosas, por la necesidad de escuchar a los consultantes de una
forma que la teoría clásica no habilitaba. Se trataba de una escucha li-
gada a la lógica patriarcal, que desestimaba posiciones sobre el género
y la sexualidad, así como también modalidades vinculares. Interpelar e
interpelarnos sobre el género permite que los terapeutas escuchemos
los padecimientos vinculados a este y sostengamos, al mismo tiem-
po, el trabajo de dislocar el cuerpo doctrinal psicoanalítico (Fernández,
1997). Es de celebrar que actualmente la mayoría de los terapeutas no
suelan tener una relación atávica con la teoría clásica, probablemente
porque ya no les genera algún tipo de apego seguro y, menos aun, a sus
pacientes.
En la cita que sigue, las mayúsculas del texto original de la autora
no dejan lugar a dudas sobre la importancia del género en la historia de
nuestra cultura:
Henos aquí, por consiguiente, solos y abandonados en el cuarto con
el durmiente Orlando y con las trompetas. Las trompetas, una al lado
de la otra, emiten un terrible estruendo, uno solo: ¡LA VERDAD! Y
Orlando despertó. Se desperezó. Se levantó. Se irguió completamente
desnudo ante nuestros ojos, y mientras las trompetas rugían: ¡Verdad!
¡Verdad! ¡Verdad!, no tenemos más opción que confesarlo: él era una
mujer. La voz de las trompetas se apagó y Orlando permaneció de pie
completamente desnudo. Nadie, desde que el mundo comenzó, ha sido
más hermoso. Su silueta combinaba la fuerza del hombre y la gracia de
la mujer. Mientras, las trompetas de plata prolongaron su nota, como si
les doliera abandonar la bella visión que había provocado su estruendo;
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y la Castidad, la Pureza y la Modestia, inspiradas, sin duda, por la
Curiosidad, asomaron por la puerta y arrojaron a la silueta una especie
de toalla que, desgraciadamente, erró por unas pulgadas. (Woolf, 2018,
pp. 125-126)
La Curiosidad aporta lo suyo para repensar algunos aspectos vincula-
dos a la práctica psicoanalítica. Si en el pasado la Verdad sobre Orlando,
a la que se refería Virginia Woolf (2018), podía ser vista como la verdad
sobre un fenómeno extraño, en nuestro tiempo la verdad bien podría sur-
gir de los distintos grados de consciencia personal sobre el periplo de la
generización; periplo ineludible que, en el caso de los terapeutas, obliga a
tener en cuenta al propio género como variable del campo.
§
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
allegue, R., carril, E., badel, C., cordano, B., dondo, G., mendy, A. M.,
muniz martoy, A., puyesky, G., quirici, T. y vaeza, R. (2000). El géne-
ro en la construcción de la subjetividad: Un enfoque psicoanalítico.
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