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LA INSTITUCIÓN EN EL
ENCUADRE PSICOANALÍTICO
Damián Schroeder
Psicólogo y psicoanalista
Miembro Titular de APU
Correo electrónico: damianschroeder@gmail.com
ORCID: 0000-0002-5962-0234
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica - Vol. , N.
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Resumen
El presente trabajo señala cómo desde los albores del psicoanálisis existe una arti-
culación entre el posicionamiento psicoanalítico, la importancia del análisis personal del
analista, el encuadre y el proceso de institucionalización. Las reflexiones acerca del en-
cuadre han estado habitualmente vinculadas a su problematización, ya sea en relación
a los sufrimientos no neuróticos, como a la ampliación de los campos de abordaje del
psicoanálisis y a la incidencia de los cambios históricos y sociales.
Se realiza aquí un recorrido metapsicológico acerca de las diferentes concepciones
del encuadre. Además, se cuestiona la noción de encuadre interno y se establece una inter-
locución entre el concepto del Otro-yo-otro y los aportes de José Bleger, Enrique Pichon-
Rivière, Heinrich Racker y Madeleine y Willy Baranger, para postular una dimensión
institucional del encuadre. Se trata de la institución en el encuadre presente tanto en la
formación de los psicoanalistas como en la praxis ulterior.
Palabras clave: encuadre, institución, metapsicología, otro.
Institutions in a psychoanalytical frame
Abstract
The present work points out how since the dawn of psychoanalysis there has been
an articulation between psychoanalytic positioning, the importance of the analyst’s
personal analysis, the frame and the institutionalization process. Reflections on the
frame have usually been linked to its problematization, either in relation to non-neurotic
suffering, or to the expansion of the fields of approach of psychoanalysis and the
incidence of historical and social changes.
A metapsychological journey is made about the different conceptions of framing.
Also, the notion of the internal frame is questioned and an interlocution is established
between the concept of the Other-self-other and the contributions of José Bleger,
Enrique Pichon-Rivière, Heinrich Racker and Madeleine and Willy Baranger to postulate
an institutional dimension of the frame. This journey is about the institution in the frame
present both in the training of psychoanalysts and in their subsequent praxis.
Keywords: framing, institution, metapsychology, other.
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El encuadre es entonces una institución.
José Bleger (1967, p. 238)
INTRODUCCIÓN
Este nuevo número de la revista Equinoccio nos ha convocado a re-
flexionar sobre el encuadre psicoanalítico con motivo de celebrar el cua-
dragésimo aniversario del proceso institucional que llevó a fundar audepp.
1
Fue José Bleger (1969) quien formuló el concepto de praxis psicoana-
lítica para dar cuenta de la indisoluble unión en el psicoanálisis entre la
teoría, la práctica y «la organización institucional del psicoanálisis y de
los psicoanalistas» (p. 287). Me interesa subrayar este concepto ya que
nos estaría indicando la importancia de concebir —junto al trípode del
análisis personal, el trabajo en seminarios y las supervisiones— lo institu-
cional al modo de una cuarta dimensión, presente tanto en la formación
como en la praxis ulterior. Esta dimensión institucional, tan presente en
la formación psicoanalítica, opera siempre en nuestra práctica, así como
en nuestras filiaciones teóricas.
En los albores del psicoanálisis ya Sigmund Freud —en cuya obra
el término encuadre no aparece— realizó varias referencias y alusiones
al concepto. Estableció las reglas técnicas que rigen nuestra práctica en
1 En noviembre de 2020, la Comisión de Publicaciones de audepp le solicitó a la Comisión
Directiva de apu un trabajo en nombre de esta asociación para integrar la publicación del
presente número de Equinoccio, coincidente con el cuadragésimo aniversario de audepp. El
propósito no era, ni podía serlo, que se estableciera una voz oficial sobre el tema, sino gene-
rar una ocasión más de apertura e intercambio en el campo del psicoanálisis. Se me propuso
que lo hiciera y me sumara con este trabajo a la polifonía de voces necesaria para poder
repensar el encuadre psicoanalítico.
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el contexto de la creación de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Esta se crea en 1910 y es en su discurso inaugural que Freud menciona
por primera vez la contratransferencia al referirse a los puntos ciegos
del analista, con lo cual indicaba el camino que lo llevaría a señalar el
imprescindible análisis personal del analista. A efectos de evitar una con-
tratransferencia, entendida entonces como obstáculo, a esta exigencia le
siguieron los escritos técnicos elaborados entre 1910 y 1915, en el marco
de la Primera Tópica, de los Consejos al médico, que establecían prescrip-
ciones y proscripciones en nuestros procederes (Freud, 1982a).
Se puede observar cómo se esboza ya en aquellos comienzos una
antigua articulación entre el posicionamiento analítico, la importancia
del trabajo analítico personal del analista, el encuadre y el proceso de
institucionalización. En lo que sigue intentaré abordar los alcances y las
implicancias de la afirmación del epígrafe: «el encuadre es entonces una
institución» (Bleger, 1967, p. 238).
Estas ideas continúan una reflexión que hicimos con algunos colegas
con motivo de dar cuenta de las producciones psicoanalíticas que se ha-
bían publicado en la Revista Uruguaya de Psicoanálisis desde 1956 a 2010
en relación al encuadre. En aquel momento eran 170 las referencias. Hoy
son más de 250 (Schroeder et al., 2011).
Recorriendo esos trabajos surge la hipótesis de que dichas produccio-
nes están vinculadas habitualmente a problematizaciones del encuadre. A
las dificultades en el inicio de la praxis psicoanalítica en aquel contexto y
al proceso de institucionalización le siguieron los cambios en el encuadre
en el trabajo con niños. Al respecto se destacan los desarrollos inspirados
en los aportes de Melanie Klein con la inclusión de la técnica de juego en
el psicoanálisis con niños. Además, la praxis se amplió al trabajo con las
psicosis, con grupos y en (y con) organizaciones.
La referencia ulterior al encuadre interno aparece en relación tanto al
abordaje de los sufrimientos no neuróticos, como a las variaciones por la
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La institución en el encuadre psicoanalítico
incidencia de los cambios sociohistóricos, en general, y las crisis políticas
y económicas, en particular. En un trabajo anterior propuse que concebir
una dimensión institucional asociada al encuadre nos lleva a pensar lo
que en el encuadre interno es externo, la medida en que lo interno hace
obstáculo (Schroeder, 2010).
METAPSICOLOGÍA Y ENCUADRE
Nuestros diversos modos de concebir el inconsciente suponen también
variaciones en cuanto a cómo pensamos nuestros encuadres. En el proceso
de invención del método psicoanalítico y, por lo tanto, en la construcción
del lugar del analista es posible advertir la influencia de la primera tópica
freudiana. Ejemplo de ello lo constituyen las teorizaciones del encuadre que
siguen el modelo del sueño, dada la restricción perceptiva y motriz, la posi-
ción del analizante reclinado en el diván, la invisibilidad del analista, y pro-
mueven el encauzamiento de la energía psíquica hacia la representación.
En la serie de recomendaciones establecidas por Freud en aquellos
escritos se destaca la indicación metodológica de la regla fundamental de
libre asociación, aspectos técnicos en relación a la frecuencia, honora-
rios, etc., y consideraciones vinculadas con el lugar del analista, la impor-
tancia de la atención flotante en la escucha, la imprescindible abstinencia
y reserva en su posicionamiento analítico como forma de promover la
emergencia de la transferencia y el trabajo con lo inconsciente.
No caben dudas acerca de la necesidad técnica del encuadre y sus
variaciones en relación al abordaje de diferentes patologías, y se vuelve
preciso diferenciar las reglas del método y los pilares básicos constituidos
por la asociación libre, la atención flotante, la abstinencia y el trabajo con
(y la interpretación de) la transferencia, de los elementos que hacen a una
teoría de la técnica, como ha señalado Abel Fernández (2010).
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Una de las primeras metáforas —se trata siempre de metáforas a
efectos de dar cuenta de lo inefable— que revela el lugar del analista está
dada por la referencia al cirujano (Freud, 1982a) y al encuadre concebido
al modo del block quirúrgico y con la asepsia que lo caracteriza. Una de
las hipótesis de este trabajo es que este ideal de asepsia persiste, parcial-
mente, en cierta praxis contemporánea.
Se considera que el encuadre, al modo de un gran artificio, está al ser-
vicio de permitir el juego analítico y que promueve el trabajo representa-
tivo a través de la circulación de la palabra. Dicho artificio se funda en la
prohibición del incesto, como límite vehiculizado en la regla fundamental.
El «diga todo lo que se le ocurra» inaugura así el peculiar diálogo analíti-
co, donde todo está permitido en la palabra, pero no en el acto. Esto tiene
que ver con el carácter simbólico del encuadre en la medida en que dicha
regla instituye el espacio analítico con el encuadre a modo de tercero,
tanto para el analizante como para el analista.
Se trata de construir una experiencia analítica basada en la posibi-
lidad de un analizante asociando libremente y un analista en atención
flotante, apoyado en la abstinencia. Dos sujetos hechos de la misma es-
tofa, como señaló Jacques Lacan (1960-1961), pero uno de ellos con la
experiencia acerca de su propio inconsciente, asimetría que hace a la
disparidad subjetiva de cada experiencia analítica.
No me guía una concepción restringida de la metapsicología enten-
dida únicamente en relación a lo tópico, lo dinámico y lo económico.
Suscribo una metapsicología ampliada tomando como referencia los
Grundbegriffe, como Freud (1982b) los llamó en su introducción a Las pul-
siones y sus destinos: inconsciente, pulsión, sexualidad infantil, transferen-
cia, represión. Estos son los principios generales, conceptos fundamenta-
les en los que nos apoyamos para llamar psicoanalítica a nuestra práctica.
A esta batería inicial agregamos en nuestra caja de herramientas
conceptos postfreudianos como la identificación proyectiva kleiniana, la
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La institución en el encuadre psicoanalítico
transicionalidad winnicottiana y los tres registros postulados por Lacan,
entre otros, y construimos zonas de interlocución entre estos distintos
marcos teóricos, como lo hizo entre nosotros Myrta Casas.
Winnicott (2014) introdujo modificaciones con su propuesta de setting
para el abordaje de los sufrimientos que exceden el campo neurótico,
analizantes en los que el yo no está suficientemente constituido, en los
que la regresión se complejiza y surgen dificultades para el libre asociar
en el trabajo en análisis. Con su creación de la transicionalidad, Winnicott
(1971) redefine la relación entre lo externo y lo interno. Poder pensar al
encuadre con un carácter transicional, entre la realidad social y la psíqui-
ca, nos permite ubicar en la transferencia a la madre medio-ambiente y a
la actitud profesional del analista. Esta actitud profesional es imprescindi-
ble en nuestro método a efectos de desanudar las capturas imaginarias en
la experiencia psicoanalítica. En el caso de las neurosis, el marco perma-
nece como fondo y permite que la comunicación simbólica se desarrolle.
Por otra parte, en nuestro acervo conceptual del psicoanálisis del
Río de la Plata disponemos de aportes de Enrique Pichon-Rivière, José
Bleger, Heinrich Racker y Willy y Madeleine Baranger, que se han vuelto
clásicos para pensar el encuadre.
El concepto de encuadre en la obra de Bleger (1967) está metapsi-
cológicamente ligado a una concepción kleiniana y bioniana. Es en el
encuadre donde se deposita la parte psicótica de la personalidad. La idea
de encuadre como el no-proceso, como lo no variable, lo constante, cons-
tituyó un aporte singular. Bleger (1967) toma como referencia la situación
analítica entendida como compuesta por el proceso y el encuadre, que es
el no-proceso. El encuadre corresponde a las constantes, mientras que las
variables hacen al proceso.
Bleger (1967) propone un encuadre compuesto por «el rol del ana-
lista, el conjunto de factores espaciales (ambiente), temporales y parte
de la técnica (en la que se incluye el establecimiento y mantenimiento
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de horarios, honorarios, interrupciones regladas, etc.)» (p. 237) y aborda
qué es lo que se juega en «el mantenimiento idealmente normal de un
encuadre» (p. 238).
Siguiendo su propuesta, con este contrato el analista habilita la
eventual emergencia de la significación del encuadre por el analizante.
El no-proceso es la condición que permite que haya proceso analítico.
Observemos la vecindad de esta idea con el pensamiento de los Baranger,
al punto de que junto a Jorge Mom, escribieron un texto referido al proce-
so y al no-proceso en la experiencia psicoanalítica (Baranger et al., 2002).
Pero advirtamos la diferencia: mientras que para Bleger el no-proceso es
condición del proceso analítico, para los Baranger y Mom el no-proceso
aparece como resistencias, constituye un estancamiento del proceso, es
el obstáculo a superar, un baluarte a deshacer.
La postulación de un no-proceso en el sentido propuesto por Bleger
(1967), de un encuadre que no cambia a menos que emerja la significa-
ción del encuadre por el analizante, ha hecho difícil visualizar particular-
mente aquello que se juega del lado del analista, su implicación subjetiva
en la transferencia al decir de Lacan (1961).
Un sentido del no-proceso tiene que ver con la necesidad de hacer
constantes ciertas variables entre las que, sin lugar a dudas, se encuen-
tran las variables espaciotemporales. Estas, lejos de ser una prerrogati-
va exclusiva del encuadre analítico, hacen a la condición de cualquier
contrato, incluido el psicoanalítico. El no-proceso como punto de apoyo
para mover el mundo (parafraseando a Arquímedes) de los procesos analí-
ticos… ¿cambia? ¿Hay factores extraclínicos que se juegan allí, a modo de
contextos que se hacen textos?
2
¿Es como señaló R. Horacio Etchegoyen
(1997) en el sentido de que el encuadre cambia lentamente y debido a
2 Liberman acuñó el concepto de metaencuadre en 1970 para señalar la influencia del entorno
social en el encuadre (Etchegoyen, 1997).
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La institución en el encuadre psicoanalítico
ambiguas normas generales? Este ideal de estabilidad ha constituido un
obstáculo puesto que entiende al encuadre como invariante, cuando en
realidad cambia. Opera en nosotros, a modo de un prejuicio, la asepsia
del block quirúrgico, como si no se contaminara de los virus exteriores…
Es clásica la distinción entre un encuadre externo y uno interno (De
Urtubey, 1999; Donnet, 1999), pero existe una insuficiente distinción fác-
tica entre el encuadre y el contrato. Mientras que este tiene que ver con
los elementos formales y materiales —es el encuadre externo—, aquel se-
ría el verdadero encuadre —el presuntamente interno—, que, aunque en
rigor venga de la propia experiencia psicoanalítica personal del analista,
hecha con otro, viene de afuera y viene de antes. Esta experiencia permite
generar la disposición a analizar y es necesaria para que se pueda produ-
cir un encuentro con un analizante.
Una de las primeras referencias al encuadre interno surge en el con-
texto del tratamiento de personas que desbordan el campo de la neuro-
sis. De acuerdo a Green, en su diálogo con Urribarri (2008), cuando se
dificulta el libre asociar del analizante, cuando deja de haber un encuadre
compartido, el polo analítico se corre hacia el lugar del analista y exige un
trabajo suplementario de elaboración, construcción y simbolización del
lado del analista. El trabajo analítico se desplaza hacia el analista, quien
se apoya en su encuadre interno, en su propio trabajo psíquico, a efectos
de la prosecución del trabajo en análisis. Esto es posible porque el analis-
ta se ha analizado, tiene su propia experiencia con lo inconsciente y le es
posible descentrarse para su posicionamiento analítico.
La segunda referencia al encuadre interno aparece como punto de
partida de lo que se dio en llamar el «desmantelamiento del rigor del en-
cuadre psicoanalítico tradicional» (Alizade, 2002, p. 13). Dicho desman-
telamiento aparece ligado a las crisis socioeconómicas que han afectado
nuestra praxis en general y nuestros encuadres en particular. Serían cam-
bios en el no-proceso, los procesos en los no-procesos. El cambio más
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evidente ha sido el de la disminución de la frecuencia, lo que ha motivado
y motiva profundas controversias.
Sin negar la existencia de un trabajo psíquico imprescindible que ocu-
rre en el analista y que, por lo tanto, descriptivamente es interno, consi-
dero que lo interno hace obstáculo. Es como si en el llamado encuadre
interno tuviéramos una versión remozada de aquel ideal del cirujano; la
asepsia del block quirúrgico, ahora confinada en el analista. ¿Con la pro-
puesta de encuadre interno levantamos nuevos muros, ahora más estre-
chos que aquellos del block quirúrgico? ¿Hubo alguna vez muros o más
bien siempre hay mundos superpuestos (Puget y Wenders, 1982)?
3
Green, quien institucionalizó la noción de encuadre interno, matiza su
postura al indicar la otredad en juego en el encuadre (Urribarri, 2008).
El hecho de que el encuadre interno se defina en relación al análisis per-
sonal del analista hace a la figura del tercero, al lugar de lo simbólico, al
Otro jugando en el campo y en el encuadre. Interesa pensar lo que del
encuadre interno no es interno o, mejor dicho, en qué sentido importa
establecer las alteridades presentes en el encuadre.
ALTERIDADES Y ENCUADRE:
EL
OTRO-YO-OTRO
4
EN EL ENCUADRE
La importancia del lugar del otro que Lacan rescata de la obra de Freud
ha marcado un punto de inflexión en la praxis psicoanalítica. Se trata del
3 En un trabajo colectivo de 1968 realizado por Laura Achard, Alberto Pereda, Myrta Casas,
Carlos Pla, Marcelo Viñar y Maren Ulriksen, a partir de la conmoción social y política produ-
cida en nuestro país a fines de los sesenta, ya aparecía la pregunta por el objeto común que es
el país y la sociedad en la que viven analizante y analista, lo cual amplió el campo analítico
más allá de las paredes del consultorio (Achard et al., 1968).
4
Este es el título de la última Revista Uruguaya de Psicoanálisis, de apu, de setiembre de 2020.
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La institución en el encuadre psicoanalítico
Otro en su condición simbólica, así como las diferentes configuraciones
imaginarias del otro. Proponer la noción de Otro-yo-otro apunta a ensayar
la articulación de ambos registros desde los comienzos de los procesos
de subjetivación, partiendo de la falta originaria que nos constituye como
sujetos y de cómo esto inconsciente surge en el trabajo psicoanalítico.
Como sostiene Freud (1992b) en Psicología de las masas y análisis del
yo y consta en la relectura que de esta obra hiciera Pichon-Rivière (1971),
postulamos que en la atención «parejamente» flotante de nuestra escu-
cha psicoanalítica «el otro cuenta, con total regularidad, como modelo,
como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comien-
zo mismo» (Freud, 1992b, p. 67) todos los encuadres son, al mismo tiem-
po y desde un principio, sociales.
Los desafíos que supone esta afirmación son mayores. Se trata de ar-
ticular aportes en relación a las figuras del Otro y los otros con nuestras
conceptualizaciones teórico-clínicas. En nuestro medio ha sido Marcelo
Viñar (2002, 2020) quien ha insistido en la importancia de la determina-
ción social en la psiquis. En esta misma dirección ha reflexionado tam-
bién Casas (2002) al concebir un inconsciente que cambia, que no es fijo,
sino que responde a los cambios sociohistóricos.
Ahora bien, ¿cómo son las mediaciones que se juegan entre las con-
diciones sociohistóricas y nuestra escucha psicoanalítica? ¿Cómo in-
fluyen estas condiciones sociohistóricas en los encuadres con los que
trabajamos?
Coincido con Viñar (2020) cuando sostiene que las concepciones de-
sarrolladas por Pichon-Rivière, Bleger, Racker y los Baranger apuntaban
a un horizonte distinto al de la proclamada asepsia en el trabajo psicoana-
lítico. También cuando señala que las perspectivas diversas de los apor-
tes del campo bipersonal, la transicionalidad winnicottiana y la banda de
Moebius planteada por Lacan constituyen «un enfoque que destrona el
psiquismo cerrado de un mundo interno» (Viñar, 2020, p. 73).
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Junto a una concepción kleiniana y bioniana coexisten en la obra de
Bleger (1967) teorizaciones que rescatan la dimensión social en lo singu-
lar y que nos ayudan a pensar el lugar del Otro-yo-otro en la estructura-
ción psíquica y en la experiencia psicoanalítica. Tanto Bleger como los
Baranger fueron discípulos de Pichon-Rivière. El conjunto de sus aportes
nos permite concebir que la cuestión no reside en cómo un sujeto se
socializa, sino en cómo, partiendo de una matriz social, alguien adviene
como sujeto. Es un movimiento de lo plural a lo singular, aunque fenome-
nológicamente sea posible observar vaivenes entre lo plural y lo singular.
Esta concepción de la estructuración psíquica se juega también en el
campo psicoanalítico. Los Baranger (1961-1962), gracias a sus experien-
cias en el trabajo con grupos, pudieron postular una fantasía inconsciente
que emerge como creación del campo y se enraíza en el inconsciente del
analizante y del analista; tomaron para esta articulación teórico-clínica
aportes de Bion y Pichon-Rivière. Con la postulación del baluarte, los
Baranger marcaron un punto de inflexión en el pensamiento psicoanalí-
tico al señalar la implicación del analista en la neoformación constituida
en torno a un montaje fantasmático defensivo compartido.
Por su parte, retomando ideas de Pichon-Rivière, Bleger (1967)
distinguió ámbitos y modelos conceptuales referidos a lo singular, lo
grupal, lo institucional y lo comunitario, y afirmó que estos modelos
conceptuales y ámbitos de abordaje no son excluyentes entre sí, lo que
nos permite incluir una dimensión grupal e institucional en cada sujeto.
Desde mi perspectiva, estas ideas de Bleger (1967) dialogan con la pro-
puesta del Otro-yo-otro en los procesos de advenir como sujetos.
Si con Pichon-Rivière tenemos en nuestro acervo conceptual los fun-
damentos de la dimensión grupal en los procesos de subjetivación, fue
Bleger quien apuntó a la dimensión institucional presente en un sujeto
singular, en los grupos y en las organizaciones. Esa dimensión institucio-
nal forma parte del encuadre y, a mi juicio, no ha sido suficientemente
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La institución en el encuadre psicoanalítico
explorada (Schroeder, 2010). Supone la articulación de la contratrans-
ferencia y el encuadre con la noción de implicación —que siempre es
institucional— en el posicionamiento analítico.
LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL DEL ENCUADRE
Señala Bleger (1967) que
Una relación que se prolonga durante años con el mantenimiento de un
conjunto de normas y actitudes no es otra cosa que la definición misma
de una institución. El encuadre es entonces una institución dentro de cuyo
marco, o en cuyo seno, suceden fenómenos que llamamos comportamien-
tos. Lo que me resultó evidente es que cada institución es una parte de la
personalidad del individuo. Y de tal importancia, que siempre la identidad
—total o parcialmente— es grupal o institucional, en el sentido de que
siempre, por lo menos una parte de la identidad se configura con la perte-
nencia a un grupo, una institución, una ideología, un partido, etc. (p. 238)
5
En esta larga cita es posible advertir por qué para Bleger el encuadre
es una institución. Pero se impone dar un paso más allá de este autor y
diferenciar los conceptos de organización y de institución. Ciertamente es
un lugar común referirnos a la institución cuando en realidad se trata de
la organización. Siguiendo a Leonardo Schvarstein (1991), es posible dis-
tinguir la institución en su carácter abstracto y en su condición de valo-
res, normas, prescripciones y proscripciones en cuanto a lo que se debe
y no se debe hacer; es lo instituido que hace a lo que está establecido,
el conjunto de normas y valores dominantes con pretensión de verdad.
5 Las cursivas son mías.
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Lo instituyente constituye la fuerza que emerge como negación de lo que
está instituido.
Por otra parte, las organizaciones son el sustento material que en-
carnan y vehiculizan los instituidos. Las organizaciones, las asociacio-
nes, hacen de mediadoras entre los sujetos, los grupos y las instituciones
(Schvarstein, 1991).
Para Michel Neyraut (1976), quien postula que la implicación forma
parte del contexto sobre el que se recortará la transferencia, existe un
pensamiento psicoanalítico que precede a lo que se va a desplegar en el
campo transferencial singular. Este pensamiento tiene que ver con pres-
cripciones que, a modo de atravesamientos, limitan, ordenan, condenan,
toleran y reglamentan el proceso de la formación de los analistas y que,
por lo tanto, influyen en el posicionamiento analítico (Neyraut, 1976).
Ya Racker (1955) advertía este fenómeno al postular una contratrans-
ferencia indirecta cuando lo que se moviliza en el analista no proviene del
analizante, sino de otras relaciones de objeto del analista en el marco de
los dispositivos institucionales, incluidos los seminarios, las supervisiones
curriculares, los familiares de un paciente, las sociedades analíticas y, en
última instancia, la sociedad toda. Esta contratransferencia indirecta agu-
damente señalada por Racker (1955) permite conceptualizar una dimen-
sión institucional de la contratransferencia, que en un trabajo anterior
propuse que se entendiera como implicación (Schroeder, 2006).
La implicación incluye, además de lo que se juega en el campo trans-
ferencial en sentido estricto —lo que se ha denominado contratransferen-
cia o deseo del analista—, esta dimensión institucional que tiene un ca-
rácter implícito, que opera a modo de atravesamientos en los que están
en permanente tensión lo instituido y lo instituyente (Schroeder, 2015).
Se trata de los atravesamientos que se vehiculizan, se trasmiten en nues-
tras asociaciones psicoanalíticas, en la forma de prescripciones y pros-
cripciones, con las que se amasan nuestras teorías, nuestras ideologías,
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La institución en el encuadre psicoanalítico
prejuicios y filiaciones transferenciales. Decimos filiaciones transferencia-
les para indicar que nuestras asociaciones psicoanalíticas se caracterizan
por un perfil endogámico, de carácter incestuoso, que está en la base de
las múltiples transferencias que se producen en su seno (Casas, 2002).
Resulta útil comprender nuestras asociaciones psicoanalíticas al modo
de un prisma transferencial
6
en el que se producen los procesos de sub-
jetivación de los grupos de formación y de cada analista singular. Es un
interjuego que se produce en los aspectos más amplios del funcionamien-
to inconsciente, así como preconsciente-consciente del analista, eso que
Luisa De Urtubey (1994) define como lo latente de la contratransferencia,
con un carácter inconsciente en sentido dinámico.
La praxis psicoanalítica concebida como un sistema institucional en
contextos sociohistóricos determinados constituye un dispositivo, un
conjunto de relaciones en las que se juega la implicación del analista en
el encuadre y que hace a la significación del encuadre por el analista. Tal
vez uno de los ejemplos más significativos lo constituya la experiencia
de Freud con Dora, desde la propia construcción de la demanda como
punto de partida del pedido del padre, como sus dificultades para advertir
la importancia de la corriente homosexual en Dora, tal como consigna el
propio Freud (1992a) en el epílogo y que motivará que Lacan aludiera a
los prejuicios en Freud (Lacan, 1951).
Ciertamente, en los procesos de subjetivación de su formación cada psi-
coanalista singular construye su propio esquema referencial a partir de su
análisis personal, de su aprendizaje de las teorías, de su experiencia clínica,
de su trabajo en supervisiones, en el contexto del prisma transferencial que
constituye toda asociación psicoanalítica. Estos esquemas referenciales
constituyen instituidos que, al modo de una caja de herramientas, habilitan
6 Feliz expresión de Marcos Lijtenstein al decir de Luz Porras de Rodríguez (1992) en ¿Incomo-
da el inconsciente?
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el trabajo psíquico, la escucha de cada analista. Subrayar lo institucional
en el encuadre nos lleva también a señalar la importancia de advertir los
impasses operantes en nuestro posicionamiento analítico, las resistencias
inconscientes que se oponen al proceso analítico y los atravesamientos que
operan de manera latente en relación a lo prescripto y lo proscripto, a las
influencias ideológicas y afectivas, a los prejuicios que operan a modo de
instituidos, en su condición de obstáculo, en nuestra escucha. La posibili-
dad asintótica de la necesaria deconstrucción subjetiva en nuestra atención
desparejamente flotante se juega en el análisis de nuestra implicación insti-
tucional en el campo transferencial a efectos de disponer de una escucha
más abierta al inconsciente propio y, por lo tanto, del otro.
§
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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