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¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE LA
VIOLENCIA POLÍTICA Y SOCIAL
DE CHILE? CONVERSACIÓN CON
LORENA BIASON
Luis Correa Aydo
Por la Comisión de Publicaciones de la AUDEPP
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica - Tomo , N.
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María Lorena Biason Jara es psicóloga por la Universidad de Chile
y psicoanalista de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ichpa). Tiene un
magíster en Psicología Clínica y Psicoanálisis por la Universidad Adolfo
Ibáñez, un postítulo en Formación Clínica en Psicoanálisis, mención
Infanto-Juvenil, del ichpa, donde se desempeña también como superviso-
ra clínica. Es Secretaria Científica de la Federación Latinoamericana de
Asociaciones de Psicoterapia Psicoanalítica y Psicoanálisis (flappsip) y
miembro titular del ichpa. Actualmente se desempeña también como do-
cente del curso Introducción al Psicoanálisis con Niños en ichpa.
Lorena explica que como psicoanalista comenzó a interesarse en el
tema de la violencia en sus múltiples manifestaciones: la del ámbito de
la locura, la ejercida por el Estado y la de género. Sobre esta última ha
elaborado y presentado en coautoría diversos trabajos, cuyos temas se re-
lacionan con el psiquismo femenino y los fantasmas que prevalecen en la
escucha clínica. Así, se fue formando en temáticas de género y ha llegado
a posicionarse hoy como psicoanalista feminista.
Testigo y parte de la más masiva marcha feminista chilena, ocurri-
da en 2018, que fuera la antesala del estallido social de octubre de 2019,
Lorena está convencida de que es imposible separar la violencia de género
de la institucional y la del Estado.
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INTRODUCCIÓN
La Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ichpa), asociación integran-
te de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Psicoterapia
Psicoanalítica y Psicoanálisis (flappsip), celebró sus 30 años de fundación
con una jornada científica que tuvo lugar los días 7 y 8 de noviembre
de 2019. Como es notorio, toda la sociedad chilena se vio sacudida en
esos días —concretamente a partir del 18 de octubre— por una eclosión
de protestas populares sin precedentes desde la recuperación de la de-
mocracia. Varios eventos de carácter internacional, políticos, deportivos
y culturales que hubieran tenido lugar en esos días fueron suspendidos,
dada la magnitud de las manifestaciones y la intensidad de la represión.
Los colegas chilenos decidieron realizar igual el evento programado y,
pese a tener que cambiar la sede —ya que el centro cultural donde habría
de llevarse a cabo fue clausurado preventivamente por las autoridades
oficiales—, el programa se cumplió como estaba previsto, incluida la par-
ticipación de los representantes de la audepp y de otras asociaciones de
la flappsip.
Fueron días muy especiales, de mucha calidez en el encuentro perso-
nal y de gran productividad en el trabajo. Pero también esas jornadas se
vivieron rodeadas por un clima áspero, en el que el eco de las consignas
populares y el sonido dramático de las sirenas irrumpían casi de continuo
desde la calle, puntuando la escucha de las presentaciones científicas.
A quienes íbamos desde otros países —a pesar de la lógica ansiedad
que causa estar en un entorno no familiar, con aspectos atemorizantes
y muchas incertidumbres— nos resultó una oportunidad privilegiada de
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ser testigos de primera mano de muchos aspectos complejos y contra-
dictorios que se dan en estos procesos, que no suelen estar presentes
en el desarrollo de las noticias y que no pueden percibirse a la distancia.
Además, los organizadores pidieron a los ponentes que, en vista de los
sucesos, revisaran sus aportes para considerar los elementos de la reali-
dad sobrevenida.
Así lo hicieron varios, entre ellos, la Lic. Lorena Biason, colega chile-
na, a quien entrevistamos especialmente para este número de Equinoccio.
¿Qué podemos aprender de la violencia política y social de Chile?
Conversación con Lorena Biason
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LA CONVERSACIÓN
Lorena, en tu ponencia durante la celebración por los 30 años del
ichpa, titulada Formación de analistas en tiempos revolucionarios, co-
menzaste evocando la reunión de la Sociedad Psicoanalítica Británica
de hace setenta y seis años, cuando los analistas trabajaban el texto
Sobre la neurosis de guerra en medio del bombardeo alemán. También
decías que hoy los analistas tenemos una mayor atención a la reali-
dad externa. ¿Puedes explicarnos cómo piensas tú esas diferencias
históricas y qué ventajas observas a favor de la teoría y la práctica
psicoanalíticas en la postura que, entre otros, tú misma asumiste en
la coyuntura chilena, diferente a la de los psicoanalistas ingleses de
entonces?
Primero que nada, quiero agradecer esta entrevista como una oportu-
nidad para seguir pensando; el pensar siempre es un modo de resistencia.
Considerando la realidad externa para entender el contexto en el cual
hablo lo que hablo, se hace necesario tener en cuenta que cuando pre-
sento este trabajo en el ichpa, a comienzos de noviembre, según cifras del
Instituto Nacional de Derechos Humanos, entidad autónoma de derecho
público, se registraban 160 personas diagnosticadas con trauma ocular
severo, 2500 heridos y 20 fallecidos, según cifras oficiales. Hoy, a más
de cien días del estallido social, las cifras dadas por la misma entidad as-
cienden a 3476 heridos, 31 muertos, 425 traumas oculares, 30 personas
ciegas definitivamente —más del 85 % por la Institución de Carabineros
de Chile—. Hasta la fecha, ningún agente del Estado en la cárcel, casi
ninguno formalizado. El Estado, sin formar parte de ninguna de estas que-
rellas ciudadanas ante tribunales. En este contexto digo lo que digo.
La realidad externa incide sobre nuestra clínica. Este estallido so-
cial nos hace también revisar nuestros referentes teóricos sin duda, y se
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renueva, a mi parecer, la importancia del entendimiento de un psiquis-
mo social que nos interpela a una comprensión metapsicológica. Así, por
ejemplo, cuando se habla de la realidad que se requiere para poner el
psiquismo a trabajar, so riesgo de hacer presentes viejas memorias pri-
mitivas, ¿con qué realidad nos enfrentamos? Nos preguntamos, por una
parte, si entendemos por realidad aquellos enunciados donde se puede
asentar el yo, que se requieren como ciertos en una época determinada,
saberes compartidos sobre lo deseable, sobre el origen, etcétera. Y, por
otra parte, ¿hoy en Chile cómo lo hacemos?, si el discurso oficial y lo
percibido no condice, cuando desde el poder no se propician las certezas
sobre las que el discurso del conjunto se asienta, y se atenta, entonces,
contra la función de la palabra y el pensar… Es lo que queda reflejado en
las frases de los manifestantes: «No era sequía, era saqueo», «No era de-
presión, era rabia», «No son 30 pesos, son 30 años», «Hoy estamos mal,
pero es de verdad». Así se expresa la dificultad para discriminar entre lo
real y lo representado.
Por otro lado, muy pronto, luego del estallido social, como si estu-
viera esperando emerger, uno empieza a escuchar que lo que circula en
el colectivo comienza también a tener relevancia —o ahora lo podemos
escuchar— en la intimidad de la consulta, a propósito de las historias
personales. Imposible no pensar en lo colectivo que hay en el yo, enten-
diendo un modelo de aparato psíquico que no está determinado de una
vez y para siempre a partir del deseo del otro o como síntoma del otro,
ni tampoco un aparato psíquico en el que la realidad y lo externo operan
como una mera proyección de lo intrapsíquico —que al parecer han sido
las dos posturas más clásicas en la historia del psicoanálisis—. Me incli-
no, más bien, como lo hacen otros autores —entre ellos, Silvia Bleichmar,
Piera Aulagnier, Jean Laplanche—, a pensar un aparato abierto, que cam-
bia en ese encuentro con otro. Ni genetismo ni estructuralismo a ultranza,
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Conversación con Lorena Biason
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entre los que se ha movido la trayectoria histórica del psicoanálisis —me
parece—, como nos señala Bleichmar.
La diferencia entre incluir o no lo social y político en la comprensión
psíquica y como parte del conflicto psíquico, que asumí en esta coyuntura
que aún seguimos viviendo, la fui logrando de manera más pragmática
que teórica, en un principio. Fue trabajando de manera directa primero
y luego supervisando casos prácticos en los cursos de clínica infantil y
psicodiagnóstico, más de veinte años atrás, con niños de una escuela en
un sector de alta vulnerabilidad social en la periferia de Santiago. Me sor-
prendió ver que, a través de ciertos indicadores y desde una clasificación
diagnostica más tradicional, corresponderían a la psicosis. Luego, en la
consulta, fui atendiendo a pacientes que se encontraban en el campo
de la locura y a pacientes víctimas de violencia política, afectados ellos
de manera directa o indirecta —atendí incluso a nietos de personas vio-
lentadas por la dictadura de Augusto Pinochet—. Por alguna razón me
llegaban esos pacientes…
Fue a partir de estos casos, tanto en pacientes que eran víctimas de
violencia social, política o económica como en pacientes del campo de
la locura —es decir, casos en riesgo de desmantelamiento simbólico—,
donde percibí que desde el Estado o sus instituciones, incluida la familia,
se arrasaba con la subjetividad de estos pacientes y se obstaculizaban
las posibilidades de que un yo pudiera advenir. Así, me fui dando cuenta
de que a mí me resultaba poco fecundo separar lo social del conflicto
intrapsíquico, dado que tenía la experiencia de que el abordaje clásico era
insuficiente. ¿Qué hacer acá?, ¿señalar que tal niño es psicótico?, ¿que la
población o la villa entera es psicótica?, ¿o más bien que son «psicóticos
de la cultura», como plantean diferentes autores, entre los que cabe hacer
una mención especial a Aulagnier?
Se observa en estos pacientes cómo el yo va perdiendo la capacidad
de discriminar el peligro interno del externo. «Algo que se va a romper,
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va a explotar», me decía el paciente, víctima de la dictadura militar de
Pinochet, al asociarlo luego a la explosión mental y corporal, a la pérdida
de limites internos pero también externos, al bombardeo de la moneda
en Chile, que de pequeño vivió y tras lo cual debió exiliarse junto a su
familia… Van desapareciendo, pervirtiéndose, los limites institucionales,
previamente coherentes y comprensibles; se tornan inasibles las reglas
sociales, con posible aparición de fenómenos mentales aniquilantes. No
es solo la violencia: es la desmentida del discurso oficial frente a las cau-
sas de este sufrimiento. En estos tres tipos de violencia —la que se en-
cuentra en el campo de la locura, en la política y en la económica— no
hay esperanza de un futuro. Se está en un presente sin soporte, se altera
la vivencia temporal. En definitiva, el yo siente cuestionados esos puntos
de certeza en los cuales basa su identidad social.
Un querido paciente en el campo de la locura, hace poco, con una
cordura solo vista en la locura y ahora facilitada por el encuentro con
las significaciones necesarias, sobre los fundamentos compartidos con
el grupo social, me dice de la realidad: «Ahora entiendo, Lorena: los que
decían una cosa hacían otra, robaban, mentían y nos decían preocuparse
por nosotros, mientras hacían sus propios negocios a costa nuestra». Y
desde la realidad nacional hace con facilidad el enlace con su propia his-
toria. No solo lo abusivo de los personajes que en su historia personal han
ocupado lugares de poder, sino lo desmentido que eso abusivo quedó en
su historia familiar; un vínculo que claramente cae dentro del ámbito de
la perversión, al igual que lo que sucede en el país.
Cabe decir que ese paciente, hace un tiempo, antes del estallido so-
cial, venía dando cuenta con entusiasmo del valor que tienen para él las
personas que pueden decir la verdad. Valoraba, por ejemplo, a los come-
diantes, que podían decir a las caras de las personas una verdad, incluso
riéndose de ellas; comediantes que me hacen recordar a los bufones de los
cuales hablaban Francoise Davoine y Jean Max Gaudilliere, personajes
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infaltables en las fiestas de la Edad Media, que cumplían la función de
desenmascarar, anular las convenciones, llegando a herir el amor propio
de los cortesanos. Es la verdad que se empecinaba en averiguar, la verdad
histórico-vivencial de la cual es portadora la locura. La verdad que estalla
ante nuestros ojos en el despertar de Chile.
Si el analista, por temor quizás a perder su neutralidad —necesaria,
por lo demás, en tanto ideal a seguir—, no logra incluir la realidad social,
puede, me parece, en la tranquilidad de la consulta, llegar a resultar cóm-
plice de lo real de la violencia que el Estado realiza a través del discurso
oficial. Esta violencia de Estado, denegada, se vuelve a repetir ahora, ejer-
cida quizás a través de otra institución, como puede ser el discurso oficial
de la medicina o los diagnósticos psiquiátricos, o del mismo psicoanáli-
sis, amparado en diversas teorías que atribuyen origen exclusivamente
intrapsíquico al conflicto.
En el título de tu trabajo aludes a «tiempos revolucionarios».
¿Verdaderamente crees que lo que se procesó en Chile en ese mo-
mento fue una revolución en el sentido que en la historia política se
le da al término? ¿Está en juego un cambio radical de las relaciones
de poder o se trata de una revuelta contra un orden injusto, pero que
no puede llegar a afectar la estructura socioeconómica básica de la
sociedad chilena?
A veces pienso que pequé de entusiasmo al decir eso. Sin tener un
importante conocimiento político, entiendo que los procesos revolucio-
narios son largos, tuvimos ya un estallido social y estamos en eso. Creo
que es la tensión en la que estamos hoy. Lo que sí sucedió es que la re-
presión en parte se levantó y se pudo pensar. La gente empezó a hablar,
los programas de televisión de farándula cedieron ante la opinión pública,
que empezó a informarse, a tener mayor conocimiento y a ofrecer un
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discurso coherente que da cuenta de conocimiento cívico. Esto se nota
casi inmediatamente después de transcurrido el estallido social, en un
país en el que el gobierno actual ha eliminado los cursos de educación
cívica de la enseñanza escolar. La gente empezó a querer conocer sobre
la Constitución política, comenzó a preguntar; los jóvenes tuvieron otro
lugar, donde los juegos electrónicos cedieron lugar en los celulares y las
selfies comienzan a ocupar un lugar protagónico para juntarse, manifes-
tarse y develar abusos de poder. Nuestros jóvenes comenzaron a mar-
char, a hablar por nosotros muchas veces —con letreros como el que de-
cía: «Esto lo hago por ti, mamá»—; comenzaron los vecinos a conocerse,
se retomaron y autoconvocaron los cabildos ciudadanos que habían sido
implementados en el gobierno de Michelle Bachelet. ¿Cuál será el límite
de ese pensar que ya se instaló? No lo sé. Quiero creer que llegará lejos,
pero no lo sé. Y paralelamente, frente a este despertar, vino una gran re-
presión, que inició con la mutilación ocular provocada por el disparo de
perdigones como parte de la represión política.
Los medios de comunicación dejaron de dar cuenta de este estallido.
Sí dan cuenta de diferentes daños a la propiedad privada, hablan de la
posibilidad de caos: hay más insistencia en el miedo que en la esperanza
inicial de este estallido. Todos los viernes han continuado las marchas,
las manifestaciones, pero eso se dejó de mostrar. Por redes sociales y de
manera más informal, se ha sabido de torturas, de algunas muertes, nue-
vamente de mutilaciones oculares, pero eso no se muestra en los medios
oficiales o aparece muy aisladamente, no hay investigación periodística
al respecto.
Recientemente se aprobó la ley anticapucha que condena con hasta
tres años de cárcel a quienes se manifiesten con el rostro cubierto; hay
jóvenes ya encarcelados por esto. Ante esta represión política, supongo
—sin ser experta— que estarán en juego diversas variables. Pero una
puede resultar referida al yo. Y acá entran en juego la autoconservación
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y la autopreservación. Ir a las marchas implica la posibilidad cierta de
ser arrestado o de que te saquen un ojo o de que quedes herido por los
químicos de los carros lanzaagua. Si se quiere más protección vas detrás,
mientras que en la primera línea van jóvenes que ponen el cuerpo para
que uno pueda seguir marchando, con el lugar incómodo, por decir lo
menos, que esto también genera. Algunos optan por la conservación de
la vida, otros por la preservación narcisista del honor y los ideales. Se
prefiere morir, pero lo que no se toleraría sería volver a la «normalidad»,
como me dice un joven valiente que se encuentra en la primera línea. Lo
expresa también parte de la letra de la reciente canción de protesta crea-
da por Mon Laferte:
Somos caleta, más que los pacos
Somos más choros, peleamos sin guanaco
Aunque nos quedemos cojos
Aunque nos arranquen los ojos
Si no, para qué
Ambas posturas son, por supuesto, válidas y respetables.
Otro gran límite que también está presente refiere a nuestra propia
subjetividad y al efecto logrado en nuestro psiquismo por la implosión
del modelo neoliberal extremo que ha tenido Chile; un modelo voraz,
egoísta, que es el gran límite y obstáculo que vamos a tener, me pare-
ce, para continuar o retroceder, frente al paso que hemos dado. En no-
sotros como sujetos, eso que creemos decir cuando decimos yo pien-
so, yo creo, uno mismo, etcétera, tiene en una parte un aspecto ilusorio
y trae con nosotros un núcleo de verdad histórica, como señala León
Rozitchner. Así reconocemos un psiquismo colonizado, como en nuestros
orígenes como pueblo chileno también nos reconocemos colonizados,
domeñados, temerosos, seducidos por una idea de bienestar individual.
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Por eso, también en las brechas de este programa inconsciente tendremos
que ver en qué lugar nos vamos ubicando frente al poder y cómo, a través
de esas fisuras que ha dejado el enquistamiento del modelo neoliberal en
nuestro psiquismo, podemos hacer ese trabajo que permita recuperar el
poder delegado, el deseo de hacer cosas con otros para un mejor vivir:
esa es mi esperanza para permitirnos ir hacia un ideal fraterno.
La esperanza entonces está puesta en una Nueva Constitución, cuyo
plebiscito será en abril, que permita dejar atrás, finalmente, la Constitución
de Pinochet y abrir espacio a un sujeto ético, que considere al otro como
un legítimo otro, en que se retome un adecuado contrato narcisístico, en
el que tengamos la convicción de que vale la pena postergar parte de
nuestros apetitos personales por amor, en un acuerdo grupal, a cambio
de un lugar personal de valor, asignado por el conjunto, formando parte
y contribuyendo a un bienestar colectivo.
Al reflexionar sobre las transgresiones al orden instituido, tú realizas-
te una analogía entre los fenómenos de cambio social y la «vocación»
originaria del psicoanálisis, en tanto que la exploración del territorio
inconsciente nace de un deseo de saber que apunta más allá de las
verdades preexistentes, con lo cual desde su origen desafió al orden
que se sustentaba en ellas. Luego cuestionabas hasta qué punto las
instituciones psicoanalíticas mantienen esa actitud y te interrogabas
con Piera Aulagnier: ¿acaso habremos pasado del deseo de conocer
al deseo de hacernos reconocer? A partir de estas reflexiones, la pre-
gunta que deseamos hacerte como formadora de nuevos analistas
es: ¿cómo se pueden compatibilizar en la práctica formativa el rigor
y la creatividad? O, dicho de otro modo: ¿qué dispositivos formativos
pueden a la vez cuidar el legado conceptual del psicoanálisis y favo-
recer tanto la formulación de nuevas teorizaciones como la explora-
ción de ampliaciones en el campo clínico?
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Conversación con Lorena Biason
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Nuevamente me parece que con los formandos sucede algo parecido
a lo que sucede con nuestros pacientes, en tanto la profundidad de sus
análisis estará dada por el ancho de nuestro psiquismo. Así sucede, me
parece, también con las instituciones psicoanalíticas: dada su estructura,
favorecen o no el pensar, en el entendido de que para pensar hay que
oponerse. En la medida en que logremos aspirar a una institución más
saludable (hay que considerar también que puede haber instituciones en-
fermas que enferman a sus miembros), me parece que se puede trans-
mitir a los formandos una rigurosidad teórica en un ambiente creativo y
favorecedor del pensar. Reconocemos la necesidad de las instituciones
psicoanalíticas como posibilidad de contener a sus miembros, circulando
el afecto en el desarrollo de tareas colectivas. Pero también advirtiendo
que pueden repetir la dinámica de la distribución del poder del Estado,
que somete y reprime, y sabiendo que ese poder se cuela de manera
inconsciente en cada institución y así hace obstáculo para seguir pensan-
do. Me parece importante, nuevamente, tener una mayor consciencia y
comprensión de lo anterior, tomando como ideal a tener en el horizon-
te una mayor distribución del poder en la institución. Me parece que es
bueno sostener la pregunta sobre si, como institución y formadores, es-
tamos favoreciendo la transgresión. Si esta es entendida, como propone
Aulagnier, fuera del registro psicótico o perverso, más bien como un mo-
vimiento que lleva al sujeto a sobrepasar lo sabido, lo que se transgrede
es una verdad planteada hasta entonces como una ley sagrada y como
garantía de un saber. Así, inspirándome en lo que plantea la autora, se
hace necesario no claudicar en transmitir a nuestros formandos, a costa
de una permanente resistencia a los tiempos actuales en que se obtura la
posibilidad de cambio, la invitación a la transgresión y al deseo de saber.
Por otra parte, me parece que, en los dispositivos formativos, tenemos
que estar atentos a ciertos avatares que se pueden dar en la formación.
Uno es el referido a los avatares conceptuales al interior del psicoanálisis.
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Entendiendo que es una teoría, también es necesario interrogarla, así
como a sus intervenciones. Hay que recordar que está implicada en el
momento histórico en el cual se originó, con un compromiso social de-
terminado, y que eso tiene efectos. Por ejemplo, se tiene que revisar lo
que concierne a la creación de Sigmund Freud de un Edipo con mati-
ces familiaristas como fundamento de la sociedad en la cual nace el psi-
coanálisis, y rescatarlo como un valioso concepto más allá de cualquier
contingencia, como pautación necesaria que cada cultura establece para
la situación antropológica fundamental, como la llamaba Laplanche: esa
diferencia abismante con un otro en un momento inicial de desvalimien-
to del ser humano. Dicho esto, se puede apostar a una subsistencia del
Edipo más allá de cualquier contingencia.
Dentro del dispositivo formativo, otro aspecto a tener en cuenta es
el referido al propio modelo neoliberal. El triunfo mundial de un mode-
lo económico extractivista de materias primas, socialmente apropiado
por una elite político-económica dominante y con metas políticas a corto
plazo, implosiona, como señala el historiador chileno Gabriel Salazar, en
lo más profundo de nuestras subjetividades y hace fracasar nuestros so-
portes para el ideal del yo. También, a mi parecer, debemos estar siempre
advertidos de que este modelo y sus consecuencias pueden estar, de una
u otra forma, presentes en la formación de nuestros analizados y en no-
sotros como formadores.
Así, frente a la perversión del sistema, el riesgo es que nuestros for-
mandos resulten finalmente los consumidores a satisfacer, que la forma-
ción esté atravesada por el clientelismo imperante, que los seminarios de
formación queden transformados en un espectáculo en que el entretener
al espectador-estudiante sea un requisito, que los pacientes resulten fi-
nalmente usuarios o clientes, a los cuales hay que agradar o no frustrar
—«total, el cliente siempre tiene la razón»—, o que el analista termine
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siendo un proveedor o empleado a quien hay que interpelar como tal y
no ya en tanto un sujeto supuesto del saber.
Es claro que el psicoanalista, tomado individualmente y en su carác-
ter de ciudadano, puede participar de las luchas sociales del modo
que quiera hacerlo. Y es indudable que, en cualquier caso, estas lu-
chas lo afectarán como persona, incluso en su práctica. Recordamos
el testimonio de un colega que no podía concentrase en su trabajo al
estar pensando en su hija, que en esos momentos de mucha represión
violenta participaba de las protestas. Ahora bien, ya pensando más
en la articulación con lo teórico-clínico, tú dices que no es posible
—al menos cuando en el contexto se agudizan las contradicciones
sistémicas de la sociedad— separar el conflicto intrapsíquico de los
conflictos sociales. Entonces: ¿qué modulaciones o especificaciones
crees que se necesita introducir en los conceptos clásicos de neutrali-
dad y abstinencia del analista en su ejercicio clínico?
Inspirándome en diversos autores, como Bleichmar, me parece nece-
sario favorecer con nuestro actuar un psicoanálisis que esté inscrito en el
marco de la ética y no en la moral. Así, la abstinencia del juicio de otro
sería de carácter moral, pero no necesariamente ético. Entendemos que la
ética no refiere solo al buen uso del método y de la teoría, sino que implica
al analista como sujeto ético histórico-social, y que la neutralidad es ideal,
pero sabemos de su imposibilidad desde los inicios. Otros psicoanalistas
hablan del concepto de implicación como analistas, que me hace sentido
(Volnovich, Alfredo Grande). Creo que resulta un nuevo golpe a nuestro
narcisismo la pérdida de la ilusión de que era posible desubjetivarse a
partir de lo que uno habla, como si no fuéramos nosotros, y de nuestra
teorías y conceptos, también hablados por nuestras palabras, como si hu-
biésemos creído que era posible desligar la palabra de un contexto y una
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producción histórica, que dan cuenta de un modo particular de situarse
en la tensión inherente a los vínculos de poder. Dicha ilusión, como nos
hace prestar atención Rozitchner, supone que la palabra describe lo ajeno
y que la teoría, en un aspecto, también puede ser usada como escudo para
instalarse e instalar la realidad convencional. El problema es hacer visi-
ble previamente aquello que, por formar sistema con nosotros, no se ve,
como lo dice el autor. Así, vemos un Freud epocal, cuya teoría iba tan en
consonancia con un modelo patriarcal en el que la sexualidad como logro
alcanzaba la genitalidad con un ideal reproductivo. Y en el cual la mujer
freudiana, como nos hace saber, no está atravesada por la castración por-
que no tiene nada al comienzo y solo le queda por ganar pene, hijo, «con-
cepción proletarizada de la mujer», dice Bleichmar con humor.
Entonces, cuando se pide desde los propios colegas no ideologizar el
psicoanálisis, ¿no es eso, lo que se está pidiendo, ya una ideología? ¿Qué
nos queda entonces? Analizarnos y ampliar en lo posible nuestra conscien-
cia, perder nuestra ingenuidad de creer en un ideal purista, como si fuera
posible una asepsia, frente a eso que decimos cuando decimos, cuando
yo digo, yo pienso, yo creo..., yo, en definitiva. Y en este estallido social de
Chile quedó en evidencia lo que muchas veces nuestros cómodos encua-
dres silenciaban, el lugar social de nuestros consultorios y el hecho de que
también nosotros somos fabricación social: nosotros como analistas, tam-
bién sujetos, con lo de ilusorio que esto conlleva, en tanto portamos una
cuota de verdad histórica, desde lo cual decimos lo que decimos.
Tiene consecuencias importantes en la clínica negar la realidad ex-
terna del paciente, pero también las tiene negarla en nuestra constitu-
ción. Obviamente, otra cosa es someter al paciente con nuestra ideología,
y nadie dice eso. Pero me parece que una mayor neutralidad, como ideal
a alcanzar, justamente se puede aproximar si nos encontramos alertas, en
nuestro quehacer como psicoanalistas, ante las tareas que fija la estructu-
ra social. Lo negado abstractamente subsiste y nos determina, como nos
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Conversación con Lorena Biason
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enseña Freud y nos recuerda Rozitchner, pero ahora con más fuerza si le
dedicamos energía a que no aparezca.
Una teoría y una intervención también son una reproducción so-
cial. Otra vez me parece que es importante la ética, la del analista, como
brújula a seguir. La ética del analista o, como dice Bleichmar, el analista
como sujeto ético, histórico-social, una actitud que parte en el análisis
desde el inicio, en un acuerdo contractual con los pacientes que permite
las condiciones para que se despliegue lo infantil del paciente, entendido
en los términos freudianos como sexualidad inconsciente, pero que se
distancia de cualquier forma de puerilización o sometimiento del pacien-
te o del analista.
La transferencia permite dar escucha a lo que el paciente proyecta
sobre el analista en tanto objeto de su deseo, pero también tiene que ver
con la figura del analista, que se actualiza en ese lugar del saber del otro.
Tal como lo hizo ese otro esencial en la constitución psíquica tempra-
na, el otro que anticipa, que lo incluye en una filiación, que proporciona
significantes, lo nombra, lo hace ser otro, ese otro que decía algo sobre
nuestro pensar, en ese tiempo inicial de la sexualidad en que se introduce
ese objeto prínceps que es el pecho.
Es así que a mí me parece que debemos estar atentos a la diferen-
cia entre cuándo, por ejemplo, es amor de transferencia y cuándo puede
convertirse en otra cosa, en pasión o en sometimiento, con la posibilidad
de alienación con el analista, con la institución o con ambos. La transfe-
rencia puede hacer al analizado o al formando un creyente, que «repite»
el lugar que tuvo ante el otro en la constitución psíquica en su infancia;
relación asimétrica inicial, relación de poder sin duda, que al inscribir la
sexualidad, requiere de que ese otro paute los límites de su propio poder.
Nuevamente la ética, la sexualidad y el poder, ahora en el interior del
análisis o de la institución psicoanalítica.
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Más allá de la justicia de los reclamos es indudable que hubo accio-
nes violentas de algunos manifestantes. En parte pueden entenderse
como respuesta a la brutalidad represiva, pero tú propones un punto
de vista más de fondo. En tu trabajo hiciste un aporte muy elaborado
sobre la verdad histórica del sujeto. A modo de posible incidencia
causal en las protestas, recuerdas que en los días previos al comien-
zo de las manifestaciones volvió a discutirse el papel de Pinochet y
a cuestionarse, incluso, si fue o no un dictador y la veracidad de las
violaciones a los derechos humanos durante su gobierno. Desde ahí
podría entenderse que el estallido social obedece en parte a la inade-
cuación de un discurso justificador que pretende imponerse, pero que
no puede dar cuenta del pasado traumático de la sociedad chilena,
cuyos efectos materiales (económicos, políticos, culturales) aún se
sienten. Si entendimos bien tu posición, los aspectos más violentos
de la protesta, pensados desde el psicoanálisis, serían la expresión
de ese resto no simbolizado. Ya no se trataría solo del malestar en la
cultura, sino de un fracaso de la función metabolizadora de la cultura.
Tú dices: «Se requieren certezas en el discurso del conjunto social
sobre la realidad, para que las funciones yoicas, esencialmente histo-
rizantes, sostengan la singularidad de cada sujeto».
Te preguntamos: ¿crees posible una incidencia pública del psicoaná-
lisis, de sus instituciones y representantes, para favorecer una com-
prensión más sutil de los fenómenos violentos en la sociedad?, ¿te
parece posible lograr una divulgación comprensible y respetuosa de
la complejidad de los hechos que ayude, al menos en parte, a refor-
mular los relatos con los que se pretende dar a pensar la realidad?
Parto por el final. Sí, creo en lo valioso que resulta el psicoanálisis
para la comprensión de la subjetividad y de las complejidades que vivi-
mos, pero teniendo en cuenta ciertos resguardos y límites. Uno es que,
¿Qué podemos aprender de la violencia política y social de Chile?
Conversación con Lorena Biason
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como ya dijimos, la misma teoría psicoanalítica aparece interrogada en
sus compromisos sociales y no escapa de lo instituido. Digo que el psi-
coanálisis también es productor de violencia, alguna necesaria o prima-
ria, como señala Aulagnier, mediante una interpretación que crea algo
que no estaba, introduce algo que no figuraba, pero que es necesario; y
otra, como ha sido, por ejemplo, en otro momento histórico el igualar la
homosexualidad a la perversión. Eso es violencia secundaria, apuntalada
en la primera, pero en este caso, no solo totalmente innecesaria, sino un
acto de sometimiento a un orden ya instituido en el que participa reprodu-
ciéndolo, bajo un ideal heteronormativo dentro de un sistema patriarcal.
También habría que distinguir entre agresividad y violencia. En re-
lación a la violencia, la víctima no puede escapar del victimario, física o
simbólicamente, está a merced de él. Puede un policía violentar al ciuda-
dano sin agredirlo, no así el ciudadano a este, aun cuando sea agresivo.
No es un encuentro entre iguales. La violencia implica un lugar de poder,
poder que se ha adquirido por delegación, en última instancia, del Estado.
Los ciudadanos, a su vez, han renunciado a su poder inherente a ellos
como seres humanos.
Otro concepto que brinda también el psicoanálisis y nos ayuda para
entender en parte la complejidad de estos momentos es la referida al
concepto de cultura y el malestar de vivir en ella. Tomemos el concepto
de trabajo en cultura que Freud nos proporciona tres años después de
haber escrito su texto El malestar en la cultura, que Nathalie Zaltzman
rescata como un proceso estrictamente intrapsíquico. Cultura en ese sen-
tido psicoanalítico ulterior designa, a diferencia de lo que proponía en
El malestar, un proceso de elaboración intrapsíquica y transindividual de
la experiencia de vida que modifica el desarrollo individual y también la
evolución del conjunto humano. Deja de tener entonces un componente
teleológico o de juicio moral sobre un momento particular de lo que es
considerado bello, estético o de valor.
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Trabajo en cultura implica el pasaje de un modo de pensamiento del
ello al acceso al lenguaje, una transposición en el lenguaje común, com-
partido, que por ese pasaje transforma formas comunes del programa
psíquico de la especie. Todo cambio general no tiene otra vía de trans-
formación que la del psiquismo individual. Es ahí que la singularidad tie-
ne un privilegio exclusivo, una importancia determinante en los cambios
posibles de la condición humana. Es acá donde destaca el psicoanálisis
frente a otros tipos de psicoterapias.
Por otra parte, como decía, la realidad capturada por el lenguaje per-
mite, represión mediante, organizar la pulsión, con lo cual imposibilita
los retornos de lo reprimido que da cuenta de los tiempos iniciales en
la constitución psíquica de ese encuentro de la pulsión con el objeto. Se
requieren ciertas certezas en el discurso del conjunto social sobre la reali-
dad, para que las funciones yoicas, centralmente historizantes, sostengan
la singularidad de cada sujeto. Se trata de certezas del discurso social que
definen lo que es real y sus causas, lo que es verdadero o justo y lo que es
falso o injusto, etcétera.
Chile despertó, ¿y con qué se encuentra?: con mutilaciones oculares,
torturas, violencia sistemática; con que se queman lugares emblemáticos
de la cultura… ¿De qué orden es esto? Si lo pensamos como una regresión
colectiva, ¿es tan solo libidinal, sexual?, ¿es un retorno al pasado, a la bar-
barie, al hombre «primitivo», como planteaba Freud, que invade la escena
sociopolítica? En ese enfoque queda enfatizado lo pulsional y se desestima
la regresión narcisista. Zaltsman señala que esta regresión no engendra un
retorno a un estado anterior de evolución, sino efectivamente a un esta-
do posterior, anteriormente inexistente. La regresión no es la emergencia
de una prehistoria; es una neoformación, ella produce la aparición de una
posthistoria, incluso la creación de cosas inconscientes que jamás habrían
tomado cuerpo antes, no lejos de la primera figura del mal.
¿Qué podemos aprender de la violencia política y social de Chile?
Conversación con Lorena Biason
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Frente a la violencia, como lo que estamos viviendo, el riesgo es que
se instaure una organización social nueva: una horda, pero sin padre; un
odio, pero sin ambivalencias. Es a condición de la regresión narcisística
que se produce una regresión libidinal. Este atentado al narcisismo favo-
rece hoy la regresión libidinal.
Como logro de progreso del trabajo en la cultura está el concepto
jurídico de crimen contra la humanidad, que permite una caracterización
psicológica inédita: la de un sentimiento vital, irreductible, de pertenen-
cia a la especie humana. Ni siquiera una vez, nadie puede ni debe caer
fuera de la especie humana. Eso es lo que está en riesgo al no haber una
realidad compartida sobre el genocidio de Pinochet, el que pueda hacer
despertar una memoria primitiva que se opone al pensar y al proceso
secundario, en un tiempo más allá de la palabra, y que pone en riesgo la
estructuración psíquica.
En las consignas de los manifestantes se advierte una variedad de
contenidos: económicos, políticos, de género, ambientales, referidos
a los derechos de los pueblos ancestrales… Todo pareció encami-
narse hacia la necesidad de reformular el pacto social básico que es
la Constitución nacional. En general suele pensarse a esta ley fun-
damental de los estados en su dimensión político-institucional. Sin
embargo, tú, pensando desde el psicoanálisis, señalaste la ligazón
constitutiva de la sexualidad al poder, por lo que el nuevo pacto so-
cial naciente podría incluir aspectos no necesariamente plasmados
en un texto constitucional, pero igualmente constituyentes. Desde esa
perspectiva más amplia, queremos preguntarte: ¿visualizas la posibi-
lidad de un nuevo orden sexual, una nueva matriz subjetivante que
reconfigure las relaciones entre los géneros? Y más allá aun, en rela-
ción a los recursos naturales y teniendo en cuenta algunos planteos
como los que hacen las comunidades mapuches: ¿puede pensarse y
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formularse como propuesta viable la necesidad de una relación con la
madre tierra no meramente extractiva, no tan marcada por el abuso y
la ganancia devoradora?
Cuando se produce el estallido social, me atrevo a decir, lo que quedó
en evidencia es la perversión del modelo y lo pervertidos que estábamos.
Empezamos a consumir menos, íbamos a locales pequeños de barrio a
comprar lo necesario, las plazas estaban más llenas con padres jugando
con sus hijos, la gente se veía más amable para conducir o te saludaban
en el transporte. Yo podía ver esto porque a su vez salía más temprano
del trabajo, organicé de otra manera el consultorio y así también mis co-
legas. No es que yo lo vea así porque sea de izquierda simplemente, sino
que el modelo neoliberal tiene algo que otros modelos económicos no
tienen, algo que explica también el historiador chileno Gabriel Salazar:
la operación estratégica más exitosa de la «revolución neoliberal» ha
consistido en haber logrado camuflar sus propias contradicciones y su
propia crisis, sacándolas de las «estructuras» y escondiéndolas como
invisibles bombas de tiempo, dentro de cada «familia proletaria» y den-
tro de cada «sujeto» adulto en edad de trabajar, lo cual equivale a insta-
larlas en la mente de los niños marginales.
Así era antes del 18 de octubre, cuando surge esta verdadera y única
revolución que, al parecer, ha existido al menos en Chile: la revolución
contra el modelo neoliberal; esta, como dice el historiador chileno, implo-
siona en lo más íntimo de un sujeto. No es que el modelo solamente falló,
sino que se las arregla para que aquel ciudadano que queda cada vez más
marginado haya sentido que algo hizo mal y que él mismo es la causa
de este fracaso. Es el engaño del modelo de que cualquiera con esfuerzo
puede lograrlo.
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Conversación con Lorena Biason
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Otro autor, Mark Fischer —crítico musical y teórico de la cultura—,
en su texto Realismo capitalista se hace la pregunta sobre cómo es que
se ha vuelto aceptable que tanta gente, y en especial tanta gente joven,
esté enferma. Y señala que la plaga de la enfermedad mental en las so-
ciedades capitalistas sugiere que, más que ser el único sistema social que
funciona, el capitalismo es inherentemente disfuncional y el costo que
pagamos para que parezca funcionar bien es en efecto muy alto.
Desde distintos hemisferios y referidos a distintos países, ambos au-
tores —Salazar y Fischer— están diciendo más o menos lo mismo. No sé
si contesto a tu pregunta, pero ¿cuánto podremos desprogramarnos de
este modelo que llevamos tan adentro?, creo que el tiempo va a ir dando
la respuesta. El poder es inherente a los vínculos. Otra cosa es lo abusi-
vo que se puede tornar ese poder y otra cosa, además, es que se pueda
arrasar con el otro. Es que simplemente no puede haber ni favorecerse
un tipo de vínculo donde se ponga en riesgo la humanidad. Este modelo
cruel está arrasando con lo humano, con los ancianos y su sistema de
pensiones, que no les alcanzan para vivir; con la infancia, porque desde
los cuatro años los niños ya empiezan a competir y porque los niños que-
dan sin padres en tanto estos deben entrar en una carrera por subsistir.
Por otra parte, el trabajo de cultura —como mencioné anteriormen-
te— requiere una mayor consciencia de la humanidad, cuyas representa-
ciones, como resulta del concepto jurídico de crimen contra la humanidad,
queden inscritas como capital de ideas colectivas e individuales, como
mencionaba Freud, por vía de la instancia del yo, y que hagan posible mo-
dificar las metas instintivas de las conductas criminales. Lo más humano
de lo humano. Tomando estas ideas es que se hace posible pensar en un
nuevo lazo social.
Desde acá tendríamos todos que manifestarnos cuando la humanidad
y su existencia estén comprometidas. Cómo tomarán escena los lugares
de poder no lo sabemos. Pero sí tendríamos que condenar enérgicamente
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y las instituciones protegernos y ser consistentes en su prohibición frente
a la violencia infantil, frente al femicidio, frente al modelo extractivista
—que pone en riesgo el agua y los cultivos por el uso sin control que
hacen de ello algunos pocos—, cuando es violentada la población indíge-
na, cuando son patologizadas las diferencias de género desde un modelo
patriarcal y heteronormativo… Es decir, frente a todo lo que atenta con-
tra el vínculo común entre los humanos. Y porque, ni siquiera una vez,
nadie puede ni debe caer fuera de la especie humana: no se puede caer
fuera de las palabras, nadie puede estar fuera de una filiación. Eso es lo
que se pone en riesgo y es lo que, por ejemplo, el feminismo rescata. No
es algo que se le hace a la mujer, pero que el día de mañana podría cam-
biarse al invertirse los lugares: es algo que no se debe permitir porque se
pone en riesgo la especie humana. Ese es el logro del trabajo en cultura,
del psicoanálisis y de los mecanismos de represión psíquica. El riesgo,
el caos, una horda sin padre, sin tabú, la posibilidad de la presencia de
eso inasible que es el mal, lo ominoso, esa memoria primitiva, podrían
poner en silencio la vida y el deseo y también el reconocimiento de la
importancia de ese lazo vital, de cada individuo como representante de
la especie. El logro de devenir sujetos de cultura se da en función de una
conciencia ganada por el yo sobre las tierras extranjeras del ello, y habla
del cumplimiento del contrato narcisista, lo que permitiría recuperar el
poder delegado para reconstruir al grupo y a las instituciones.
Conversando con un paciente que ha sido víctima de la represión,
me señala: «Ahí estaba, a menos de cinco metros, cuando me disparan
[refiriéndose a los carabineros], me quedé solo frente a ellos: me dispa-
raron en el brazo y en la pierna, anteriormente había sido en la cabeza
[me mostraba sus heridas]. No tenía susto, ni dolor, pero lo que no olvido
aún es la sonrisa del que me disparaba, su cara de gozar mientras me
disparaba, aún veo la cizaña en su mirada…». Y más adelante reflexiona:
«te creo que fuera un poderoso, pero debe ser un gil más pobre que yo».
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El mismo joven me explica lo importante que fue para él que le extrajeran
las balas y perdigones que quedaron dentro de su cuerpo (lo cual va más
allá de lo real, ya que algunos estudios señalan que algunos perdigones
que se están usando, si no se extirpan, pueden liberar lentamente plomo
y a la larga intoxicar o enfermar al sujeto). «No sé por qué estaba tan
alegre ese día; conversando con un amigo, me dice que es como si me
hubieran extirpado el veneno asesino del enemigo, y eso me hizo mucho
sentido, ya no tengo nada del asesino».
Es esto el límite del psicoanálisis: el encuentro crudo con el mal, la di-
ficultad para poder pensar algo que queda fuera del pensamiento, que es
inasible y que refiere al mal. Es lo peor de lo humano, pero es lo humano
totalmente humano, que deviene inasible en el momento mismo en que
nos ocupamos de considerarlo.
Me parece que esto es algo relacionado con lo que se ve cuando Chile
despierta, las metas instintivas de las conductas criminales propias de
la humanidad que resultan tan difíciles de pensar. Pero intentar hacerlo
constituye hoy un reto para el psicoanálisis.