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LAS PALABRAS NO ENTIENDEN
LO QUE PASA…
Elsa Leone
Doctora en Medicina con postgrado
en Psiquiatría Infantil de la UDELAR
Miembro de la AUDEPP
A Maro Plá de Arévalo, cuyas palabras me faltaron al
escribir esta ponencia.
A Marcelo Viñar, Daniel Gil y tantos otros compañeros
de Uruguay, Argentina y Chile, quienes me prestaron
las suyas para poder hacerla.
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Acerca del texto
El texto «Las palabras no entienden lo que pasa…» fue publicado origi-
nalmente en 1995, en el primer número de la serie Interrogantes, titulado La
violencia. Este libro, cuya realización estuvo a cargo de la audepp y la editorial
Fin de Siglo, recogía las ponencias de varios autores presentadas durante las
jornadas audepp se interroga sobre la violencia, que tuvieron lugar el 31 de julio
de 1993 en el Club Banco República.
La ponencia de Elsa Leone, cuyo título cita el primer verso del poema
de Salvador Puig (de 1968) por la muerte del Che Guevara, formó parte del
panel Ley-saber-transgresión en aquellas jornadas.
En la década del ochenta, antes y después del fin de la dictadura, la
autora y un grupo de compañeras y compañeros de la audepp integraron la
Comisión por el Reencuentro de los Uruguayos (cru), que prestaba atención
a los familiares de los presos, a quienes volvían del exilio y a los que iban
saliendo del penal. La cru participó también en la organización de la venida
de Europa de los niños «hijos del exilio», en el mes de diciembre de 1983.
Los textos consultados para el trabajo que se expuso en las jornadas de 1993
y cuya relectura aquí se propone fueron en parte la transmisión de una expe-
riencia y sus aportes teóricos, un complemento a esa práctica de la que sus
autores participaron.
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El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos con-
dena a la ignorancia, el miedo de hacer nos reduce a la impotencia. La dicta-
dura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos.
Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia;
pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que
pueda ocultar la basura de la memoria.
Eduardo Galeano, «La desmemoria» (1991, s. p.).
El propósito de este texto es pensar e interrogarnos sobre el tema de
la violencia. ¿Pero de qué violencia hablaremos?: ¿de la individual?, ¿de
la familiar?, ¿de la social?… ¿Podemos trazar fronteras entre unas y otras
o hay inevitablemente una codeterminación entre ellas? ¿Cuál es la causa
de la violencia? ¿Cómo y desde dónde pensarla?...
Tratemos de plantearnos algo concreto: la violencia en el Uruguay de
hoy. Pero ¿podemos pensarla en un Uruguay aislado de la problemática
de Latinoamérica y de la incertidumbre que se vive a nivel mundial, un
mundo donde se han perdido puntos de referencia y donde se proclama
el fin de la historia y la muerte de las ideologías, en este fin de siglo tan
convulsionado?
Realmente creo que no. Y porque sigo convencida «de lo inevitable
del cambio, no solo como ley natural e histórica, sino como imperativo
ético» (Arias, 1953), y porque en la historia de la humanidad siempre
ha habido y habrá ese horizonte utópico que las nuevas ideologías pre-
tenden arrebatarnos, por todo eso es que me centraré en un punto que
pienso que tiene que ver con el tema de esta mesa: ley-saber-transgre-
sión. Esto es, preguntarnos sobre la violencia y su relación con la ley de
impunidad.
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La ley de impunidad, hipócritamente llamada Ley de Caducidad de la
Pretensión Punitiva del Estado, con su mandato implícito de renunciar al
derecho y al deber de saber lo que pasó durante la dictadura, ¿no fomen-
taría la trasgresión a la Ley y, por lo tanto, la violencia?
Antes que nada, quiero dejar claro que sé que la violencia no tiene
una causa única. Tampoco pretendo hacer un enfoque totalizador. De ahí
la necesidad de encuentros transdisciplinarios como este.
Por otra parte, todo discurso no solamente está atravesado por lo que
pasa en el entorno cultural, sino que, como dice Michel Foucault, está de-
terminado por el discurso cultural. Por lo tanto, de una manera u otra, las
circunstancias históricas, políticas y sociales siempre van a estar presen-
tes e incidiendo. Esto es, para que quede claro, que no es del psicoanálisis
exclusivamente desde donde hablaremos, sino desde las varias dimen-
siones que nos atraviesan en lo social, lo cual incluye también lo que nos
pueda aportar la teoría psicoanalítica. Y debo aclarar, además, que este es
un enfoque personal, que no compromete a la institución audepp.
LEY Y TRANSGRESIÓN
Nos preguntábamos si la ley de impunidad no fomentaría la transgre-
sión a la Ley. Con dicha ley quedaron impunes los que violaron, torturaron
y asesinaron, o sea, los que durante la dictadura militar transgredieron la
Ley, violando cotidianamente las normas jurídicas que invocaban para
legitimarse. Implica, entonces, confirmarlos en su convicción de que la
acción violenta en el marco del Estado es impune, que nunca se sabrá lo
que pasó ni quiénes fueron los responsables y, por lo tanto, que la Justicia
no podrá tocarlos. En ese sentido, la justicia será burlada para siempre.
La Ley es algo que deviene en custodia de la sociedad, para lo cual es
sancionada, aunque no desconocemos que el dicho popular es bien sabio
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y que «hecha la ley, hecha la trampa». Pero con la ley de impunidad, ¿no
se legitimaría, de alguna manera, que se puede delinquir sin que queden
pruebas o, mejor dicho, que dichas pruebas se pueden silenciar?
Si bien esta ley estaría referida solamente a los que violaron los dere-
chos humanos durante la dictadura, nos preguntamos:
¿La impunidad no se introdujo en el sistema político y en la vida co-
tidiana? ¿No produciría efectos de los cuales podría surgir algo así como:
«puedo hacer cosas horrendas por las cuales nadie me va a pedir cuentas
ni las tendré que rendir»? ¿No sería esto una incitación a transgredir la
Ley y ello no contribuiría a la violencia? ¿Esta justificación del terror, así
como tantas otras violencias que se ejecutan en nombre del Estado para
«salvaguardar» la paz y la democracia, no formarán parte ya del imagi-
nario social y, por lo tanto, estarán en todos nosotros sin que nos demos
cuenta?
Sin querer hacer una extrapolación desde el psiquismo individual a
lo social, que sería reduccionista, trataremos de pensar las condiciones
subjetivas y que trascienden al sujeto que pudieron favorecer la apro-
bación de la ley. Sin dejar de tener en cuenta, como fundamentales, las
razones políticas y económicas que están en la base de su procesamiento
—que viola no solamente las promesas preelectorales sobre expectativas
de verdad y justicia y los acuerdos internacionales que firmó nuestro país,
sino también, y lo que es más importante, a la propia Constitución—, nos
preguntamos si no hubo como un deslizamiento desde la impunidad de
la dictadura a la impunidad en la democracia, salvaguardada por esta ley.
En la dictadura los militares asumieron un poder que era despótico y
arbitrario. No defendían la ley aplicándola; ellos «eran la Ley». Decidían,
sin ninguna lógica que pudiera ser anticipada, qué era lo prohibido y qué
lo permitido, qué era lo penable y qué lo no penable, y había, en general,
una desproporción entre la transgresión y la punición. Recordemos lo
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que nos podía pasar si en un acto patrio se entonaba con más fuerza el
«¡Tiranos, temblad!».
Para imponer los horrores que cometieron, pretendieron apropiarse
de la verdad absoluta de la ley, disfrazada bajo un estatuto jurídico, en una
suerte de impostura de ley, que legalizó el terror.
Marcelo Viñar nos decía en 1993:
Como psicoanalistas podemos intentar interpretar el dispositivo pseudo-
legal de las dictaduras en América Latina y sus efectos en la esfera sub-
jetiva transindividual. Nuestro postulado es que hay una sagacidad per-
versa en la lógica del orden instituido que utiliza los efectos psicológicos
y sociales de la impostura. Es precisamente en razón de esa eficacia de la
impostura que las dictaduras latinoamericanas actuales se escudan bajo
una pseudo-legalidad costosa, obsesiva y espectacular que se agrega
como un ornamento a los métodos clásicos y conocidos de la represión.
Fachada jurídica que no sería necesaria si no se buscara otra eficacia más
allá de la que puede lograr la violencia brutal y desnuda. (s. p.)
Esa otra eficiencia, pensamos, sería el apropiarse de instancias inter-
nas del psiquismo humano, de control y vigilancia, como forma de per-
manencia. De esta manera, es por el camino del miedo internalizado que
esta impostura de ley viene a impregnar toda la trama social. Por lo tanto,
los afectados no serían solamente las víctimas que pasaron por la expe-
riencia del horror de la tortura, sino la sociedad toda.
Freud nos dice que la interiorización de la ley es una necesidad in-
trínseca del funcionamiento del aparato psíquico. El niño pequeño, en su
indefensión, tiene una necesidad absoluta de los padres o de figuras sus-
titutas para sobrevivir. Por temor a la pérdida de su amor, que lo dejaría
en el desvalimiento y lo llevaría a la muerte, siente que debe obedecer-
les y que no debe enfrentarlos. Esto hace que los vivencie como figuras
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todopoderosas, protectoras, por un lado, y, por el otro, terribles y despó-
ticas, todo lo cual quedará inscripto en el psiquismo.
Más adelante, con el Edipo, la identificación con los padres no solo
hace que tengamos de ellos tales gestos, características o manera de ser,
sino también lo que ellos nos transmiten, proponen y exigen dentro de la
pauta cultural en la que están inmersos. Esta tarea luego es continuada
por los maestros, los profesores y las diferentes figuras de autoridad del
entorno social. En el interior del psiquismo se constituye, pues, un ideal,
que no es solo un modelo de identificación, sino también una exigencia
de realización que se impone al yo del sujeto como instancia vigilante,
que juzga y castiga, a la que llamamos super. Y es en el superyó donde
quedaría internalizado el padre todopoderoso y terrible que mencionába-
mos anteriormente.
Freud nos muestra cómo a través de la sublimación se produciría ese
pasaje de los padres a otras figuras de autoridad, e incluso a Dios, o a
formas más sublimadas, como sería la sujeción a dos fuerzas soberanas y
abstractas: la razón y la necesidad. Daniel Gil (1990) nos dice:
El sujeto, cuanto más defectuoso haya sido su proceso de sublimación,
cuanto menos abstractas sean las figuras superyoicas, cuanto más ale-
jadas estén de la soberana Razón y Necesidad, más dependiente, más
sometido, menos libre se encontrará, constituyéndose dentro del pro-
pio sujeto una relación donde el yo estará en una posición masoquista
(de servidumbre voluntaria) y el superyó en una posición más despia-
dada y sádica de instancia tiránica (M. Viñar), y el sujeto más alejado de
su libertad, es decir, de asumir su deseo y de ser sujeto deseante. (s. p.)
Queremos agregar que, en la estructura del psiquismo humano, así
como está la relación de dependencia con los padres que llevaría al so-
metimiento, también están el enfrentamiento y la rebeldía con el padre
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en el Edipo y luego con otras figuras de autoridad, que llevarían a la bús-
queda de la independencia y a la libertad.
Nos preguntamos si esa impostura de ley no intentó aprovecharse de
estas características del psiquismo humano de sometimiento a una instan-
cia tiránica, que está en todos nosotros, más o menos fuertemente arrai-
gada, y que es una consecuencia de la internalización de la figura más
arcaica del padre de la primera infancia, todopoderoso y, por lo tanto,
vivido como terrible y despótico: el padre de la horda para Freud o el
padre del segundo tiempo del Edipo para Lacan.
¿No encajaba bien esta figura del padre terrible con las figuras terri-
bles y despóticas del poder militar? ¿No se habrá querido aprovechar de
eso para que se entronizara el poder despótico en la dictadura y esto se
deslizara luego en la aprobación de la ley de impunidad? Los discursos y
la propaganda a favor de la ratificación de la ley, en lo que se nos decía
que si no había impunidad se podía volver a un régimen dictatorial, ¿no
apuntaban a reafirmar el miedo y la sujeción psíquica a la mencionada
instancia tiránica?
Hoy, a seis años y medio de aprobada la ley, ¿no siguen en la fantas-
mática y en la realidad todas estas cosas? Y esto: ¿no sería generador de
paralización, por un lado, y de violencia, por otro?
SABER
Preguntarnos por el presente y el futuro requiere inevitablemente del
conocimiento del pasado.
La impunidad se sustenta en el silencio y el olvido. «Tenemos que mi-
rar hacia el futuro. No debemos tener los ojos en la nuca», se nos dijo insis-
tentemente. Pero ¿se puede construir un proyecto de futuro, apropiarnos
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de la historia, tener identidad, con el mandato de «no se puede ni se debe
saber lo que pasó», como queda implícito en la ley de impunidad?
Este no saber, esto que queda silenciado, esto que se pretende que se
olvide —y que no es el olvidar que surge del recordar y elaborar, como
nos muestra el psicoanálisis—, esto que no se recupera simbólicamente:
¿no retornará como síntoma en la violencia individual y social?
Saber lo que pasó permitiría elaborar (aunque: ¿se podrá elaborar real-
mente tanto horror?) el sufrimiento vivido y trasmitirles a los jóvenes esta
vivencia, para que ellos se reapropien de la historia y puedan asegurar así
la continuidad de la memoria y la reestructuración de la trama social.
El conocimiento de la verdad y el que se hiciera justicia hubieran sido
el acto simbólico de rescate de la memoria histórica, imprescindible para
la vida de los pueblos y la cultura.
No hubo triunfo político, pero hubo triunfo simbólico. Hoy práctica-
mente nadie en el Uruguay niega que hubo tortura, muerte y desaparicio-
nes. «No pudimos hacer que se cumplieran la verdad y la justicia, pero eso
no hace que haya que declinar la verdad y la memoria» (Gil, 1993, s. p.). Los
casi dos años en que se luchó por el referéndum fueron un ejercicio de me-
moria que ofició como altoparlante de la defensa de los derechos humanos.
«El silencio lastima a quienes vivieron el terror, pero sobre todo a las
generaciones jóvenes que ven dificultada su identidad, ya que no pueden
construirla con una historia silenciada» (s. d.). Esto nos lleva a pensar en
los jóvenes y lo que pasó con ellos en relación a dicha problemática.
Sería muy importante plantearnos un nuevo encuentro, que los incluya
a ellos, para pensar juntos esta temática. Por ahora, simplemente dejare-
mos planteadas algunas interrogantes…
¿Pueden los jóvenes tener proyectos de futuro, como los teníamos
nosotros, con tantos años de historia silenciada? Este agujero en la me-
moria histórica ¿no dificultaría el logro de la identidad? Para constituir la
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identidad son fundamentales las figuras identificatorias. ¿Cuáles fueron
estas durante la dictadura?
El dilema era, para los jóvenes, que su proceso identificatorio debía desa-
rrollarse en el interjuego entre las identificaciones previas con sus padres
o sustitutos, las posibles identificaciones con personas o grupos que resis-
tían como respuesta social a la dictadura o, lo más peligroso, la imposición
como ideal de la figura de un Padre Terrible, cuyo discurso era algo así
como: «no podés elegir, sino lo que yo te impongo», que podría conducir-
los a la identificación con el agresor o a una sumisión devastadora. (s. d.)
Hemos perdido nuestros mitos y estamos en la dificultosa búsqueda
de otros. Entonces, lo que no les pudimos trasmitir a las nuevas genera-
ciones, sumado a la incertidumbre que se vive a nivel mundial, ¿no les
dificulta encontrar un camino, su camino?
¿Son los jóvenes quienes, «tan indiferentes como a veces rápidamen-
te los tildamos o con una nueva mentalidad y con lo que tienen a mano,
están tratando de crear sus propios mitos o utopías»? (s. d.).
Para terminar, diremos que, tal como ya dijo Hanna Segal (s. f.), «Nosotros
psicoanalistas, que creemos en el poder de la palabra, en los efectos tera-
péuticos de verbalizar la verdad, no debemos permanecer callados» (s. p.).
ADENDA 2020
Después de 25 años de escrito, con la nueva lectura para su publica-
ción, me doy cuenta de que no estoy totalmente de acuerdo con el título
que había elegido.
Las palabras no entendían lo que pasaba ante el horror. Pero había
otras palabras que sí entendían lo que pasaba, aunque estaban prohibidas.
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Igual siempre alguna se escapaba y encontraba la forma de resistir, como
veíamos, por ejemplo, en expresiones del canto popular y en tantas otras
cosas.
Luego de la dictadura, las palabras fueron recuperando el poder decir
lo que pasaba. Pero al no saber la verdad de lo que sucedió, ¿qué hace-
mos con lo que se nos sigue ocultando?
Elsa Leone
§
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