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NEOGÉNESIS:
UN MODO DE ABORDAJE
DE LO TRAUMÁTICO
Magdalena Lema
Licenciada en Psicología de la UCU
Especialista en Psicoterapia Psicoanalítica del IUPA
Miembro de la AUDEPP
Correo electrónico: magdalena.lema@gmail.com
ORCID: 0000-0001-6731-6470
Silvia Tejería
Licenciada en Psicología de la UDELAR
Miembro Habilitante de la AUDEPP
Correo electrónico: silviatejeria@gmail.com
ORCID: 0000-0002-3268-7789
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Resumen
En este artículo trabajamos el concepto de neogénesis, acuñado por Silvia Bleichmar.
Partimos de las conceptualizaciones de esta autora acerca de los efectos traumáticos de
lo real sobre el psiquismo, y articulamos los conceptos de trauma y violencia. Estos con-
ceptos suponen una fuerte revisión teórica de ciertos postulados epistemológicos con su
correlato de reformulaciones en la práctica clínica. Si bien la violencia no es un concepto
específicamente psicoanalítico, en la clínica somos testigos de su incidencia en el sufri-
miento humano y de su acción devastadora en el funcionamiento habitual de los sujetos.
Bleichmar se ocupa del impacto singular y subjetivo del hecho traumático, y se pregunta
cómo es afectado el yo en sus funciones y cuáles son las modalidades de respuesta del su-
jeto ante lo traumático. Cuando las respuestas del sujeto ante el embate de lo traumático
escapan a las posibilidades de encadenamientos simbólicos y la represión no organiza, es
necesario instrumentar una clínica especial que propicie la escucha de aquellos indicios de
la experiencia real, restos metonímicos que hacen signo para el analista. En este trabajo
de neogénesis, la intervención terapéutica no se reduce a encontrar lo que ya estaba, sino
que intenta producir nuevas condiciones de simbolización.
Palabras clave: neogénesis, trauma, violencia, realidad
NEOGENESIS: AN APPROACH TO TRAUMA
Abstract
In this article, we work on the concept of Neogenesis, coined by Silvia Bleichmar.
We start by considering Bleichmar’s conceptualizations about the traumatic effects
of the real on the psychism, by articulating the concepts of trauma and violence. These
concepts imply a strong theoretical revision of certain epistemological postulates with
their correlation of reformulations in clinical practice. Although violence is not specifically
a psychoanalytic concept, in our practice we are witnesses to its incidence in human
suffering and its devastating action in the habitual functioning of the subjects. Bleichmar
deals with the singular and subjective impact of the traumatic event, questioning how the
self is affected in its functions, and what are the modalities of the subject’s response to
the traumatic. When the responses of the subject to the onslaught of the traumatic escape
the possibilities of symbolic chaining, and repression does not organize, it is necessary to
implement a special clinic that encourages the listening of those signs of real experience,
metonymic remains that become a sign for the analyst. In this work of Neogenesis,
therapeutic intervention is not reduced to finding what was already there, but attempts to
produce new symbolization conditions.
Keywords: neogenesis, trauma, violence, reality
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INTRODUCCIÓN
Yo muero extrañamente… No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida.
Delmira Agustini (1965).
El abordaje de las situaciones traumáticas plantea desafíos clínicos
particulares que implican la necesidad de poner a trabajar nuestras teo-
rías para generar nuevas posibilidades de intervención. Consideramos de
gran relevancia el concepto de neogénesis, acuñado por Silvia Bleichmar
(1993), en la medida en que se trata de un modo de considerar los efec-
tos psíquicos de lo traumático, que abre, destraba y ofrece posibilidades
creativas y simbolizantes. La riqueza de este concepto nos permite abor-
dar especialmente la articulación de las nociones de violencia y trauma,
que serán desarrolladas a lo largo de este trabajo.
El concepto de trauma se encuentra en el origen mismo del psicoa-
nálisis, casi como piedra angular de todo el edificio conceptual, aunque
no siempre utilizado con un sentido unívoco. Violencia es un concepto
ajeno al psicoanálisis, pero que entendemos se encuentra en algún tipo
de articulación con nuestra tarea, en tanto somos testigos de la fuerza
destructiva de sus efectos.
Violencia y trauma. Entonces, ¿cómo articularlos? En la vieja idea
freudiana de un «origen traumático de la neurosis», el concepto de après-
coup marca la complejidad de esa articulación (Freud, 1985). Lo que nos
interesa destacar es que la forma en que pensamos en psicoanálisis la
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relación entre los fenómenos psíquicos y lo real no es un asunto menor,
sino un verdadero problema epistemológico.
En esta línea, Bleichmar ha pensado con rigor psicoanalítico acerca
de los efectos traumáticos de lo real sobre el psiquismo. Es decir, los di-
versos modos en que el embate de lo acontencial actúa sobre el sujeto y
genera sufrimiento, descompone y desarticula su funcionamiento habi-
tual. Desde una fuerte revisión teórica de ciertos postulados psicoanalíti-
cos, entiende los tiempos míticos de la represión primaria como tiempos
histórico-vivenciales reales. Por lo tanto, es posible identificar los mo-
mentos fundantes de estructura psíquica y por ello es posible desarrollar
nuevas herramientas de intervención.
Desde Nuevos fundamentos para el psicoanálisis (1987) y La prioridad
del otro (1996), Jean Laplanche establece un giro fundamental en la epis-
temología psicoanalítica: el otro como punto de partida para comprender
la constitución psíquica. La situación antropológica fundamental dada por
la necesidad de la cría humana —en su desauxilio inicial— de un adulto
que se ocupe del cuidado de la vida y tome a su cargo los procesos de
humanización marca el carácter estructurante de la relación con el otro
real. A partir de aquí, el problema de la constitución psíquica está dado
más bien por cómo el psiquismo se cierra —es decir, cómo consigue una
delimitación y una diferenciación—, que por cómo se abre al mundo. La
realidad no es secundaria, sino primordial. Por ello, la tópica psíquica se
construye en el marco de la tópica intersubjetiva que el Edipo define con
su estructura. El ser humano llega a un mundo ya pautado por ciertas
legalidades que van a determinar el modo como el adulto se emplaza
frente al niño, desde una doble función: la inscripción de la sexualidad y,
al mismo tiempo, la pautación de los límites de su apropiación del cuerpo
del infans como lugar de goce.
En este contexto, habría que diferenciar una teoría traumática de la
constitución psíquica, de aquellos traumatismos específicos con efecto
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desestructurante, que someten al psiquismo a un monto de excitación in-
derivable, a experiencias no metabolizables, a la imposibilidad de ligadu-
ra, y que constituyen verdaderos procesos de desmantelamiento psíquico.
Y diferenciar también los microtraumas de la vida cotidiana, que fuerzan
procesos más o menos exitosos y creativos de elaboración, de aquellas
otras situaciones de real violentamiento. Situaciones ante las cuales el
sujeto no puede responder con el equipamiento defensivo habitual, situa-
ciones que implican un desmantelamiento defensivo, una efracción de la
membrana psíquica o una ruptura de la continuidad existencial, al decir
de Donald Woods Winnicott.
En La desconstrucción del acontecimiento (2006), Bleichmar cita la co-
municación preliminar de Freud, que plantea: «En calidad de tal [trauma
psíquico], obrará toda vivencia que suscite los afectos penosos del horror,
la angustia, la vergüenza, el dolor psíquico y, desde luego, la sensibilidad
de la persona afectada. Y agrega que lo vivido, o su recuerdo, opera a
modo de cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión con-
serva eficacia presente» (Freud, 1895, en Bleichmar, 2006, s. p.).*
¿Cómo es afectado el yo por «la incidencia atacante de lo real»? Según
Bleichmar (2014), «el impacto de lo traumático pone en riesgo, en mayor
o menor medida, dos grandes aspectos de la organización del yo y de su
función: la autopreservación y la autoconservación» (p. 40); es decir, la
forma como el yo se representa la conservación de la vida y sus riesgos,
por un lado, y, por otro, la forma como se siente en riesgo respecto de los
enunciados identificatorios que lo constituyen. Normalmente, estas dos
dimensiones van juntas, pero los traumatismos marcan su diferenciación.
En términos generales, en las catástrofes naturales está en riesgo la au-
toconservación y en las a catástrofes históricas se ven constantemente
* El destacado es nuestro.
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afectados los enunciados identitarios constitutivos del yo, lo cual pone en
riesgo la autoestima y lleva a procesos de desidentificación.
Se trata de poner de relieve la capacidad de lo acontencial (en tanto
real histórico) de producir efectos, en la medida en que resulta imposible
de engarzar en los sistemas psíquicos previos, ya que colocan al yo en
riesgo de sobrevivencia biológica o simbólica.
Frente a estas experiencias, el psiquismo puede responder bajo dos
modalidades, que no son excluyentes: al modo de lo originario y al modo
de lo arcaico.
La cadena de respuestas al modo de lo originario implica todo el re-
pertorio de formaciones sintomáticas sobre las que es posible seguir una
traza simbólica, en tanto que la posibilidad de ligar se mantuvo y, aun
dentro de la patología, el sujeto puede encontrar algún tipo de equilibrio.
Podemos decir que la represión opera y que existe una malla simbólica
que hace posible tramitar lo vivido.
Cuando, en cambio, la respuesta es al modo de lo arcaico, nos encon-
tramos con otro fenómeno, en el que la represión no organiza y, más bien,
las representaciones avanzan, desconectadas o desligadas, sobre un yo
que se siente inerme para manejarlas. Se trata, en este caso, de los restos
de lo real vivido, pero al modo de un material en bruto, desengarzado,
que requiere de algo totalmente diverso de la interpretación simbólica.
Supone ingresar en una clínica especial, que dé lugar a la escucha de
aquellos indicios de la experiencia real, en la búsqueda de simbolizaciones
de transición que aporten algún nivel incipiente de ligadura.
Entonces, es necesario preguntarnos: ¿de qué modo se produjo el
desarme de la malla psíquica?, ¿qué opera de la represión originaria?,
¿qué restos de posibilidades de simbolización existen?, ¿qué de lo real
vivido insiste, desarticulando y rompiendo?
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Neogénesis: un modo de abordaje de lo traumático
NEOGÉNESIS
El concepto de neogénesis viene a ampliar el repertorio de respuestas
posibles ante la insuficiencia de la interpretación simbólica para cercar
lo arcaico. Se trata de un movimiento que pretende generar las condicio-
nes básicas para la simbolización posterior, en lugar de dar significados
a priori.
Normalmente, el análisis trabaja sobre lo secundariamente reprimi-
do, sobre aquellos contenidos que alguna vez fueron palabra y que, por
lo tanto, son recuperables por medio de la asociación libre. Opera sobre
el levantamiento de represiones y el develamiento del sentido oculto, ya
que, en efecto, lo secundariamente reprimido es lo único sobre lo que
el sujeto puede recomponer las cadenas asociativas, en la medida en
que alguna vez esos contenidos formaron parte de la trama del lenguaje
articulado.
Pero ¿qué ocurre cuando la organización defensiva del sujeto estalla
espontáneamente por efecto de situaciones imposibles de tramitar o me-
tabolizar con el equipamiento defensivo disponible?
No es posible seguir los mismos procedimientos cando se trata de lo
que nunca cayó bajo el efecto de la represión. Es este caso, se trata de
cercar esas representaciones, «de recomponerlas cuando avanzan y, si
no avanzan, dejarlas dormidas» (Bleichmar, 1999, p. 105). Se aplica plena-
mente en este punto lo que plantea José Luis Martí Quirós (2004), para
quien la escucha analítica es la «escucha de un silencio», es la escucha de
lo que no puede ser dicho.
En ocasiones, un sonido, un olor, un dibujo de un niño, un dato percep-
tivo, aislado de cualquier ensamblaje (un signo de percepción, de acuerdo
a los términos freudianos), puede ser capaz de producir perturbaciones,
de desencadenar repeticiones o compulsiones, sin un aparente sentido.
El signo de percepción queda anudado a la experiencia traumática como
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resto metonímico. No es inconsciente, o sea que no ha caído bajo los
efectos de la represión, y constituye el indicio privilegiado que lleva al
trauma. El resto indiciario de lo real vivido no es un recuerdo, ya que
para que exista recuerdo tiene que haber un sujeto que narre la historia,
y estos son elementos que se encuentran fuera de la historización. Más
que recuerdos, podría decirse que se trata de reminiscencias de algo que
permanece como resto inmodificado que determina el estancamiento de
la producción psíquica.
PENSANDO DESDE LA CLÍNICA
La consulta de una mujer de 38 años nos ayuda a ejemplificar este
tipo de intervenciones. Es una profesional universitaria que ha pasado por
una penosa situación de violencia ejercida por su expareja, lo que deriva
en reiteradas denuncias, en la judicialización del caso y en la prescripción
de medidas severas: restricción de acercamiento y consiguiente coloca-
ción de tobillera electrónica al agresor. Asimismo, la pericia forense reali-
zada a este hombre explicita la presencia de un trastorno antisocial de la
personalidad, con fuertes componentes de manipulación, impulsividad,
ausencia de sentimientos de culpabilidad, imposibilidad de empatía…;
en fin, con la posibilidad de incurrir en acciones violentas que ponen en
riesgo la integridad física del otro.
Esta mujer tiene con este hombre una hija de 6 años de edad. Acudió
a la consulta dos meses después de haber reanudado, por su cuenta, el
contacto con el padre de la niña, quien en el momento actual concu-
rre a su casa a visitarla, lo cual ha generado nuevamente situaciones de
violencia. A su vez, el padre ha llevado a su hija a dormir a su casa sin
acuerdo de la madre. La situación se torna inmanejable para esta mujer,
y consulta.
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En algún momento del proceso terapéutico llegamos a un punto en
el que pregunto: «¿Qué pasó? ¿Por qué habrá sido que lo llamaste de
nuevo?».
La paciente rápidamente responde: «Es que, pobrecita Nati, yo la veía
tan solita…».
El indicio «tan solita» da lugar a una intervención bajo la forma de
pregunta: «Y tú, ¿te has sentido así alguna vez?». Esta intervención, que
opera al modo de simbolización de transición, me lleva a una escena
desconocida hasta el momento. Conduce al despliegue de la situación
traumática histórica de la paciente: el maltrato infantil, el padre que no
tuvo, un abuelo protector que murió cuando ella tenía 5 años, el abando-
no de la madre, la vida con una tía maltratadora en medio de carencias
muy severas.
Hay que decir que el indicio sería aquello que hace signo para alguien,
en este caso para el analista que escucha. No es un signo para el paciente.
Entonces, el modo de engarzar estos indicios a la trama psíquica y
reducir sus efectos destructivos es a través de la elaboración de simboli-
zaciones de transición que, como verdaderos autotrasplantes psíquicos,
hagan posible recomponer y articular lo desgarrado.
Neogénesis, tal como sostiene Bleichmar (1999), sería entonces aquel
«movimiento que en la práctica no se limita a recuperar lo ya existente,
sino que intenta generar nuevas condiciones de simbolización, abrir nue-
vas posibilidades de vida» (p. 12). Y la autora agrega: «la intervención del
analista no se reduce a encontrar lo que ya estaba, sino a producir ele-
mentos nuevos de recomposición y de articulación que den un producto
diferente del preexistente» (p. 37).
En estos casos, la interpretación simbólica obtura la posibilidad de
establecer un nexo más profundo con lo vivenciado, que es absolutamen-
te singular. Las simbolizaciones de transición hacen posible el nexo, per-
miten la apropiación de un fragmento representacional que no puede ser
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aprehendido mediante la libre asociación, cuya significación escapa, pero
insiste de manera compulsiva.
A diferencia de la construcción, no ofrece un sentido más o menos ce-
rrado proporcionado desde la función sintética del analista, sino que más
bien implanta contextos que han sido relatados y que son conocidos en el
interior del proceso analítico, pero que no han sido relacionados con el
elemento emergente. Se trata de restituir el fragmento indiciario a la escena
de la que formó parte, para dar lugar al paso de la metonimia a la metáfora.
LA FUNCIÓN DEL TERAPEUTA
Teresa Sánchez (2017) nos recuerda que Julia Kristeva decía: «Un
analista que no descubre en cada uno de sus pacientes una nueva enfer-
medad del alma, no lo escucha en su verdadera singularidad» (p. 2).
En el terreno de lo traumático, la búsqueda de lo singular es, para el
analista, la disposición a ingresar en el terreno de lo irrepresentable o de
lo impensable, en la medida que no estamos en el terreno de lo secun-
dariamente reprimido y, por ello, recuperable desde su encadenamiento
simbólico.
La idea de figurabilidad psíquica, que desarrollan con gran profundi-
dad César y Sara Botella (2001), nos ayuda a pensar «en esa zona psí-
quica-prepsíquica situada a uno y otro lado del mundo de las represen-
taciones, especialmente el de las representaciones de la palabra, de las
formaciones preconscientes, de la racionalidad» o bien en la «memoria
sin recuerdo» o en lo que los autores llaman tras-país. Este sería el de
los «acontecimientos que no han podido adquirir la condición de repre-
sentación», ya sea que se refieren a un pasado, como a un presente que
«escapa a la posibilidad de ser puesto en historia-relato debido al fracaso
del Trabajo de Representancia» (Botella, 2014, pp. 1-3).
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Neogénesis: un modo de abordaje de lo traumático
Acceder a este universo prepsíquico requiere de una escucha fina e
implicada, que nos coloca en un terreno complejo y que en ocasiones
nos lleva al límite de nuestra capacidad de procesamiento y a nuestros
propios impensados. Al decir de Botella y Botella (2001), se trata de una
escucha particular, que implica en la mente del analista procesos regre-
dientes —al modo del trabajo del sueño— que hacen posible un trabajo
de figurabilidad psíquica.
Para finalizar, acordamos con lo que plantea Susana García Vázquez
(2005) con respecto a que nuestra tarea «requiere libertad, modestia y
rigurosidad. Libertad para poder pensar y apelar a distintos recursos, mo-
destia para no olvidar nuestros límites, los límites de nuestro instrumento
y los del paciente, y rigurosidad en la reflexión que la clínica diariamente
obliga» (s. p.).
§
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