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LOS DESTINOS DEL OBJETO
Bettina Miglierina
Psicóloga de la UDELAR
Profesora adjunta del IUPA
Miembro de la AUDEPP
Correo electrónico: bmiglierina@adinet.com.uy
ORCID: 0000-0002-1412-3381
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Resumen
Las figuras teóricas internalizadas que se entretejen en nuestro pensar se diluyen
sorprendentemente cuando asistimos a relatos de lo mentalmente inasible. El sujeto, ese
otro a quien escuchamos, despliega lo que podríamos denominar, informalmente, como
su dragón: manifestación o acto de violencia, agresión, que no encontró a su paso obstá-
culo alguno que la detuviera.
En este artículo me referiré a lo que se me presentó como un intento de filicidio.
¿Cómo y desde dónde nos interpela una situación clínica marcada por este hecho? El
psicoanálisis, desde siempre llamado a articular la interacción de lo intrapsíquico y lo in-
tersubjetivo, parece desafiado a analizar esa relación desde ejes más específicos.
La pulsión, nunca descuidada en nuestras descripciones del funcionamiento psíquico,
aparece con fuerza convocada en esta ocasión. ¿Cuál el destino de las investiduras cuando
pudo haberse concretado un filicidio? Siguiendo algunas ideas de André Green acerca de
la ligazón objetal, abordaré el análisis de un material que ubica intensamente a la clínica
como soberana a la hora de conducir nuestras reflexiones
Palabras clave: investiduras, ligazón objetal, desobjetalización, destructividad
DESTINATIONS OF THE OBJECT
Abstract
The internalized theoretical figures that are intertwined in our thoughts are surprisingly
diluted when we witness stories of the unthinkable. The subject, that Other that we listen
to, deploys what we could define, informally, as his or her dragon: a manifestation or an
act of violence, aggression, something that did not find in its path an obstacle that would
stop it.
In this article, I will refer to what is presented to me as an attempt of filicide.
¿How and where from does a clinical situation marked by this fact question us?
Psychoanalysis, always called on to articulate the interaction of the intrapsychic and the
intersubjective, seems challenged to analyze this relationship from more specific lines of
action.
The never neglected drive in our descriptions of psychical functioning appears,
summoned with strength in this occasion. ¿What’s the role of the investitures when a
filicide could have taken place?
Following some of André Greens ideas about objetal connection, I approach the
analysis of a material that places clinical practice at its center at the time of reflecting.
Keywords: investitures, objectal connection, desobjectalization, destructiveness
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PRESENTACIÓN DEL CASO
A veces, las figuras actuales de la violencia parecen delinearse des-
de trazos inimaginables. En efecto, Patricia, de 32 años, concurre a la
consulta con indicación de psicodiagnóstico y una derivación escrita
en la cual se lee: «Intento de filicidio». Sus primeras palabras son: «Me
mandaron del juzgado»; se trata de una imputada en un proceso judicial
en curso.
A continuación, ordeno algunos datos para aproximarnos a un enten-
dimiento de las circunstancias.
Datos de su pasado
Sus padres se separaron cuando Patricia tenía 2 años. No vio más a
su padre. Fue a vivir con su abuela y su hermana menor durante unos
años, y luego volvió a vivir con su madre, un nuevo compañero de
esta y subsiguientes hermanos menores.
Sobre su madre menciona severa inestabilidad y recuerda que «po-
día ser muy alegre y muy agresiva». Refiere situaciones de maltrato,
peleas caóticas, reacciones explosivas de hostilidad, propias y ajenas,
en su entorno más próximo. Su infancia y adolescencia transcurrió
en un ir y venir, una convivencia alternante con distintos familiares.
Y siempre, tarde o temprano, con un retorno al conflictivo ámbito
materno. Afirma: «Siempre tuve un amor infinito por mi madre», pero
relata una relación marcada por afectos tempestuosamente cambian-
tes y distanciamientos desgarradores.
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Los vínculos de pareja se dan con uniones fuertes y finales disrup-
tivos, impregnados de hostilidad. No se describen desde un aspecto
de construcción de su afectividad ni de su historicidad. Solo en tanto
hechos.
Datos de la actualidad
Patricia tiene dos hijos de distintos padres: Cecilia (15 años) y Juan
(8 años). También vive con Camila, hija del padre de su segundo hijo.
Camila y Juan son, por tanto, hermanos por parte de padre.
Patricia se había separado del padre de Juan (Luis) porque peleaban
mucho, ambos se agredían verbal y físicamente. Mediaba una causa
judicial por violencia doméstica, con medidas cautelares vigentes.
Cuando llega a consultar, Patricia salía con otro novio.
Camila era como una hija para ella, a la que «le daba todo», refirién-
dose a que no permitía que tuviera carencias económicas. Ya estaban
hablando de los preparativos de la fiesta de 15 años que la chica an-
helaba. Patricia vivió y compartió más tiempo con Camila que con su
propia hija Cecilia, que muchas veces fue dejada a cargo de su abuela.
Hechos
Camila va a visitar a su madre biológica y muere electrocutada en un
accidente.
Cuando llega la noticia, Patricia se desborda, reacciona estrepitosa-
mente en el dolor: «Me puse como loca».
Cecilia va con ella al velatorio y entierro de Camila. Juan se queda
en su casa, a cargo de la persona que habitualmente lo cuidaba, sin
saber nada de lo que había pasado.
Respecto a la muerte de Camila, Patricia refiere:
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Yo costeé todo el velorio de Camila. Le compré el vestido de fiesta [de
15] que ella quería, para que se lo pusieran para el velatorio y la maqui-
llaran. Vi cosas que me llenaban de rabia, de quienes decían que ella no
era de la familia. Me daban ganas de sacarlos a todos para afuera. En el
cementerio no me quería ir, no la quería soltar.
Al regresar a su casa, Patricia se acuesta, solo quería dormir. Menciona:
«No quería estar en la realidad».
Juan, ante ese panorama y sin saber lo que sucedía, pregunta por
Camila y dice que tiene miedo. Patricia llama a Luis y le propone vol-
ver a la relación y cancelarle la restricción existente para «que viniera
a hacerse cargo del niño». Mientras tanto, Juan estaba allí y, al ver
mal a su madre, se le acerca. Patricia relata:
Me acariciaba, me preguntaba qué me pasaba, se acostaba ahí conmi-
go. Preguntaba por Camila porque veía que habíamos vuelto sin ella.
Le dije que se tenía que acostumbrar porque ahora Camila estaba en el
cielo. Él gritaba, se puso muy mal, lloraba. Cecilia no tomaba su medi-
cación [psiquiátrica] y la amenacé: «Mañana te llevo al médico». Juan
me dice: «Vos sos mala». Estaban todos en la casa; yo en el cuarto
estaba sola con él. Las pastillas que le dan a Cecilia lo pueden calmar
a él. Y le di.
No da más detalles al respecto ni hace otros comentarios. Luego dice:
«Me despierto cuando Cecilia gritaba: “¡Lo mató! ¡Lo mató!”. Y ya el
padre se lo lleva a emergencia. Vino la policía y me desacaté».
Inmediatamente Juan es internado en cti y, por orden judicial, se
asigna su tenencia a un familiar materno. Su madre solo puede visi-
tarlo en presencia de un tercero.
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Algunas observaciones
La presentación de la paciente es la esperable para su edad, con un
aspecto personal cuidado, arreglado y actual.
Desarrolla un discurso que conserva la coherencia secuencial y el
hilo conductor.
No surgen mayores enfatizaciones emocionales. No se angustia en el
curso de sus narraciones. Sus planteos remiten fundamentalmente a
lo fáctico y casi nada a lo vivencial. No despliega un cuestionamiento
introspectivo respecto a la gravedad de lo sucedido ni una reconsi-
deración de las situaciones de vida que pudieron haberla conducido
a esto ni la posibilidad de ligar situaciones, personas y experiencia
afectiva.
Viene a la consulta porque le fue sugerido por un abogado que una
evaluación psicológica podía ser conveniente para que eventualmen-
te consideraran devolverle la tenencia de su hijo.
Falta reiteradamente a las horas asignadas.
No completa el proceso.
ANÁLISIS
Mi primer encuentro con Patricia quedó marcado por la frase que
leí en la hoja de derivación: «Intento de filicidio». Es como si algo en
mi interior hubiera comenzado a desmoronarse y sentía que no podría
acompañar a esta paciente, que ya se comunicaba sin dificultades con
su fuerte e imperante voz. Se refería fundamentalmente al fallecimien-
to de Camila. Su lamento y su protesta ofuscada se relacionaban con
ese hecho penoso. Pero no aparecía mención alguna de su hijo menor ni
de los acontecimientos vinculados a la causa judicial que la implicaba.
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Los destinos del objeto
Su discurso sin vacilaciones, contundente, no dejaba casi margen para
preguntas; su presencia se imponía.
Simultáneamente yo percibía que mis ideas se diluían antes de con-
cretarse en un pensamiento medianamente lúcido. Lo que podía pensar
en un momento me resultaba inasible unos segundos después. Hasta que
entendí que no estaba pudiendo amalgamar mis afectos con otras formu-
laciones del pensar y, claramente, desde ese lugar no podía ni debía inter-
venir. Mi silencio no solo pretendió favorecer el despliegue del discurso
del otro, sino que fue el mejor refugio posible ante aquello que me dejaba
sumergida en un impacto indescriptible.
Patricia se expresó sin incomodidad y finalmente insistió en su expec-
tativa de que las conclusiones de este trabajo sirvieran para presentar en
el juzgado. Así transcurrió nuestro primer «encuentro», por así llamarlo, y
debió pasar un cierto tiempo antes de que yo pudiera escribir algo sobre
este caso.
En esa primera entrevista no existí demasiado, digamos. Tampoco
existió Juan ni su otra hija Cecilia. La palabra fue destinada básicamente
a quien había fallecido, a quien ya no estaba. No a las características de
los vivos, de aquellos que sí estaban a su alrededor. Y esa fue la tendencia
predominante que se mantuvo en distintas instancias de trabajo. Una si-
tuación clínica que, podría decir, primariamente me situó ante la destruc-
tividad y sus posibles manifestaciones.
Sin duda, la destructividad, a veces de presencia insoslayable, a veces
muy constatable, que podemos ver hoy por hoy expandirse en distintos
territorios le plantea un problema al pensar psicoanalítico. Un proble-
ma en tanto desafío cuasi filosófico y, al mismo tiempo, muy pragmático.
¿Dónde inscribir las expresiones de destructividad del sujeto cuando se
trata de analizar una dinámica intrapsíquica y su interacción con el mun-
do? ¿Qué términos elegir a la hora de denominar sucesos que a veces nos
resultarían innombrables?
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Imposible no recordar a André Green (2014), quien nos deja —casi
como legado— una pregunta: ¿por qué las pulsiones de destrucción o de
muerte?
Sabemos algo del camino que este autor recorrió en su minucioso
estudio y reconsideración conceptual de la pulsión, hasta llegar a anexar
a la teoría otros términos, quizás más aprehensibles. Nos ha aclarado que
«la pulsión es la matriz del sujeto» (Green y Uribarri, 2015, p. 57), pero
que es en relación al objeto que se va a desplegar. La pulsión de vida será
conceptualizada desde la denominada función objetalizante (que va de la
mano de las investiduras) y la pulsión de muerte, desde su destructividad
desobjetalizante.
«La función desobjetalizante […] hace que el objeto pierda sus ca-
racterísticas específicas para el sujeto» (Green y Uribarri, 2015, p. 60).
Desde esta frase tan plena de sentidos, intentaré que nos aproximemos
a aspectos de este material, siguiendo algunos referentes teóricos de un
pensador que nunca dejó de ser clínico.
En determinado momento Patricia cuenta, casi con particular orgu-
llo: «Yo costeé todo el velorio de Camila. Le compré el vestido de fiesta
[de 15] que ella quería, para que se lo pusieran para el velatorio y la ma-
quillaran. […] No me quería ir, no la quería soltar». Con esto, la paciente
parecía haber asignado el estatuto de lo vivo a la chica muerta. Pero de
retorno a su casa, casi deja muerto a su hijo vivo.
En esas circunstancias, Patricia se nos presenta como en una conju-
gación paradojal: necesita cumplir el deseo de quien ya no existe, pero no
puede luego escuchar el deseo de su hijo que clamaba por proximidad y
contención. Despliega una suerte de poder ante lo inerte y luego se ubica
ella misma como inerte ante el pedido afectivo del otro. Es como si se pu-
dieran visualizar investiduras cruzadas, en estrepitosa permutación radical.
Podríamos preguntarnos: ¿cómo se juega la dimensión objetal en esta
organización psíquica en tales circunstancias?
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Los destinos del objeto
En sus relatos, Patricia se centra en una pérdida. En una sola. Sin
poder concientizar todo lo que iba perdiendo alrededor. Viste de fiesta la
muerte; lucha por conservar el objeto externo que ya no existe en tanto
tal, pero al precio de hipotecar componentes de la realidad. Entre los
mecanismos que se despliegan en extrema defensa, asoma una peculiar
forma de la idealización.
Desde Green, la idealización es entendida como investidura pulsional
negativizada (resultante del trabajo de lo negativo), que se instala como
satisfacción ilusoria y desmiente que se trata de una satisfacción vedada
(Navarro, 2016). Es una defensa que crea una ficción y habilita, en este
caso puntual, un escenario donde lo ideal se plasma casi absurdamente
y rompe coordenadas de tiempo y espacio; idealización que no solo se
expresa en pensamiento, sino que precipita en acto, quizás en una toma
de poder sobre lo que ya no pertenece a nada ni a nadie. Y el deseo se
torna indiscernible: ya no sabemos de qué ni de quién. En ese proceder
marcado por el exceso, solo puede comprenderse la alteración de la sig-
nificación, la confusión, la tensa incrustación de algún sentido, la álgida
interfase entre situación y estructura.
Cuesta seguir el destino de las investiduras, que parecen transitar por
un momento anárquico. Cuesta visualizar y comprender el estatuto asig-
nado al objeto.
Podríamos hablar de un viraje, de la idealización al desconocimiento
objetal. Y quizás, en ambos casos, de una dislocación en la situación obje-
tal, que nos aproxima a las reflexiones sobre la función desobjetalizante.
Un desconocimiento… ¿El de Juan? Un hijo que finalmente sobre-
vivió en los hechos, pero que no habita ni se instala en el discurso de su
madre. Juan recibió de nuestra paciente una medicación psiquiátrica que
nunca le fue indicada, tan solo así, sin que mediara algún detenimiento
transitorio, lo cual derivó en los hechos de gravedad ya citados. Su pedido
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fue así acallado, su angustia silenciada y su eventual porvenir ni siquiera
imaginarizado.
Reflexionemos sobre una dimensión del psiquismo en la que el desti-
no objetal está quizás condicionado por procesos de desinvestidura (pero
sin ruptura de la ligazón). La desinvestidura también es entendida como
mecanismo defensivo, pero con pobres resultados y una confusión aun
mayor en este caso.
Asoman aquí aspectos de un funcionamiento que nos remitiría a los
efectos del trabajo de lo negativo, que, tal como Green (2010) advierte, se
presenta subvertido en las personalidades fronterizas.
Uno de sus aportes conceptuales es el de lo negativo, no como algo
desfavorable, sino como lo ausente, lo que no está presente en cierta
dimensión psíquica. Un trabajo de lo negativo, de gran complejidad, que
detenta una determinada impronta en las neurosis, mientras que asume
otro sesgo en las patologías y «estados en los límites de la analizabilidad»
(Green y Uribarri, 2015, p. 30). En estos interviene en la articulación de
defensas más precarias incidiendo en la no simbolización, la no continui-
dad existencial, la representabilidad fallante o no siempre disponible, la
escisión; una dinámica impregnada de componentes destructivos, que
derivan en el ataque del vínculo con el objeto.
Este caso, el de Patricia, parece ejemplarizante al respecto. Se nos
presentaría una manifestación de la desinvestidura objetal, expresión de
la destructividad que la condiciona.
En cuanto a la historia de la paciente, sabemos de la falla reiterada en
sus vínculos primordiales, de su infancia marcada por la alternancia de
uniones extremas repentinas y separaciones caóticas en el núcleo familiar,
rupturas que pudo sobrellevar —al parecer— desde el reforzamiento de
mecanismos omnipotentes. Ciclos vinculares similares se reiteraron des-
pués en su curso vital. De aquellas personas que eventualmente se fueron
anexando a su historia no contó demasiado. No prioriza descripciones de
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lo que pudo compartir o no con cada quién. Los intercambios se desta-
caban fundamentalmente desde el aspecto material económico. Su relato
transmite su acaecer vital como una serie de sustituciones fácticas, sin
mayor especificidad ni dedicatoria, hasta que una gran pérdida la vulne-
rabiliza más.
Como plantea Green (2014), la pulsión de muerte, que no establece
supremacía ni tampoco subordinación respecto a la de vida, no está ac-
tiva en permanencia. La relación de objeto reclama su lugar decisivo en
ese eventual devenir, en tanto es la que hace a la posibilidad de intrinca-
ción pulsional, mientras que su fracaso favorece la desintrincación. Son
las frustraciones las que introducen el desequilibrio que activa y habilita
la expresión de las pulsiones de destrucción.
Este fragmento de teoría nos brinda elementos para pensar lo impen-
sable, para acercarnos a la comprensión de ciertas manifestaciones de
la destructividad en determinadas personalidades y de su conexión con
los ciclos que recorrerá el objeto, el que se encuentra furtivamente y se
vuelve a perder en cada desinvestidura.
Muchas veces nos centramos en el sujeto: su decir, su expresión, su
hacer, las manifestaciones de su afectividad, etcétera. Pero no menos im-
portante es el lugar que este asigna a sus objetos. Son quizás los destinos
del objeto —ese que a veces silenciosamente se construye, se esculpe, se
esconde o se desconoce— los que nos alertan acerca del entramado pul-
sional establecido y, por tanto, acerca de la organización del psiquismo
del sujeto en cuestión.
De mi trabajo con Patricia queda un cúmulo de ideas que aún guardo,
de impresiones por articular, de reflexiones, de ligazones, no sé aún si
posibles…
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
green, a. (2010). El pensamiento clínico. Buenos Aires: Amorrortu.
green, a. (2014). ¿Por qué las pulsiones de destrucción o de muerte? Buenos
Aires: Amorrortu.
green, a. y uriBarri, f. (2015). Del pensamiento clínico al paradigma con-
temporáneo. Buenos Aires: Amorrortu.
navarro, J. B. (2016). Diccionario conceptual André Green. Buenos Aires:
Lugar.