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EFECTOS EN LA SUBJETIVACIÓN
DE ADOLESCENTES EN CONFLICTO
CON LA LEY PENAL QUE PARTICIPAN
EN PROGRAMAS DE PREVENCIÓN
SECUNDARIA Y TERCIARIA
Silvana Contino
Magíster en Psicología de la UDELAR
Profesora adjunta del IUPA y de la UDELAR
Miembro de la AUDEPP
Correo electrónico: silvana.contino@gmail.com
ORCID: 0000-0002-0978-9170
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Resumen
A partir del trabajo profesional de coordinación territorial de equipos técnicos de
programas que abordan situaciones de adolescentes en conflicto con la ley penal, y de la
investigación y formación académica en el tema de adolescentes que incurren en conduc-
tas delictivas, se propone como objetivo problematizar las implicancias en los procesos
de subjetivación adolescente de los que participan en los programas que responden a la
prevención secundaria y terciaria en la violencia juvenil. Programas diseñados con tal
objetivo dejan, en ocasiones, atrapado al adolescente en una lógica en la cual las propias
políticas públicas solamente pretenden la inclusión social y la no vulneración de derechos.
El diseño de estos programas pone el acento en una protocolización de las situaciones
abordadas, en vez de atender la particularidad o singularidad subjetiva del adolescente.
La normatización de las situaciones en una lógica de derechos genera violencia en los
beneficiarios del programa, por lo cual quedan desdibujados los tiempos lógicos internos
de cada sujeto, su familia y referencias adultas de aquellos adolescentes que son población
objetivo.
Palabras clave: subjetivación adolescente, instituciones, prevención, adolescentes
en conflicto con la ley
THE EFFECTS OF SUBJECTIVATION IN ADOLESCENTS IN
CONFLICT WITH THE LAW WHO PARTICIPATE IN SECONDARY
AND TERTIARY PREVENTION PROGRAMS
Abstract
Emerging from the professional territorial coordination work of technical teams of
Programs that address situations with adolescents in conflict with the law, research and
academic training on the subject of adolescents who engage in criminal conduct, our
objective is to problematize the implications in the processes of adolescent subjectivation
of those who participate in programs that respond to secondary and tertiary prevention
in youth violence. Programs designed for this purpose sometimes leave the adolescent
trapped in a logic from which public policies only try to reduce social exclusion and violation
of their rights. The design of these programs puts emphasis on a protocolization of the
situations addressed, instead of addressing the adolescent’s particularity or subjective
singularity. The standardization of these situations, in a logic of rights, generates violence
in the beneficiaries of the program, blurring the lines of the internal logical times of each
subject, their family and adult referents of the adolescents in the target population.
Keywords: adolescent subjectivity, institutions, prevention, adolescents in conflict
with the law
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INTRODUCCIÓN
Al pensar sobre las condiciones de reclusión de adolescentes en con-
flicto con la ley y sus procesos de subjetivación, entendía que las condi-
ciones actuales de reclusión se le imponen al sujeto que delinquió desde
la lógica de la fuerza, de lo intrusivo; son efecto del poder y lo instituido
es, consecuentemente, de carácter violento. Ello tiene repercusiones en
la subjetividad de las personas que se encuentran en tal condición. Si
bien este tema es interesante para su discusión, me preguntaba también
qué pasaba con las situaciones en las que no se llega directamente a la
medida de reclusión y los sujetos que cometen delitos participan en cier-
tos dispositivos pensados como alternativas a la reclusión. Se trata, en
definitiva, de programas cuyo carácter es procurar la prevención de las
conductas delictivas y la disminución de la reincidencia. Son programas
que responden a políticas públicas sobre el tema, diseñados por organis-
mos del Estado y que están, básicamente en su mayoría, orientados a una
población específica, como es el caso de los adolescentes en conflicto
con la ley penal. Por lo tanto, decidí plantear y problematizar este tema
a partir de mi trabajo profesional, como investigadora y académica en el
tema de adolescentes que incurren en delitos, e indagar los efectos en el
proceso de subjetivación adolescente en tanto se participa en dispositi-
vos de prevención secundaria y terciaria de la violencia juvenil.
En los últimos años, los adolescentes que incursionan en conductas
delictivas han cobrado relevancia en la opinión pública. La difusión en
medios de comunicación y en las redes sociales lo configura como tema
de preocupación social, de salud y jurídico-legal. Sin embargo, estudios
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coinciden en que el número de adolescentes que cometen delitos son
significativamente menor en comparación con las actividades delictivas
de los adultos (López y Palummo, 2013). En el año 2014, se suscitó una
discusión en torno a una propuesta de reforma constitucional que preten-
día, con diferentes argumentos, bajar la edad de imputabilidad para los
adolescentes que cometieran delitos en el país. La sociedad en general
debatía si los jóvenes debían ser juzgados como adultos a los 16 o a los 18
años de edad. Se consideraba que el sujeto puede ser penalmente respon-
sable dada su capacidad de actuar motivado por las normas, «salvo que
tenga algún defecto o alteración psíquica que incida en su imputabilidad»
(Muñoz Conde, 1985, en Barquet et al., 2014).
En esta coyuntura y dados los insuficientes votos en el plebiscito que
tuviera lugar para bajar la edad de imputabilidad, comienzan el diseño y
la implementación de programas que involucran a varios organismos e
instituciones estatales y que tienen como objetivo la prevención de con-
ductas delictivas y la disminución de las reincidencias en adolescentes
entre 13 y 17 años de edad que se encontraban en conflicto con la ley.
En general, la población beneficiaria de estos programas son adoles-
centes que han incursionado en conductas delictivas y las bases episte-
mológicas que sustentan dichos programas se encuentran en la lógica de
vulneración de derechos. Por lo regular, en el diseño de los instrumentos
aplicados se apunta a jóvenes que provienen de barrios catalogados como
marginales y de familias vulnerables. En el protocolo de intervención
participan diversas instituciones, cada una con sus lógicas, para restituir
aquellos derechos que fueran vulnerados y dar así cumplimiento al obje-
tivo del programa. El supuesto básico es que ciertos derechos vulnerados
propician la comisión de delitos en los jóvenes. Si bien las instituciones
se encuentran disponibles para ponerse en marcha en un trabajo de red
intersectorial, en el trabajo territorial y de coordinación queda en eviden-
cia que, a partir de sus lógicas institucionales y sus distintas funciones en
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que participan en programas de prevención secundaria y terciaria
el Estado, se desprenden concepciones de una adolescencia minorizada,
lo que obstaculiza abordajes personalizados y singularizantes. Se deja por
fuera la posibilidad de pensar las particularidades de las subjetividades
adolescentes en juego, como procesos de construcción de subjetivación
adolescente.
Como profesional, académica e investigadora, considero que accio-
nes de políticas públicas sobre la adolescencia minorizada, ancladas en
la perspectiva de derechos de infancia solamente, tienden a protocolizar
ciertas acciones, lo cual deriva en una suerte de cristalización de las inter-
venciones. Esto se expresa en cierta incapacidad para percibir y albergar
la singularidad de los adolescentes, así como de sus tiempos subjetivos.
Se repite así la violentación al sujeto a partir del reforzamiento de prác-
ticas de control y tutela, lo que los ubica nuevamente en el lugar de la
carencia.
ALGUNAS CONCEPTUALIZACIONES
Es posible definir la subjetividad como un concepto que tiene que
ver más con lo sociológico que con lo psicoanalítico propiamente dicho,
más allá de que en muchas ocasiones se haga uso de su definición en la
práctica (Bleichmar, 2003). La subjetividad, como configuración subjetiva
(González Rey, 2010), entrama las condiciones materiales y simbólicas
de existencia, y las instituciones sociales matrizan el proceso de sociali-
zación del sujeto y revelan el modo singular de estar en el mundo con otros.
Esta singularidad contiene a su vez las dimensiones cognitivas, emocio-
nales-afectivas y de las prácticas (González Rey, 2010; Bonvillani, 2009;
Bleichmar, 2003). La producción de subjetividad hace al modo en que las
sociedades determinan las formas en las que se constituyen sujetos que
puedan integrarse a sistemas que les otorguen un determinado lugar. La
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subjetividad hace a un conjunto de elementos que configuran un sujeto
fuertemente marcado por lo histórico y por las representaciones con las
cuales cada sociedad determina aquello que considera necesario para la
conformación de los sujetos aptos para desplegarse en su interior. Por
otra parte, la subjetividad varía de acuerdo a cada momento histórico y
se transforma análogamente junto a los sistemas histórico-políticos. Las
condiciones históricas, políticas, económicas, socioculturales, familiares,
transubjetivas e intersubjetivas dan material representacional para lo in-
trasubjetivo y para la construcción del psiquismo (Bleichmar, 2003).
El proceso de subjetivación adolescente no escapa de esta definición
e implica la puesta en juego de una multiplicidad de factores que inte-
raccionan. Marcelo Viñar (2009) plantea que el proceso de subjetivación
adolescente es un proceso de transformación complejo y difícil, en el que
lo biológico, lo psicosocial, lo histórico, lo sociocultural, lo económico y
lo político se ponen en juego. Por ello habla de adolescencias y no de ado-
lescencia como categoría preestablecida. Durante la modernidad era po-
sible escuchar «los jóvenes son el futuro» (Klein, 2008) porque imperaba
la idea de dar paso a una construcción sólida que apostaba a la inversión
en la juventud como impulsora de valores transmisibles y sostenibles.
En la actualidad, con la hipermodernidad y la cultura de lo efímero, no
perdurable, líquido, y de valores poco duraderos o superficiales por lo
cambiantes, se condena al joven por no poseer lo que la propia sociedad
no le da. Se es injusto al condenar a los adolescentes por aquello que el
mundo adulto no le ha proporcionado. Por lo tanto, al decir de Néstor
García Canclini (2004), los «jóvenes no son el futuro, sino el presente de
la sociedad» y somos responsables de dejarlos en una suerte de vacíos
sólidos identificatorios, en tanto referentes, que deberían oficiar de so-
porte para el tan trabajoso costo psíquico de construcción de identidad
(Di Segni Obiols, 2002; Cao, 1997, 2009, 2013; Fandiño Parra, 2011). La
condición adolescente en la constitución subjetiva tiene una urgencia
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que participan en programas de prevención secundaria y terciaria
identificatoria (Cao, 1997, 2009) en la que necesita apuntalarse, y cuando
ella no aparece en las formas de paternidad, estilos parentales o ciertos
estilos de padres (Oliva Delgado et al., 2008; Kancyper, 2007), los apoyos
sociales de pares cobran relevancia (Cumsille y Loreto Martínez, 1994).
Las conductas de infracción dentro del proceso de subjetivación adoles-
cente pueden ir, en el mejor de los casos, desde una lógica confrontativa
(Kancyper, 1997), exploratoria de conductas de riesgo (Le Breton, 2011),
como formas fallidas de encontrar la estabilidad que la condición adoles-
cente hace tambalear (Cao, 2009), hasta la necesidad de ciertas conduc-
tas implementadas para la construcción de una rápida identidad «falsa»,
que sirva como soporte ante el sufrimiento por tanto vacío y desamparo
(Winnicott, 1981).
Desamparo es un término pensado por el psicoanálisis. Desde el lengua-
je corriente se puede definir como una situación o estado de desprotección,
desvalimiento o vulnerabilidad. El desamparo da cuenta de alguien que no
recibe el apoyo o la ayuda que necesita. Jean Laplanche y Jean-Bertrand
Pontalis (1996) plantean que el desamparo se define como el «estado del
lactante que, dependiendo totalmente de otra persona para la satisfacción
de sus necesidades (sed, hambre), se halla impotente para realizar la acción
específica adecuada para poner fin a esa tensión interna» (p. 94). A pesar de
que esta definición esté orientada al desamparo en la infancia, se puede ver
en la adolescencia situaciones análogas o similares.
Contemplando la noción puramente psicoanalítica de Laplanche y
Pontalis (1996), se podría afirmar que el desamparo en la adolescencia
sería el estado en el que el adolescente, al depender de otros para la satis-
facción de sus necesidades psíquicas de construcción de identidad, se ha-
lla impotente para realizar la acción específica adecuada para poner fin a
esa tensión interna que implica la conformación sólida e integrada de las
identificaciones necesarias para tal construcción, sin que quede un vacío
en ello. En dicho proceso, lo fundamental es el rol que ocupan las figuras
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parentales, referentes e instituciones como soporte de la construcción
subjetiva. La noción de desamparo da cuenta de que es necesario que
exista otro que ampare, acompañe y apuntale (Cao, 2013). Myrta Casas
de Pereda (2018) propone una definición precisa de amparo, que permite
evidenciar de qué se habla cuando se habla de desamparo:
El amparo implica otro que rodea y remite a todo aquello del orden de
la realidad afectiva que protege de las fuerzas exteriores, del posible
daño. Y al mismo tiempo, implica en el orden de la vivencia (fantasía)
la necesidad expresa de un afecto, del compromiso libidinal del otro en
esa función de cuidado y protección. (p. 11)
Marcelo Luis Cao (1997) desarrolla el concepto de apuntalamiento. Lo
describe como un concepto fundamental para la estructuración, forma-
ción y desarrollo del psiquismo, que opera constantemente a lo largo de
la vida del sujeto de forma de que los otros, en todas sus formas, puedan
acompañar el proceso de subjetivación. De acuerdo con esta perspectiva,
el apuntalamiento se despliega en tres dimensiones. La primera es la del
apoyo sobre una base originante, que en el caso de la adolescencia está
relacionada con las primeras imágenes parentales. La segunda dimensión
es la de la modelización, que consiste en el trabajo de identificación que
opera sobre los otros del vínculo, que forman parte de la experiencia vi-
vencial del sujeto. La tercera es la ruptura crítica, dimensión relacionada
con las pérdidas que acarrea el proceso de maduración; esta corresponde
al concepto de transcripción e implica la puesta en marcha de un trabajo
elaborativo, que permite el reposicionamiento del sujeto en las dimen-
siones intersubjetiva e intrasubjetiva dentro del campo representacional.
Es durante la adolescencia que estas dimensiones toman especial va-
lor y espesor, en tanto las viejas apoyaturas que servían en la niñez deben
ser desechadas e intercambiadas por otras que den cuenta del proceso
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que participan en programas de prevención secundaria y terciaria
madurativo del joven. En este sentido, comienzan a tallar los apoyos so-
ciales recibidos y percibidos de diferente orden, y no solo desde lo inter-
subjetivo, sino en relación con el soporte interinstitucional (Cumsille y
Loreto Martínez, 1994). Ante situaciones de vacíos identificatorios sos-
tenidos, de fallas en el apuntalamiento a nivel imaginario y simbólico en
un momento primario, las instituciones referenciales pueden oficiar como
aquellos apoyos faltantes y dar sostén, en una segunda oportunidad, a la
construcción de subjetividad. Si las instituciones no albergan y sostiene al
joven, porque se encuentran en crisis, dejan a los adolescentes a la deriva
(Di Segni Obiols, 2002).
Hay desarrollos teóricos en referencia a las conductas delictivas en
la adolescencia o violencia juvenil, que con sus estudios tratan de darle
explicación o caracterizar ese modo de funcionamiento. Históricamente
han recibido la influencia de los desarrollos criminológicos en la esfera
del ámbito adulto hasta llegar, en los años 70, a desarrollos específicos
en el área. Estas líneas de desarrollo, en lo que hace a la comprensión de
la conducta delictiva en la adolescencia, se apoyan en diferentes para-
digmas. Algunas, las más clásicas, hablan de la «carrera delictiva» en un
sujeto; estas han estudiado que en el desarrollo del sujeto hay una suerte
de continuidad de las conductas y que solo cambia su naturaleza e inten-
sidad. En esta línea está la psicología de la delincuencia juvenil, la crimi-
nología del desarrollo (Redondo Illescas y Pueyo, 2007; Redondo Illescas,
2008), y hasta algunas más actuales, que hacen énfasis en la identificación
de factores de riesgo y protección en el desarrollo de un sujeto en el que
la presencia de dichos elementos puede o no aumentar la probabilidad
de que la conducta delictiva aparezca en algún momento de su historia.
Es en estos desarrollos teóricos en los que se apoyan los programas de
prevención de la conducta delictiva, en tanto tienen una postura según la
cual se trata de disminuir los factores de riesgo en un sujeto y su familia
y de potenciar los factores de protección. Los estudios sobre factores de
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riesgo y de protección se encuentran realizados en poblaciones vulnera-
das en varios aspectos: a nivel familiar, socioeconómico, sociocultural,
etcétera.
En ciertas poblaciones vulneradas a nivel socioeconómico y socio-
cultural se acentúan las carencias de soporte para la subjetivación adoles-
cente. En estas realidades los vacíos son de carácter estructural, realida-
des de déficit a todo nivel, de carácter transgeneracional. No han logrado
ciertas apoyaturas para los procesos de subjetivación de los sujetos que
las habitan. Las diferencias socioeconómicas y socioculturales imprimen
una realidad en las familias en la cual la violencia se instala como tal, a
cualquier nivel de expresión, y provoca fallas y daños. Los estudios que
han echado luz sobre los factores de protección y de riesgo para las con-
ductas delictivas cometidas por adolescentes solo logran detectar una
parte del problema. Dadas las falencias en las lógicas barriales, en las ins-
tituciones, en la familia y los adultos referentes, tratar que los factores de
riesgo disminuyan no hace que los niños, niñas y adolescentes puedan,
con la restitución de ciertos derechos, encontrar el sustento necesario
para las subjetividades implicadas. En algunas oportunidades, no basta
con que se coloque en instituciones que tienen esas funciones a aquellos
adolescentes que quedan en los márgenes de los controles en salud, por
ejemplo, o que carecen de escolarización o de inserción en la educación
no formal, para que tengan contacto con otros jóvenes proactivos no de-
lictivos, creyendo así que se los incluye y se les restablecen derechos que
no estaban presentes. En muchos casos, los adolescentes «de los márge-
nes», por más que se les encuentre un lugar de reinserción en el sistema
—sea este de salud, de educación, de formación profesional—, hacen
abandono de la institución, porque las instituciones tienen una función
normalizante y generalizante del deber ser, donde queda diluida la parti-
cularidad, la singularidad de cada caso, de cada familia y su historia, de la
historia del adolescente y las subjetividades en cuestión.
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que participan en programas de prevención secundaria y terciaria
Entonces, la mirada y las prácticas profesionales que se orientan solo
a la restitución de los derechos, que se consideran como formas de inclu-
sión social, si no son acompañadas por una mirada y lectura constante,
por un seguimiento de lo singular y de lo procesual de cada adolescente,
de su subjetivación, de su dinámica familiar y de su realidad concreta so-
cial, no pueden ser sostenidas por los adolescentes. Las conductas insta-
ladas se repiten en las instituciones implicadas y hacen que se los vuelva
a desvincular, de manera que se cierra así un circuito de violentación que
deja al adolescente en una suerte de repetición de la historia, en el lugar
de la dureza de la violencia y de las carencias de apoyo y apuntalamiento.
CONSIDERACIONES FINALES
Por lo tanto, podemos reflexionar que las acciones de política pública
sobre la adolescencia minorizada ancladas en la perspectiva de derechos
de infancia tienden a protocolizar ciertos procesos, lo que deriva en una
suerte de cristalización de las intervenciones posibles. Esto se expresa
en cierta incapacidad para percibir y albergar la singularidad de los ado-
lescentes implicados, así como para considerar sus tiempos subjetivos.
Esto interpela, porque lo que se repite es la violentación del sujeto a
partir del reforzamiento de prácticas de control y tutela, de lo que «debe
ser», lo cual ubica nuevamente al adolescente y a su familia en el lugar
de la carencia y ante la imposibilidad de ocupar lugares supuestamente
otorgados.
A su vez, los sustentos ontológicos y metodológicos que guían estas
acciones técnicas en los programas de prevención del delito en adoles-
centes no permiten ubicar la construcción de un dato que revele los fac-
tores de riesgo: la subjetividad de los propios técnicos y técnicas intervi-
nientes. Aquello que sucede con los técnicos, con la tarea que realizan,
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con las historias de los adolescentes y sus familias, con el encuentro en los
contextos en que habitan, se trata como un obstáculo para la realización
de la tarea. En este sentido, la investigación e intervención de corte psi-
cosocial, necesaria para abordar la temática delictiva en la adolescencia,
se lleva adelante sin una concepción de las subjetividades como algo del
orden de lo dialógico, de lo cual son parte las dimensiones emocionales-
afectivas, cognitivas y de las prácticas de los profesionales intervinientes.
La protocolización de la intervención que llevan adelante los pro-
gramas —recabar datos sobre factores de riesgo y protección y brindar
orientación para el acceso a los distintos servicios en pos de la restitución
de los derechos— entra en una lógica binaria entre un sujeto significado
desde la carencia y una oferta de soluciones preestablecidas, de la que
será acreedor. De este modo, la productividad subjetiva del encuentro
entre el equipo interviniente y el adolescente y su familia no resulta sos-
tenida por la acción pública, por lo que queda restringida la posibilidad
de desarrollar aptitudes para la autogestión y la iniciativa. Los adoles-
centes que no se encuadran en la protocolización estipulada, que no res-
ponden a los tiempos prescritos, que cuentan con otros sufrimientos, no
tienen cabida en el programa. Esto implica otras formas de violencia,
con otras consecuencias en la subjetivación de los adolescentes, en una
suerte de repetición, ya que no tiene cabida el ser escuchados desde el
padecimiento.
Cabe preguntarse sobre los efectos de estigmatización de estas prác-
ticas y sobre la doble inscripción del concepto de minoridad adolescente,
es decir: el abandono y la infracción. Los adolescentes con bajos factores
de riesgo de comisión de delitos son acogidos de forma temporal, sin
que se tenga en cuenta situaciones que hacen a los momentos singu-
lares de subjetivación, en un momento crítico como la adolescencia, y
sin escuchar la particularidad y los sentidos de las conductas cometidas.
Para aquellos con altos factores de riesgo de cometer acciones delictivas
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que participan en programas de prevención secundaria y terciaria
graves, multideterminadas por la extrema vulneración de los derechos
sociales, las problemáticas de salud mental no tratadas, las problemáticas
personales y familiares, la ausencia de figuras referentes afectivas, una ló-
gica familiar delictiva que estaba presente como forma de identificación y
fallido soporte de identidad, no se prevé acciones de apuntalamiento que
permitan el sostén y el soporte subjetivo necesarios.
§
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