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«SÍ, PERO YO NO SOY CAGÓN…».
CUANDO LA AGRESIÓN
ESTÁ AL SERVICIO
DE LA AUTOPRESERVACIÓN
María Eugenia Noble
Licenciada en Psicología de la UDELAR
Especialista en Psicoterapia Psicoanalítica del IUPA
Miembro de la AUDEPP
Correo electrónico: ma.eugenianoble@gmail.com
ORCID: 0000-0002-4419-1529
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Resumen
El presente trabajo pretende dar cuenta de algunas líneas de reflexión habilitadas por
el seminario La construcción del sujeto ético, de Silvia Bleichmar, como recurso para pensar
un fenómeno de frecuencia y complejidad llamativas, que surge de la experiencia profe-
sional en territorio en un centro educativo de enseñanza secundaria pública. Estas son las
peleas entre pares, en las que se puede observar la figura del «cagón» o «cagona» como
rasgo identitario a ser evitado a toda costa y como significante presente en la cotidianidad.
Se articulan las nociones de Bleichmar en relación a la autopreservación identitaria
con los desarrollos de Jacques Derrida a propósito de los «nuevos teatros de la crueldad».
También con los de Emmanuel Levinas sobre el movimiento yoico que requiere el reco-
nocimiento del semejante desde una postura ética, según la pregunta: ¿cómo lograr esta
distensión del ser, de algún rasgo instalado en el yo, cuando la autopreservación brinda un
medio para ser que es valorado en el entorno, a veces el único? Se hace énfasis en que el
discurso que transmite la condición de semejante es ideológico, para reflexionar acerca de
las responsabilidades y los estatutos de la agresión y la violencia.
Palabras clave: agresión, identidad, subjetividad, vulnerabilidad
“OKAY, BUT I’M NOT A WIMP....
WHEN AGGRESSION IS AT THE SERVICE OF SELF-PRESERVATION
Abstract
The present work aims to give an account of some lines of thought enabled by the
seminar “The construction of the ethical subject”, presented by Silvia Bleichmar as a
resource to think about a phenomenon of striking frequency and complexity, which arises
from the professional experience on the ground of a public secondary education center.
These are fights among peers, in which we can see the figure of the “wimp” as an identity
trait to be avoided at all costs and as a significant reality in everyday life.
Silvia Bleichmar’s notions are articulated in relation to identity self-preservation
with Derrida’s developments regarding the “new theaters of cruelty” and with those of
Emmanuel Levinas about the ego movement that requires the acknowledgment of the
other from an ethical position, following the question: How to achieve a relaxation of the
being, of some traits installed within the ego, when self-preservation provides a means of
being that is valued in the environment, sometimes the only one? It is emphasized that the
discourse that conveys the status of equality is ideological, to reflect on the responsibilities
and statutes of aggression and violence.
Keywords: aggression, identity, subjectivity, vulnerability
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EL ACONTECIMIENTO DE SER
La palabra
ser
tiene una forma verbal que debería significar en principio un
hacer o una historia. En efecto, la forma verbal de la palabra
ser
no expresa
sustantivos, expresa advenimiento, el hecho mismo o el acontecimiento de
ser; dice que en el ser nos jugamos ser, conservamos, que hay en él una obs-
tinación y un esfuerzo por ser, como si en el hecho de ser resonase de algún
modo, de forma amenazadora, una especie de inolvidable primacía del no-ser
contra la que el ser habría de luchar.
Emmanuel Levinas (2001, p. 249)
A través del presente trabajo intentaré dar cuenta de algunas líneas de
reflexión habilitadas por la lectura y el intercambio grupal (audepp, 2018)
del seminario La construcción del sujeto ético, de Silvia Bleichmar (2006),
como recurso para pensar un fenómeno de frecuencia y complejidad lla-
mativas, que surge de la experiencia profesional en territorio en un centro
educativo de enseñanza secundaria pública, en una zona marcada por la
marginación y la pobreza. Una de las demandas y preocupaciones más
frecuentes de la comunidad educativa consiste en las peleas entre pares.
A través de estas, continuamente se permean dos escenarios, si bien en
ambos se construyen legalidades bien diferenciadas: el barrio y el liceo.
Es fundamental destacar que la violencia no deriva ni se encuentra
ligada exclusivamente a la pobreza. Siguiendo los planteos de Bleichmar
(2016), lo violento sí estaría relacionado con la construcción de la noción
de semejante y con la impunidad que se vivencia en lo social. Partiendo de
esta base, se opone el sujeto disciplinado al sujeto ético y se destaca la
imposibilidad de seguir pensando en términos de puesta de límites, dado
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que el problema, previo y más profundo, radica en las legalidades que
constituyen, pautan, restringen y estructuran al sujeto. La clave de dichas
legalidades se encuentra en el desdoblamiento del otro, o sea, en la doble
función del adulto frente al niño al implantar la sexualidad, por un lado, y,
al mismo tiempo, pautar los límites de la apropiación del cuerpo del niño
por el adulto. Para ello, es fundamental el clivaje del aparato psíquico del
adulto, ya que la inscripción libidinal en el cuerpo del niño se lleva a cabo
bajo el ejercicio de los cuidados autoconservativos, acotando su cuerpo
como lugar de goce para el adulto. De esta forma, la inscripción de la
sexualidad se desarrolla en un marco ético, por la posibilidad de recono-
cer al otro como sujeto en acciones que tienen que ver con lo libidinal,
pero no con lo puramente erógeno. En este punto, Bleichmar (2016) toma
a Sigmund Freud (2013) para afirmar que esta posibilidad de desdobla-
miento del adulto va a configurar la base de todos los motivos morales en
el niño. Entonces, se sitúa, desde esta perspectiva, lo ético previo al Edipo
y a la instalación del superyó.
Es de suma importancia la noción que Bleichmar (2016) define como
proyección constitutiva a partir de la de imaginación radical, de Cornelius
Castoriadis (1998). Dicha proyección constitutiva está determinada por
los enunciados de la cultura, que permiten, justamente, la articulación de
las representaciones en el plano imaginario: se piensa que hay algo donde
no hay nada, se proyecta en el otro algo que no existe, se produce.
La diferenciación que hace esta autora entre los procesos de produc-
ción de subjetividad y los de constitución de psiquismo es fundamental,
tanto para pensar las nuevas subjetividades a través del psicoanálisis,
como para respetar el lugar de los enunciados sociales y culturales en las
formas de pensar, sentir y actuar que tienen los sujetos. En este sentido,
al hablar de constitución del psiquismo refiere a los procesos del funcio-
namiento psíquico, que se sostienen más allá de los cambios históricos, la
diferenciación tópica. Mientras que ubica a la producción de subjetividad
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«Sí, pero yo no soy cagón...».
Cuando la agresividad está al servicio de la autopreservación
en el terreno de lo político, lo histórico «tiene que ver con el modo con
el cual cada sociedad define aquellos criterios que hacen a la posibilidad
de construcción de sujetos capaces de ser integrados a su cultura de per-
tenencia» (Bleichmar, 2010a, p. 33). Las significaciones y la organización
discursiva del imaginario social, cómo son o no son los sujetos, cómo
deberían ser, y el reconocimiento de ello, surgen de los modos de produc-
ción subjetiva articulados con el deseo, lo pulsional y lo narcisista.
Por lo tanto, el discurso que transmite la condición de semejante es
ideológico y no puede escapar a los atributos de la cultura. El otro como
alteridad, el reconocimiento ontológico, solo es posible en presencia del
semejante, y esa será la fuente de las premisas morales y las valoraciones
ideológicas. La función de introducir legalidad se da desde el otro interio-
rizado y de allí surge lo que se cuestiona y lo que se habilita. La postura
ante la ley no es sinónimo de la ley en sí misma. Se puede aplicar una ley
de manera desubjetivada, como abstinencia, o se puede aplicar una ley
que humaniza y organiza. Sin embargo, ¿cómo construir una legalidad
enmarcada en la ética cuando el lugar de semejante se ha instalado en la
experiencia de desauxilio o desde lo persecutorio?
LA AMENAZA CONTINUA DEL NO SER
Nicolás tenía 16 años.* Solía, con frecuencia, estar involucrado en pe-
leas realmente intensas. Los motivos consistían en «me miró mal», «está
de vivo», «provoca», sin mucha posibilidad de profundizar al respecto
* Es importante aclarar que los nombres que se mencionan en el artículo son ficticios y que lo
recogido textualmente es un recorte a modo de viñeta o ilustración que respalda la reflexión
teórica. Las expresiones aquí consignadas fueron elegidas entre muchas otras similares habi-
tuales en esta población, con independencia de otras características personales que no eran
de relevancia para el trabajo.
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(tanto los suyos como los de sus distintos partenaires, recíprocamente).
Comenzamos a trabajar en un espacio individual, atravesado por las po-
sibilidades de trabajo de una institución de este tipo (es muy difícil de-
terminar previamente un contrato con frecuencia definida, ya sea por la
asistencia de los estudiantes o por los emergentes continuos y con carác-
ter de urgencia a ser atendidos en una población tan grande). En uno de
los últimos encuentros que tuvimos expresó:
Sabés que no me he metido en líos, hace tiempazo, ¿viste? Yo te dije
una vez que te prometía que no iba a pelear más, con todo lo que he-
mos hablado…, me di cuenta que estaba pasado, y ta…, no tiene sen-
tido. Bueno, eso sí, yo no voy a buscar más líos, pero, si me buscan, no
puedo hacer nada… (Nicolás)
Le pregunté por qué y su respuesta fue: «Claro, yo no busco más líos,
pero yo no soy cagón, y como cagón no voy a quedar...».
Jennifer, de 14 años, también asistía a un espacio individual y había
estado involucrada en varias peleas que terminaban en golpes. Expresaba:
¿Viste todo lo que hemos hablado de mi familia? Lo que te conté, que
antes era buena y me enseñaron a defenderme, tuve que aprender. Es
como que ahora ya no me viene eso como antes, ya no quiero pelear
más, no me he metido con nadie. Estoy rezando para que ninguna se
haga la viva, no puedo quedar como una cagona tampoco. (Jennifer)
El cagón/cagona como rasgo identitario a ser evitado a toda costa es
un significante presente en la cotidianidad. Ante la pregunta de qué es ser
una cagona o un cagón, qué sucedería si se queda como una cagona o un
cagón, siempre surgen las mismas respuestas: «te pasan por arriba», «te
agarran de gil», «no te respetan», «te toman el pelo». Y si quiero hilar un
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«Sí, pero yo no soy cagón...».
Cuando la agresividad está al servicio de la autopreservación
poco más fino y pregunto más, queda claro siempre que el «te pasan por
arriba» o el miedo a la pérdida del respeto no están unidos al miedo de
lastimarse el cuerpo o lastimar a otro. No hay conciencia de un posible
riesgo biológico, pero sí de un riesgo identitario, grande, que, a pesar del
proceso y la elaboración de la historia de vida, del contacto con la agresi-
vidad en cada historia, es muy difícil estar dispuesto a correr.
Claramente, este fenómeno se ve complejizado en varones, ya que los
ideales de la masculinidad hegemónica requieren su constante demostra-
ción, dar prueba de ello.
Tal como afirma Bleichmar (2010b), «El yo queda articulado, en sus
enunciados de base, a una red que determina su existencia como tal, y
que cuando se rompe hace entrar en naufragio al conjunto del aparato y
obliga a defensas extremas» (p. 71). El no poder quedar como cagona/ca-
gón —a pesar de la pérdida de la motivación para estar involucrado, nue-
vamente, en una pelea— nos ubica en el terreno identitario y, por ende,
de la autopreservación de rasgos que fueron instituidos culturalmente,
que son valorados en el entorno inmediato y cuya pérdida significaría
dejar de ser. La autora diferencia los conceptos de autoconservación y
autopreservación como dos instancias diferentes dentro del yo, constitui-
do como masa representacional. Mientras que la autoconservación tiene
que ver con conservar la vida, la autopreservación está unida al resguar-
do de la identidad, de los conjuntos de enunciados que entraman el ser
del sujeto (Bleichmar, 2010b).
Parafraseando a Emmanuel Levinas (2001), en estos casos se hace
visible la primacía de la amenaza continua del no ser. El autor agrega:
La ética, la solicitud dirigida al ser de quien es diferente de mí mismo
[…] sería la distensión correspondiente a esa contracción ontológica
expresada por el verbo ser, el des-interés que quiebra la obstinación de
ser, que inaugura el orden de lo humano. (Levinas, 2001, pp. 249-250)
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Entonces, ¿cómo lograr esta distensión del ser, de algún rasgo insta-
lado en el yo, cuando la autopreservación brinda un medio para ser que
es valorado en el entorno, a veces el único? Me inclinaría a pensar, a su
vez, que este cuestionamiento podría estar complejizado por tres proce-
sos que dificultarían aun más este movimiento identitario. Por un lado,
no se trata de un fenómeno ejercido por victimarios a víctimas, sino de
un fenómeno recíproco —en mi opinión— ejercido entre víctimas de lo
que Jacques Derrida (2010) llamó los «nuevos teatros de la crueldad».
En segundo lugar, puede generarse una posible fractura, en momentos
de riesgo para la subjetividad, entre los procesos de autoconservación y
autopreservación, lo que llevaría, por ejemplo, a optar entre la supervi-
vencia biológica y lo identitario (Bleichmar, 2010b) o bien a exponer el
propio cuerpo por no dejar de ser. Y, por último, la ausencia de un pro-
yecto personal, de una promesa de mejora que aliente a la renuncia o a
un cambio en el rasgo valorado.
Yo no sé qué me gusta, porque pienso y pienso y a mí no me gusta
nada, no quiero hacer nada después, no me veo haciendo algo. Bueno,
viste que ni sé si voy a salir del liceo, creo, y otro año ni ahí intento es-
tudiar. Ya fue, no sé qué voy a hacer, andar ahí… (Nicolás)
Solo vos me decís que soy inteligente, ya sé que los otros años me dijis-
te que podía pasar, yo te decía que no y al final pude. Pero, mirá, tengo
todas bajas y, si termino el liceo este año, qué voy a hacer después. Me
gustaba peluquería, pero no me voy a poder inscribir porque voy a te-
ner exámenes, y además me dijeron que piden muchos materiales. Así
que no, no voy a hacer nada. Seguir en otro liceo ni loca, no me gusta
estudiar. Y en mi casa, imaginate, las cosas no van a cambiar nunca
más… (Jennifer)
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«Sí, pero yo no soy cagón...».
Cuando la agresividad está al servicio de la autopreservación
Derrida (2010) considera la crueldad como una especificidad del psi-
coanálisis, que la concibe como inherente al ser humano. Se puede poner
fin a la crueldad sangrienta, a los espectáculos públicos de asesinatos,
pero —siguiendo las propuestas de Friedrich Nietzsche y Freud— siem-
pre vendrá a ocupar ese lugar una crueldad psíquica que no cesará de
crear nuevos recursos para tal fin. Serían nuevos teatros de la crueldad, a
los que además el sujeto se somete voluntariamente (Derrida, 2010). En
diálogo con esto, Bleichmar (2016) agrega que es inherente al ser humano
tanto la existencia de crueldad como su sofocamiento, problema que tie-
ne que ver, para ella, con el destino de la pulsión. Es por esto que Derrida
(2010) afirma que solo el psicoanálisis podría abordar esta temática sin
una coartada, es decir, sin recurrir a explicaciones dogmáticas y reduccio-
nismos religiosos o a causalismos biológicos.
El desauxilio, el sentimiento de soledad, la indiferencia, constituyen
formas de crueldad no sangrienta a las que estas y estos jóvenes han
estado expuestos. Se entiende a la crueldad como un modo de relación
al otro que va tomando diferentes formas en la cultura y puede tener
predominio de agresividad, de sadismo o —como se mencionaba— de
desauxilio. Por lo tanto, quizá el desafío mayor consistiría en encontrar un
movimiento sin quedar tomados por la justificación que da lugar a la im-
punidad, pero sin confundirse sobre quiénes son y han sido los verdade-
ros agresores. Corresponde preguntarse qué sucede en estos casos con la
noción de semejante y con la de alteridad, cuando, justamente, el planteo
consiste en prescindir de un otro, otro que, además, me puede «pasar por
arriba», «agarrar de gil», «no respetarme». Seguir atribuyendo los fenó-
menos sociales que se mencionan anteriormente o bien el incremento de
distintos ejercicios de crueldad, agresión o criminalidad a la pulsión de
muerte como un determinante ontológico, filosófico o biológico, puede
ser pensado como recurrir a una coartada, en términos de Derrida (2010).
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Se trata, en todo caso, de comprender de qué manera opera la pulsión de
muerte en los distintos fenómenos sociales, en los vínculos, en la clínica.
Las formas actuales de desubjetivación, en las que, por ejemplo, las
personas existen en función de lo que tienen y no de lo que hacen o de
lo que son —aun más en un entorno como este, en el que generalmente
lo que se tiene está muy lejos de lo que se desea, incluso de lo que se
necesita, y donde no hay promesa de recompensa por lo que se hace—,
generan fracturas en las instancias ligadoras o inhibidoras, que van per-
diendo, como consecuencia, la posibilidad de retener la fuerza pulsional.
Para renunciar a la pulsión, en coherencia con el planteo freudiano, ade-
más se requiere de la promesa de obtener placer mediatizado que le dé
sentido a dicha renuncia (Freud, 1992). Bleichmar (2016) retoma la idea
de proyecto sartreano, que es un proyecto individual que tendría sentido
en el marco de un proyecto social y que habilitaría la demora y la pos-
tergación. Cuando habla del incremento de la pulsión de muerte está ha-
ciendo alusión al ejercicio de la pulsión de forma desligada, destructiva,
que daña o se daña. Y esto no se da, exclusivamente, por un cambio de
estructuración superyoica, sino que es el yo, como instancia, el que se
encuentra en riesgo en relación a la autopreservación. Son los aspectos
amorosos y ligadores del yo aquellos que podrían morigerar los efectos
de crueldad de la pulsión de muerte; la búsqueda de descarga es yoica,
pero solo un yo constituido como reservorio narcisista del amor del otro
(identificaciones amorosas narcisísticas) es capaz de oponerse a la pul-
sión de muerte. Cabe destacar que se concibe a la pulsión como anónima
o acéfala, es decir que no busca dañar al objeto, sino consumarse en el
propio ejercicio, en esa forma de relación con el objeto (Bleichmar, 2016).
Creo que uno de los riesgos de los profesionales que trabajamos en
instituciones donde procesos de desubjetivación se manifiestan continua-
mente es quedar tomados por el mismo desgano que nos rodea, por la
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«Sí, pero yo no soy cagón...».
Cuando la agresividad está al servicio de la autopreservación
desesperanza y la falta de un proyecto colectivo a futuro, o bien querer
poner límites a través de la agresividad. En ambas oportunidades, estaría-
mos reproduciendo la violencia, el desauxilio y la indiferencia que ha es-
tado tan presente en la vida de muchas y muchos jóvenes de nuestro país.
Considero que el psicoanálisis, siguiendo a Bleichmar y Derrida, cuenta
con las herramientas necesarias y tiene la obligación ética de no resistir al
mundo que lo rodea y de ejercer su responsabilidad en la resubjetivación
y humanización, ya sea en consultorios, en instituciones o en la teoría.
§
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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quismo. En El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del Yo (pp.
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Bleichmar, s. (2010b). La subjetividad en riesgo. Buenos Aires: Topía.
Bleichmar, s. (2016). La construcción del sujeto ético. Buenos Aires: Paidós.
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derrida, J. (2010). Estados de ánimo del Psicoanálisis. Lo imposible más allá
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