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D. W. WINNICOTT:
LO POSITIVO DE LA AGRESIVIDAD
Y EL ODIO EN EL DESARROLLO
TEMPRANO Y EN EL TRATAMIENTO
Adriana Anfusso
Licenciada en Psicología de la UDELAR
Miembro Habilitante de la AUDEPP
Profesora adjunta del IUPA
Miembro del Board Latinoamericano de los Encuentros Winnicott
Correo electrónico: adriana.anfusso@gmail.com
ORCID: 0000-0002-8744-432X
Laura de Souza
Licenciada en Psicología de la UCU
Miembro Habilitante de la AUDEPP
Profesora titular del IUPA
Miembro del Board Latinoamericano de los Encuentros Winnicott
Correo electrónico: ldesouza.56@gmail.com
ORCID: 0000-0003-3189-7677
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Resumen
El objetivo de este trabajo es explorar los aspectos positivos y negativos de la agresi-
vidad, el odio y sus derivados tal como aparecen en la obra de Winnicott. Examinaremos
su origen y naturaleza, sus opuestos y algunos conceptos que les son afines. También con-
sideraremos la ineludible influencia que este autor les atribuye en el desarrollo humano y
en la psicoterapia psicoanalítica de pacientes que sufrieron traumas tempranos y agonías
primitivas en las primeras etapas de su vida.
Palabras clave: agresividad, odio, desarrollo, terapia psicoanalítica
D. W. WINNICOTT: THE POSITIVE ASPECTS OF AGGRESSIVENESS
AND HATE IN EARLY DEVELOPMENT AND IN TREATMENT
Abstract
Our aim is to explore the positive and negative aspects of aggressiveness, hate and its
derivatives that are present in Winnicott’s work. We will examine their origin and nature as
well as those of some opposite terms and related elements. In addition we will consider
the unavoidable influence this author attributes to these aspects in human development
and in the psychoanalytical treatment of patients that experienced early traumas and
primitive agonies in the first stages of life.
Keywords: aggressiveness, hate, development, psychological therapy
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El odio es uno de los malos sentimientos que solemos experimentar,
aunque en general nos es difícil aceptarlo como propio. La moral lo ha
vuelto un concepto no demasiado relevante, incómodo y bastante mal
visto en general y por cada uno de nosotros, tengamos o no formación
religiosa.
En este artículo nos cuestionamos acerca del odio, uno de los deriva-
dos de la agresividad que suele incluirse dentro de la categoría de esos
malos sentimientos. Nuestra intención es examinar su naturaleza y origen,
sus opuestos, algunos conceptos que le son afines y las funciones que se
le asignan en ciertos desarrollos de la teoría y la técnica psicoanalítica.
Nos referimos a los aportes de Donald Woods Winnicott, autor que
mostró profundo interés por estos temas a lo largo de toda su vida y que
produjo una serie de trabajos importantes, si bien complejos, al respecto.
Entre sus producciones más conocidas se cuentan La agresión y sus raíces,
de 1939, El odio en la contratransferencia, de 1947, La contratransferencia,
de 1960, Agresión, culpa y reparación, de 1960, y El uso de un objeto y la
relación por medio de identificaciones, de 1968. En ellas reserva un sitio par-
ticularmente destacado para la agresividad y el odio, a los que reivindica
con sólidos y reiterados argumentos y les adjudica un lugar positivo e
insoslayable en la vida y en el psicoanálisis, en la salud y en la patología.
Winnicott es hoy uno de los pensadores psicoanalíticos más valo-
rados en Occidente. Se trata de un siempre agudo teórico y clínico que
inevitablemente provoca divergencias cuando se lo trata de categorizar.
Es posible reconocer su sensatez y respeto hacia las verdades instaladas,
pero casi en simultáneo se lo advierte confrontando, desobedeciendo, in-
cluso provocando al statu quo. Por ejemplo, por 1947, época en la que se
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pregonaban con firmeza los valores de la neutralidad y la abstinencia,
Winnicott eligió un título casi desafiante para uno de sus artículos. Nos
referimos a su bien conocido texto El odio en la contratransferencia. El
pensamiento paradójico y complejo es una marca que lo distingue per-
manentemente y que está presente en toda su obra y más visiblemente
en sus teorizaciones en torno a la agresividad y el odio, que siguen pres-
tándose, hoy como ayer, a discusiones nunca clausuradas.
Con su planteo dialéctico, Winnicott superó las dicotomías —que él
siempre consideró falsas— entre sujeto y objeto, individuo y sociedad,
heredado y adquirido, fantasía y realidad… Su particular forma de ver
las cosas le exigía interrelacionar áreas y conceptos hasta ese momento
clivados. Así es que propuso al psicoanálisis complementar el examen del
individuo como un aislado con el examen de un nuevo objeto de estudio,
también paradojal y complejo: la unidad dual individuo-ambiente, cuya
primera versión es la díada madre-bebé, a la que luego sumó la dupla
paciente-terapeuta.
Para empezar, consignamos que muy tempranamente Winnicott
(1990a) advierte que
Basta observar al ser humano adulto, al niño o al bebé, para comprobar
que el amor y el odio existen en ellos. […] De todas las tendencias hu-
manas, la agresividad, en particular, está oculta, disfrazada, desviada,
se la atribuye a factores externos y cuando aparece siempre resulta
difícil rastrear sus orígenes. (p. 104)
Winnicott revisó ampliamente las versiones de Sigmund Freud (1991)
y Melanie Klein (1980) acerca de la agresividad y el odio. Lo hizo particu-
larmente a partir de su experiencia con pacientes llamados graves o ina-
nalizables, de donde surgió su personal idea de que, particularmente en
esos casos, es posible concebir un cierto paralelismo entre la crianza y el
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en el desarrollo temprano y en el tratamiento
tratamiento terapéutico. De allí también nació su visión de la agresividad
y el odio como ingredientes insoslayables de la naturaleza humana, a la
que aportan elementos positivos que Winnicott se esforzó por señalar y
describir pese a la postura oficial adversa del psicoanálisis de su época.
Con esta y muchas otras propuestas innovadoras, Winnicott contribuyó
de forma importante a los significativos procesos de cambio que empeza-
ron a darse en la teoría y en la práctica psicoanalíticas ya a mediados del
siglo xx, cambios que continúan hasta el momento actual y que seguirán
dándose en tanto nuestra disciplina se mantenga realmente viva.
A continuación, examinaremos con atención qué pasa con el odio en
el desarrollo normal y en el proceso terapéutico de casos considerados
difíciles, dos áreas que Winnicott visualiza con ciertos paralelismos y en-
trelazamientos. Es en base a elementos teóricos y ejemplos clínicos que
justifica el papel protagónico y positivo que asigna a la agresividad y al
odio, y que le interesa destacar (Winnicott, 1991c).
Discrepa con la clásica propuesta dualista que opone al instinto de
vida el instinto de muerte, planteados ambos como de carácter innato,
propuesta que él asocia con el concepto de pecado original que siempre
rechazó terminantemente. Para dar cuenta de los orígenes de la agresivi-
dad y desde una postura monista, Winnicott (1991c) postula, en cambio,
una fuerza vital inicial constructivo-destructiva a la que también se refiere
con los términos paradojales de amor-discordia, amor-lucha o amor-odio.
Tal fuerza vital —al igual que el viento, el agua o el fuego— conlleva po-
sibilidades constructivas, creativas y provechosas, junto a otras destruc-
tivas, devastadoras, negativas. Interesa destacar que cuando observa al
recién nacido la reconoce en su voracidad y en su irrefrenable tendencia
al movimiento.
Winnicott (1991c) considera al movimiento como expresión de vida,
por lo que sostiene que un bebé que patea, grita, araña o muerde no lo
hace en base a su agresividad innata, sino porque está vivo y ejercita sus
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funciones. Plantea que la forma más primitiva de amor incluye natural-
mente lo agresivo, pero aclara que en esos tiempos se trata de un amor
precruel, aparentemente despiadado o incompasivo y que potencialmen-
te puede causar daño, aunque no lo impulsa intención agresiva alguna.
Entre otras cosas, porque un bebé inmaduro no está en condiciones de
concebir un blanco al que apuntar. Deberá recorrer un buen trecho para
alcanzar la discriminación, el concepto de exterioridad y la noción de un
otro a quien agredir.
Según Winnicott (1991b, 1999b), el odio recién aparece cuando cul-
mina la primera etapa del desarrollo, cuando el infante abandona la de-
pendencia absoluta y supera la vivencia de omnipotencia absoluta, que
según el autor se extiende hasta cerca del primer año de vida. Poco a
poco, el infans va adquiriendo grados cada vez mayores, aunque nunca
absolutos, de independencia. Su voracidad (mouth-love), hasta entonces
concebida por él como todopoderosa, encuentra un límite cuando, una y
otra vez, el pecho que cree haber vaciado absolutamente reaparece lleno
de leche. Al sobrevivir incólume, ese pecho volvedor se convierte en el pri-
mer del bebé, da entrada a la primera noción de lo que no forma parte
del todo grandioso, con poderes mágicos, que el bebé cree ser. Winnicott
pone el nombre de not-me a esta nueva categoría de objetos y eventos
que el bebé empieza a reconocer.
Las traducciones de la obra de Winnicott que conocemos no tras-
ladan al español la diferencia teórica entre not-me y not-I. Ambas se ho-
mologan erróneamente en un no-yo, pero lo cierto es que con el giro
not-me Winnicott introduce el antecedente evolutivo de lo not-I. Lo not-me
corresponde al período en el que el bebé empieza a salir de la etapa de
dependencia absoluta, cuando la vivencia de fusión y de omnipotencia
comienza a desvanecerse; es decir, al pasaje de la dependencia absoluta
a la dependencia relativa. Si bien muchas situaciones se siguen resolvien-
do exactamente a la manera del bebé gracias al manejo suficientemente
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bueno de quienes lo cuidan, que responden haciendo caso exactamente
a sus necesidades, el bebé empieza a captar que algunos hechos, objetos
o situaciones se le resisten, parecen tener vida propia e independiente de
él. Sería el caso del pecho volvedor que recién planteamos. Todo eso que
percibe como rebelde sería colocado por el bebé dentro de la categoría de
lo not-me, que empieza a constituirse y a prefigurarse como antecedente
de lo not-I o no-yo propiamente dicho. Se trata de un momento estruc-
turante, previo a ese otro más definitorio aun, en el que se estrenan y
adquieren sentido nada menos que lo interno y lo externo, y en que se
instalan las nociones del yo, del otro, del
Al conformarse los espacios diferenciados de lo interno y lo externo,
el niño pequeño puede también empezar a distinguir y separar la realidad
fáctica de la realidad propia de la fantasía.
Las ideas y la conducta agresivas adquieren un valor positivo compa-
radas con la destrucción mágica, en tanto que el odio se transforma en
una señal de civilización. (Winnicott, 1990b, p. 120)
Con el tiempo […] los bebés adquieren el impulso de morder. Esto mar-
ca el comienzo de algo muy importante, que pertenece al área de la
crueldad, el impulso o el uso de objetos desprotegidos. […] tarea de las
madres es protegerse sin tomar represalias ni vengarse […], sobrevivir
[…]. Si ella sobrevive el bebé hallará un nuevo significado para la pala-
bra amor, y en su vida aparecerá algo nuevo, que es la fantasía. Es como
si ahora el bebé pudiese decirle a su madre: «Te quiero porque has so-
brevivido a mis intentos de destruirte. En mis sueños y en mi fantasía
te destruyo cada vez que pienso en ti, porque te quiero». Esto es lo que
objetiviza a la madre, la sitúa en un mundo que no es parte del bebé y
la torna útil. (Winnicott, 1989, p. 51)
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Integrando su experiencia pediátrica y psicoanalítica, Winnicott
(1990b) afirma: «Los bebés no recuerdan haber recibido un sostén ade-
cuado: lo que recuerdan es la experiencia traumática de no haberlo reci-
bido» (p. 87). Considera que los bebés que han resultado traumatizados
por haber sufrido rupturas excesivas de la continuidad de su existencia
en épocas tempranas experimentan lo que ha dado en llamar angustias
o agonías impensables, producto del derrumbamiento de su precario yo
en construcción (Winnicott, 1991a). Estas angustias son homólogas a la
sensación de fragmentarse en mil pedazos, de caer para siempre y nunca
dejar de caer, de perder absolutamente la conexión con el cuerpo u otras
situaciones equivalentes. Los adultos que han pasado por estas circuns-
tancias y luego consultan suelen armar en los consultorios reediciones
esperanzadas de aquellas fallas traumáticas originarias, reediciones que
vendrán acompañadas de ataques al encuadre de todo tipo a los que el
analista deberá sobrevivir. El terapeuta que sobrevive es el que permanece
en su función sin mayores cambios, se mantiene lo más parecido a sí mis-
mo que le es posible y no toma represalias. Solo así se puede promover la
cura y auspiciar lo que Winnicott (1999c) considera un nuevo comienzo
que destrabará el desarrollo detenido o desviado originado por fallas tem-
pranas de quienes cumplían las funciones parentales. El bebé debió reac-
cionar, renunciar a sus respuestas espontáneas para encajar en el lecho de
Procusto que le ofrecieron cuidadores que no fueron capaces de adivinar
sus necesidades. La adaptación, el sometimiento y las defensas falso self
remplazaron desde entonces la espontaneidad propia de la conducta que
define a la infancia normal.
Winnicott (1993a) reconoce que en la práctica clínica se dan situacio-
nes en las que el rol profesional se ve alterado debido a la emergencia de
aspectos personales del analista de difícil manejo, como eventuales sen-
timientos de odio. En tales casos, tanto Winnicott como Margaret Little
consideran de suma importancia que el analista acepte el surgimiento de
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esas reacciones imprevisibles, de origen consciente o inconsciente, que
a menudo responden al impacto que producen en él actitudes inespera-
das o regresivas de los pacientes (Little, 1995). Así es que se populariza
el concepto de respuesta total del analista (R) acuñado por Little en 1957,
que era colega y paciente de Winnicott, quien valora y hace suya tal de-
nominación. Esta R incluye «todo lo que el analista hace, piensa, imagina,
sueña o siente en relación a su paciente, a lo largo de todo el análisis»
(Little, 2017, pp. 215-216). Winnicott y Little acuerdan en cuanto a que la
neutralidad no solo es imposible de sostener, sino que además no resulta
deseable. Conciben al analista como alguien fuertemente comprometido
con su trabajo y con su paciente, e inevitablemente atravesado por las
múltiples y variadas complejidades propias de su irrenunciable subjetivi-
dad. Esta subjetividad solo se podrá controlar muy parcialmente, por más
y mejor analizado que se esté, y además incluye, obviamente, agresividad
y odio latentes, que inevitablemente aflorarán cada tanto con mayor o
menor visibilidad y fuerza. En tales casos, el analista tendrá que hacerse
cargo de ello, reconocerlo e incluso disculparse.
En todo análisis son inevitables ciertas fallas del analista. Carece de
importancia que estas sean reales, fantaseadas o atribuidas y proyectadas
en el analista por el paciente. No importa si es justa la atribución o si el
paciente adjudica esa falla equivocadamente, porque en ambos casos la
situación es vivida por ese paciente como absolutamente real, ya que hay
momentos en que realidad y fantasía se confunden. El paso siguiente es
que el terapeuta integre el tema en la sesión para ofrecer la oportunidad
de trabajar en torno a la coexistencia de distintas verdades que dependen
de la subjetividad de cada uno y que hay que aprender a reconocer, to-
lerar y respetar. Una actitud tal del terapeuta permite al paciente revivir
y reubicar la perspectiva de aquella vivencia traumática que fue parte de
lo sabido no pensado (Bollas, 1991) y que afectó su desarrollo desde su
primera infancia. Aspectos que el paciente concebía como incambiables
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e inherentes a su ser dejan de serlo y pasan a ser considerados como el
producto de algo de naturaleza externa. Podrá entonces atribuirlo a una
respuesta inadecuada del medio a sus necesidades, que modificó y per-
turbó profundamente su existencia, y no a su enfermedad o a su fatídi-
co destino. La nueva versión de aquel desgraciado hecho del pasado en
el tratamiento hará surgir en él algo que recién ahora puede identificar
como odio, un odio justificado o razonable. El odio justificado irá dirigido
a otro, el terapeuta, quien lo tolera, no responde con la misma moneda y
le demuestra que ese odio no es arrasador, ya que puede sobrevivir a él y
mantenerse incambiado (Winnicott, 1993a, 1993b, 1999a).
Después de experiencias de este tipo se instala definitivamente en
cualquier paciente una clara discriminación, antes no totalmente alcan-
zada, entre lo de adentro y lo de afuera, entre lo yo y lo no-yo, entre el
yo y el tú. Surgirán también dos nuevos ámbitos bien diferenciados: el de
la fantasía —una realidad de carácter íntimo y muy personal— y el de
la objetividad —una realidad distinta, de carácter predominantemente
compartido—. Si este proceso no tiene lugar, el resultado es la retrauma-
tización del paciente, quien reaccionará como lo hizo originalmente, con
defensas falso self. Este es un resultado iatrogénico indeseable que genera
la pérdida de la autenticidad, de la espontaneidad y del gusto por la vida.
Predominará en el paciente la sumisión, el acatamiento a lo socialmente
aceptable y, en definitiva, una adaptabilidad que traiciona la mismidad y
se parece a una «muerte en vida» (Winnicott, 1993a).
Para terminar, compartimos algunos versos del poema Relaciones, de
Little (2017, pp. 305-307). Ellos sintetizan en clave poética algo de lo que
nos interesó plantear y compartir en este trabajo: la presencia inevitable
en cada uno de nosotros de montos variables de odio y agresividad y su
cualidad alternante y complementaria con el amor. Este todo complejo
resuena poderosamente en la voz de la autora, una psicoanalista y pa-
ciente fuera de serie:
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Nuestros ritmos de amor y odio
están descoordinados.
Por eso cada uno molesta al otro, aunque amamos.
[…]
Entonces, aquí y allá, los dos son uno.
Y aquí y allá cada uno es dos;
[…]
Un frenesí alternante
[…]
De acción, interacción y reacción.
Nuevas fuerzas nacen y florecen:
nace un nuevo fuego, risas y lágrimas,
una nueva creación y nacimiento.
Margaret Little
§
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