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EL ARCHIPIÉLAGO DEL PERRO
Philippe Claudel
Patricia Cafasso Maberino
Licenciada en Psicología de la UDELAR
Miembro Habilitante de AUDEPP
Correo electrónico: patriciacafasso@gmail.com
ORCID: 0000-003-1520-384X
Título: El archipiélago del perro
Autor: Phillipe Claudel
Año: 2019
Editorial: Salamandra
Ciudad: Barcelona
Páginas: 205
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A sus 58 años, Phillipe Claudel ha recorrido los caminos de la do-
cencia, de la escritura y del cine. Maestro, profesor, guionista y director,
publicó numerosos libros, muchos de los cuales han sido traducidos a
distintos idiomas.
Con algunas de sus novelas ganó los premios: Francia Televisión
2000, por J’abandonne; Bourse Goncourt de la Nouvelle en 2003, por
su libro de relatos Les petites mécaniques; Renaudot en 2003, otorgado
por periodistas y críticos literarios, por Almas grises; y Goncourt de los
Estudiantes en 2007, con El informe de Brodeck. De sus películas, Hace
mucho que te quiero obtuvo en 2009 el Premio César de la Academia del
Cine Francés a la mejor ópera prima y el premio BaFta (British Academy
of Film and Television Arts) al mejor film de habla no inglesa.
En sus novelas Phillipe Claudel construye lugares compuestos de ma-
nera tal que, si buscamos su ubicación precisa, no necesariamente la po-
dremos encontrar. Sin embargo, nos resultarán familiares. Ese es el caso
de El archipiélago del perro, que no es ningún lugar y, a la vez, pueden serlo
todos. Se insinúa en el Mediterráneo, cercano a África, y estaría confor-
mado por un grupo de islas que, con la suficiente distancia o perspectiva,
puede asemejarse a un perro. Su única isla habitada, donde se desarrolla
la historia de esta novela, equivaldría a las fauces abiertas de un can que
muestra sus colmillos, cual atemorizador guardián en la entrada al mundo
de los muertos, y que, sobre todo, impide la salida.
Su descripción nos sitúa en un lugar de extrañeza, quizás precisamen-
te porque, ya desde el gesto natural inicial de pretender asir sus coorde-
nadas, nos adviene la perplejidad de un lugar sin nombre real, a la vez
dispuesto en un tiempo incierto que —lejos de plantear una distancia de
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ajenidad— nos involucra al dejarnos ubicados en una dimensión univer-
sal. Gradualmente, los lectores vamos siendo introducidos en un relato en
el que el valor de tal se desdibuja y una Voz implacable nos lleva y sacude
a través de una historia cuya mirada está impregnada de desesperanza
sobre el ser humano.
La historia que sigue es tan real como podáis serlo vosotros. Sucedió aquí
como podría haber sucedido en cualquier otro sitio. Sería demasiado fácil
pensar que ocurrió lejos. Los nombres de los individuos que la pueblan no
tienen la menor importancia. Podrían cambiarse. Podrían sustituirse por
los vuestros. Sois tan parecidos, surgidos del mismo molde inalterable…
Estoy seguro de que tarde o temprano os haréis una pregunta lógica:
¿Fue testigo de lo que nos cuenta? Os respondo: Sí, lo fui. Como voso-
tros, que quizás no quisisteis verlo. Vosotros nunca queréis ver. Yo soy
quien os lo recuerda. Soy el que molesta. El que no se pierde detalle. Lo
veo todo. Lo sé todo. Pero no soy nada, y eso es lo que pienso seguir
siendo. No soy ni hombre ni mujer. Soy la voz, nada más. Os contaré la
historia desde la sombra. (pp. 9-10)
Con el tema de los refugiados como marco, de las migraciones de
pueblos que denuncian años de colonización y sometimiento desplazán-
dose en pos de una búsqueda concreta y simbólica de resarcimiento y
que, en vez de ello, encuentran muros, costas inaccesibles y fronteras
infranqueables, Claudel logra en esta obra escenificar el lado más oscuro
de la humanidad. Pero también los intereses económicos que prevalecen
sobre la identidad de los pueblos y los valores solidarios, el poder invisi-
ble y anónimo que pulsa sobre el acontecer cotidiano, y el alejamiento de
la naturaleza y sus señales de alarma, integrarán la representación, que
deja planteada una alusión a los malestares más recurrentes y dañinos de
la civilización actual.
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de Phillipe Claudel
Hacéis correr por doquier grandes torrentes de lodo. El odio es vues-
tro alimento, la indiferencia vuestra brújula. Sois criaturas del sueño,
siempre dormidas, hasta cuando creéis que estáis despiertas. Sois el
fruto de unos tiempos soñolientos. Vuestras emociones son efímeras,
como mariposas calcinadas por la luz del día cuando apenas han salido
del capullo. Vuestras manos moldean vuestra vida con una arcilla seca
e inconsistente. La soledad os devora. El egoísmo os engorda. Dais la
espalda a vuestros hermanos y perdéis el alma. Vuestra naturaleza está
hecha de olvido. (p. 9)
Se diría que, en esta novela, humanidad y naturaleza son los máximos
protagonistas: la naturaleza aparece regidora y representante de pasiones
y circunstancias humanas.
Así, un volcán rugiente con un comportamiento aparentemente im-
previsible compone y preside la isla: el Brau (‘bravo’ en algún idioma) se
enfurece o llora, brama, da vida, pero también la quita. Vigilante y ame-
naza, forma parte del escenario de manera más o menos silente, pero
constante, señalando ciertos momentos como especialmente significati-
vos y sugiriendo mensajes o denunciando pactos fatales ante la ceguera
simbólica de los habitantes del lugar. Es testimonio de lo que se pretende
ignorar, ocultar.
Como Vulcano, el antiguo dios romano que recibe ofrendas para
aplacar su ira, en este caso se pretenderá que el volcán degluta la verdad,
como si ello fuera posible.
La lúgubre aparición de tres cuerpos en una playa de la isla, testimo-
nio del fracaso de la búsqueda de horizontes de salvación —y de la sen-
sibilidad y de la fraternidad entre las personas—, deja planteado el punto
de partida. (En el Río de la Plata esta escena no nos resulta ajena y nos
remite a lo traumático de una herida abierta que nos perdura.)
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En esa isla escarpada, que pretende dar la espalda a la muerte, que
minimiza el lugar para sus muertos y los entierra de pie, la presencia de
estos mudos extranjeros desafía a sus habitantes, que luchan con su pro-
pio desconcierto ante lo desconocido —o lo que quieren desconocer—.
Ofrecerles sepultura sería una manera digna del reconocimiento de una
realidad de la que ellos mismos también forman parte, aunque se empe-
ñen en negar; pero entonces prevalecen el miedo y la vivencia de amena-
za a una supuesta y precaria paz.
En torno a esto es que, como en un patético desfile, empiezan a emer-
ger los personajes de la comunidad. Nominados en función de los roles
y lugares que ocupan en ella, muestran dificultad para tomar distancia
de la función concreta, entrelazan anonimato y universalidad, conspiran,
interpelan. A través de ellos queda representado un pueblo que puede ser
cualquier pueblo o comunidad de estos tiempos.
Y algunos de ellos se autoasignan la potestad de componer un tribunal
de facto que defina y dictamine el suceder de los hechos consecuentes.
Representan lo viejo y lo nuevo, la esperanza y la desesperanza; re-
ferentes antagónicos o complementarios, caducos o vigentes, que mues-
tran al poderoso, a la vez que al frágil y al sumiso, en función de víctimas
no reconocidas que paradójicamente adoptarán cada vez más una pre-
sencia incisiva, ineludible, y que irán instalándose progresivamente en el
espacio compartido y en el interior de cada uno.
Lo que podría ser la sabiduría de los mayores aparece como miedo
y resistencia al cambio. La Vieja, antigua maestra que ocupa un lugar de
poder por el conocimiento del discurrir de las vidas de los lugareños, se
ve incomodada por su sucesor: el actual Maestro, representante de lo no-
vedoso, lo foráneo, y de la búsqueda de la verdad como propósito.
Vivido como amenaza al supuesto equilibrio reinante (equilibrio pre-
cario, frágil, rígidamente conservador y basado en el sostenimiento de
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acuerdos y convenciones tradicionales implícitos), el Maestro será objeto
de la reacción conservadora.
Pero también circularán otras figuras, vinculadas a distintos aspectos:
el Alcalde, representante de la comunidad, que ostenta también el poder
por la posesión de los medios para la pesca como principal actividad
económica de la isla; el Emperador, quien lidera el diligenciamiento de
dichos medios y es diestro conocedor de la técnica de la pesca del pez
espada y mano derecha del Alcalde; el Médico, quien, como supuesto
representante de la función científica, tiene asignada la potestad de de-
morar a la muerte; y el Cura, referente espiritual del pueblo y deposita-
rio de la ilusión de un más allá de este mundo, a la vez que de la duda
intrínseca…
Las constelaciones de relacionamientos que se van conformando
ante los ojos lectores entre estos personajes (y otros más comunes, pero
no menos importantes) no serán aleatorias o casuales, sino que irán con-
duciendo al sórdido destino de la trama. Generan un escenario donde,
más adelante, quedarán planteadas las condiciones para la aparición de
otro personaje, siniestro: el Comisario, tan ajeno al pueblo como efímero,
pero útil y funcional a la concreción de lo que venía quedando esboza-
do. Antes, no existía. Después, dejó de existir. Es el máximo exponente de
una incomodidad colectiva que ya se venía planteando, pero que no se
lograba enunciar; su presencia sella aquello de lo que internamente la
comunidad no se podía hacer cargo. Viene a mostrar los aparentemente
irreversibles designios de la deshumanidad.
Si bien esta novela sostiene un sabor amargo perturbador, una mira-
da dolida y penosa hacia el malestar en este momento de la civilización,
el lector podrá conectar con cierta perspectiva esperanzadora, que queda
insinuada a través de los sueños del Médico, cual triunfo del encanta-
miento órfico sobre el can Cerbero. Estos sueños de angustia permiten
rescatar al personaje en su humanidad, en el registro de un sentimiento
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de culpa insoslayable ante lo que, como habitante de estos tiempos, no
puede dejar planteada indiferencia o ilusión de ajenidad.
Y en un humano gesto, la Voz se despide de este modo:
Bueno, ya casi está. […] Voy a retroceder a gatas y marcharme.
Voy a volver a la sombra.
A disolverme en ella.
Os habré dejado las palabras. Me llevaré los silencios.
Voy a desaparecer.
Os prometí que solo sería la voz.
Nada más.
El resto es humano y os concierne a vosotros. (p. 201)
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