LAS INTERVENCIONES
PSICOANALÍTICAS
Jorge Rosa
Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica
Montevideo, Uruguay
Adenda por Silvia Tejería
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 6(1), enero-junio 2025, pp. 117-138.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/6.1.7.
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
ROSA, J. (2025). Las intervenciones psicoanalíticas.
Equinoccio. Revista de psicoterapia
psicoanalítica, 6
(1), 117-138. DOI:doi.org/10.53693/ERPPA/6.1.7.
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
Sobre el texto y su autor
El Consejo Editorial de Equinoccio propone la relectura de la conferencia
inaugural del II Congreso de , llevado a cabo en el año 1994 y titulado,
justamente, Intervenciones psicoanalíticas. Dicha conferencia estuvo a cargo del
Dr. Jorge Rosa, y creemos que sus palabras continúan teniendo una profundi-
dad, rigurosidad crítica y riqueza, que habilitan, aún hoy, el pensar los queha-
ceres psicoanalíticos contemporáneos de una manera totalmente pertinente,
no solo a la convocatoria que motiva el presente número de Equinoccio, sino
también a las características que ha tenido  como institución a lo largo
de estos años.
La publicación de esta conferencia es un nuevo reconocimiento y home-
naje a Jorge, quien tuvo un lugar destacado en la consolidación de  como
institución de formación, debate e intercambio del y los psicoanálisis. El texto
plasma la importancia de poner los conocimientos técnicos al servicio de la
escucha y de un otro a quien escuchamos, no al revés. En este sentido, revisa y
pone a trabajar nociones clásicas y demuestra una clara postura ética en rela-
ción con la verdad y el encuentro clínico.
Presentamos el texto en su versión original: una conferencia publicada
en el libro que recogió los artículos presentados en el congreso mencionado.
Solo se intervino para adecuar la bibliografía a las normas . Pero sabemos
que algunas citas o referencias bibliográcas igualmente no se ajustan a estas
pautas.
Jorge Rosa (1948-2009) fue un médico psiquiatra con múltiples intereses,
tales como la historia, la ciencia, la política y la cultura. Desde que era estu-
diante se interesó por el psicoanálisis. En 1981 formó parte del grupo de psi-
quiatras y psicólogos que fundaron  y fue el primer presidente de la ins-
titución. Años más tarde, en 1988, trabajó para la formación de la Federación
Latinoamericana de Asociaciones de Psicoterapia Psicoanalítica (), de
la cual también fue el primer presidente.
Además, formó parte del primer Consejo Académico del Instituto Universi-
tario de Posgrado de  (en aquel momento ), donde fue profesor titular
del Módulo de Freud. En la actualidad el instituto lleva su nombre.
Esta breve reseña de su trayectoria da cuenta del lugar destacado que tuvo
en la institución, donde dedicó su tiempo y energía no solo a lo cientíco. Su
interés por lo cultural lo llevó a coordinar un ciclo de cine, desde el 2004 hasta
su muerte.
Esperamos que esta relectura continúe poniendo en movimiento un pen-
samiento crítico y plural, que nos permita seguir revisando constantemente
nuestros haceres y decires como psicoanalistas.
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LAS INTERVENCIONES PSICOANALÍTICAS
Psicoanálisis es el nombre: 1) de un método para la in-
vestigación de procesos anímicos ecaces inaccesibles de
otro modo, 2) de un método terapéutico de perturbaciones
neuróticas, basado en tal investigación, 3) de una serie de
conocimientos psicológicos así adquiridos, que van consti-
tuyendo paulatinamente una disciplina cientíca.
S. Freud (1922-1923/1992, s. p.)
Freud distingue, para unirlos, tres conceptos: método de inves-
tigación, técnica de tratamiento y elaboración de un cuerpo teórico.
Ricoeur (1969) separa la técnica del arte de interpretar (o hermenéuti-
ca) de la explicación de los mecanismos (o metapsicología). Dirá que el
psicoanálisis es una de las numerosas técnicas del mundo moderno. Es
un ocio que se aprende y se enseña, que requiere una didáctica y una
deontología. El alma de esta técnica es la búsqueda del objeto arcaico
perdido, desplazado y reemplazado sin cesar por objetos sustituidos,
fantásticos, ilusorios, delirantes o idealizados. La repetición se torna el
mecanismo básico del mantenimiento del conicto. Willa Cather dirá
«No hay más de dos o tres historias en la vida de los seres humanos, y
ellas se repiten tan cruelmente como si no hubiesen sucedido jamás».
Se trata entonces de pensar cuáles son las herramientas apropia-
das para el logro de nuestros objetivos. No podemos separar el uso de
nuestro instrumental de la concepción de la cura con la que nos ma-
nejamos. En ese sentido, nos encontramos con una gran variedad de
posturas, no solo en relación con los instrumentos de la psicoterapia
psicoanalítica, sino con el concepto mismo de salud y enfermedad.
Estas diferencias se tornan aún más visibles cuando nos in-
troducimos en intentos denitorios de psicoanálisis y psicoterapia
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Las intervenciones psicoanalíticas
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psicoanalítica. Podríamos decir que el psicoanálisis en su forma más
clásica (aunque no creo que sea el caso de Freud) aparece más desli-
gado de la preocupación por la cura, mientras que en general las psi-
coterapias se relacionan más con objetivos precisos. Sin embargo, esta
separación, que se va procesando a lo largo de la historia del psicoaná-
lisis, no tiene sus raíces en la concepción freudiana. Si el psicoanálisis
es una forma de tratamiento, como hemos visto en la denición ini-
cial, es obvio que el psicoanálisis es una forma de terapia, y no a la in-
versa. Nace como una terapia y adopta un nombre que lo diferencia de
las otras terapias de la época. Su campo de acción es limitado. Freud
dice, en 1992, en Dos artículos de enciclopedia, que este está constituido
por las dos neurosis de transferencia, la histeria y la neurosis obsesiva.
Agrega, además, «toda clase de fobias, inhibiciones, trastornos del ca-
rácter, perturbaciones de la vida erótica» (Freud, 1922-1923/1992, s. p.),
agregando la posibilidad de tratamiento de enfermedades orgánicas.
Para esto exige condiciones por demás conocidas de plasticidad de la
personalidad, edad, inteligencia, y, en n, valor del paciente. Termina
con un pensamiento clave para entender las modicaciones posterio-
res: «Solo la experiencia obtenida en policlínicas enseñará las modi-
caciones requeridas para hacer accesible la terapia psicoanalítica a
capas populares más amplias y adecuarla a inteligencias más débiles»
(Freud, 1922-1923/1992, s. p.).
De lo que se trataba entonces, y los años posteriores así lo demos-
traron, era de ampliar el espectro de las indicaciones del psicoanálisis.
Esto no podía ser hecho sin las modicaciones en la técnica que lo
hicieran posible. La historia es conocida: se agregaron los niños, los
psicóticos, los grupos, etcétera. El psicoanálisis ya no fue, afortunada-
mente, el mismo. La interpretación sigue siendo en todas las teorías el
instrumento básico, pero ya no es el único. Freud mismo hacía otras
cosas además de interpretar, pero estas no adquirieron en su pensa-
miento jerarquía teórica.
En los años cincuenta, y fundamentalmente en Estados Unidos,
se teoriza sobre la llamada psicoterapia de orientación analítica. Se
hacen modicaciones técnicas, pero se mantiene el marco conceptual
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analítico. En Inglaterra, Balint busca exibilizar la técnica y centrarla
en las necesidades del paciente, disminuyendo la idealización del te-
rapeuta. Chasnell dice:
La psicoterapia realmente psicodinámica constituye un campo de
aplicabilidad cada vez mayor que el psicoanálisis clásico. Es más in-
clusivo desde el punto de vista teórico y el psicoanálisis clásico pue-
de terminar siendo un procedimiento especial de utilidad limitada
en ciertos casos. (s. d.)
Haremos un breve comentario entonces sobre estas diferencias
técnicas, pero que no quedan limitadas a lo técnico, sino que tienen
implicancias teóricas, de objetivos e incluso éticas. De todas maneras,
los límites no son tan claros, y mucho menos podemos decir que estén
jados a priori por el terapeuta. Todos sabemos que en gran medida
la capacidad de asociar, de pensarse y, en última instancia, de tener
insight no depende solamente de un propósito expreso, sino en gran
medida de la capacidad para ello del que está en el lugar de paciente.
En realidad, y, de hecho, cada paciente «decide» —dicho esto entre
comillas— si está en terapia o análisis. Y aun con variaciones para
cada paciente. Los pacientes más formalmente en análisis pueden pa-
sar la mayor parte de su tiempo en un nivel consciente-preconsciente,
y, a la inversa, todos tenemos experiencia de situaciones en que, ha-
biendo hecho propuestas más limitadas, terminamos trabajando en
niveles de profundidad correspondientes a lo que llamamos análisis.
Ya Freud en Budapest en 1918 decía: «Es muy probable que la gran es-
cala de aplicación de nuestra terapia nos obligue a alear libremente el
oro puro del análisis con el cobre de la sugestión directa» (s. d.).
Este comentario tiene aspectos muy discutibles. En primer térmi-
no, el oro y el cobre no valen lo mismo. Hoy el oro sigue siendo la inter-
pretación y el cobre las demás intervenciones, que no tienen por qué
ser la sugestión directa. Freud abrirá el camino más adelante, cuando
a partir del Yo y el Ello y hasta el n de su obra insista en que, en
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Las intervenciones psicoanalíticas
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denitiva, el trabajo terapéutico es un trabajo de modicación yoica.
Esto habilitará teorizaciones distintas, no centradas necesariamente
en la oposición consciente-inconsciente. Pensar, por ejemplo, en el
mundo de los objetos de Klein o en la Escuela de la Psicología del Yo.
INTERVENCIÓN
¿Qué es intervenir? Es venir entre, interponerse. En el lenguaje co-
rriente es sinónimo de mediación, intercesión, buenos ocios, ayuda, apoyo,
cooperación, pero también es sinónimo de intromisión, de injerencia, de
intrusión. Esta idea llega hasta la represión y la coerción: intervención
de las Fuerzas Armadas o la Policía. Puede ser para ayudar o reprimir.
Igualmente, fuerte en su ambigüedad es el uso de intervención para
designar un acto quirúrgico, que puede salvar o matar, donde están al
mismo tiempo la agresión y el cuidado.
¿Cómo se traduce esto en nuestro campo? ¿Será de esta ambi-
valencia que hablamos cuando señalamos nuestro trabajo como do-
loroso? Algo de esto hay. La propuesta que hacemos es válida solo si
estamos convencidos de que a lo largo de este camino irá surgiendo
una personalidad más madura o, como diría Freud, con más capaci-
dad de amar. Por otra parte, creo que más allá de la propuesta y de las
intenciones, también este aspecto contradictorio se expresa en que la
técnica que usamos con el propósito de ayudar pueda ser factor de
iatrogenia. De esto se habla en general poco o nada. La bibliografía
es escasísima. Da la impresión de que se confunden aquellas cosas
que podemos no ver o comprender, y que vuelven a aparecer en el
material, o aquellas hipótesis que no funcionan, situaciones propias
de un tratamiento adecuado, con aquellas conductas, verbales o no,
que están al servicio de la resistencia, cuando no al reforzamiento del
síntoma o la complicidad con este.
No hay intervenciones ingenuas. Usamos el término aquí en su
sentido más amplio, pudiendo entenderse por intervención todo lo
que el terapeuta hace o dice. Y lo usamos en ese sentido porque en
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la situación terapéutica todo está mediado por la transferencia. Un
comentario aparentemente banal puede tener por obra de esta la sig-
nicación más profunda y mover el campo en un sentido positivo o
bloquearlo. En ese sentido, nos parece interesante la insistencia de
Langs (1994) en que la respuesta del paciente fundada en la transfe-
rencia no está determinada solo históricamente, sino que tales com-
portamientos y reacciones están inuenciados de manera decisiva
por los factores vinculados a lo inmediato de la interacción analítica.
Strachey y Balint (apud Langs, 1994) han señalado la relación entre
la personalidad y los comportamientos del analista, por una parte, y
las reacciones transferenciales del analizado por otra. Langs (1994),
comentando a Searles, va aún más lejos, diciendo que las respuestas
transferenciales, de cualquier forma, no se producen de manera ais-
lada ni existen como formaciones intrapsíquicas más o menos cerra-
das sobre ellas mismas; al contrario, son respuestas provocadas y muy
a menudo estimuladas por el comportamiento y las comunicaciones
del analista. Es la concepción de la transferencia como adaptación-
interacción. Como se comprende, los fantasmas transferenciales no
son vistos en términos de sistema intrapsíquico cerrado, sino como
respuestas adaptativas actuales en los cuales tienen un papel tanto
los determinantes históricos como los mecanismos intrapsíquicos e
interaccionales. De alguna manera podrían compararse estas ideas
con el modelo freudiano de la relación entre resto diurno y ensueño
aplicado a la interacción analítica. Esta concepción pone en primer
plano que la intervención o la falta de ella tiene consecuencias cons-
cientes e inconscientes.
El analista no es, por tanto, un mero espejo. En la interacción con
el paciente se maniestan una larga gama de emociones, que, en de-
nitiva, son necesarias y pueden ser medios útiles para la comprensión
del paciente.
El mecanismo fundamental en las respuestas transferenciales es
la proyección. Strachey (1934, apud Langs, 1994) dice que el paciente
proyecta las pulsiones del Ello sobre el analista y que, si este responde
por la interpretación de una manera que diere de un objeto patógeno
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Las intervenciones psicoanalíticas
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del pasado, el paciente introyectará un objeto benevolente y curativo.
Nos preguntamos: ¿sólo con la interpretación?, ¿o puede haber una
intervención de otro tipo que cumpla la misma función? Creemos que
sí y que esta puede ser complementada en muchos casos por una in-
terpretación que le dé una mayor comprensión a una modicación
que se produjo en el nivel yoico por obra de un cambio afectivo. Por
supuesto que esto nos lleva al complejo tema del insight y las formas
que este puede tener. La interpretación siempre busca el insight. Pero
¿es la única intervención que lo logra? Veamos que dice Tomás Bedó
(1988) al respecto:
La interpretación es (entre otros) de los instrumentos destinados a
promover este cambio (de la imagen de sí mismo y de su mundo). La
imagen clásica, en cierto modo ortodoxa, de que la interpretación ge-
nera insight se ha diluido en el correr de los años, al punto que se ha
visto que la interpretación, si bien juega un papel importante, no es
de ningún modo un recurso exclusivo en el advenimiento y enrique-
cimiento de insight del analizado, n último del análisis. (s. p.)
Tanto es así, que Mannoni (1987) llega a decir que hay que señalar
la existencia de análisis sucientemente logrados sin interpretaciones
impresionantes. Y agrega: «lo cual no puede sino volvernos más mo-
destos» (s. p.).
En este pensamiento nos encontramos nuevamente que por algu-
na otra vía, que no es la de la interpretación, se ha logrado el objetivo
inicial. Este, en denitiva, siempre tiene que ver con el insight. Pero si
para Löwenstein la interpretación siempre produce insight y si no, no
lo es, para otros autores, como Echegoyen, la interpretación está desti-
nada o tiene la intención de producir insight, pero no necesariamente
lo hace. La interpretación más adecuada, por lo menos formalmente,
puede ser inoperante si las resistencias del paciente así lo determinan.
Es claro, entonces, que la interpretación del sentido inconsciente de
un discurso no constituye garantía de insight. Para Bollas (1993), para
que una idea analítica (prestemos atención a que dice idea analítica,
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no interpretación) devenga insight tiene que experimentar un retorno
tópico. «Desde el comentario del analista hasta un área de amparo
preconsciente (un espacio mental interior) donde evoque representa-
ciones instintuales, afectos inconscientes y recuerdos conscientes, y
retorne luego a la conciencia una vez producido ese trabajo interior»
(Bollas, 1993, s. p.).
Entonces encontramos que lo que transforma una intervención en
un insight y, por tanto, en factor de cura es que lo que fue una teoría se
convierta en algo que lleve la impronta instintual, afectiva y memora-
tiva del paciente. Esto nos lleva a preguntarnos si es posible algún tipo
de intervención que no implique la existencia de una teoría en que se
sustente. Estamos convencidos de que no, como se ha dicho. Incluso si
esta teoría no ha sido formulada, la participación, del modo que sea,
del terapeuta, estará siendo un producto de sus concepciones en di-
versos órdenes, lo cual, en denitiva, debe poder retornar en forma de
teoría. De alguna manera, esta fue la forma de trabajo de Freud, quien
aplicaba, con mayor o menor conciencia, en sus señalamientos, sus
puntos de vista, y que, en caso de considerarlos operativos, eran trans-
formados en teoría (término muy poco usado por Freud, por otra parte).
Desde otro lugar, nosotros contamos con un cuerpo de conocimientos
que nos hace tender a extraer nuestras intervenciones de su teoría.
Pero imitar a Freud no debería ser nunca repetir mecánicamente cier-
tas preconcepciones, lo cual es francamente antianalítico; sino poder
extraer conclusiones de los caminos que nuestra creatividad nos mar-
que. Parecería redundante aclarar, entonces, que no nos referimos a
una ubicación precisa de qué teoría usamos en cada momento, sino al
hecho de que esta existe. Podemos manejar un auto y no saber nada
de motores, pero es indudable que este no funcionará si han sido mal
aplicadas las teorías mecánicas y de la combustión que corresponden.
En la medida en que, como hemos señalado, los campos de aplicación
del psicoanálisis se amplían, los referentes teóricos clásicos aparecen
como más limitados. Reriéndose a pacientes severamente perturba-
dos, Bollas (1993) dice que los analistas que no tienen las constriccio-
nes de un dogma particular sobre la práctica tienen la experiencia de
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Las intervenciones psicoanalíticas
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no saber más qué es un psicoanálisis. Suponemos que de lo que se
trata es de los límites de una forma de psicoanálisis y de la relativa
confusión que genera todo cambio, aun representando un progreso.
Hechas estas consideraciones, en que hemos planteado el proble-
ma de la relación entre insight e interpretación, y hemos visto que,
según varios autores y nuestra propia concepción, estos dos conceptos
no mantienen una relación exclusiva, veamos si podemos abonarlo
con un ejemplo clínico: un hombre de edad media me consulta luego
de algún tiempo de trabajo con un colega, con el cual estuvo suma-
mente bloqueado. Al tiempo de no superar este bloqueo, que lo lle-
vaba a pasar semanas sin hablar, y luego de algunos meses en esta
situación, el colega sugiere dar por terminado ese tratamiento. Al poco
tiempo, me consulta. Está agradecido con su terapeuta anterior y no
sabe explicarse por qué tanta dicultad en el vínculo. Sin embargo, lo
que lo trae a tratamiento son, precisamente, dicultades vinculares,
que se expresan en inhibiciones de todo tipo, incluyendo realizaciones
laborales y afectivas. De su historia jerarquizamos la existencia de un
padre muy exitoso, por quien se sintió, a la vez que exigido, abandona-
do afectivamente. Siempre sintió que sus logros no eran valorados por
el padre y que nunca podría alcanzar el nivel de este. Consignemos,
además, que este paciente se especializa en problemas de audio (am-
plicadores, por ejemplo) y acústica ambiental.
Un día llega a su sesión varios minutos antes de la hora jada y
se sienta en la sala de espera de mi viejo consultorio, en una casa de
puertas y paredes altas. Cuando comienza la sesión se lo ve intranqui-
lo, tratando de decir algo que no sale. Aparentemente, el viejo bloqueo
se hace de nuevo presente. Al n, dicultosamente, con angustia, lo-
gra expresar que, aunque no sabe cómo lo voy a tomar, debe decirme
que ha escuchado la voz del paciente anterior, lo cual, evidentemente,
marca una falla en el aislamiento acústico del consultorio. Su cara de
ansiedad me señala lo intenso de su vivencia persecutoria. Para su
sorpresa, me limito a decirle que tiene razón, agregando que tengo
en ese tema un problema que no he podido resolver. Recuperado de
su sorpresa, me dice que su padre jamás le hubiera dado la razón y,
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a medida que se tranquiliza, puede verbalizar los contenidos de sus
fantasías previas. A partir de ahí, el tratamiento continúa con más fa-
cilidad. El paciente tiene más conanza en mi conducta, teme menos,
y eso abre las puertas para un trabajo que a posteriori evaluamos como
positivo.
Surgen varias preguntas. Esto ¿es una intervención? Si lo es, ¿po-
demos considerarla psicoanalítica? ¿Qué relación guarda con la in-
terpretación? ¿Y con la realidad, en un paciente con problemas im-
portantes? Intentaremos dar alguna respuesta a estas interrogantes, a
sabiendas de que siempre son posibles otras lecturas. En primer térmi-
no, sin dudas es una intervención. Es algo que se hace, en este caso, en
el plano de lo verbal y que está cargado de implicancias. En segundo
término, es psicoanalítica, porque tiene efectos en el campo de traba-
jo. La transferencia convierte algo aparentemente simple en arma de
tremendo poder y se opera la transformación de la intervención en
psicoanálisis a la intervención psicoanalítica. En denitiva, tendemos
a pensar, como lo hemos planteado, que, a través del encuadre y la
transferencia, toda intervención tiene efectos psicoanalíticos. Por otra
parte, podemos pensar que, cuando el paciente nos dice «Yo espera-
ba que usted reaccionara como mi padre», está haciéndose una inter-
pretación con más fuerza que si nosotros la hubiéramos hecho. Esto
abonaría la postura de aquellos que piensan que la intervención es
solamente la preparación de una interpretación. Pero creemos que no
es así y que en el paciente se procesan cambios no tan claramente me-
diados por las palabras. Pensemos en todos los autores que jerarquizan
el vínculo como principal instrumento terapéutico. Tengamos presen-
te la cita de Strachey en el sentido de que el objeto actual no responda
de la misma forma que el arcaico. Winnicott (1972), en Realidad y juego,
dice: «El terapeuta que sabe demasiado puede arrebatar la creatividad
del paciente. Lo que importa no es tanto el saber del terapeuta como
el hecho de que pueda ocultar su saber y abstenerse de proclamar lo
que sabe (s. p.). Y añade: «Me siento desolado cuando pienso en los
cambios profundos que he impedido por mi excesiva necesidad de in-
terpretar. El principio es el siguiente: es el paciente y solo el paciente
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Las intervenciones psicoanalíticas
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quien tiene las respuestas» (s. p.). Ello lleva a Winnicott, en oposición a
Klein, a disminuir el valor de la interpretación y a señalar que el juego
es terapéutico en sí mismo. Esto nos deja enfrentados con claridad al
hecho de que podemos tener conductas que sean terapéuticas y no
pasen por la interpretación.
En relación con la última pregunta planteada, sobre la relación
entre fantasía y realidad, quisiera hacer una precisión. No hay duda
de que nuestra tarea es operar sobre la realidad psíquica. Pero debe-
mos ser cuidadosos de que esto no implique el desconocimiento de
que además hay algo que es la capacidad de cada individuo de actuar
en el mundo. El n último de nuestra tarea es, en denitiva, que los
elementos de la fantasía distorsionen lo menos posible la realidad.
¿Qué otra cosa si no es la resolución de la neurosis de transferencia?
En el ejemplo antedicho, haber señalado el mecanismo proyectivo, por
ejemplo, podría haber funcionado como un cuestionamiento de la ca-
pacidad perceptiva del paciente, lo que, a todas luces, en una persona
con dicultades de discriminación, hubiera sido iatrogénico.
Una amplia gama de nuestras intervenciones apunta exclusiva-
mente a un nivel yoico y lo hacen en forma de apoyo. Estas nociones
suelen estar desvalorizadas en nuestro medio. Sin embargo, no hay
tratamiento que pueda prescindir de ellas. Freud, luego de 1923, va a
centrar en el Yo y en su fortaleza la posesión de mayor o menor salud
mental. El objetivo terapéutico es un fortalecimiento yoico, a través del
cual se ejerza un adecuado control pulsional y manejo de la realidad.
Veamos, en relación a esto, solo algunas citas de Análisis terminable e
interminable (Freud, 1980b). Tomamos solamente este texto, pero insis-
timos en que toda la obra de esta etapa está dirigida en esta dirección.
Es sin duda deseable abreviar la duración de una cura analítica, pero
el camino para el logro de nuestro propósito terapéutico solo pasa
por el robustecimiento del auxilio que pretendemos aportar con el
análisis al Yo. […]
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Como es sabido, la situación analítica consiste en aliarnos nosotros
con el Yo de la persona objeto a n de someter sectores no goberna-
dos de su Ello, o sea, de integrarlos en la síntesis del Yo. […]
El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables
para las funciones del Yo. Con ello quedaría tramitada su tarea.
(Freud, 1980b, s. p.)
Es en este nivel que opera el apoyo. Hagamos la aclaración de que
usamos este término en un sentido bastante preciso. No se trata de
darle razón al paciente, de reforzar resistencias o síntomas, sino de ser-
vir como puntos de agarre y de arranque para los sectores más sa-
nos de la personalidad del paciente. Esto pasa por el reconocimiento
de las percepciones realistas del paciente, como en el ejemplo, y de
las actitudes que en el plano de lo humano tiendan a ser respetuosas
de sus derechos. Jorge Galeano nos decía, reriéndose a estas cosas, y
cuando recién comenzábamos a formarnos, «Que el con-trato no sea
un maltrato».
Arnold Goldberg (1987), en su trabajo sobre el lugar de las discul-
pas en el tratamiento, señala que mucho depende de cuán capaces
seamos de asumir la responsabilidad o de reconocer la manera en que
nuestra autoestima dañada determina nuestras actitudes negativas
hacia el paciente. Señala que debe crearse una atmósfera que permita
el reconocimiento del punto de vista del paciente. De alguna mane-
ra, también es el punto de vista de Bollas (1993) con su dialéctica del
disenso.
Es muy interesante lo que dice Jiménez (s. f.) en cuanto a la di-
mensión sustentante del apoyo. Señala que es inseparable el valor del
insight y el del apoyo. Cita a Lubersky, para quien el concepto de apoyo
se reere a aquellos aspectos del tratamiento y de la relación con el te-
rapeuta que el paciente vivencia como de ayuda para él (Jiménez, s. f.).
En esta denición el apoyo es inseparable de la actividad interpretati-
va. Para Lubersky, el apoyo puede estar dado por la estructura del tra-
tamiento, por la sensación de trabajo en común, por las transferencias
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Las intervenciones psicoanalíticas
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positivas o, incluso, por una buena interpretación que produzca en el
paciente la sensación de haber sido comprendido (Jiménez, s. f.).
Lo antedicho importa si tenemos presente que habitualmente la
oposición psicoanálisis-terapia se superpone a la búsqueda de insight
(interpretación) - intervenciones de otro tipo (señalamiento, confron-
tación, explicación, etc.). Los resultados del proyecto Menninger mos-
traron que cambios logrados a través de medios distintos a la interpre-
tación fueron tan estables y duraderos, así como capaces de capacitar
a los pacientes para enfrentar futuras vicisitudes.
Evidentemente, el predominio de un tipo de intervención así como
el resultado del trabajo van a depender en gran medida del paciente,
de su capacidad de establecer una alianza de trabajo. Esto no depende
solo de la estructura psicopatológica, sino de la posibilidad de estable-
cer algún tipo de transferencia positiva. Freud siempre advirtió que, si
predomina la transferencia negativa, cualquier tipo de pareja terapéu-
tica está condenado al fracaso. A modo de ejemplo extremo, pensemos
en la estructura paranoica.
En relación a esto, Jiménez (s. f.) dice que la buena intervención
terapéutica puede denirse como aquella entregada por un terapeu-
ta diestro, es decir, aquel que sabe integrar conocimientos técnicos y
empatía, a un paciente dispuesto a recibirla. El conocimiento técnico
debería ir de la mano de una personalidad lo sucientemente exi-
ble como para responder a las condicionantes especícas del paciente.
Esto implica no estar al servicio de una técnica, por idealizada que esta
esté. La discusión del cuándo, cuánto y cómo intervenir solo puede te-
ner lugar en situaciones concretas, que den cuenta de objetivos tera-
péuticos y conictivas también concretas. De todas maneras, podemos
pensar que hay situaciones de trabajo, etarias o de condicionamiento
cultural que nos pueden inducir a una mayor o menor frecuencia de
intervención. Me reero con esto, a modo de ejemplo, a la necesidad
de una actitud más activa en el trabajo con adolescentes o pacien-
tes de edad avanzada. Asimismo, podemos tener condicionantes en
el mismo sentido en trabajos que, por las razones que sean, implican
tiempos limitados. El nivel sociocultural bajo suele condicionar una
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mayor necesidad de información aclaratoria sobre el sentido del trata-
miento propuesto, información que no solo el paciente tiene derecho a
recibir y nosotros la obligación de brindar, sino que puede determinar
la evolución del mismo. En esta situación los señalamientos profun-
dos deben ser cuidadosamente regulados y nunca muy precoces. Los
aspectos transferenciales suelen manejarse mejor en base al trabajo
sobre las transferencias laterales o sustitutivas. Asimismo, en el con-
texto de un trabajo hospitalario, barrial o, en n, medido por cualquier
tipo de institución, no debemos perder de vista la importancia y fuerza
de las transferencias institucionales. Esto debe ser jerarquizado en la
comprensión de la transferencia del terapeuta y su contratransferen-
cia, ya que múltiples aspectos del vínculo con el paciente van a estar
mediatizadas por el lugar, la inserción, el reconocimiento, la valora-
ción social y del propio paciente que el terapeuta perciba en relación
a su gura.
Se trata, entonces, de adaptaciones. Somos nosotros quienes tene-
mos que poner nuestros conocimientos técnicos al servicio de quien
lo reclama, no cayendo en la mala práctica de nuestra profesión de
culpar al paciente porque no entra en nuestra técnica. Es una curiosa
contradicción entre lo que es la historia del psicoanálisis, solo posible
a través de modicaciones y rupturas modelísticas, y la ideología con
que se hace la trasmisión del mismo, donde suele aparecer un mode-
lo de conducta y terapéutico único, idealizado, aunque en los hechos
solo pasible de probarse con muy pocos pacientes. Absurda, entonces,
la pretensión de cualquier escuela de tener acceso a una verdad que
daría cuenta de todos los fenómenos a estudiar. Lo que pensamos es
que los distintos modelos epistemológicos a los que nos enfrentamos
implican no solamente lecturas distintas de un mismo fenómeno, sino
que estas condicionan variaciones en el fenómeno mismo estudiado.
Un material escuchado desde modelos distintos no solo va a ser com-
prendido en forma diferente, sino que la información misma va a ser
diferente. Cuando alguien cree que el modelo que maneja da cuenta
de todos los conictos de sus pacientes, simplemente está escuchan-
do en el código que le es conocido. Pero, si bien ninguno de nosotros
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Las intervenciones psicoanalíticas
Jorge Rosa
como terapeutas podemos prescindir de teorías, nos parece que debe-
mos luchar para que estas no se vuelvan totalizadoras, especialmen-
te cuando un paciente sumiso ha captado cuáles son los caminos de
nuestro pensamiento. Alguien dijo que los pacientes aprenden muy
pidamente las teorías de sus terapeutas.
Ciencia hermenéutica, ciencia de la interpretación. Interpretar es
crear una teoría sobre lo que hay detrás de un fenómeno maniesto.
Pero el psicoanálisis, como disciplina modelística, solo puede trabajar
con hipótesis. En la medida en que ante un material A tenemos la po-
sibilidad de un sentido B, o también C, o también D, y así, los modos de
abordaje pueden ser igualmente variados. No hay duda de que hacer
una interpretación implica una hipótesis. Pero ¿cuándo preguntamos?,
¿cuándo confrontamos? Y así podríamos hacer mención de las muy
variadas formas de intervención. Nosotros pensamos que estas están
relacionadas con cómo creemos que va a responder el aparato mental
del otro, lo cual de por sí implica una teoría y una serie de hipótesis
sobre cuáles son las respuestas posibles a esa intervención nuestra.
Claro, aquí ya no hablamos solo de signicaciones, sentidos, sino tam-
bién de modos de funcionamiento. Aquí nos encontramos nuevamente
enfrentados a pensar desde dónde son hechas estas intervenciones, en
el sentido de si es posible pensar en términos de ciencia y no de ideo-
logía. Creemos que esto no es posible, a pesar de que defendemos el
estatuto cientíco del psicoanálisis. Pero con esto hacemos referencia
a su metodología, a sus modos especícos de validación y falsación. En
cuanto a los contenidos, son productos culturales y, por tanto, ideoló-
gicos. Baranger (1969) dicen que el psicoanálisis, como toda ciencia, es
una ideología, y Grinberg (1976) habla de ciencia ideologizada. El mismo
Baranger (1969) señala la imposibilidad de que la ideología del analis-
ta no se trasunte en la interpretación, pero esta idea deberíamos ha-
cerla extensiva a toda intervención. Las razones fundamentales son:
1) esto supondría el aislamiento de toda una parte de la personalidad
del analista, 2) la ideología cientíca no es independiente de sus otras
concepciones ideológicas, 3) el criterio de curación implica de por sí
una actitud normativa, 4) la interpretación es, de hecho, prospectiva
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tanto como retrospectiva, 5) el psicoanálisis mismo es una ideología.
En sentido amplio, como conjunto sistematizado de representacio-
nes y, en sentido estricto, es ideología porque implica una perspectiva
sobre el mundo, directivas de acción, valores que rigen conductas. El
ejercicio de nuestra tarea está determinado por las concepciones so-
bre salud, enfermedad y cura de que somos portadores. En la medida
en que estos conceptos son profundamente ideológicos, no podemos
pensar en uniformizar nuestro modo de concebirlos. Pero lo que que-
remos decir, y en esto también acompañamos a Baranger (1969), es
que los cambios que suceden en el curso de un tratamiento son tam-
bién modicaciones ideológicas.
¿Cómo conciliar este planteo con la regla de abstinencia? ¿Está
referido a lo mismo? En un trabajo anterior hemos intentado respon-
der a estas interrogantes. Hemos llegado a la conclusión de que neu-
tralidad y abstinencia son dos conceptos que deben separarse, ya que
hacen referencia a cosas distintas (Rosa, 1989). Esta diferenciación nos
parece de importancia en el intento de tratar de comprender el senti-
do de nuestras intervenciones. Veámoslo sucintamente.
Freud (1980a) dice: «La cura tiene que ser realizada en la abstinen-
cia […]. Yo quiero postular este principio: hay que dejar subsistir en el
enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del
trabajo y la alteración y guardarse de apaciguarlas mediante subro-
gados» (s. p.). Y en otro lado dirá: «en la medida de lo posible la cura
analítica debe ejecutarse en un estado de privación, de abstinencia»
(s. p.). Y más adelante: «La privación impide que la cura se convierta
en satisfacción sustitutiva, permitiendo así que se desarrolle el proce-
so de análisis» (s. p.). Es decir que el proceso analítico se desarrolla en
frustración, pero, lo que es más importante, esta es una condición para
el adecuado desarrollo del mismo. La subsistencia de la necesidad y la
añoranza (que podríamos llamar deseo) son motores del tratamiento y
de la cura. Este es el fundamento de la regla de abstinencia: no se debe
intervenir para generar satisfacciones sustitutivas.
El concepto de neutralidad ya fue parcialmente discutido. Si nues-
tras concepciones de salud, enfermedad y cura son ideológicas, el
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Las intervenciones psicoanalíticas
Jorge Rosa
tratamiento jamás puede ser neutral en ese sentido. Por supuesto que
esto no se reere a los valores propios del terapeuta, sean religiosos,
políticos, etcétera. Si esto se introduce se está violando la regla de abs-
tinencia al ofrecerse el terapeuta como persona real. Además, implica
una violación ética, ya que se hace esto en una relación asimétrica.
Nosotros nos referimos a los contenidos de las intervenciones, a aque-
llo que pensamos que puede ser bueno para el paciente, por más dis-
tancia que tratemos de poner en los aspectos valorativos. Diríamos
algo así como que tratamos de ser neutros sin lograrlo. Castel (1980)
dirá: «La convención de la neutralidad opera tratando de neutralizar
lo que en realidad nunca es neutro» (s. p.). Por tanto, toda intervención
implica una relación ideológica.
Concluimos, entonces en que la abstinencia es un elemento técni-
co y, tal como la hemos denido, imprescindible. La neutralidad, si es
entendida como ausencia de todo elemento valorativo, es una cción.
Concluíamos aquel trabajo diciendo:
Podríamos decir, entonces, que el conocimiento de nuestra no neu-
tralidad nos hace ser más conscientes de que en el señalamiento
(diríamos toda intervención) estamos optando también, aun a pesar
nuestro, por una determinada concepción de nuestros objetivos, y
esto está inextricablemente ligado a las ideas predominantes en un
determinado tiempo histórico, de las que nadie logra excluirse. (Rosa,
1989, s. p.)
Concluimos, entonces en la existencia de múltiples formas de in-
tervención en psicoanálisis y de las condicionantes que transforman
a esta en una intervención psicoanalítica. Se trata de las distintas for-
mas de aproximación a la fantasmática del otro. Meltzer dice que «el
psicoanálisis no comienza con una conducta a observar, sino con un
sentido a descubrir» (s. d.). Ese sentido y ese descubrimiento están me-
diatizados por el lenguaje verbal, aunque sin desconocer la jerarquía
de otros aspectos de la comunicación, ya discutidos.
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Propuesta interrogativa, reexiva, que obliga al autocuestiona-
miento, la terapia psicoanalítica hace uso de distintas herramientas,
variadas formas de la intervención en la tarea de ayudar a promover el
conocimiento de sí mismo. Estas pueden ser muy simples o complejas,
pero el objetivo nal será siempre este.
Deseamos nalizar con una imagen de alguien que seguramen-
te tenía enorme capacidad para enfrentar al otro con sus fantasmas.
Sancho, montado en su mula, y escuchando las sinrazones del inge-
nioso hidalgo Don Quijote, trata de que este confronte su pensamiento
con la realidad. No trata de convencerlo ni de entender el sentido de
su locura. Simplemente trata de inducir al Quijote a la reexión, nada
más y nada menos. Su brillante intervención es simplemente decirle:
«Mire, Vuestra Merced, lo que dice, señor». Mire, Vuestra Merced, lo que
dice.
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Las intervenciones psicoanalíticas
Jorge Rosa
ADENDA
El segundo congreso de , Intervenciones psicoanalíticas, de
1994, y este artículo en particular marcan un punto de inexión en
nuestra historia al institucionalizar una práctica que venía ejercién-
dose a la sombra de un saber instituido. A través del recorrido por el
desarrollo que había alcanzado la psicoterapia psicoanalítica en aque-
llos años, el Dr. Jorge Rosa muestra la transformación de la interven-
ción en psicoanálisis a la intervención psicoanalítica, señal de identi-
dad institucional y origen de los aportes de muchos otros colegas que
continuaron investigando sobre el tema.
Al detenerse en las diferentes concepciones sobre la cura, la salud
y la enfermedad en psicoanálisis y en la psicoterapia psicoanalítica,
Rosa dialoga con varios autores, especialmente con Freud, de quien
era un lector avezado. Rosa parte de la pregunta por los instrumen-
tos con los que nos manejamos en psicoterapia psicoanalítica para el
logro de los objetivos terapéuticos. Al problematizar el uso de la inter-
pretación como la herramienta privilegiada en el análisis, se ocupa de
aquellas otras intervenciones que también colaboran en el logro del
insight de los pacientes.
En estas teorizaciones de Rosa subyace una concepción de la
transferencia desde el paradigma de la intersubjetividad, que tiene en
cuenta los dinamismos propios del vínculo terapéutico y las poten-
cialidades del encuentro entre pacientes y analistas. A través de una
viñeta clínica muestra los efectos de verdad y las implicancias que
tienen las intervenciones del analista en el caso de un paciente que
presentaba un importante bloqueo laboral y afectivo; va a decir que
la transferencia convierte «algo aparentemente simple en un arma de
tremendo poder». La viñeta muestra cómo, a través del encuadre y la
transferencia, toda intervención tiene efectos psicoanalíticos.
También se cuestiona el uso de la teoría en el encuentro con los
pacientes. Resalta que las teorías son los códigos, los modelos, con los
cuales nos manejamos para entender los dinamismos inconscientes
del paciente y su actualización en el análisis. Quedan planteados los
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riesgos que tienen las posturas dogmáticas, que obstaculizan la crea-
tividad del paciente y se apartan de sus necesidades y derechos. Dice
que la evaluación que hagamos y el método a utilizar va a depender
de cada paciente, de su edad, del ámbito de atención y del tiempo de
duración del tratamiento. Vuelve a poner en el centro la pregunta por
los diferentes caminos que se transitan en la psicoterapia psicoanalí-
tica, y valoriza el lugar del fortalecimiento yoico y las psicoterapias de
apoyo.
Es imposible dar cuenta en estas breves palabras de la riqueza del
trabajo de Rosa sobre temas que venía trabajando con anterioridad al
congreso, cuando problematizó los conceptos de neutralidad y absti-
nencia al ocuparse de la incidencia de la ideología del terapeuta en la
cura. Conocedor de los desarrollos teóricos de diferentes autores, re-
coge los aportes del psicoanálisis contemporáneo y de quienes habían
visitado la institución hasta ese momento.
Celebramos la iniciativa del Consejo Editorial de Equinoccio para
la republicación de este artículo, que, a la vez que nos permite volver
sobre los conceptos centrales de la psicoterapia psicoanalítica, deja
planteadas diferentes líneas de fuga para seguir pensando la práctica
y la teoría que la sustenta.
Silvia Tejería
* * *
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