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AUTOLESIONES Y COND UCTAS DE
RIESGO EN LAADOLESCENCIA.
CORR SE PARA NO PERDER EL LAZO
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AnaGoodson
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Juan lrigoyen
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Resumen
Las lesiones autoinigidas y las conductas de riesgo son un problema clínico fre-
cuente en la adolescencia. Si bien se vinculan a los trabajos psíquicos propios de esta
etapa, también evidencian fallas en la elaboración psíquica de experiencias y afectos.
Destacamos la importancia de una detección oportuna y de una respuesta terapéutica
adecuada desde el inicio. A partir de una viñeta clínica, reexionamos sobre algunos
de los aspectos psicodinámicos implicados y compartimos nuestra experiencia en una
institución pública.
Palabras clave: adolescencia, cuerpo, pasaje al acto, consultas terapéuticas.
Abstract
Self-inicted injuries and risky behaviors are a common clinical issue during
adolescence. While they are linked to the psychological processes inherent to this
stage of life, they also reveal difculties in the mental processing of experiences and
emotions. We highlight the importance of early detection and appropriate therapeutic
intervention from the outset. Using a clinical vignette, we reect on some of the
psychodynamic aspects involved and share our experience in a public institution.
Keywords: adolescence, body, acting out, therapeutic consultations.
Resumo
As lesões autoinigidas e os comportamentos de risco são um problema clínico
frequente na adolescência. Embora estejam relacionados aos processos psíquicos pró-
prios dessa etapa, também evidenciam falhas na elaboração mental de experiências
e afetos. Ressaltamos a importância da detecção precoce e de uma resposta terapêu-
tica adequada desde o início. A partir de uma vinheta clínica, reetimos sobre alguns
dos aspectos psicodinâmicos envolvidos e compartilhamos nossa experiência em uma
instituição pública.
Palavras-chave: adolescência, corpo, passagem ao ato, atendimentos
terapêuticos.
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IMPORTANCIA DEL TEMA, CARACTERÍSTICAS CLÍNICAS
Y EPIDEMIOLOGÍA1
Las conductas autolesivas no suicidas son un problema clínico
frecuente y de gran relevancia a nivel de la salud pública. De forma ca-
racterística, el inicio de estas conductas se produce en la adolescencia,
si bien es cada vez más frecuente su inicio durante la infancia (Brown
y Plener, 2017). Una conducta autolesiva se dene como toda conducta
deliberada destinada a producirse daño físico directo en el cuerpo, sin
la intención de provocar la muerte (Favazza, 1990).
Las conductas autolesivas más comúnmente observadas son los
cortes en extremidades y abdomen producidos con objetos punzantes.
Se encuentran localizados con mayor frecuencia en muñecas y cara
interna de antebrazos, seguidos por piernas, abdomen y, en último
lugar, cabeza. También pueden consistir en magulladuras y escoria-
ciones de la piel hasta sangrar, quemaduras, introducción de objetos
subdérmicos y otros. Se excluyen los comportamientos aceptados so-
cialmente como piercings, tatuajes, rituales religiosos, etcétera, en los
que, a diferencia de los anteriores, se encuentran aspectos relaciona-
dos a lo simbólico o de armación de pertenencia a una subcultura o
estamento (Maurente et al., 2018).
Se estima que la prevalencia de conductas autolesivas en la ado-
lescencia se encuentra en torno al 10% en la población general, mien-
tras que en población que recibe atención psiquiátrica es del 35%
(Grandclerc et al., 2016). Ocurren de forma signicativamente superior
en el género femenino por sobre el masculino (Brunner et al., 2014). En
cuanto a su curso evolutivo, la evidencia señala un pico en la preva-
lencia entre los quince a diecisiete años, que decrece hacia la juventud
y adultez temprana (Plener et al., 2015).
1 La editora María Eugenia Noble aprobó este artículo.
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Autolesiones y conductas de riesgo en la adolescencia. Cortarse para no perder el lazo
Ana Goodson y Juan Irigoyen
Si bien en la propia denición de estas conductas se establece la
ausencia de intención de morir, en diferentes trabajos se destaca el
riesgo signicativo que implican las conductas autolesivas para los
intentos de autoeliminación (Andover et al., 2012) así como para el
suicidio consumado (Hawton et al., 2015).En una revisión de estudios
sobre la autoagresión se encontró que un año después del episodio de
lesión autoiningida, el 16% había repetido la conducta y el 2% había
muerto por suicidio (Herpertz, 1995).
En nuestro medio, de acuerdo con el registro de datos anonimiza-
dos de la Unidad Académica de Psiquiatría Pediátrica sobre las deri-
vaciones que recibe, desde el Departamento de Emergencia Pediátrica
y las salas de internación del Centro Hospitalario Pereira Rossell, las
conductas autolesivas en conjunto con la ideación suicida y el intento
de autoeliminación «constituyeron más de un tercio de las consultas
anuales, siendo el segundo motivo de interconsulta, detrás de las si-
tuaciones de maltrato en sus diferentes expresiones, durante el trans-
curso de los años 2019, 2020, 2021, 2022 y 2023» (Garrido, 2023, s.p.).
COMPRENSIÓN PSICODINÁMICA
Las autolesiones y las conductas de riesgo son entendidas no
como una entidad clínica en sí, sino como manifestación sintomáti-
ca que puede asentar en distintos cuadros psicopatológicos o aun en
ausencia de un cuadro nosológico consolidado. En conjunto con otras,
como el intento de autoeliminación, el suicidio, las toxicomanías y la
violencia en todas sus formas, ponen en evidencia las fallas del sujeto
para transformar las experiencias corporales y los afectos en procesos
psíquicos pasibles de ser elaborados. Es frecuente que aparezcan estas
conductas en la adolescencia en forma de actuación autodestructiva,
evidencia de sufrimiento en un aparato psíquico aún en proceso de
conformación, pero caracterizado por una pobre capacidad de menta-
lización, integración y elaboración de afectos.
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Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 6(1), enero-junio 2025, pp. 13-28.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/6.1.1.
La tendencia a actuar en la adolescencia es frecuente y puede
representar un modo de elaborar una realidad interna invadida por
todos los cambios inherentes a la etapa. Pero si bien la acción puede
ayudar a enfrentar los conictos internos, en adolescentes de mayor
vulnerabilidad, con antecedentes tempranos de décits importan-
tes en los procesos de discriminación y simbolización, el recurso a la
acción puede signicar un impulso hacia la activación de conductas
peligrosas.
Le Breton (2011) reere que el término conductas de riesgo en jóve-
nes generaciones se utiliza
para designar una serie de conductas disruptivas y discordantes, en
las que el común denominador es la exposición de sí, a una proba-
bilidad nada despreciable de herirse o incluso morir, de lesionar su
porvenir personal o poner su salud en peligro. (p. 47)
Poder determinar la intención (de muerte o no) frente a un acto
autodestructivo en nuestra práctica es una tarea crucial, pero nada
fácil. La muerte podría llegar a concretarse por varios motivos. Por
una evaluación insuciente del adolescente de la dimensión de los
riesgos a los que se expone, porque frente a la conducta el adulto
no evalúa adecuadamente la intención latente o porque, en la evo-
lución, frente a la ausencia de mirada y respuesta, el adolescente
transcurre hacia la desesperanza y puede llegar a un genuino deseo
e intención de morir.
Si bien constatamos frecuentemente en la clínica que en muchos
de estos eventos no hay un genuino deseo de acabar con la vida, desta-
camos la importancia de no dejar de considerarlos una señal de alar-
ma y un indicador de un sufrimiento que requiere ser desentrañado
y asistido. Todas estas conductas de riesgo constituyen una forma
de pasaje al acto cuyo sentido podrá surgir o no en un tiempo
posterior y solamente a la luz de la propia y única historia personal.
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Autolesiones y conductas de riesgo en la adolescencia. Cortarse para no perder el lazo
Ana Goodson y Juan Irigoyen
VIÑETA CLÍNICA
C,2 de catorce años, ingresa al Departamento de Emergencia
Pediátrica del Centro Hospitalario Pereira Rossell por lesiones cortan-
tes en antebrazos y cuello. Este episodio se produce luego de una dis-
cusión con su padrastro, tras la cual ella se retira a su cuarto, rompe
un vaso de vidrio y con él se hace los cortes. Al rato vuelve al espacio
familiar común, y entonces su padrastro visualiza las lesiones.
Al momento de la consulta, el núcleo familiar de la adolescente
estaba conformado por la expareja de su madre —quien había falle-
cido poco más de un año atrás—, el hijo en común de ambos, de ocho
años, y ella. En otra vivienda, ubicada dentro del mismo predio, vivían
los abuelos maternos con tres hijos: uno adolescente y dos adultos
venes. C concurría al liceo de la zona y mantenía un rendimiento
académico bueno.
Los antecedentes vitales relevantes son la separación de la pareja
parental en sus primeros años de vida, que de niña mantuvo contacto
irregular y esporádico con el padre, hasta que él emigró a otro conti-
nente, y que su mamá había fallecido a consecuencia de una enferme-
dad terminal de rápida evolución.
La situación que motivó el episodio fue que el padrastro encontró
en una red social un comentario que ella había hecho sobre un en-
cuentro amoroso con un joven adulto, con antecedentes de problemas
con la ley y de vinculación con la venta de sustancias psicoactivas. La
familia estaba en conocimiento de este vínculo y le había puesto el
límite a la adolescente de que nalizara dicha relación.
C ubica el inicio de los cortes aproximadamente a los diez años
y lo relaciona con sentimientos de minusvalía y de no ser querida,
lo que asocia con el alejamiento paterno. En consulta relata: «A los
once me corté; intenté juntarme con él de nuevo, ahí lo vi tres veces y
después se fue», «Mi abuela, a las semanas de la muerte de mi madre,
2 Para salvaguardar la identidad y preservar el anonimato se modicaron los datos
de los pacientes.
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me dijo que nadie estaba encargado de mí», «Todo el mundo me hace
sentir mal, me dicen que ahora soy como la madre [respecto a mi her-
mano]», «Siento que ahora nadie tiene el control; no sé qué va a pasar,
estoy ansiosa, como todo el día», «Siento que no tengo control de las
cosas y me pongo mal; me pongo nerviosa, me desespero», «Mi madre
no está, se fue; tenía cáncer de mama», «En casa hablábamos de eso,
pero yo no quería escuchar eso».
Se detecta, además, la presencia de otras conductas de riesgo,
como el consumo de sustancias psicoactivas de forma episódica, pun-
tual, en contexto de gran malestar y desborde: «Yo me drogo porque
quiero, yo voy a la boca, yo la pago, me la pongo; ahí me siento en
control».
Realiza salidas intempestivas del hogar o del liceo en momentos
de frustración o intensa angustia, y vagabundeaba por zonas de con-
texto crítico, expuesta a situaciones de peligro. Al respecto, comenta:
«Yo en ese momento no pensaba, cuando lo hago; después me pongo
nerviosa», «En el momento no me importa, si pasa, pasa».
Diferentes autores coinciden en darles a los cortes en el adoles-
cente el estatuto de un comportamiento impulsivo, como algo que se
escapa, pero que al mismo tiempo se necesita escribir en la piel; una
forma de apropiarse del cuerpo y, a la vez, poder decir lo que le está
sucediendo (Le Breton, 2011; Manca, 2011; Kuras de Mauer; 2015). La
paciente de nuestra viñeta, al referirse al episodio de cortes que moti-
vó la consulta, relata que ocurrió en un momento de intensa angustia
que se desencadenó repentinamente y en el cual no había palabras
para mediar. A raíz de un evento conictivo con su padrastro, realizó
los cortes en soledad y volvió posteriormente a la escena familiar, don-
de las heridas quedaron a la vista, a modo de señal o alerta respecto a
lo que estaba ocurriendo.
Es frecuente encontrar intensos sentimientos de abandono y sole-
dad detrás de estas actuaciones autodestructivas, ligados a experien-
cias tempranas de carencias afectivas. Citando a Dartiguelongue, Sardar
(2020) sostiene que, si bien la conducta se realiza en soledad, tiene ha-
bitualmente como antecedente y estímulo situaciones de abandono,
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Autolesiones y conductas de riesgo en la adolescencia. Cortarse para no perder el lazo
Ana Goodson y Juan Irigoyen
descuido o indiferencia ejercidas por un otro. Tras manifestaciones in-
herentes al proceso adolescente —como el mostrarse desaante con
sus adultos referentes, desconado y con dicultades para expresar lo
que siente—, puede ser que el adulto se retire, impotente, y decline en
su función parental, lo que ubica al adolescente como un objeto resi-
dual. Esto lleva a que el adolescente sienta la indiferencia del mundo
adulto (Sardar, 2020). Janin (2013) señala la autolesión como un recurso
al que el adolescente muchas veces recurre como forma de declararse
existente en un mundo en el que se percibe sin lugar.
En nuestro caso, la propia adolescente logra vincular posterior-
mente sus conductas de corte con sentimientos de abandono: prime-
ro, de su padre y, luego, tras el fallecimiento de su madre. A pesar de
tratarse de circunstancias claramente diferentes, C resume ambas si-
tuaciones con un mismo enunciado: «se fue». También expresa senti-
mientos de abandono respecto de sus abuelos y padrastro, y relata pa-
labras que atribuye a su abuela, quien habría dicho que no hay ningún
adulto a cargo de ella.
Estos aspectos nos remiten a la crisis familiar que surge correlati-
va a la crisis del adolescente, a partir de la cual los adultos en función
parental deberían poder ocupar su lugar de otra manera, que llevase a
modicaciones en la organización y dinámica de la familia, en función
de las nuevas necesidades del ahora adolescente. Para esta adoles-
cente y su familia, a la crisis familiar esperable se le agregó la pérdi-
da de una integrante fundamental del núcleo familiar, con el consi-
guiente duelo de los adultos referentes que quedaron y sus inherentes
repercusiones.
Para Sardar (2020), el modo en que el adolescente puede resolver
la angustia relacionada con los diferentes procesos y situaciones in-
herentes a su etapa tiene que ver con el modo en que esta angustia
es tomada por el otro familiar. Cuando a estos les es difícil tolerarla,
la tensión agresiva puede verse aumentada y, ante la falta de recursos
psíquicos, el adolescente podría recurrir a mecanismos más arcaicos y
volcar la agresividad hacía sí mismo.
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ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/6.1.1.
Detectar los cuidados que esta adolescente estaba necesitando,
que de alguna manera y a través de sus actos ella misma reclamaba,
fue un elemento fundamental en el trabajo con la familia y un precur-
sor de movimientos favorables en la adolescente.
Desde el lado de la adolescente, ¿cómo se afrontan los múltiples
desafíos del trabajo adolescente, incluida la desidealización de las -
guras parentales de la infancia, con una mamá fallecida y en un mo-
mento en el que los adultos referentes que han quedado están en pro-
ceso de duelo? A la pérdida, en los hechos, del sostén materno por
su muerte se le suma el desafío de una etapa vital cuya tarea será la
conquista de autonomía. En busca de esta conquista, el adolescente
intenta cortarse solo, expresión que hace alusión al mismo tiempo al
«desgarro del desasimiento marcado en la piel, la búsqueda y el dolor
de estar solo, y la insuciencia de recursos narcisistas para construir
una nueva imagen corporal» (Kuras de Mauer y May, 2015, p. 4).
CONDUCTAS QUE INVOLUCRAN EL CUERPO
El corte funciona como una puesta en el cuerpo de conictos y
afectos, que busca regular tensiones a través de su ataque. En contex-
to de entrevista, C dice: «Siento que no tengo control […] y me pongo
mal; me pongo nerviosa, me desespero». Al desconocer las determi-
naciones inconscientes que generan esta angustia insoportable, se la
pone en acto buscando el alivio y se genera así una forma particular
de luchar contra el malestar. Al cortarse, el circuito de angustia y ali-
vio queda inscripto en la piel a través de sus marcas, lo que impide la
desmentida.
Lo que se corta es la piel, envoltorio a través del cual se dieron los
primeros intercambios con la madre. Sobre esta supercie, que me-
diante las distintas experiencias sensoriales tempranas queda inves-
tida como supercie libidinal, impactarán tanto el amor y la ternura,
como la sobreexcitación y el trauma. En un momento de reedición de
viejas carencias narcisistas que se desencadena a partir del proceso
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Autolesiones y conductas de riesgo en la adolescencia. Cortarse para no perder el lazo
Ana Goodson y Juan Irigoyen
adolescente, el acto de cortarse la envoltura de la piel y sus marcas
podrían ser testimonio de una insuciente libidinización de los bordes
de ese cuerpo.
Por otra parte, el cuerpo, como sustrato fundacional para lo psí-
quico desde los inicios de la vida, adquiere en la adolescencia un
lugar central: con sus múltiples transformaciones en lo físico, se
convierte en soporte visible, a la vez que disparador de todo el mo-
vimiento psíquico que constituye el proceso adolescente. Los cam-
bios corporales de la pubertad son experimentados por el sujeto con
extrañamiento y desconocimiento de un cuerpo que se vive como
descoordinado, torpe, disarmónico y fragmentado. Esto lo enfrenta a
una doble exigencia: por un lado, al duelo por el cuerpo infantil y, por
otro, a la tarea de reinscripción psíquica de un nuevo cuerpo diferen-
te al de la infancia.
Algunos autores entienden las autolesiones como un intento de
delimitar el espacio de ese nuevo cuerpo extraño (Le Breton, 2011;
Kuras de Mauer, 2015; Sardar, 2020). La autoincisión permitiría bor-
dear un límite allí donde no se lo percibe en forma consistente, en
un intento de delimitación y apropiación del nuevo y propio cuerpo.
También, en el acto habría una voluntad de deshacerse de una parte
de sí y, sobre todo, de la parte que ocasiona sufrimiento.
El cuerpo es también escenario que convoca la mirada del otro y la
propia mirada; puede convertirse en el lugar donde, mediante actos, se
hagan tangibles las búsquedas y los conictos que se están batallando.
Para Le Breton (2011), el lazo que existe entre uno y uno mismo, y el
que nos relaciona con el mundo, es en ambos casos el cuerpo. Se com-
prende, así, que el pasaje sea corporal. El cuerpo debe amarrarse a algo
para que la vida pueda tener un sentido; se trata de encontrar en una
experiencia del cuerpo el lugar desde el cual iniciar una relación con el
mundo.
La interpretación que el individuo hace del propio cuerpo y del
mundo constituye la posición que sostiene el sentido de la vida para
cada uno y lo ubica en forma subjetiva frente a sí mismo y a los de-
más. El juego con la muerte es una forma de interrogar el sentido de la
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vida. Para Le Breton (2011), en estas conductas no hay en el adolescen-
te un deseo ni una búsqueda de muerte; al contrario de morir, desea
vivir más, lograr una intensidad de ser.
Estas conductas del adolescente muestran la necesidad de ar-
mar su identidad, asegurar un sentimiento de sí y de ser el actor de su
propia historia. Esto se traduce en un juego, más o menos simbólico,
consistente en probar los propios límites al confrontar los que fueron
establecidos por el entorno familiar y social. Se trata de un desafío
personal que provoca un momento de intensidad de ser y genera, lue-
go, muchas veces, el sentimiento del propio valor, del propio coraje.
Ponen en funcionamiento un narcisismo que permite reconstruirse. Es
un forcejear para poder por n acceder a sí mismo.
En estos gestos también puede buscarse provocar y controlar el
entorno. Las conductas autolesivas provocan gran impacto social, ya
que la búsqueda de la sobrevivencia es un principio inherente tanto
a los seres humanos como al resto de los seres vivos. A través de esta
violencia hay una provocación al entorno, a manera de reclamo por
sus fallas, pero también para testear el amor que se le tiene. En un
justo reclamo por no haber sido ni ser reconocido como sujeto de
pleno derecho, valorado en su proximidad y también en su alteridad,
estas conductas son el doloroso rodeo para aanzar el valor de su
existencia ante los ojos de los otros. A la vez, en estas conductas hay
un intento de comunicar a los otros el sufrimiento por el que se está
transitando, en lo que está implícita la búsqueda de un soporte am-
biental y el deseo de iniciar una relación con el mundo y ser incluido
en él.
Este probar los propios límites y los límites de los otros forma par-
te de la normalidad. Pero, si el adolescente no encuentra un entorno
que se sostenga y sobreviva a sus movimientos, el proceso podrá dege-
nerar y tomar un curso no saludable. Es muy difícil hacerse carne en
un mundo problemático.
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Autolesiones y conductas de riesgo en la adolescencia. Cortarse para no perder el lazo
Ana Goodson y Juan Irigoyen
EL ACTO COMO LLAMADO
Nuestra adolescente se corta y exhibe inmediatamente sus múl-
tiples lesiones sangrantes a su padrastro, quien de forma inmediata
convoca a sus abuelos, lo que determina el movimiento de todo este
núcleo familiar a concurrir al hospital. En las consultas siguientes a la
inicial, relata en varias ocasiones sus conductas de riesgo en un tono
de armación propia y exaltación tal, que provoca en quien la recibe
un espanto del cual ella no da cuenta y, por momentos, incluso dudas
respecto a la magnitud real de lo relatado. Al mismo tiempo, surge la
certeza de su búsqueda de ser recibida y atendida en sus necesidades,
más allá de no poder explicitarla.
Estas conductas, a pesar del riesgo de nefastas consecuencias im-
previstas, los sufrimientos que arrastran y el funcionamiento psicopa-
tológico que implican en el momento y a futuro, podrían llegar a poseer
cierta vertiente positiva, especialmente si llevan al movimiento del en-
torno. En sí mismas —y sin dejar de insistir en el riesgo— pueden, en
ocasiones, favorecer la toma de autonomía de la persona y la búsqueda
de sus marcas. A veces, abren la posibilidad a una mejor imagen de sí
misma y no dejan de ser un medio para construirse una identidad.
Desde el mundo adulto que lo circunda, será fundamental enten-
der estas conductas como un llamado. Esto nos lleva a evocar la frase
frecuentemente oída en estas situaciones, dicha en tono peyorativo:
«Lo que pasa es que quiere llamar la atención». En su condición de
llamado —aunque sin olvidar las distancias pertinentes—, estas con-
ductas recuerdan ese otro llamado que es el llanto del bebé, mediante
el cual, al inicio y aún sin denida intención, logra que ese otro prio-
ritario acuda en su auxilio. Es un llamado que no es un mensaje en sí;
es un llamado luego del cual se podrá llegar a enunciar el mensaje.
Para C, la respuesta a su llamado implicó un primer movimiento
de su familia, que, al observar las lesiones que se había provocado, la
llevó a consultar. A partir de esto, recibirla en el hospital y asistirla
desde un posicionamiento y lectura analítica de la situación por la
que atravesaba fue un factor fundamental para que ella adhiriera a la
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Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 6(1), enero-junio 2025, pp. 13-28.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/6.1.1.
propuesta de continuar trabajando en conjunto y volviera a las con-
sultas posteriores. Por eso, es fundamental la calidad del recibimiento
desde el primer momento, teniendo en cuenta que la mayoría de las
veces el adolescente es traído por otros a la consulta, sin un claro pe-
dido de ayuda de su parte o preocupación por lo que le estaría ocu-
rriendo. Desde el comienzo se buscará establecer un lazo de conanza
con el adolescente, para que se sienta cómodo y entendido en su sufri-
miento, más allá de lo que sus palabras puedan decir.
En este recibimiento estarán involucradas y serán de suma im-
portancia nuestra mirada y nuestra actitud corporal. También nuestra
capacidad de reconocer y otorgar el tiempo necesario para el silencio.
Bleichmar (2015) destaca el concepto de Laplanche de acogida benevo-
lente como la postura ética del analista frente al paciente. Brindar un
espacio sin juicios y desde una actitud abierta llevará a que el diálogo
analítico propicie la reconstrucción de conexiones psíquicas que pue-
den haberse debilitado o perdido. Es tan nocivo el recibimiento indi-
ferente como la manifestación explícita de los propios afectos, y la
calma no es lo mismo que la impasibilidad ni la abstinencia es indife-
rencia. Desde esta acogida será posible construir otra forma de estar
con un otro.
En esa primera etapa, hablar de la mamá y de su fallecimiento
era algo reiteradamente evitado por la adolescente. Al referirse a los
momentos en que se hablaba al respecto en la casa, ella expresa: «Yo
no quería escuchar», y a la vez que critica y reclama a los adultos que
sí están. Su vivencia de que nadie tenía el control de la situación y su
búsqueda de este por las vías inadecuadas fue entendida como deriva-
da de su situación real de haber quedado en la intersección difusa y de
vacío entre los cuidados del padrastro y los de los abuelos.
Con el paciente, la escucha y la comprensión del terapeuta, de ese
doloroso y agonizante aviso a través del acto, constituyen un punto
transferencial muy importante. A partir del eje transferencia-contra-
transferencia, el desafío es crear un espacio en el encuentro que in-
corpore la capacidad de pensar anticipándose a la acción. Si el foco
queda en el acto en sí y se busca darle un sentido inmediato, antes de
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Autolesiones y conductas de riesgo en la adolescencia. Cortarse para no perder el lazo
Ana Goodson y Juan Irigoyen
despejar la función efectiva que cumple en el funcionamiento psíquico
del adolescente, probablemente no llegaremos muy lejos. Reconocer
los afectos que la alimentan y las representaciones que intenta a la
vez evitar y mostrar parece ser una vía de acceso útil para que no lle-
gue a ser necesario actuar. Al despejar su función, pueden desplegarse
las signicaciones defensivas que tiene y también hacia dónde se diri-
gen y qué elementos determinan su repetición.
Con nuestra adolescente, sin dejar de sostener una mirada analí-
tica, más que favorecer una descomposición y desligazón, se propició
un trabajo de construcción. Se relacionaron situaciones y vivencias, se
tradujo el saber actuado a la forma de palabra y se abrió camino a la
simbolización y la historización.
EL SOSTÉN ANALÍTICO
El paciente adolescente demanda de quien lo asiste en estas si-
tuaciones —psicoterapeuta, psicólogo, psiquiatra — algo más que sus
capacidades afectivas y empáticas: también su funcionamiento men-
tal. Esto implica brindarse para ser amado, odiado, idealizado, objeto
persecutorio y perseguido, en el intento de instaurar otras bases a par-
tir de un objeto que perdure y no se destruya tan fácilmente frente a
los avatares psíquicos que transita. Para poder ofrecer esta respuesta
oportuna y cualitativamente adecuada, determinada por un posicio-
namiento y una mirada analítica, será fundamental el propio análisis
de quien se proponga llevarla adelante.
En el caso de C, este abordaje inicial —al que llamamos de consultas
terapéuticas— dio lugar, tras varias semanas de trabajo, a que la adoles-
cente accediera a un posterior proceso psicoterapéutico psicoanalítico
de aproximadamente dos años de duración, dentro del Programa de
Intervenciones Psicoterapéuticas del mismo hospital.
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