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ESCUCHAR-RECIBIR-ENTENDER
Rafael Berta Grezzi
Doctor en Medicina
Médico Psiquiatra
Miembro Habilitante de AUDEPP
Profesor adjunto del IUPA
Correo electrónico: rafaelfbertagrezzi@gmail.com
ORCID: 0000-0002-7337-6119
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Resumen
La prosperidad de la conversación reside en la posibilidad de habitarla como conduc-
tores-conducidos y recorrerla de tal manera que los acontecimientos vivenciales novedo-
sos devengan pensamiento y experiencia. Así la conversación se instala en un lugar prin-
cipal en la actividad subjetivante. Platón advierte un debilitamiento en tal procedimiento
subjetivante, que se manifiesta en una alteración del entendimiento a través del diálogo:
«¡Cómo podemos entendernos si no podemos escucharnos!». Andamos aquí unos pasos
en el camino del entendimiento y sus circunstancias sin más fin que pensar y compartir
ideas en el área de la comprensión y el desarrollo ontogenético del hombre.
Palabras clave: entender, diálogo, receptividad, subjetividad, mentalización, pensa-
miento, tantalización.
Listen-Receive-Understand
Abstract
The prosperity of conversation resides in the possibility of inhabiting it as
conductors-driven and going through it in such a way that new life events become
thought and experience. Thus the conversation is installed in a main place in the
subjective activity. Platon notices a weakening in such a subjective procedure that
manifests itself in an alteration of the understanding through the dialogue: “How can we
understand ourselves if we cannot hear ourselves!” We’ll take a few steps on the path of
understanding and its circumstances with no other purpose than to think and share ideas
in the area of man’s understanding and ontogenetic development.
Keywords: understand, dialogue, receptivity, subjectivity, mentalization, thought,
tantalization.
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¿Cómo pensar con la emoción?
¿Cómo sentir con el pensamiento?
Fernando Pessoa (2002, p. 105)
En El Banquete o del Amor, de Platón (1968), con sorpresa vemos que
no comen nada, solo una copa de vino dulce y conversación, manera de
Platón de decirnos que lo que nutre es el diálogo entre amigos, el amor,
la confianza. Se crea y despliega toda una intersticialidad permeable y
subjetivante que promueve el conocimiento y el desarrollo del par nar-
cisismo-social/ismo a través de los datos y estímulos que, como precur-
sores del pensamiento, residen en la conversación (precursores yoicos).
Allí vemos en movimiento el hecho de vitalidad y valencia ontogenética
que habita en el diálogo. En él, un estado mental determinado cede paso
a otro momento o estado mental, componiendo un sistema inestable que
se balancea en el par equilibrio-desequilibrio. Constatamos, asimismo,
el valor que la pluralidad adquiere en la conformación de la subjetivi-
dad. Esta situación supone que hemos aceptado los riesgos de asistir al
momento y hablar de aquello que estamos invitados a conversar y, así,
construir lo que nos irá construyendo. De ocurrir de tal manera, enton-
ces nos instalamos como habitantes-habitados, conductores-conducidos,
dentro del vaivén continuidad-discontinuidad inherente a todo coloquio
que, como narrativa cohesionante, tiende al conocimiento y al desarrollo
a través del entendimiento y la comprensión.
Esta intersticialidad permeable de actividad subjetivante en la clí-
nica de psicoterapia psicoanalítica se vivencia desde el padecimiento
que la inmediatez del acontecimiento transferencia-contratransferencia
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nos muestra como disturbio que resulta en sí precursor del pensamien-
to. «Sentir es alimento de pensar», dice Pessoa (2002, s. p.). El sobresal-
to contratransferencial y el acontecimiento se dan uno a la luz del otro,
como circunstancia que facilita la puesta en marcha del pensamiento y el
procedimiento de tender hacia la Verdad dentro de las posibilidades del
conocimiento humano.
Desde aquí, siento válido plantear la hipótesis de que toda conversa-
ción genera un intervalo más allá de la distinción sujeto-objeto, que a su
vez busca promover y renovar. Escuchamos lo que el paciente dice y, aun
más, lo que sentimos a propósito de lo que él comenta, en un intervalo
donde lo que dice y lo que escucho se entrelazan en uno para recompo-
nerse dos, a través de la idea pronunciada en el relato de la palabra y el
tiempo. Lo que oímos, lo que vemos, señala el momento desde donde
escuchamos y miramos. Lo que decimos señala el momento desde donde
hablamos. Resulta como en el mito de Proteo, donde este —como re-
presentante de la Verdad y sus cambios— muestra, desafía y convoca la
plasticidad en la génesis ideica dentro de un escenario donde el cambio
y la mismidad se dan en todos los participantes del encuentro, quienes se
irían con las manos vacías, pero con la idea en la mente (Grimal, 1984).
En su multiformidad, Proteo nos muestra que lo que se ha perdido en
extensión sensorial se gana en profundidad sensible.
Así, en la conversación trófica o de desarrollo, lo otro del otro convoca
lo otro de mí (escenario proteico). Y, con ello, la conmoción y el desequi-
librio inherentes al entendimiento y la comprensión dan luz a una inte-
rioridad permeable, fértil, creadora y temporal, que hace visible la multi-
plicidad en la subjetividad, donde lo de hoy, en tanto que novedad, no se
puede comprender con la mirada de ayer, sino con la de ahora por deve-
nir pensamiento. De esta manera, es sencillo comprender que el hombre
es una construcción en construcción constante, en la cual la receptividad
—como don y función— resulta principal para la mentalización.
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Me gustaría aquí compartir algunas ideas acerca de estos conceptos
de receptividad y mentalización.
Hegel (1984) piensa que el espíritu sería la singularización del Alma
universal a través de la desexternación y reversión de la Naturaleza, que
se manifiesta como idea. Pone énfasis en la receptividad y la transforma-
ción para la actividad subjetivante manifestada como idea. Dice que el es-
píritu, al testimoniarse, se produce a sí mismo (Hegel, 1984). Sintonizando
con él, si la condición humana fuera el despliegue de la sensibilidad, ve-
ríamos que esta se desarrolla en la medida en que se expresa. Aristóteles
(2000) sostenía que el alma es el número que se mueve a sí mismo y, en
esta misma línea, Bion (1980) piensa que todo nuevo conocimiento plan-
tea otras perspectivas de problemas a resolver, pensamientos en busca
de pensador. Sí, el sistema simbólico y simbolizador, al expresarse, busca
su propio desarrollo dentro del universo del conocimiento. El sentido del
símbolo, dice Hegel (1971), es su contenido vehiculizado en la expresión
que, como fenómeno sensible, se dirige a los sentidos… para continuar
andando y recreándose, agregamos nosotros. Aquí, el pensamiento es
forjado desde y hacia la vivencia sensorial (Bion, 1980), con toda la con-
moción que esto supone como novedad y descondicionamiento.
En esta circunstancia, la idea es un transitorio finito dentro del infini-
to y su vitalidad reside en que, habitada de su propio cambio, la idea es
tiempo y otredad. La idea viva lleva en sí el contenido que la trasciende,
su perímetro sería un límite aparente en el inconmensurable camino del
pensamiento. En este sentido, la estabilidad de la manifestación genera su
propia inestabilidad para continuar en desarrollo dentro del proceso de
ser deviniendo. Pero no hemos de olvidar que pensamos porque nos pen-
saron. Hemos sido y somos el estímulo sensorio-emocional que estimuló
y estimula el pensamiento de otro, como ese otro lo es para nosotros.
Desde este vértice, planteamos que en el contexto conversacional mi
pensamiento surge de tu lenguaje para promover tu pensamiento desde
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mi lenguaje. Así, cabe decir que en todo proceso vivo el pensamiento
hace al lenguaje haciéndose por el lenguaje, tanto sea a nivel inter como
intrapersonal.
En Inhibición, síntoma y angustia, Freud (1976) plantea que el peligro
del nacimiento carece de contenido psíquico; el feto no ha de notar más
que una enorme perturbación en la economía, equilibrio narcisista. Esto
es un hecho dado en un lenguaje pantoplástico a ser mentalizado tanto
por la madre como por el niño. Ambos carecen de pensamiento para
tal novedad, pero hay sí un notar, captar, ansiedad, peligro, conmoción,
expectativa…, toda una constelación somato-mental que reclama una
iniciativa y una respuesta vincular que les brinde entendimiento, idea,
pensamiento…, en fin, proceso ontogenético. Nuevamente, lo plural en
función de la unidad, donde nos construye lo que construimos a partir de
datos y eventos sensorio-emocionales, que operan como precursores del
pensamiento, si los podemos recibir, transformar y mentalizar.
En esta línea, vemos que el porvenir de todo encuentro, de toda con-
versación, está en relación al destino que toman los componentes sen-
sorio-emocionales que en ella habitan como precursores del narcisismo
yoico. Parece sencillo, pero la vida y lo humano —lleno de misterios— es
advertido aquí por Demócrito, quien nos dice: «Los males para el hom-
bre provienen de bienes cuando no los maneja con solvencia y soltura»
(Caño Guiral, 1991, p. 51). En este mismo sentido, Bion (1980) subraya los
costos que implica para lo mental la claudicación o la subutilización de
la vivencia sensorio-emocional. En esta circunstancia, Bion (1980) habla
de inanición mental y psíquica, en cuanto a que la alteración del tránsito
sensorio-sensible afecta la ideación, alienta el vacío y promueve el incre-
mento de ansiedades tantalizadoras. Esto es, permanecer rodeado de un
todo sensorial al alcance, pero indisponible e inaccesible, como en el mito
de Tántalo, donde ocurre lo inverso que con Proteo: el hombre se va con
las manos llenas, pero la mente en blanco, siendo el objeto obsolescente
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como corolario del desvitalizado proceso ideacional. El padecimiento de
Tántalo es no poder pensar y, como dirá Hegel (1985), pensar es lo que
hace hombre al hombre. Así es que Shakespeare (2004) concluye que el
hombre superfluo es aquel que no ve porque no siente. Y estamos de
acuerdo si, para ver, sentir en tanto ver es el retorno aferente del mirar
y se consagra como idea en el sentido etimológico, yo-vi, del concepto.
Volvemos, entonces, a escuchar a Pessoa (2002): «sentir es alimento
de pensar» (s. p.). Se resaltan en estos ejemplos lo principal que resulta la
receptividad, la vía aferente en el ser y estar ahí en y con los acontecimien-
tos. Para Heráclito, «aquellos que no han aprendido tras haber escuchado
parecen sordos; a ellos cabe el dicho “ausentes aunque presentes”» (Caño
Guiral, 1991, p. 24)… Y cuántas veces somos nosotros, los terapeutas,
quienes nos ausentamos del escuchar para entender y distorsionamos,
entonces, la fertilidad del diálogo.
Un hombre quiebra la voz más allá del contenido del relato, le pre-
gunto: «¿Por qué se angustia?». «Porque usted me escucha», responde.
Encontrarnos en la mirada contiene la belleza de entendernos, de residir
en el pensamiento del otro, que nos habita en el intervalo donde ambos
somos anfitriones entreteniéndonos. Tendríamos que guardar el celular y
correr el riesgo de redescubrir la textura del campo vincular más allá del
universo bidimensional y liso de la pantalla.
El hombre muchas veces se posiciona y detiene en la intersección de
dos grandes miedos: el temor a asumir la mismidad y el temor a perderla,
el temor a arribar al yo y el temor a perderlo. Y ahí debilita la construc-
ción de su vida y su temporalidad como sujeto de deseo y permanece
expuesto en un momento cristalizado, como objeto de necesidad atrapa-
do en el vacío de la imposibilidad tantalizadora. «La tragedia no es ser, la
tragedia es ser Yo», expresa Kundera (1990) en La inmortalidad.
Estas circunstancias, en que ciertas ansiedades no se han podi-
do recorrer y transformar en pensamiento, se manifiestan luego como
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restrictivas de la movilidad y predisponen a que rechacemos toda conmo-
ción y movimiento que —como precursor mental, psíquico y yoico— nos
interpela en cuanto al equilibrio logrado. «Todo lo que tiene valor para el
hombre ha de residir en su propio pensamiento» (Hegel, 1984, s. p.). Con
esta reflexión, Hegel (1984) nos invita a volver a ver la importancia que
el intangible universo mental y simbólico tiene en el volumen existencial.
El mito de Orfeo despliega una peripecia acerca del dolor inherente a
la composición simbólica, donde los misterios órficos remiten a un creci-
miento mental a través del tránsito por el duelo (Grimal, 1984). Lo que se
pierde en extensión sensorial se gana en profundidad sensible. Orfeo sale
del Hades sin Eurídice en la percepción, pero con Eurídice en la represen-
tación. El dolor corporal da lugar al anímico cuando la investidura en área
narcisista se abre a la investidura de objeto. Haciendo abstracción con
Bion (1965), diríamos que soy lo que veré si la mordedura cuerpo-mente
se hace idea en el tiempo; si la idea, la representación, corresponde a un
orden binario que dice tanto de una distancia, espacio exterior, como de
un volumen y espacio interior, que no excluye la instantaneidad inmedia-
ta del Ser, más bien cohabitan en asistencia recíproca y simultánea.
Bien, llegados aquí, volvemos hacia el campo vincular ontogenético
y nos encontramos con Platón (1998), casi que exclamando: «¡Cómo po-
demos entendernos si no podemos escucharnos!». ¡Qué vigencia Platón,
escribiendo el diario de hoy!: escuchar para entender y entender para
conocer en un itinerario donde el crecimiento se da en los parámetros
del cambio y la mismidad. Nuevamente aquí, lo ontogenético, que supone
la presencia del otro, el paciente, el vecino, el colega, el amigo, nosotros
mismos…, con las novedades discursivas que vienen a irrumpir en el es-
tado de equilibrio preexistente.
«Yo con mi narcisismo no tengo problemas, tengo problemas con el
tuyo», bromeaba el maestro Héctor Garbarino. Todo el otro es un desafío
al equilibrio u homeostasis narcisista.
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Un paciente esquizofrénico me dice fríamente: «No te entiendo…».
Es que, de hacerlo, ha de reconocerme como distinto y ha de experimen-
tarse como subjetividad delimitada. Esto supondría un desgajarse de la
unidad que conmigo es y el dolor mental, anímico, espiritual, que surge en
una dimensión para la cual se vive frágil, mal hecho, caotiforme. También
me muestra, desde el registro contratransferencial, algo así como: «Mirá
cómo duele carecer de lugar en la vida del otro», es decir, no calificar, no
ser en el otro o ser nada en él. Este debilitamiento en la valoración del
encuentro, donde entender para ser entendido nos reconoce y convali-
da, lo lleva a decir en presencia de la madre que no tiene madre, que ha
muerto. Es que el entendimiento, como función, precisa una fuerza vital
y vitalizante como factor.
Otra paciente repite, como en eco de sí misma: «¿Me entiende?»; lo
reitera como un estribillo que se torna reclamo, y se hace el dato de ma-
yor valor en la comunicación. Precisa casi que inaugurar lo que una vez
fue carencia. Ser entendido es la necesidad humana básica, dice Hegel
(1971). Corroborarnos en el pensamiento del otro, ser alojados en él, con-
firma nuestro contenido existencial más allá de la imagen del espejo de
cristal. Esta vivencia de ser entendido comporta un sentimiento de ali-
vio con la característica de instalarse en el par narcisismo-social/ismo,
que hace resonancia en un estado de nostalgia y dolor inherente a la
discriminación-subjetivación.
«Llamo al mundo y no me da línea», insiste otro paciente en la bús-
queda de interlocutores válidos, en la sana demanda de que esté ahí, de
que no me ausente del diálogo mentalizador, del acontecimiento, del aho-
ra, donde ambos crecemos desde la conmoción de ser facilitadores onto-
genéticos uno del otro.
Bion (1985) advierte que la psicoterapia ha de crear un dispositivo
de mutuo desarrollo y crecimiento mental. El objeto de la indagación
del psicoanálisis es la relación misma y los vaivenes que facilitan o no
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el desarrollo del conocimiento de los que ahí se encuentran. En otra si-
tuación, veo que mi intervención es buena y lo que le va dando forma a
esta idea con el paso del tiempo es que el paciente no escucha, descarta,
subutiliza mis palabras reduciéndolas a sonido —diría Bion—, cambia de
tema y aquello que es de él, con lo que me ha convidado a pensar, cae en
un territorio que no se deja tocar, que alimenta el vacío que lo genera, que
incrementa lo tantalizador. Descalifica mi intervención como descalifica
a las parejas que le brindan un fugaz sentimiento de triunfo y viabilidad
en la existencia. En este caso, el temor a asumirse desde escuchar lo
que ha dado a entender de sí se acompaña del temor a morir, junto a la
sensación de una vida no vivida, en tanto que de ella no puede disponer
por temor a conocerse. Esto sería lo que lo hace reandar lo andado en un
ciclo asfixiante, consagrado a una temporalidad circular. Tiene logros que
no ve porque no siente, que no vive porque no piensa, y esto resulta una
muestra de lo que Bion llama ansiedad tantalizadora (estar rodeado de un
todo inaccesible). El momento de desencuentro evasivo ha eternizado el
malentendido, al claudicar en la función de devenir sí mismo, deviniendo
pensamiento y pensador, sentimiento y sentidor, en una temporalidad
conciliable con el conocimiento, que por resultar fallida se manifiesta a
través de una percepción de sí y de los demás vaga, difusa, alterada.
Desde este lugar volvemos a escuchar a Platón (1998): «¡Cómo po-
demos entendernos si no podemos escucharnos!» y pensamos, contra-
viniendo a Aristóteles (2000), que mal puede el hombre ser político por
naturaleza si no se entiende.
¿Qué tendría el desarrollo de la filosofía y el psicoanálisis que aportar
en este contexto actual, más de acuerdo con Platón que con el optimismo
aristotélico?
Hegel (1971) dice que desde que el objeto se da a través del senti-
miento, ya no aparece en su carácter esencial y propio. Entonces, lo que
vemos señala el lugar desde donde miramos. De ahí que lo que se ve está
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en el observador, o bien, como propone Pessoa (2002), que «no están ahí
las cosas que veo» (s. p.). Esto no viene más que a cuestionarnos: ¿qué
conocemos cuando conocemos?, ¿qué conocen cuando nos conocen?
Porque somos el otro del otro que es el otro para mí. Podríamos decir que
conocemos conociéndonos y que, felizmente, no hay un conocimiento
acabado, cerrado o saturado, sino que todo tiende a suceder en un pro-
ceso de entendimiento donde el pensamiento es manifestación, relato y
recurso de conocimiento.
Ahora bien, en esta dinámica todo es más complejo, más proteico,
cuando la cuestión es entre seres animados, en tanto que los movimien-
tos implícitos en lo vital suponen la participación de emociones básicas:
conmoción, amor, odio, conocimiento, desequilibrio, ansiedad, incerti-
dumbre, etcétera. Así es que, volviendo a la situación de diálogo, en este
lo más novedoso convoca lo más primario, arcaico y arcano, en la peripe-
cia del origen de la idea, el tiempo y la subjetividad. Convoca la dinámica
de la fusión-defusión, del intervalo más allá de la distinción sujeto-objeto
que busca y anhela, así como también la construcción de la mismidad o
su dilución en el tiempo del otro… «No hay dolor más atroz que ser feliz»
dice Zitarrosa (1978), pero no es para huir, sino para ver los costos de
correr los riesgos a la hora de involucrarse en el conocimiento de la vida;
porque lo otro es el desconocimiento y la indiferencia de los paraísos
artificiales, empantallados, obsolescentes, del hombre deshabitado, que
desliza el dedo tanto por la prisa del celular como por lo efímero de las
relaciones, por la vacuidad del ser. Sí, coincido con Zitarrosa: la vida de
compromiso afectivo es cara; hay otra más barata, pero no es vida. Claro
que a esto se llega y se elige, pero si no se llega, no se elige.
Escuchar, entender, es instalarse en el tiempo del otro, habitarse de él
y ahí constatar que, si lo individual es del ente, la subjetividad sucede en
el intersticio permeable continuidad-discontinuidad, que hace patentes el
sistema inestable y el par equilibrio-desequilibrio, en el que nos movemos
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y donde estamos —como terapeutas— invitados a compartir un camino
ontogenético con nuestros pacientes y a cohabitar tal camino como per-
sonas junto a otras personas.
En la estructura vincular bioniana, el origen es y sucede siempre y aho-
ra, y se da otra oportunidad si disponemos de los factores que hacen posi-
bles la receptividad y la mentalización como función. El otro es un acuerdo
plural que construimos y nos construye, donde el símbolo es el tiempo,
que —rescatándose de la eternidad— cosecha historia y siembra porvenir.
Para finalizar, recordemos que los denominados precursores yoicos
desde el evento sensorial quebrantan el equilibrio narcisista, cualquiera
sea, en un momento dado y son, a su vez, su única salida. Ahí es que la
idea recompone el desequilibrio y la conmoción que la invitan a ser.
Oliverio Girondo (1998), en el poema «Restringido propósito», nos
da un remanso a las competencias yoicas de tiempo completo. Expresa:
Demasiado corpóreo
limitado,
compacto.
Tendré que abrir los poros
y disgregarme un poco.
No digo demasiado.
(Girondo, 1998, p. 64)
Los poetas y creadores desde su poner donde no hay también muestran
esa otra posibilidad, en la que el universo simbólico plantea y requiere
una relación comensal ser-yo, mente-psique, universalidad-singularidad,
alma-espíritu, continuidad-discontinuidad; intervalo o suspensión narci-
sista; idea, tiempo, subjetividad…
Tú-yo.
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En esto, el trabajo de libertad residiría en la más o menos continua
búsqueda de la proteiformidad multisémica de los hechos.
§
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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