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LA DIMENSIÓN DEL TIEMPO EN
FREUD, DURAS Y TARKOVSKY
THE DIMENSION OF TIME IN FREUD,
DURAS AND TARKOVSKY
A DIMENSÃO DO TEMPO EM FREUD,
DURAS E TARKOVSKY
Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 4
(1), enero-junio 2023, pp. 53-69.
ISSN: 2730-4833 (papel), 2730-4957 (en línea). DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/4.1.4
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo
PEREIRA, D. (2023). La dimensión del tiempo en Freud, Duras y Tarkovsky.
Equinoccio.
Revista de psicoterapia psicoanalítica, 4
(1), 53-69. DOI: doi.org/10.53693/ERPPA/4.1.4
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Daniel Pereira
Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica
Montevideo, Uruguay
Correo electrónico: danielpereira2918@gmail.com
ORCID: 0000-0002-1140-7848
Recibido: 10/3/2023
Aceptado: 17/4/2023
Identidad y adolescencia desde la perspectiva filosófica del reconocimiento
Santiago Abadie Vicens
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Resumen
Este trabajo transita por algunos fundamentos de la metapsicología freudiana en
diálogo con la literatura de Marguerite Duras y la filmografía de Andrei Tarkovsky acer-
ca del tema de la complejidad de la inscripción del tiempo, la vivencia y el conflicto en
juego en la dimensión inconsciente.
Palabras clave: tiempo, inscripción, vivencia, escena.
Abstract
This article goes through some fundamentals of Freudian metapsychology
in dialogue with the literature of Marguerite Duras and the filmography of Andrei
Tarkovsky. It explores the complexity of the inscription of time, experience, and conflict
in the unconscious dimension.
Keywords: time, inscription, experience, scene.
Resumo
Este trabalho percorre alguns fundamentos da metapsicologia freudiana no diálogo
com a literatura de Marguerite Duras e a filmografia de Andrei Tarkovsky sobre o tema
da complexidade da inscrição do tempo, a vivência e o conflito em jogo na dimensão
inconsciente.
Palavras-chave: tempo, inscrição, vivência, cena.
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INSCRIPCIÓN DEL TIEMPO QUE SE HABITA
Una parábola, en cuanto que espacio que se va abriendo a partir del
trabajo con puntos y focos, es la tentativa que persigue este recorrido
al pretender un acotado acercamiento a la dimensión de lo temporal
que habita el sujeto desde la perspectiva de Sigmund Freud, Marguerite
Duras y Andrei Tarkovsky. La otra escena y la trama narrativa le otorgan
al tiempo la complejidad de los campos de posibilidades circundantes
que se precipitan para que se produzca el desfallecimiento o el adveni-
miento subjetivo.
El pulso de estos tres autores, en sus diferencias, cursa el tempera-
mento del exiliado que logra la distancia necesaria que permite una par-
ticular lectura y escucha: tenacidad de obra autoral en constante movi-
miento, que sigue relanzándose en un constante destilar. Lejos de pensar
una integración o convergencia de autores, la cita busca provocar puntos
de resonancia, abiertos y fragmentarios. El artificio del cine, contemporá-
neo al psicoanálisis, y la remota escritura literaria ayudan a no reducir la
dimensión del tiempo a lo cotidiano ni a lo cronológico.
FREUD Y LO TEMPORAL ARCAICO,
MEMORIA SIN RECUERDO
La dimensión temporal en los recorridos freudianos, desde su inven-
ción de una escucha analítica —donde dichas temporalidades son pes-
quisadas en elementos que dan cuenta de engranajes que van desde el
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reconocimiento de lo indiscriminado, lo dual, lo ternario en el terreno del
campo transferencial—, contienen efectos particulares en la intensidad y
la duración vivencial que en sí conllevan.
Tiempos primordiales de la retención-conservación del objeto, a par-
tir de la experiencia de satisfacción-frustración, son divisados por Freud
(1896/1994b) en su Carta 52 como el empalme de una primera temporali-
dad. Una huella mnémica se carga, se produce una memoria alucinatoria,
paradojal memoria sin recuerdo, a partir de los signos de percepción que
propician la actividad alucinatoria que busca la identidad de la vivencia.
Pensando el complejo ensamblaje vivencia - percepción - ulterior ac-
ceso al cuerpo - representación - pulsión - inconsciente, podemos acu-
dir a algunos apuntes que, en este sentido, nos procura Merleau-Ponty
(1918), quien plantea que la percepción y el objeto son juicios en los que
se realiza una verdad de reconocimiento. El mundo no es lo que se pien-
sa, sino lo que se vive; no se posee, es inabarcable.
El cuerpo es un objeto sin ausencia posible. Desde el cuerpo existen
los objetos en el tiempo y en el espacio de la vivencia. Aun así, el cuerpo
no está garantizado, transcurre en una duración llena de ilusiones: «El
juicio se introduce como aquello que falta a la sensación para hacer po-
sible una percepción» (Merleau-Ponty, 1918, p. 54), «La meta del pensar
práctico es la identidad» (Freud, 1895/1994k, p. 426).
Los primeros tiempos de omnipotencia son encarnados desde el des-
valimiento, donde la mirada, en su trayecto pulsional, vivifica o mata en
la indiferencia, da tregua o parasita: «Ya el contenido del delirio de obser-
vación sugiere que el observar no es sino una preparación del enjuiciar y
castigar» (Freud, 1932/1994l, p. 55). Cuando la mirada queda extraviada,
el terreno de las autorreferencias, intuiciones, plagio, el estatuto del otro,
pasa a tornarse trágico y perturbador: campo especular que habilita una
función de división en el campo de la imagen, afuera-adentro, operación
desde el autoerotismo al narcisismo, nueva temporalidad tramitada desde
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la mirada y el reconocimiento a la imagen, entre separación y continui-
dad, delimitación de contornos, conservación del objeto imagen.
La construcción freudiana parte de un mundo primordial de presen-
taciones alucinatorias como acceso a las inscripciones perceptivo-viven-
ciales. Estas transitan desde las temporalidades y las duraciones que con-
llevan la gratificación y la frustración, la espera podrá deslizarse hacia
los conflictos de ambivalencia. «La representación es, por consiguiente, el
producto de un compromiso, correcto en lo tocante a afecto y categoría,
falso por desplazamiento (descentramiento) temporal y sustitución analó-
gica» (Freud, 1896/1994h, p. 264). Si algo puede reconocérsele al psicoa-
nálisis es que permite que el tiempo, situado en vagos contornos, pueda
subjetivarse, temporizarse, historizarse desde la función del après-coup.
MARGUERITE DURAS: ATRAVESANDO LA MELANCOLÍA.
MANIOBRAS QUE PERMITEN TEMPORIZAR
Los tableros*1que indican que se nace antes de nacer biológicamente
hacen alusión a lo que aquí se plantea. El recorrido de Marguerite supone
atravesar el melancólico semblante materno, viendo más o menos los te-
rritorios y campos deseantes y de goce que la rodean. Busca con ello po-
der tener algún margen de movimiento posible de estatuto singular. Con el
sombrero que pasa a usar y la manera de vestirse que muestra en El aman-
te (Duras, 1984) da cuenta del intento de una combinación propia, que
accede al reconocimiento y el deseo ajeno, que la posiciona en todo un
campo nuevo de entramado de sexualidad y un nuevo tiempo subjetivo.
* Refiere a los movimientos subjetivos que son habilitados, según sean las fichas representa-
cionales de que disponga el entorno, que según como se vayan jugando pueden dar espacio
suficiente, o no, para la toma de un lugar.
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En Hiroshima mon amour, película dirigida por Alain Resnais (1959)
cuyo guion es provisto por Duras, los amantes aparecen con sus cuerpos
desnudos en un abrazo, cubiertos de cenizas, detenidos. Surge un tiempo,
los cuerpos son lavados por la lluvia, que quita la ceniza que dejó la bom-
ba: con ello se accede al brillo erótico. Los amantes de Duras se ubican en
otra proximidad y distancia sobre la Hiroshima atómica. El testimonio de
los amantes atraviesa lo que permanecía silenciado y sin tiempo. Logran
hablar de lo que nunca se había podido enunciar, mucho menos entra-
mar. A partir de los recuerdos del horror y la locura, surge una narrativa
íntegra, donde pueden empezar a apropiarse de aquello, nítida función
de après-coup.
El amante (Duras, 1984) muestra a la niña pobre con los labios pin-
tados, que relanza su imagen, como nueva escritura, a la orientación de
la mirada ajena, mercancía en los mapas del colonialismo del sexo. La
jovencita, a partir del ejercicio de su sexualidad, logra abrirse a un mundo
divergente al de la monotonía familiar, que tenía de estrella protagónica
a ese hermano dislocado y hostil, sobre el que se apoyaba el entusiasmo
y el extravío dual de su madre. La desfloración es transitada con alguien
que casi le duplica la edad, mediada por dinero, atrapada en una especie
de complicidad y entrega familiar, para poder salvar algo de la ruina eco-
nómica que habitan. Duras (1984) logró acceder a una distancia suficien-
te para que estas experiencias configuraran insumos para su obra. Toca
puntos que hoy se colocan dentro de la problemática del abuso.
Hay algunos puntos en común y otros en franco contraste entre la
amante de este guion cinematográfico y lo que, a título personal, he po-
dido observar en las adolescentes madres durante mi labor institucional
en un centro de 24 horas. Las encrucijadas que implican los abusos, que
han sido los causantes de dicho amparo, habitualmente no facilitan esa
distancia que habilita a la narrativa; ese no es el fuerte del que disponen
en primera instancia.
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Los excesos no permiten la ligazón, sino que facilitan la escisión, la
emergencia de un tiempo no ligado. Muchas veces transforman aquello
que a las jóvenes les tocó vivir de manera pasiva en una especie de ma-
niobra activa, para tornarlo un poco más tolerable, como si ese parasitis-
mo que les acontece fuese buscado o merecido, como en una especie de
hacerse hacer que otorgue razones a ese ser arrojado a sus circunstancias.
Llevan enrostrado el daño vivido, lidian con lapsos de insensibilidad que
aterra. Desánimo, estallidos, ataques y querellas son los tonos que dan
testimonio de la intensidad del desgarrador sufrimiento padecido. Lapsos
de extrañamiento de sí dan muestras de la volátil y precaria función de
reconocimiento y permanencia.
El trabajo con lo traumático conlleva los embates de lidiar con el te-
rreno de la confusión y lo indiscriminado. Allí dudamos de nuestra propia
memoria, podemos despersonalizarnos, perder por momentos la posibi-
lidad de pensar. Aun pensando la dimensión del deseo, algunos autores
vislumbran entripados que se imponen con restos alucinatorios: «lo aluci-
natorio es parte constitutiva del deseo inconsciente, como lo es también
la no representación» (Botella y Botella, 2003, p. 195).
La alucinación implica algo más allá de la memoria y de la repre-
sentación, donde se condensan percepciones y tiempos sin memoria. Se
producen transferencias complejas de urgencias y desesperación, donde
trabajar el daño, reconocerlo en su entidad, sin enquistarse en la lógica
imaginaria del padecimiento, que sustancia e inmoviliza.
La capacidad de maniobra para que se vaya abriendo lo represen-
tacional, apuntalado en lo afectivo, vuelve necesario poder actualizar y
entrar a un segundo tiempo de duelo, responsabilizarse del proceso de
emancipación de aquella posición de víctima, que fuerza a un tipo de
goce que envuelve, que esclaviza.
Hay roces que atañen a la posibilidad vivencial de sentir algo de la
consolidación que testimonia el acceso a la diferencia, a la posibilidad de
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salir de la escena perversa, al pasaje de posición de objeto a sujeto, en el
que se pueda temporizar. Se trata de un tiempo que se pueda acoger, para
poder construir anticipación y un después que permita otras chances, y
salir así del tiempo circular de encierro.
Los entornos circundantes generan encargos y les solicitan lealtades
a sus proyecciones, lo que privilegia otorgar un lugar devaluado, cargado
de resentimientos rancios. «Volver a ser nadie equivaldría a volver a sen-
tirse como ecos, resaca, arena, liquen, sueños: la resignificación de sus
autoimágenes narcisistas» (Kancyper, 1989, p. 28).
Transcurren los tiempos de lo prematuro, de lo que llega antes de
que se pueda articular, los sentires respecto a que se llega tarde para el
manejo adecuado de lo que se presenta, un tiempo en juego de poder
hacer con lo que está en curso, tiempo en el cual operamos entre el dete-
nimiento y el pasaje. «El sujeto resentido está enfermo de reminiscencias.
No puede dejar de recordar, no puede olvidar» (Kancyper, 1989, p. 47).
La inmediatez traumática, que relanza lo que no termina de producirse,
en su insistencia captura en un tipo de goce y transferencialmente es
solicitada a buscar una especie de salida a nuevos escenarios deseantes.
Esta situación nos interroga sobre una condición indefinida del tiempo. A
partir del psicoanálisis, podemos diferenciar tiempos subjetivos fijos y en
movimiento, y proponer condiciones para el acceso a un nuevo tiempo,
incierto y prometedor.
Volviendo a Duras (1984), ella logra consolidar una férrea escritura,
seguramente por contar con bases narcisistas consolidadas. Su escritura
da existencia a otra realidad, pretende tenazmente vivir otra vida, sin
petrificarse en la función capturada del eco del ancla melancólica y para-
noide de lo familiar.
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TIEMPO DE RECONOCIMIENTO DEL RASGO.
LO OMINOSO
Sigamos con Freud en los derroteros que van luego de las huellas
mnémicas efectuadas en una dimensión sin tiempos ni cotos. Los tiem-
pos de omnipotencia, de prolongarse fuera de plazo, toman un carácter
desesperante, lo Otro que no cae resurge en condición de espectro y
confina a un cierre y una soledad absolutos.
El principio de identidad de percepción es insostenible, si se atiende
a la condición fugaz que hace a lo perceptivo y lo vivencial. Son mu-
chos los cambios que hacen imposible que la vivencia llegue siempre
en el mismo ángulo y tenor del recorte alucinatorio. Aquella identidad
imposible en sus variantes puede tomar un carácter perturbador, vi-
vencia de extrañeza que podrá luego dar paso a lo persecutorio y a la
terrible vivencia espectral del doble de sí. Al respecto, en el pasaje que
cito a continuación, Freud (1919/1994g) se refiere a un Otro con ma-
yúscula: «una regresión a épocas en que el yo no se había deslindado
aún netamente del mundo exterior, ni del Otro. Creo que estos motivos
contribuyen a la impresión de lo ominoso, si bien no resulta fácil aislar
su participación» (p. 236).
La identificación con el rasgo, atributo incierto que se configura como
esbozo de reconocimiento, valorado o devaluado, jerarquiza una atribu-
ción que permite un tipo particular de enlace. Los atributos, en el mejor
de los casos, podrán dar paso a niveles de discriminación con acceso a
una temporalidad que pueda ir dejando atrás lo continuo y sin contornos,
en la medida en que discurran como rasgos y asignaciones que permitan
un lugar y un tiempo no acabado y abierto al sujeto que habita ese lugar,
desde una hipótesis y no desde una certeza encerrada sin posibilidad de
sorpresa alguna.
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¿Con cuánta minucia se puede mirar para destacar o devaluar? En
Duelo y melancolía, Freud (1917/1994f) plantea un tiempo paradojal en
el que la omnipotencia está inserta en medio de la dependencia extrema.
Rasgo, identificación, sombra del objeto,
vuelta hacia la propia persona […] ha regresado a la identificación,
pero, en otra parte, bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, fue
trasladada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese
conflicto. Solo ese sadismo nos revela el enigma de la inclinación al
suicidio. (p. 249)
El empuje pulsional y la identificación omnipotente son capaces de
la autoaniquilación. «La peculiaridad más notable de la melancolía, y la
más menesterosa de esclarecimiento, es su tendencia a volverse del re-
vés en la manía» (Freud, 1917/1994f, p. 250), «el castigo es también un
cumplimiento de deseo, el de la otra persona, la censuradora» (Freud,
1916/1994e, p. 201).
En Construcciones en el análisis, Freud (1937/1994d) advierte que
se puede rechazar incluso lo que puede ayudar a desprenderse del ras-
go que aúna el dolor: «Cuando el análisis está bajo la presión de fac-
tores intensos que arrancan una reacción terapéutica negativa, como
conciencia de culpa, necesidad masoquista de padecimiento, revuelta
contra el socorro del analista[… ] generando un empeoramiento de los
síntomas» (p. 266). Poder percatarse de dos lenguas, dos tiempos en si-
multáneo y contrapuestos, cuando el proceso parece estar mejorando
pero, sin embargo, empeora.
Respecto al traumatismo, en Más allá del principio de placer, Freud
(1920/1994i) abre a otra dimensión, un eterno retorno a lo igual, un in-
consciente no reprimido, sino escindido. Abre con esto la compleja ver-
tiente de la satisfacción en el malestar, regocijo del goce, que escapa a la
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lógica ligada del deseo, «proceso libremente móvil que esfuerza en pos
de la descarga» (p. 34).
DOS TIEMPOS. ENCUBRIMIENTOS
Tramitados los procesos represivos, Freud plantea la dimensión de
los dos tiempos (après-coup), que resignifica, a posteriori, lo que ocurrió
sin poder signficarse en el momento de la inscripción del acontecimiento
y el efecto posterior (nachträglich), noción que subvierte el tiempo crono-
lógico. El futuro es el que configura el pasado por efecto de resignifica-
ción. El segundo tiempo produce el primero. Sin el segundo momento, el
primero no terminaría de producirse, quedaría vagando, desligado.
El segundo tiempo abre un espacio de corrimiento de la verdad en
juego a partir de desplazamientos producidos por los procesos represivos.
«La proton pseudos es una premisa mayor falsa en un silogismo, que da
como consecuencia una conclusión falsa» (Freud, 1895/1994k, p. 400).
Con proton pseudos, en la Carta 69, Freud (1897/1994c) se posicio-
na de manera controvertida al favorecer la fantasía sexual infantil, per-
versa, polimorfa, por sobre los traumatismos y los abusos de hecho.
Vuelve al complejo ensamblaje una fidelidad de recuerdo, fantasía, sueño.
Convalidar lo que está en juego implica acceder al nivel de verdad de lo
que está operando. El autor se interroga sobre si el traumatismo solo ope-
ra como energía desligada o si puede retroalimentar niveles de fantasía,
con accesos a márgenes ligados (Freud, 1897/1994c).
En Recuerdos encubridores, Freud (1899/1994j) vuelve al tema de la
memoria, los fragmentos, la ilación del recuerdo, y ve que no hay posibili-
dad de memoria pura, como si fuera una caja negra. La memoria también
se ve afectada por factores externos, como son los pactos, las lealtades
y el silenciamiento. Las desmentidas, que surgen en esos casos, hacen
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que pueda quedar excluido el significante de la falta, por lo cual ya no se
podrá contar con él para operar dentro de la estructura, lo que les genera
precariedades a las posibilidades y derivas de la angustia.
Un referente importante para pensar el tema de la memoria y la an-
gustia necesaria para orientarse es Andrei Tarkovsky.
PLAZOS DEL PEREGRINAJE DE UN ESCULTOR
DEL TIEMPO
«El tiempo y el recuerdo están abiertos el uno para el otro, son como
dos caras de una sola moneda» (Tarkovsky, 1988, p. 78). El recuerdo no
es una operación simple como vemos, lo mismo que el olvido, ya sea
fruto de los mecanismos represivos o se deba a las dificultades de inscrip-
ción donde no se puede olvidar lo que no se puede representar.
¿Es posible esculpir el tiempo para que cada quien pueda darle a este
su forma, establecer un corte, llegar a una nada, que es la que permite
salir de un tiempo asignado? Los trayectos que se presentan acarrean el
advenimiento del deseo desde un llamado, demanda soplada por la escu-
cha de la angustia.
Es la vida que el hombre debe atravesar y en la que o sucumbe o aguan-
ta. Y que resista depende tan solo de la conciencia que tenga en su pro-
pio valor, de su capacidad de distinguir lo sustancial de lo accidental.
(Tarkovsky, 1988, p. 223)
El carácter del conflicto se dirime entre la desesperación y el temple.
Una y otra vez, el hombre se pone en relación con el mundo movido por
el atormentador deseo de apropiarse de él, de ponerlo en consonancia
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con ese, su ideal, que ha conocido de forma intuitiva. El carácter utópico,
irrealizable, de ese deseo es fuente perenne de descontento. (Tarkovsky,
1988, p. 60)
La iconografía discurre entre los espejos gastados, que inquietan por
el desencuentro entre lo que refleja la imagen y lo que se es. Lo inquie-
tante de ese desencuentro es que genera simultáneamente extrañeza
y reconocimiento: doble imagen que nos mira, familiar y desconocida.
Tarkovsky ubica el cine entre la poesía y la música, en un espacio más
sugerente que explícito. Los intervalos que se transitan, aunque escuetos,
pueden conllevar las marcas primordiales de una vida. Y generan interva-
los donde quedarse, cicatrices del tiempo; un tiempo sin inicio y sin fin, el
destino de los objetos próximos, su combinatoria vital o mortífera; entre
la lentitud del tiempo y la premura de la urgencia, que se impone como
mandato moral, como imperativo de hacer alguna obra en lo acotado del
tiempo del que se dispone.
Los vagos perfiles y contornos de la memoria que ponen al sujeto en
duda se topan con las certezas que conllevan los mapas de la realidad
social en su fehaciente relato, reafirmado como garante de realidad ob-
jetiva. Aparece un choque de memorias, lo que genera un colapso que
favorece la proliferación de una especie de mímesis sugestiva colectiva
que se sostiene en la nitidez de esas creencias. «… las lagunas de los sue-
ños pueden comprenderse como zonas de frontera» (Freud 1901/1994a,
p. 554), zonas de fronteras espaciales y temporales, vías del simbolismo,
del desplazamiento y de la condensación, donde lo muerto puede apare-
cer vivo y lo vivo muerto, sin que exista contradicción alguna.
Hay un tiempo en juego que se relanza con posibilidades de reve-
lación. Es un mosaico hecho de tiempo, al decir de Tarkovsky, quien se
pregunta: ¿qué quiere el que mira la obra? A un lector le implica leer,
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La dimensión del tiempo en Freud, Duras y Tarkovsky
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donde tanto autor como lector crean un universo. ¿Qué tiempo demanda
leer, mirar, escuchar?
SOPORTES DEL TIEMPO Y LO QUE ESTE SOPORTA
El diálogo entre Duras y Tarkovsky, interlocutores de otros campos
de producción, potencia un apuntalamiento figurativo y tiene puntos de
ensamble en las narrativas, que conllevan implícitas cegueras y miradas
que dirimen las tramas temporales en las que el sujeto trata de dirimir
su realidad. Existe una dinámica de contrastes entre lo que puede agi-
gantarse o desaparecer en resonancias imaginarias, que tocan las fuertes
dimensiones políticas que conlleva el arte.
Los soportes del tiempo, la narración como agarre, las tecnologías
de almacenaje, que contornean y archivan la representación, pretenden
ampliar el mundo de los deseos, la pasión, los miedos, la acción y la pa-
rálisis. Operan desde los soportes que otorgó la imprenta, la luz eléctri-
ca, el cine, la televisión; soportes que han permitido ampliar los mundos
representacionales.
Esos soportes del tiempo han ayudado a ver, leer, interpretar, cons-
truir experiencia, ordenar, influir, controlar, interrogar, ampliar, pasar de
la lengua oral a la escrita. Entraman la imaginación en la escritura, en la
escenificación que atravesó el relato oral, que recuerda e inventa univer-
sos y temporalidades. Construyen focos, distancias y diferencias, ilumi-
nan lo que también va por costados cuyos efectos se suscitan después,
emergen luego, aparecen a continuación.
Son tiempos que cruzan la pesadilla, el deseo, la ingenuidad, el des-
concierto, la desolación, la naturalización de lo que se degrada, la repeti-
ción y lo nuevo, la impunidad y lo justo en sus vericuetos y metamorfosis.
Interrogan acerca de si hay una condición que hace que todo se torne
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novela que se naturaliza como equivalente del mundo en sí, escotoma de
su condición representacional.
Posiblemente, las tramas en Tarkovsky conllevan un intento por ac-
ceder al espíritu de lo sublime, mientras que las de Duras aluden a la
tramitación de lo circunstancial y hasta de lo efímero. La temporalidad
queda debatida entre lo trascendental, por un lado, y lo escurridizo y
perecedero, por otro.
Pero, en definitiva, ambos autores se enfocan en una lentitud nece-
saria para que se conjugue un plano vivencial que permita el despliegue
de lo que está en juego. Y mediante esa operación, en simultáneo, dan
cuenta de la distancia y el desencuentro radical que se habita entre lo que
se pretende representar y lo que en definitiva se plasma.
TRANSFERENCIAS, TIEMPOS TRANSITIVOS
Este diálogo entre autores discurre como una jam session, una im-
provisación de ejecutantes que necesitan encontrarse, provocarse unos a
otros, para seguir produciendo. Son autores con los que resonamos en un
carácter transitivo, gracias a quienes nos interrogamos: ¿a través de qué
método se dan a existir las cosas?, ¿qué resistencias nos impiden tempo-
rizar un tiempo empacado, que está empastado en una realidad que es la
única con la que se puede lidiar, por ahora?
La clínica, la literatura, el cine interrogan: ¿hasta dónde es capaz de
llegar un sujeto? Sus legados ayudan a seguir leyendo lo que nunca se
completa.
Los autores referidos han sabido ubicar sus enfoques en la dimensión
enmarañada del deseo en su agarre inconsciente, en la visualización de
los extravíos al goce que cosifica, en la magnitud de la no proporción que
conlleva cada relación, en la entidad que posee la condición dividida de
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La dimensión del tiempo en Freud, Duras y Tarkovsky
Daniel Pereira
la mirada, que, cuando se empasta a un narcisismo endeble, muestra la
complejidad enmarañada que supone la función de mirar.
El tiempo, como la mirada y la voz, no permite reflejarse en el espejo
más que por sus efectos; su resto es conducir lo que cristaliza y dimensio-
na en lo que conllevan las duraciones inexorables e impiadosas. Los fo-
cos que presentan abren a la formulación enigmática que interroga para
que pueda presentarse una producción de saber con respecto a lo que se
juega. Despabilan sobre el calibre de cámara con que operamos cuando
intervenimos, para que podamos levar anclas. Nos siguen mostrando que
el enfoque, la distancia y los intervalos con los que interviene la mirada
pueden ser capaces de vivificar y ampliar elementos de peso que juegan
en cada estructura; elementos con los que no se podía contactar antes
del enfoque, pero que, a pesar de eso, de manera latente se encontraban
pujando.
§
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
botella, C. y botella, S. (2003). La figurabilidad psíquica. Amorrortu.
duras, M. (1984). El amante. Tusquets.
Freud, S. (1994a). Acerca del cumplimiento del deseo. En Obras comple-
tas (vol. V, pp. 543-564). Amorrortu. (Trabajo original publicado en
1901)
Freud, S. (1994b). Carta 52. En Obras completas (vol. i, pp. 274-280).
Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1896)
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Equinoccio. Revista de psicoterapia psicoanalítica, 4
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«Ella lo va a pagar»: desafíos de la clínica en contextos vulnerables
Rosina Asuaga